No se me ocurre mejor comparación del subgénero, funeral doom, que el de la propia historia de Atramentus y la gestación de un álbum como “Stygian” que ha permanecido sepultado por el tiempo desde su composición en 2012. Philippe Tougas lo escribió y dejó durmiendo el sueño de los justos hasta que en 2018, y de las cenizas de Chthe'ilist, pero también Gevurah, nace Atramentus y Tougas recupera las tres composiciones que forman “Stygian”, además de adornar su parsimoniosa y magnética belleza con la pintura de Mariusz Lewandowski (que no me cansaré de recordar, bebe de las aguas de mi amado Zdzisław Beksiński), habiendo parido una obra que toma lo mejor de los clásicos contemporáneos del doom (como Bell Witch, Usnea, Ahab, Loss, Evoken, entre otros) y nos lleva de viaje por los desolados parajes del artista polaco. Financiado y editado por la propia banda.
Grabado en los Studio Tehom de Montreal (Canada), a lo largo de dos años, “Stygian” requiere tiempo y esfuerzo, a la vez que sufrimiento y pasión, cuando Tougas brama con cavernosa decisión a lo largo de los más de dieciséis minutos de "Stygian III: Perennial Voyage (Across the Perpetual Planes of Crying Frost And Steel-Eroding Blizzards)", parece increparnos por todo el dolor de este universo. ¿Dolor? No sabes lo que es el auténtico dolor, parece lamentarse, hasta que no bucees dentro de tu puta alma. ¿Dolor? No sabrás lo que es el dolor hasta que seas invadido por la tristeza en un tercer nivel (decepción) o cuarto (tristeza) del propio proceso de vértigo por el cuál nos asomamos a ese profundo vacío interior en un afán destructor producido por la amargura interior, con tal de ahogar nuestra soledad y desesperación. Berthiaume marca el compás, mientras Leduc y Daigneault le secundan y Bilodeau rellena los espacios con sus teclados, creando una agónica sensación de asfixia.
“Stygian II: In Ageless Slumber (As I Dream in the Doleful Embrace off the Howling Black Winds)” es un lento descenso a través de las angostas escaleras de un pasillo que nos hunde aún más en las profundidades de nuestras peores pesadillas, cuatro minutos en los que Bilodeau conjura ululantes sonidos de otras dimensiones y crujen los segundos, lloran los relojes en una madrugada infinita, hasta que todo parece acelerarse en una suerte de sonido blanco que evoca un “On The Run” siniestro, hasta la pieza final; "Stygian III: Perennial Voyage (Across the Perpetual Planes of Crying Frost And Steel-Eroding Blizzards)" o la definitiva confirmación de que esto no es un álbum sino un billete a la desolación, a otro mundo; ese que todos cargamos dentro y, a menudo, evitamos siquiera mencionar en voz alta. El profundo croar de Tougas entronca el sonido de Stygian con el de Stephen O´Malley y Greg Anderson, pero también la agónica lentitud de Dylan Desmond y Jesse Shreibman, todo milimétricamente calculado para que la guitarra de Leduc nos abrase y queme por dentro, emulando a Gilmour, mientras Atramentus nos retuercen las vísceras eternamente o, como decía el británico Anthony Daniels encarnando su más célebre personaje; “Encontrando una nueva definición de dolor y sufrimiento a medida que te digieren lentamente a través de mil años…". Nunca un álbum musical se ha parecido tanto al salmo desesperado, al lento fraseo hacia la locura, de un mundo que quizá nunca conozcamos -por suerte- aunque todos llevemos dentro.