Comencé escribiéndote esta crítica a ti, querido amigo, a ti que sabes tan poco de la vida y eres tan inmaduro como para creer saberlo todo pero, de pronto, en mitad de la escucha de lo nuevo de Nine Inch Nails, tuve que borrar todo lo escrito y darme cuenta de lo pequeño que eres, de la insignificancia de tu existencia en mitad de una pandemia mundial que ha transformado el mundo que antes conocíamos y ha parecido reescribir las relaciones entre todos nosotros, decidiendo que lo que importa no eres tú sino nosotros. Eso es lo que parece susurrarme Reznor al oído cuando vuelvo a escuchar a sus fantasmas y me doy cuenta de que, en esta, lo que importa es el viaje a través de uno mismo, de esa introspección necesaria para conocernos.
Escucho de nuevo a Atticus Ross junto a Reznor, ese dúo que ha encontrado en la discreción y el honrado trabajo de estudio su leitmotiv y disfrutan grabando sinuosos pasajes sonoros que nos sirven para relajarnos, para reflexionar, concentrarnos, mirar el lento pasar de la vida en nuestro encierro, sentir el viento mecerse entre las ramas de árboles que pueblan las calles ahora desiertas de verdaderas ciudades fantasmas, repletas de semáforos que no paran a ningún coche y alternan rojos y verdes de Lynch, mientras aprieto la mano de mi pareja y la susurro dormida “esto también pasará”. Trazamos planes sobre nuestro futuro y me doy cuenta de que la vida, en efecto, es lo que ocurre mientras estás ocupado en otras cosas; que los fantasmas de Ross y Reznor nos sirven de colchón para amortiguar el lento goteo de segundos y su rojo desangre del reloj, suelo abajo...
Que canciones como “The Cursed Clock” o la malsana “Around Every Corner” nos llevan al ensimismamiento, que la semilla de estos bocetos comenzó a crecer en 2008 con la publicación de los cuatro primeros volúmenes y que analizar canciones como “Run Like Hell”, “When It Happens (Don’t Mind Me)” o el pulso obsesivo de “Temp Fix” pertenece a esos que tienen demasiado tiempo libre pero tan poco para escuchar y hacer suyos estos discos, que ejercicios sonoros como “Just Breathe” o la larga “Turn This Off Please” y su centrifugado no son para escuchar de día sino de noche; cuando las enfermedades se acentúan, las ansiedades se encabronan y los kilómetros se vuelven una pesada carga sobre nuestras espaldas, que “So Tired” o “Almost Dawn” son la banda sonora perfecta para lo absurdo de nuestros días, que si “Locusts” tiene sentido es porque “Together” nos une a través de ese zumbido con el que Reznor y Ross ya han experimentado en sus mejores bandas sonoras, que “Together” les acerca a los etéreos Air, que “Out In The Open” posee la esperanza del parsimonioso goteo de deshielo que es “With Faith” con el que parecemos esperar a salir de nuestra forzosa hibernación, sin perder la fe, hasta “Apart” y ese larguísimo túnel con luz al final, en el que hay consuelo en “Touch” que, maldita sea, estas canciones son para que nos acompañen no para intelectualizarlas, sino para que cada cual las dote de sentido.
Que “Hope We Can Again” y “Still Right Here” son ruido blanco para evitar que pienses demasiado, que la página también en blanco se acaba y tú ya no estás en ella, que cojo su mano y, parafraseando a Yeats; “…el amor entra en los ojos; esto es todo lo que en verdad conocemos antes de envejecer y morir. Y te miro y suspiro” que el mundo no deja de girar, que hay vida después de todo esto y, sonando “Ghosts” de Nine Inch Nails, la escucho respirar a ella mientras duerme y yo tecleteo nervioso en mi portátil y sé que incluso en toda esta oscuridad, hay algo de luz y ella y yo contribuimos con la nuestra. Igual que Reznor y Ross con la suya…
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