Crítica: Nick Cave “Ghosteen”

Hay veces que me escribe algún lector pidiendo la crítica de una banda o un artista en particular y, agradeciendo el hecho de que tanta gente lea o disfrute de lo que escribo (algo a lo que uno no debería acostumbrarse jamás), he de reconocer que esa suave presión, esa pequeña expectación, sumada a los habituales ‘hypes’ por los que un disco parece sólo cobrar importancia los minutos después de su publicación para luego caer en el olvido, son las que matan a las musas, al placentero proceso de escribir y perderse entre las palabras de las canciones y las de uno mismo. Podría haber fusilado “Ghosteen” tras leer las reseñas en The Guardian o The Quietus, tras leer a Nick Cave o, simplemente, recurriendo a mí mismo tras tantos años escuchándolo, pero nada de eso tiene sentido para un álbum tan emocional. “Ghosteen” no es doble pero lo es, “Ghosteen” es depresivo pero no lo es, “Ghosteen” carece de la estética de los Seeds y, sin embargo, posee todo lo que amo de Cave, la sensibilidad de Ellis y los fraseos de uno, las palabras, las melodías y la sensibilidad, entendiendo finalmente la naturaleza del álbum.

No es melancólico, no es triste, es de elevación tras algo negativo, es de renacimiento y para ello he tenido que esperar a escucharlo varios meses e irme enamorando poco a poco. Para escuchar “Ghosteen” debes sentir las mismas ganas que Cave de aferrarse a la vida y, maldita sea, eso sólo es posible tras algo tan horrible como el duelo o, como escribía líneas más arriba, enamorarse de una persona y sentir que la ilusión se renueva y uno se descubre en esa elevación a los cielos del álbum, a ese reenganche con la vida tras conocer a alguien importante y confirmar las palabras de Wilde cuando aseguraba que uno es capaz de soportar la ausencia de aquellos que ya estaban en su vida pero no la de alguien que acabas de conocer y te vuela la tapa de los sesos de manera violenta, que hay vida después del dolor, que hay un lugar en el que perderse dentro de la mirada de quien amas, para no encontrarte y volver a cambiar, enterrando al que fuiste y aceptando la visión que esa persona te devuelve. Bienvenidos a “Ghosteen”, el mío particular con las canciones de Cave de fondo, bienvenidos al éxtasis tras un largo período de procesos de vértigo espiritual del que creí que no podría salir. Como reza el meme, leo lo escrito y sé que Cave cabecea y aprueba mis palabras porque con ellas no le juzgo, ni quiero o pretendo saber más que él mismo de lo que ha escrito, sino que las tomo prestadas y las vivo.

Anunciado súbitamente a un seguidor, “Ghosteen”, supone la continuación de “Skeleton Tree” (2016) y habría que estar muy ciego para no entender que es la sublimación del envoltorio sintético de aquel, que si Cave recitaba y siempre lo ha hecho, aquí tiene más cabida que nunca en la propia “Ghosteen” y “Fireflies”, que el famoso ‘spoken word’ del australiano sigue resultando igual de dramático con una mínima ambientación musical, cobrando quizá más importancia la seminal “Hollywood”, verdadera raíz del álbum que nos ocupa, y que posee riquísimas metáforas en las que Cave no escatima en transformar a su mujer en puma carnívoramente voraz, la aparición de una enorme serpiente marina elevándose sobre las olas o narrar la silenciosa pero dramática despedida de un hombre de su mujer mientras esta aún duerme y la costa está en llamas, la propia “Ghosteen”. Padres e hijos en un álbum en el que no hay opuestos sino contrastes, como en mi relación.

Elvis sigue presente en la imaginería de Cave, la prueba es “Spining Song”, mientras en “Bright Horses”, quizá la primera concesión a la accesibilidad, recurre a caballos con crines en llamas que únicamente son una excusa para tomar su mano y sacarla de esa prisión, afirmar que todos tenemos un corazón que demanda algo en un mundo en el que todos parecemos también esconder algo y únicamente las piezas encajan cuando descubres tus cartas a la persona adecuada, eso que parece tan sencillo y suele devenir en la rabia implícita de “Arabia” de Joyce tras la desilusión, cuando lo jodido no es vivir sino haber elegido bien. “Waiting For You” no es más que el lamento que une dos desgracias; la realidad de ella y su aceptación de lo ocurrido, mientras él busca refugio en lo sobrenatural, fundiéndose la espera de ambos en lo que termina por ser una conjunta, dándose cuenta el oyente de que en una pareja hay dos mundos que colisionan y el resultado es la relación o ese estado de contemplación en el cual la campana de “Night Raid” parece marcar el final de la vigilia según se acerca su final en cuatro minutos de imágenes tan propias de Cave.

Un niño trepando al sol en “Sun Forest” o la magnífica “Galleon Ship” y el compromiso que exige el amor y que, de buen grado, aceptamos aunque también sepamos que también implicará dolor y nos gustará mancharnos de él, mientras que “Ghosteen Speaks” conduce al cierre de la parte de los hijos del disco y ahonda, como no y como gran parte de esta colección de canciones, en el amor y sus consecuencias, el proceso sanador tras el dolor, pero también las exigencias y los frutos de ese encuentro hasta la aceptación en “Leviathan” de la posición de ambos, la certeza y la alienación.

La música no se explica, no se racionaliza, no se intelectualiza y, aunque tenga tendencia a ello (como mucha gente), sé que la música se vive y cuando uno vive, no escribe, se dedica a amar. Es por eso que cuando somos desgraciados parimos grandes obras, que cuando sanamos escuchamos a Cave y entendemos que “Ghosteen” es esperanza, la de encontrarte en otros ojos que te devuelven quien eres de verdad.



© 2019 Blogofenia