Todavía resuenan en mis oídos los divertidos y airados comentarios de los nuevos millennials sobre mi crítica de “Psychotic Symphony” (2017). Esos chavalitos con más principios y comprometidos que los de Mayo del 68, más solidarios e íntegros que los padres que han pagado su inútil sobreformación y con una cultura tan vasta y amplia como para haber escuchado a los Genesis de Gabriel desde los 6 años, recitar las formaciones de King Crimson desde la pubertad y manejar con soltura las referencias de Jean-Luc Godard o Igmar Bergman para dar lecciones en efímeras redes sociales, esos mismos, sí, esos de los que habitualmente me descojono. Pues bien, todos esos y alguno de sus hermanos mayores (igual de bobos que ellos), dedicaron su precioso pero infinito tiempo libre en escribirme correos electrónicos por lo que dije de “Psychotic Symphony” (que tampoco era para tanto, pero así es esta subespecie; se siente atacada y herida por todo) pero el tiempo, muy cabrón él, ha venido a darme la razón de nuevo. Pude ver a Sons Of Apollo (menudo nombre más pretencioso y ridículo) en Francia durante la presentación de su debut y, tras los innecesarios bajos y guitarras de doble y triple mástil, el doble bombo de Portnoy y la batería de teclados de Sherinian, lo único que nos encontramos fue el vacío más absoluto. Así ocurrió que, tras las primeras canciones, la gente abandonaba su actuación para, en pleno festival, acudir a los escenarios pequeños en los que (por mucho que me joda el tópico) se sigue cociendo a fuego lento las grandes actuaciones. ¿Qué ocurrió?
Muy sencillo, Sons Of Apollo son cinco músicos extraordinarios (de verdad, de la buena), cinco maestros de su instrumento, cinco genios absolutos que Portnoy ha reunido entorno a su figura (como el que crea una formación de ensueño en el videojuego de una videoconsola) pero que cuando se juntan, después de exhibir todos sus trucos de magia, no hay nada. Las canciones de Sons Of Apollo no son malas, son aburridas, están huecas, no hay profundidad más allá de la interpretación de cada uno de ellos, no hay un trabajo previo sobre el papel que sea fruto de la chispa o inspiración; hay calidad, pero sólo en la forma y no en el fondo. Además, esa intención que ha matado todo espontaneidad o genialidad, es aún más palpable tras las críticas unánimes a su debut y es que, además de vacío, aquel “Psychotic Symphony” pecaba de blandura; había tan poca contundencia o dureza en sus surcos, tanto medio tiempo y balada ñoña, que Sons Of Apollo parecían una formación muy diferente a la que se empeñaban en promocionar. En directo compensaban aquella sosez con grandes dosis de la crudeza del directo y Portnoy apuntaba en su moleskine que, para este segundo álbum, tenían que endurecer su sonido, como fuese…
Así, “MMXX”, suena más robusto que “Psychotic Symphony” pero, de nuevo, es tan sólo el papel celofán que envuelve unas composiciones pueriles. Sirva el ejemplo de “Goodbye Divinity”, en la que la introducción está metida con calzador, luego entra la canción y nos muestra unas estrofas y un estribillo sin dificultad, tras los que Sherinian tiene que aventurarse a rellenar, Sheehan está desaparecido y es Bumblefoot el que, sorprendentemente, brilla con luz propia y se descubre como un músico a la altura del resto de sus compañeros, a lo largo de todo el álbum. Y escribo esto porque Bumblefoot, quizá por su colaboración con Guns N’ Roses, siempre me ha parecido que es subestimado como músico.
Pero lo que hace aún más poco creíble el trabajo de Sons Of Apollo es la escucha de canciones como “Wither To Black” o “Asphyxiation”, que no son más que hard rock sin peligro en las que, como en “Goodbye Divinity”, son Bumblefoot, Sherinian y Sheehan los que se las tienen que trabajar en lo cosmético sobre unas estructuras simples y sin riesgo alguno; no hay progresión y sí algún momento sonrojante, de riff djent, que no encaja para nada en esta banda. “Desolate July” es el medio tiempo necesario y Portnoy lo sabe, por eso está en cuarto lugar y no en otro, de nuevo es Bumblefoot el que la salva, sorprendiéndome también lo poco imaginativo que está Jeff Scott Soto; no suena mal, hay potencia en su voz, pero todo el disco en el mismo registro.
“King Of Delusion” son nueve minutos (ocho, si quitamos el primer minuto), de progresivo genérico del más blando y tontorrón que podamos encontrar en un lineal del supermercado de Steven Wilson (nada más que hay que escuchar sus transiciones y la forma en la que, por ejemplo, entra Sherinian y une las dos mitades de la canción), los ‘breaks’ de “Fall To Ascend” son tan previsibles como tediosa la canción, como “Resurrection Day” y sus ripios (las rimas de sus versos causan vergüenza ajena, la guitarra de Bumblefoot aquí muestra un músculo innecesario y, en general, sus cinco minutos carecen de interés o sorpresa para el oyente) y, como buena receta, Portnoy -para colmo- nos reserva la obligada suite de quince minutos con la que cierra “MMXX”, “New York Today” en la que, de nuevo, se siente todo tan forzado como para que cada una de sus partes no formen un todo sino que se sienta unida a la fuerza, con la participación y exhibición de Sherinian (sigue siendo un genio tras los teclados), Sheehan y Bumblefoot.
Los fans del progresivo más experimentados pasarán de él porque detectarán todo lo escrito, los millennials (esos que, ante mi horror, aseguran escuchar de todo y una discografía cada día) querrán ver sus bondades y me volverán a escribir (aquí los espero), mucha suerte para todos aquellos a los que esta fórmula de grupo de estrellitas los engañe y se vean en directo cantando una mamonada como “Tengo Vida” (para colmo, mal traducida), yo no tengo tanta, y menos paciencia, como para perderla de nuevo con semejante peñazo.
© 2020 Jim Tonic