Siempre me ha parecido que hay un tipo de lector, un tipo de oyente, que presta demasiada atención a las calificaciones y suele responder a esa clase de personas para los que no hay un término medio; “me gusta, no me gusta, es bueno o es malo”. Y la vida, queridos míos, se mueve en aguas tibias. Tal es el caso de Chelsea Wolfe y este "Birth of Violence", que llevo escuchando ya dos meses y del que creo que, humildemente, ya puedo escribir sin temor a equivocarme. El regreso a su faceta más acústica me parece un movimiento inteligente (no esperaba menos de ella), tras discos como “Hiss Spun” (2017), la obra maestra que es “Abyss” (2015) y “Pain Is Beauty” (2013) y que podríamos considerar una suerte de trilogía (mejor, triada) que comenzaba con la electrónica minimalista de “Pain Is Beauty”, para coquetear con el monstruoso industrial de “Abyss” y llegar al feísmo sonoro de “Hiss Spun”, con lo que este regreso a la desnudez del formato acústico es más que agradecido tras la sensación que producía la obra de Wolfe y ese “ya no hay más fondo al que llegar, sin caer en la caricatura” que transmitía ese callejón sin salida de “Hiss Spun”. Como todo, era una simple sensación, Wolfe podría haber continuado afincada en el ruidismo, hacia la deconstrucción de canciones excelentemente compuestas pero desmembradas por capas de distorsión y disonancias, el éxito habría estado asegurado y el sector más esnob, más que complacido. Pero, quizá por deformación, que a Wolfe siempre la he asociado a una de mis musas, PJ Harvey, y mi querida Polly Jean nunca habría continuado por el mismo camino y es que, Chelsea Joy Wolfe, siguiendo los pasos de la inglesa, ha decidido salirse por la tangente. Bien por ella…
Es ese mismo lector que mencionaba al comienzo de este texto el que creerá que por tratarse de un disco acústico, nos estamos refiriendo a un disco plano, crudo y poco producido, básico en su acepción, cuando no es el caso. "Birth of Violence" no resulta exuberante en sus arreglos pero tampoco simple, está exquisitamente producido y demuestra que Chelsea Wolfe es la misma gran compositora de siempre, aún con acústicas y unos arreglos tan deliciosos como para no sentirse y no empachar. ¿Y la nota? Es sencillo, olvídate de ella pero, si no puedes, accederé con gusto a explicártela; “Hiss Spun” es notable, “Abyss” sobresaliente, “Pain Is Beauty” notable, como toda su carrera desde "Ἀποκάλυψις" (2011) y, aunque "Birth of Violence" es un buen disco, no llega a las cotas de los mencionados pero tampoco sus comienzos zozobrantes de "Mistake in Parting" (2006) o “Soundtrack VHS/Gold” (2010) y ese remozado “Soundtrack VHS II [remixes]” (2010).
Es fácil escuchar "The Mother Road" y sentir algo de alivio al no tener que enfrentarse uno a una versión más retorcida de “Hiss Spun”, recordar a Polly Jean con "American Darkness" o conmoverse con su voz en la propia “Birth Of Violence”. "Deranged for Rock And Roll" contiene la suficiente oscuridad como para asegurarnos algo de ese recogimiento entre el lirismo de su voz y la reverberación de la percusión, ese mismo lirismo que sostiene “Be All Things” y que, si al llegar a “Erde” echamos de menos, es porque “Birth Of Violence” contiene la tensión y la violencia pero en dosis tan pequeñas y de calma chicha que cuando aparece algo de distorsión, en forma de tormenta eléctrica, es hasta motivo de júbilo par sacarnos del sopor de la plácida duermevela.
Pena por los cartuchos malgastados, "When Anger Turns to Honey", que parece prometer más de lo que finalmente ofrece tras esa estupenda introducción, en una segunda cara en la que, aparentemente, Wolfe prefiere haber situado aquellas más accesibles en la primera; "Dirt Universe" posee “el momento Kate Bush” tan buscado, como “Little Grave” sonaría brutal en la voz de Beth Gibbons, lo mismo que “Highway”. Para un álbum que termina muriendo lentamente y sin armar mucho escándalo con "Preface to a Dream Play" y la mencionada “Highway”. Como experiencia sonora, situar el pasaje sonoro de “The Storm” es acertado por la línea estética con su portada y las canciones contenidas, pero remata un álbum con tan sólo once canciones en las que se constata el talento de Chelsea Wolfe pero acrecienta las diferencias entre ella y esa auténtica diosa que es y seguirá siendo PJ Harvey cuando Wolfe comienza cantando; “I took the mother road. Down to goddess flesh…” y cualquier oyente avezado querrá escuchar la rima; “I lost my heart. Under the bridge…”. Buen disco, interesante, como todo lo que crea Wolfe, y el paso lógico tras la experimentación, pero tibio; como la vida misma…
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