A veces, comienzo a escribir la crítica de un disco que me ha impactado (para bien o para mal) y tengo la vaga esperanza de que el lector busque tras ella; se interese y descubra nueva música o, la mayor de las veces, asienta con la cabeza y conectemos, se ría de los malísimos textos musicales que pueblan Internet y el mundo del metal en particular (donde todo es brutal y debe estar relacionado con una mano cornuda) o, en el mejor de los casos, pille alguna de esas referencias internas y opacas con las que tanto disfruto salpimentando lo que escribo. Es por eso que, a veces, cuando conozco a quien lee esta humilde página web, me hace tan feliz que me digan “descubrí a tal banda por vosotros, recuerdo una crítica que me marcó, me reí mucho con una frase” o mucho mejor; “vuestras críticas son diferentes”. Abigail Williams te sonarán si viviste en Salem, allá por el siglo XVII, y disfrutabas quemando vivas a mujeres acusadas de brujería (cuando el #MeToo todavía no existía y era prácticamente imposible quemar brujos, no solamente por una cuestión léxica), disfrutas de Cuarto Milenio (como también es mi caso) o, más posiblemente, si lees nuestra web. Descubrí su música con “Becoming” (2012) y visité su discografía, escuchando “In the Shadow of a Thousand Suns” (2008) y “In the Absence of Light” (2010) pero la nueva música se demoró y pensé que Abigail Williams y su principal hacedor, Ken Sorceron, haciendo gala de su nombre artístico, había desaparecido como aquella mujer de hace cuatro siglos.
Sorpresas te da la vida y Sorceron publicó "The Accuser" (2015), que parecía su mejor álbum hasta la fecha y, de nuevo, cuatro años sin saber de él y su música hasta este “Walk Beyond the Dark" (2019) que sí puedo afirmar es su mejor álbum, superior a “The Accuser”, “Becoming” (2012) y también “In The Shadow of a Thousand Suns” (2008). Quizá porque lo que hace grande a Abigail Williams (que, como habrás podido intuir, toma el nombre de la legendaria y misteriosa mujer que fue acusada en Salem y pareció ser tragada por la tierra, seguramente para acabar apareciendo, por sorpresa, en la portada del primer álbum de Black Sabbath en 1970) son sus contrastes, en este álbum muestra su clásica crudeza heredera del mejor black metal, pero también la melancolía, el refinado gusto por el ‘down tempo’ y las atmósferas tras las aceleradas descargas de rabia, la sensibilidad tras el mazazo, la bajada a los infiernos y el otoñal paseo por el bosque en el que seguramente mueras desangrado, no es de extrañar que algunos de los mejores discos de black metal se hagan a miles de kilómetros de la fría Noruega y tres décadas después del auge del subgénero, por tipos que -como Wes de Leviathan, Scott Conner de Xasthur o Austin de Panopticon- prefieren trabajar en las sombras, desde la soledad de sus hogares.
Y, sin embargo, “I Will Depart” suena tan heladora, tan agresiva y cortante, tan crujiente en su voz, como cualquier canción grabada en Bergen. Pero hay una diferencia, Sorceron invoca a la melodía y esta acude presta a su cita, las guitarras aúllan en su segunda mitad y a los cuatro minutos parecemos estar asistiendo a una nueva composición, todo tan brillantemente tejido que toca el black progresivo de alturas, todo tan bien compuesto que los dos últimos minutos derrochan emoción. Su enlace con “Sun And Moon” es magistral, el manejo de la épica y las dobles voces es sobresaliente, tanto que parece imposible que no estemos hablando de una banda ya consolidada porque, como bien intuirás; Abigail Williams es el proyecto de Ken Sorceron y no tiene una formación fija, no hay esa posible cohesión entre miembros. Desesperación hasta “Ever So Bold” en la que constantes arremetidas de rabia son ejecutadas con rapidísimos trémolos con los que afilar nuestros sentimientos, mientras los once minutos de “Black Waves” y su atmosférica introducción tejen una canción tan melancólica y bonita, tan emocionante, que pasan en un santiamén (¿se puede escribir tal expresión en la crítica de un disco de black sin que a Euronymous le sangren los ojos?). “Into The Sleep” y “Born Of Nothing” forman una salvaje dupla que avergüenza a muchas bandas ya consolidadas del género y nos conducen a un final, como es “The Final Failure”, en el que Sorceron parece haberse guardado el as en la manga con una composición tan bonita como compleja, que derrocha sensibilidad y genio compositivo en cada uno de sus minutos; desde los arreglos de cuerda al solo de guitarras, desde los obsesivos riffs o los agudos ‘fills’ hasta, por supuesto, sus chirriantes gañidos.
No puedo decir que sea el mejor álbum de metal del año porque ha habido grandísimos títulos a lo largo de un 2019 que ha sido tan fértil como el mejor de los noventa, pero tengo muy claro que Abigail Williams, Ken Sorceron, han grabado un grandísimo álbum bajo la bellísima portada de, una vez más, Mariusz Lewandowski. Todo encaja, amigos míos…
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