Crítica: Alcest "Spiritual Instinct"

Este año que ya comienza a despedirse, nos está dejando algunos de los mejores discos de la década, algunos de los más sonoros regresos discográficos y la constatación de la maduración de artistas que firmaron grandes obras y ahora ya no hacen lo propio con grandes momentos sino con grandes carreras. Tal es el caso de Alcest, uno de los nombres más brillantes del panorama actual, llamados a trascender (si es que no lo han hecho ya) y quizá una de las propuestas más puras y sensibles en cuanto a las intenciones de su principal compositor y creador (sin querer desmerecer, en ningún momento a Winterhalter) y su relación con las musas. “Kodama” supuso un reencuentro personal, un álbum en el que no sólo Neige parecía redimirse de “Shelter” (2014) sino algo más íntimo para el que escribe en esa mágica relación que, a veces, parece mantener el autor con su público en ese solitario ejercicio de escucha diaria, cuando uno hace las canciones suyas y convive con ellas, exorcizando sentimientos enquistados, cerrando emocionalmente círculos afectivos o lamiéndose las heridas a golpe de versos y estribillos. Y para eso, Alcest son únicos, “Kodama” se situaba como su mejor obra, con permiso de "Souvenirs d'un autre monde" (2007) y "Écailles de lune" (2010), un álbum en el que el tributo a Miyazaki y el influjo japonés reinante a lo largo de todas sus canciones era tan mágico como espectral, nocturno y violento pero también sosegado y denso en esa lucha que relataba entre lo natural y lo humano, entre lo humano y lo espectral. “Natural Instinct”, por el contrario, es más claro, desde su portada y herencia propia de Aubrey Bearsley, la música de Alcest parece haber sufrido una pequeña vuelta de tuerca en la que Neige regresa a las guitarras más directas pero también más hirientes, “Les jardins de minuit”, como en “Kodama” pero sin la evocación espectral, blackgaze modenista, que podríamos decir, por aquello de la influencia del diecinueve en su arte pero también por la claridad de líneas; por su capacidad para invocar tempestades a golpe de blast beats y pintar a brochazos de pura emoción y sentimentalismo con una guitarra que quiere jugar con el trémolo clásico del black pero cuyo brazo derecho es incapaz y traza rasgados arcos más propios del noise. Nadie dijo que fuese fácil parir un nuevo subgénero.

Y quizá sea eso lo que diferencia a Alcest del resto de imitadores que quieren participar en una partida de shoegaze sobre el escenario y son incapaces de llevar al directo lo grabado en el estudio, Neige -por el contrario- enlaza de manera magistral con “Protection” y te deja sin aliento, todo suena natural, lejos del artificio; perfectamente construida en su repetición, la estructura es predecible pero está tan sabiamente hilvanada entre sus diferentes partes que sólo existe la posibilidad de rendirse y cabecear, balancearse a su ritmo y abandonarse a sus notas al aire cuando Neige entona las estrofas, justo antes de acelerarse y llevarnos a “Sapphire” en la que Alcest juegan con el groove y una guitarra por la que Marr habría matado, poesía atrapada de nuevo en esas notas en las que la voz de Neige parece imbricarse con el crunch de la guitarra hasta volver a ese ritmo hipnótico o abrirnos en canal en “L’Île Des Morts” hasta desangrarnos y servir nuestro corazón en una bandeja de plata.

Como muchos de los grandes discos de esta última recta del año, a “Spiritual Instinct” hay que darle su tiempo pero no para que entre o nos hagamos a unas canciones que no necesitan presentación o calentamiento previo, sino para disfrutarlo en su justa medida y entender que "Le miroir" es un lamento romántico de fin de siglo en el que las guitarras se solapan y adquieren una belleza propia de la New Age pero sin caer en horterada alguna o traicionar el nombre de Alcest, para aceptar que la épica de “Spiritual Instinct”, la pieza homónima final, sitúa estas seis canciones en lo más alto de la carrera de los franceses y que Neige, posiblemente, esté componiendo y grabando alguna de la música más bonita que escuchemos jamás, que si en “Kodama” aprendió a sangrar a golpe de humanidad, en este álbum vuelve a elevarse y nosotros volvemos a ser meros mortales. No debería existir ninguna crítica o ensayo sobre este álbum, no estamos a la altura para juzgar tanta belleza...


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