Creo ya haber escrito en infinidad de ocasiones sobre la importancia de reconciliarse con los artistas, desde la perspectiva del seguidor de largo recorrido, y quizá porque, no siendo precisamente nuevo en esta aventura, no esperaba ya nada de Pixies tras un disco como "Indie Cindy" (2014), al cual sigo sin considerar un álbum de pleno derecho, o "Head Carrier" (2016), que me decepcionó tantísimo que ni siquiera encontré fuerzas para escribir su reseña, que mi sorpresa ha sido mayúscula con "Beneath the Eyrie" (2019), no tanto porque sea esa nueva obra maestra de Pixies sino porque, simple y llanamente, lo he disfrutado muchísimo. Pero quizá, y mucho más probable, porque con el paso del tiempo he terminado por entender la naturaleza de la banda de Boston más allá de sus evidentes señas de identidad y de cualquier sesuda y cultural reflexión que cualquiera pueda elucubrar; Pixies son Pixies porque nunca se han debido nada a sí mismos y escuchando su auténticamente gloriosa discografía hasta su cuarto álbum se descubre un verdadero derroche de valentía por parte de una banda que publicó su mejor obra porque no tenía nada que perder en ese constante ir contracorriente. Estamos hablando de "Surfer Rosa" (1988), "Doolittle" (1989), "Bossanova" (1990) y "Trompe le Monde" (1991), nada más y nada menos, discos seminales que las nuevas generaciones deberán contextualizar para poder entender, pero cuyos resultados están escuchándose todavía a día de hoy de mano de otros artistas infinitamente menos inspirados y con menos talento. Pero, como aseguraba líneas más arriba; si Francis, Lovering, Santiago y Deal publicaron aquellas canciones es porque no sabían de la relevancia que adquirirían con el paso del tiempo y se limitaban a hacer lo que les apetecía en cada momento, un marco completamente diferente al de unos músicos con muchos años más sobre sus espaldas que tienen que lidiar con su propia sombra, su leyenda e inmenso legado.
Es por eso que ahora lo entiendo, que como seguidor no sería feliz y sentiría que algo falla si Francis y los suyos (con Lechantin como reemplazo definitivo de Deal) intentasen evocar un "Trompe le Monde" o un "Doolittle", tarea hercúlea, completamente imposible, que les llevaría a las aún más turbias aguas del autoplagio más allá de la inmediata satisfacción, pero posterior vacío que nos proporcionaría a su público tras el infantil acto de nostalgia. Así, aun no gustándome todavía ese cajón de retales que me sigue pareciendo "Indie Cindy", tras escuchar "Beneath the Eyrie" (2019) he podido recuperar "Head Carrier" (2016) y, por fin, entender que lo que hace que Pixies estén entre nosotros es que siguen sin marcar su hoja de ruta y han preferido dejar de mirar al pasado para conformar un presente que, quizá no sea tan brillante como aquel, pero que les mantiene vivos y sigue produciendo discos más que aceptables.
Repitiendo con Tom Dalgety, Pixies se descuelgan con "Beneath the Eyrie" (2019), siguiendo exactamente las mismas coordenadas de anteriores entregas, pero quiero creer que las canciones se han nutrido de una mayor cohesión como banda tras todos estos años. La emoción de "In the Arms of Mrs. Mark of Cain" o el pegadizo single que es "On Graveyard Hill" conforman un inicio inesperadamente fulgurante que encuentra eco en el medio tiempo de "Catfish Kate", suena a Pixies, esas señas de identidad siguen presentes, pero de una manera mucho más sutil, más natural. Sorprendente en su registro es "This Is My Fate" y tras el juguetón riff, descubren sus cartas con una voz más grave, cercana al genio de Pomona, en una primera parte que tan sólo encontrará un pequeño traspiés en la complaciente que es “Ready For Love” y que, honestamente, mejora según avanza y gana en su encanto fronterizo y las dobles voces con Lechantin, aunque “Silver Bullet” –a pesar de ser una buena composición- confirme no la pérdida de altura, pero sí la inicial capacidad para sorprender de "Beneath the Eyrie", intentando recuperarla con algo de crunch en “Long Rider”, el encanto ensoñador de "Los Surfers Muertos" y su continuación surfera en "St. Nazaire", el puntito cafre que todo seguidor de Pixies necesitábamos en la recta final de un disco cuya personalidad se desdibuja en "Bird of Prey", la lenta "Daniel Boone" y, por desgracia, “Death Horizon”, convirtiendo lo que parecía el álbum de la banda en el disco de Frank Black y que quizá habría salido beneficiado de un recorte en su duración, dejando algunas canciones fuera.
Como muchísimas otras bandas legendarias que quieren escapar de semejante etiqueta, tras escuchar decenas de veces "Beneath the Eyrie" (2019) y a punto de volver a encontrármelos sobre un escenario, me parece más evidente que nunca que el principal problema somos los seguidores. Por otro lado, tampoco creo que haya nada más bonito que toda esa gente para los que la música significa tanto que creemos que un determinado artista y su música nos pertenecen, porque detrás de cada crítica encarnizada suele haber un seguidor herido o supuestamente traicionado y ello, en sí mismo, resulta enternecedor. Por eso, en mi opinión, ha llegado el momento de que hagamos las paces con ellos, igual que ellos mismos han hecho lo propio con su pasado.
© 2019 James Tonic