Sé que la primera regla del TOOL Collective es no hablar del TOOL Collective (esa enorme y pretenciosa colección de tarados para los que el cuarteto son religión y al cual, por suerte o por desgracia, pertenezco) y la segunda regla es, a falta de la costumbre, no escuchar el nuevo álbum de la banda antes de su publicación y así mantener intactas las expectativas, la ilusión y la capacidad de sorpresa, aprovechando que la mayoría de ellos no ha vivido otra publicación; no sólo con las canciones sino también con la presentación física del álbum (su ‘artwork’ y packaging’ que dicen ahora los más esnobs) y sé, para mi descargo, que cuando leas esta crítica, seguramente (muy seguramente), ya haya desprecintado la flamante edición de “Fear Inoculum” pero también, como habrás podido leer entre líneas, que caí en la tentación de escuchar la filtración de este álbum y no, no era en 256kbps precisamente, sino FLAC. Pero, como excusa y también a modo de introducción, puedo alegar que mis trece años de espera han sido reales; no pertenezco a esa colección de chavales que dicen que esta ha merecido la pena con apenas veinte años porque hace trece años, mientras TOOL pasaban por nuestro país en dos ocasiones (una de ellas, gratis), ellos estaban flipando con los Teletubbies, y tampoco pertenezco a ese sector puretón cuya única virtud ha sido tener años, para los que TOOL eran raros y preferían escuchar “These Days” (1995) de Bon Jovi antes que “Ænima” (1996) pero ahora pretenden venderte la moto de todo lo contrario, por lo que mi necesidad de escuchar las nuevas canciones era real. Mi historia con TOOL arranca con “Undertow” (1993) en una época en la que no existía Internet, tal y como la conocemos ahora, y la espera por la publicación de “Ænima” (1996) estaba tan repleta de incertidumbres como incógnitas a resolver porque no había información suficiente y TOOL no eran masivos. ¿Dónde estabas tú en otoño del 96?
No sé tú, pero, en mi caso, estaba en mi cuarto; desprecintando precisamente una copia de “Ænima” (1996) y escuchando, por primera vez, “Stinkfist”. Pero, si la espera por este fue eterna, hasta “Lateralus” (2001) fue un auténtico infierno a causa de los problemas legales y, como siempre, la sensación de fragilidad de una banda cuya naturaleza parecía siempre poner a prueba a sus seguidores y su propia existencia. Sí, estuve en la gira de “Lateralus” y pasó por salas (salas repletas, eso sí), Adam Jones se quedó pillado en un bucle durante varios minutos interpretando el riff de “Parabola” en Madrid y sentí tocar el cielo. Además, ¿qué son cinco años? Los que median entre aquel y “10,000 Days” (2006). En cinco años puedes morir, cambiar de pareja varias veces, finalizar un grado y ser padre en varias ocasiones, cinco fueron los que tuve que esperar para volver a reencontrarme con ellos y una gira que les trajo a España con los Mastodon de “Blood Mountain” como teloneros y una segunda y errática vez en un festival entre estertores, tocado de muerte. No podía haber imaginado que pasaría más de una década entre “10,000 Days” (2006) y “Fear Inoculum” (2019). Mis años de espera son tan reales y se han hecho tan eternos como aquí lo relato, doy fe.
Y, sin embargo, como con todo, hay trampa. Y es que, entre uno y otro, me cansé de Maynard y la trascendencia, me cansé de la seriedad y profundidad del público que les sigue, me encantó "Mer de Noms" (2000) y, en menor medida, "Thirteenth Step" (2003), tuve la suerte de vivir en primera persona la “experiencia Maynard” en aquellas giras y me decepcionó “Emotive” (2004), así como “Eat the Elephant” (2018), catorce años después. No me quedaba otra, tuve que tomar distancia y, entre “10,000 Days” (2006) y “Fear Inoculum”, en ese constante “tease and denial” hice mi vida, me enamoré varias veces (casi todas de la persona incorrecta) y escuché mucha música, al margen del universo de TOOL, hasta llegar a la amarga conclusión de que el mundo no necesitaba un nuevo álbum. Yo tampoco, maldita sea…
Pero este verano sentí de nuevo la llamada tras dos conciertos de TOOL (Nantes y Madrid) en los cuales, como el propio Maynard asegura, fue mi lado correcto del cerebro el que conectó con el ritmo de Carey y Chancellor, con la guitarra de Jones, dándome cuenta de muchas cosas; la primera, es que en gran parte de mis recuerdos, suena la música de TOOL como banda sonora. La segunda, es que pretendo/ pretendemos racionalizar e intelectualizar algo que tan sólo tiene que ver con las tripas, craso error. Tres, que la mencionada sensación de trascendencia de la que se abusa en su música es algo absurdo y pertenece más a la inquietud de unos seguidores que se creen demasiado especiales y disfrutan elucubrando absurdas teorías sobre la numerología que rodea a la banda, algo que alienta el propio Maynard y su caustico sentido del humor. Y cuatro que, en efecto, el mundo no necesita más música de TOOL pero, poniéndonos serios (que es como más le gusta al fan bobalicón medio de TOOL) tampoco de nadie.
Así, habiendo hecho las paces con la banda y mi propio pasado, sentía la necesidad de escuchar “Fear Inoculum”, sabiendo que el ethos de la banda permanecería intacto y no habría grandes giros de timón, así como que el nuevo álbum necesitaría de muchas escuchas antes de afirmar un rotundo sí o un no. ¿Acaso no resulta terriblemente pretencioso juzgar en unos pocos minutos, el trabajo y tiempo de cuatro músicos? Desde luego que sí.
“Fear Inoculum” está producido por Joe Barresi (Puscifer, Coheed and Cambria, Pallbearer, Isis, Kyuss) y suena inmaculado. En cierto momento, cuando uno escucha el adelanto que fue la propia “Fear Inoculum” podría llegar a sentir que la batería de Danny Carey suena aséptica, sensación que se desvanece cuando escuchamos un álbum que rebasa los ochenta minutos, a pesar de ser siete canciones y en el que el número primo ha tenido un papel esencial, según el propio Jones en conversación con Maynard y la simbología de este. ¿Debo creerme que el siete aparecía en todo lugar, o como variaciones en el compás, de manera involuntaria? Por supuesto que no, es algo que me trae sin cuidado y es la sensación de que en TOOL nada es lo que parece, que las miguitas que dejan por el camino son tan sólo para confundir al oyente, divertirse y alimentar todo tipo de teorías, una forma de banalizar una música cuyo principal ingrediente es el obsesivo latido con el que crear un mantra y que tiene a Chancellor y Carey como epicentro. “Fear Inoculum”, la canción, parece desenroscarse como un gigantesco gusano sobre el que la voz de Maynard trazará la melodía (a veces, de manera sutil, otras obsesiva, a través de unos coros doblados que recuerdan a “Inertia Creeps”) y jugará con los conceptos principales del álbum, la inoculación de la experiencia, el paso del tiempo, el constante respirar, de manera críptica -como siempre- para dar paso a múltiples interpretaciones en unas letras que, en la mayor de las ocasiones, aparte de la imaginería del propio Maynard, poco más encierran aparte de transmitir un sentimiento sobre la base tribal de Chancellor y Carey. No es casualidad, sin embargo, que si pliegas el nuevo logo de la banda sobre sí mismo, el resultado sea una jeringuilla.
El riff de apertura de “Pneuma” evoca a “Schism”, es cierto, como también que “Fear Inoculum” está repleto de momentos que nos recordarán a los mejores momentos de TOOL, pero poco más; la banda entra de manera magistral y Maynard, cuya interpretación es quizá la mejor en mucho tiempo, juega con las repeticiones, más allá del estribillo; “We are will and wonder, abound to recall, remember. We are born of one breath, one Word. We are all one spark, sun becoming…”. Ya escuchamos “Invincible” en su momento, como “Descending”, pero escucharlas en estudio, con todo detalle, mejora la experiencia y, por supuesto, mi primera reacción. “Invincible” es toda una liberación, Carey ronda en círculos y Chancellor lo sigue, mientras que la guitarra de Adam Jones parece entrar para romper. Otra cosa que me gusta de las canciones de TOOL es el inteligente uso de las polimetrías; como el trabajo de cada músico parece ir por su propio camino para, como un puzle, coincidir en cierto punto y llevarnos de la mano a una canción muy diferente a la que había comenzado, cómo tejen una espiral en la cual nada parece tener sentido en un comienzo, retando al oyente, para este encontrar la solución a los pocos segundos. “Descending” encierra otro de los grandísimos momentos de Maynard (hay que ser un auténtico trozo de carne para no sentir nada; “Stir us from our… Wanton slumber. Mitigate our ruin. Call us all to arms and order…!”), las guitarras más corrosivas de Adam Jones, el glorioso uso de un slide que sabe a gloria y un crescendo sabrosísimo que conduce a la delicada introducción de “Culling Voices”, con Maynard más vulnerable que nunca, que podría haber funcionado como segunda parte de “Descending”, ante el único punto negativo de “Fear Inoculum”, que es la instrumental y experimental, “Chocolate Chip Trip”.
Para aquellos que se quejan de que el álbum posee una parte central en la que hay que entrar con martillo pilón (cuando lo único que requiere son más escuchas), llega el cierre con la directa “7empest”, la más cruda de todo el conjunto, la más musculosa y sudorosa, pudiendo haber pertenecido a “Undertow” y que, llegados a este punto, nos deja con ganas de más y la urgente necesidad de buscar una nueva escucha en la que, a pesar de lo sobado de la expresión, encontrar más y más detalles en unas canciones que, valga el topicazo, crecen dentro de uno. Al fin y al cabo, si has esperado de verdad trece años, ¿qué te cuesta dedicarle al álbum el tiempo que se merece? El gran problema de “Fear Inoculum” no es si TOOL están o no a la altura, sino las expectativas de un público que hoy escucha sus canciones, emiten su juicio sin apenas conocimiento o paciencia, y mañana estarán escuchando a DevilDriver (todos mis respetos a Fafara y su música), Parkway Drive u orgasmando con lo nuevo de Alcest. Nos leemos dentro de trece años o quizá veintiséis, eso da igual, flotamos en el éter…
Texto © 2019 Blogofenia
Hellfest Live Pic © 2019 Ronan Thenadey
Hellfest Live Pic © 2019 Ronan Thenadey
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