La suma de las partes no es igual al todo; sirva este "Blue Lightning" (2019) y los últimos coletazos de la carrera del sueco más airado e hipervitaminado de la escena musical mundial como demostración de la potencia sin control, del talento desmedido y la egolatría, del egocentrismo y los peligros del aislamiento, no sólo vital, sino también creativo. Yngwie es un genio, un auténtico genio, posee unos dedos mágicos y un innegable gusto para la música; del neoclasicismo al rock de los setenta, Yngwie es un gourmet, sabe que lo sabemos y se regodea en su personaje porque, por mucho que nos joda, es especial y sí, también lo sabe. Lo que parece ignorar es que está dejando pasar el tiempo y eso, en un artista de su talento, debería estar penado con el mayor de los castigos. Sus antiguos compañeros no le aguantan, pocos son los que soportan plegarse a sus caprichos, cuando tiene problemas económicos puede llegar a vender sus queridos mecheros Dupont a precios estratosféricos -no por el valor del encendedor, sino porque sus rapidísimos dedos los han acariciado- o sudadas camisas con chorreras, pero también (y quizá lo más doloroso) publicar discos indignos de su calidad como músico, como el que nos ocupa (aunque bien valdría como ejemplo cualquiera de los anteriores), en los que él es el único responsable y, por tanto, también culpable de sus productos, en los que no hay lugar para culpar a un cantante, a otro guitarrista o cargar contra el bajista y el batería; Yngwie se lo cocina y él mismo se lo come.
Es por esto que sus últimos discos resultan completamente planos y ninguno a la altura de "Rising Force" (1984), "Marching Out" (1985), "Trilogy" (1986) u "Odyssey" (1988), porque aquí lo que importa es su guitarra y él, sólo él; la batería suena en tercer plano, el bajo perdido en la mezcla y todo como excusa para su lucimiento, no hay tensión creativa, no hay lucha entre varios músicos, es el auténtico onanismo musical elevado a la potencia del sueco. En este último, "Blue Lightning" (2019), horrendamente mezclado por Keith Rose bajo la mirada del guitarrista, Yngwie sigue siendo uno de los corremástiles más rápidos del planeta y las canciones escogidas están a la altura porque Yngwie no se conforma con composiciones ocultas de Hendrix, Clapton, Purple o los Stones, sino que recurre a “Foxy Lady”, “Paint It Black”, “Forever Man”, “While My Guitar Gently Weeps” o “Smoke on the Water”, porque Yngwie (note el lector el recurso expresivo de la repetición como muestra de su ego) tiene todo el derecho a acceder al repertorio divino del rock, Yngwie se lo merece pero, paradójicamente, nada termina de cuajar en el disco...
“Blue Lightning”, la canción, es una composición con un toque bluesy y un poquito de groove pero lo que a Bonamassa le sentaría bien, en Yngwie no termina de convencer y cuando suena su escasísima voz y escuchamos las mismas estrofas una y otra vez, repletas de ‘fills’ entre una y otra, nos percatamos de que Yngwie, el todopoderoso Yngwie, ha vuelto a grabar un álbum de la calaña de “World On Fire” 82016) o “Spellbound” (2012), ni siquiera “Relentless” (2010). Es por eso que una canción tan lúbrica como “Foxey Lady” de Hendrix, suena tan horrorosa y carente de su naturaleza, que a “Demon’s Eye” de Purple o “Blue Jeans Blues” (ZZ TOP) les falta blues, humo y whisky, además de sobrarles pasadas de mástil, que para ser un buen guitarrista no hace falta tener el mejor equipo, ser el más rápido o técnico sino sentir; la bendita imperfección que tanto sabor aporta, cuando hay un corazón latiendo tras ella…
Otro ejemplo de ello es “Purple Haze” o la horrorosa versión de “While My Guitar Gently Weeps”, a la que Yngwie le quita cualquier emotividad, cantando verdaderamente mal y rellenando los huecos con su flamante Stratocaster porque si algo me queda claro cuando escucho la composición de George Harrison es que, lejos del homenaje, Yngwie entra como un elefante en una cacharrería y estropea hermosas canciones, creyendo que de verdad necesitan de su guitarra y, con escaso gusto, dedica segundos, compases y más compases a recorrer las mismas escalas una y otra vez, hasta lograr la más absoluta de las abstracciones cuando uno ya no sabe qué canción está escuchando.
Temas inmortales que comparten espacio con otros de menor calado, “1911 Strut”, “Sun's Up Top's Down” o “Peace, Please” en los que no demuestra lo difícil que le resulta interpretar un buen blues, a pesar de su talento, siendo incapaz de conferirle algo de sentimiento. Parecido el destrozo en “Paint It Black” a la que no le hace falta ‘sweep picking’ alguno, ni exagerados arpegios escupidos como un latigazo, cuando la original ya era perfecta de por sí, tanto como “Smoke On The Water”, a la que no aporta absolutamente nada, estropeando la canción con su interpretación, o la exhibición innecesaria en “Forever Man”, lejos del poso que Clapton sabe imprimirle (tanto en directo, como en estudio) o el remate a sangre fría con sendas versiones de Hendrix y, por supuesto, los Rolling Stones.
Poco más puedo decir de un álbum que me parece tan irritante y artificial como los anteriores, tan poco inspirado y de tan mal gusto como últimamente nos tiene acostumbrados el sueco. Por lo menos, nos ha ahorrado el suplicio de escuchar sus versiones de “Selling England By The Pound” de Genesis, como parecía amenazar. Con muchísimo esfuerzo ha logrado convertirse en el personaje que quería ser y que este fagocite al músico, ahora ha logrado lo mismo con su música. Lo siento, Yngwie, tu disco me parece sencillamente horrible, horrible, no puedo tomármelo en serio…
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