La misma publicación de este álbum es la demostración de que la envidia es un pecado universal y no entiende de países o, hablando de Nocturnus, galaxias. Lo ocurrido a Mike Browning es tan viejo como el mismo girar del mundo, su banda facturó uno de los mejores discos de death de finales de los ochenta, principios de los noventa, “The Key” (1990), en el que la mezcla de ciencia ficción y misticismo funcionaba a la perfección gracias también a unos teclados nunca antes escuchados en el metal extremo, los de Louis Panzer. Pero algo ocurrió en su siguiente álbum, “Thresholds” (1992) y fue la muerte de éxito, las ansias por querer llegar a más, el auténtico cerebro que es Browning queda casi por completo relegado a la batería con la incorporación de Dan Izzo y la banda ahonda en la vertiente más espacial, se pierde la mística; las influencias se amplían, y Browning es despedido de su propia banda, con Sean McNenney y Louis Panzer robándole el nombre de esta por la espalda (sigo pensando que “Thresholds” es un buen álbum castigado por el cambio de dirección y el acontecer de la historia de Browning, adelantado a su tiempo pero lejos de lo que se esperaba de Nocturnus).
Pero el tiempo pasa y, mientras Browning rehízo su vida con After Death, la carrera de Nocturnus se convertía en un caramelo envenenado en lo que parece una de las grandes carambolas del karma cuando pierden toda comba y apoyo de su discográfica, publican un EP en 1993 y nada más hasta “Ethereal Tomb” (1999), además de un directo a modo de despedida (“Farewell to Planet Earth”), no siendo hasta ahora que Browning (tras algunas interpretaciones en directo de los clásicos de “The Key”) se decide a dar el paso y recuperar el nombre, aunque, por imperativo legal, añadiendo las ya famosas letras AD, mientras aquellos que quisieron aprovecharse de él, pasan a la historia del metal por el robo a mano armada de lo que no era suyo y la incapacidad de haber levantado el vuelo, pese a conservar la marca.
Aun así, Browning estaba en una situación complicada, retomar Nocturnus treinta años después y ser capaz de superar la presión de las expectativas de aquellos que siempre creyeron que él era la banda, no ha debido de ser tarea fácil. Bajo la portada de Bvllmetalart (After Death, Avulsed), el ex-Morbid Angel retoma Nocturnus donde dejó a la banda hace tres décadas, el sonido es, lógicamente, más actual, y se rodea con inteligencia de nuevos compañeros, aunque plenamente conocidos por él y todos nosotros: Belial Koblak y Demian Heftel a las guitarras, Daniel Tucker al bajo y Josh Holdren a los teclados, dejándose para él mismo la batería y tareas vocales, como ocurría en “The Key”, como nunca tenía que haber cambiado. El resultado una auténtica barbaridad de disco de death metal técnico con tintes old-school pero sonando moderno (es un contrasentido, lo sé, pero así es), contundente pero sin perder su esencia, desarrollos espaciales pero mágicos, porque el espacio es tremendamente esotérico si uno sabe tocar las teclas fantásticas apropiadas, sin recurrir a la ciencia ficción de cartón piedra de sus antiguos compañeros.
Desde los majestuosos compases de “Seizing the Throne” con Browning marcando la entrada en una canción puramente death con un estribillo accesible y un solo de guitarra tan oscuro como el más insondable de los agujeros negros, Nocturnus AD se mueven con soltura a través del agujero de gusano que une “The Key” con “Paradox” de manera vibrante, en el que son capaces de decelerar la nave en la mencionada “Seizing the Throne” (con uno de los mejores estribillos del álbum), para arremeter con furia titánica en “The Bandar Sign”, en la que parecen centrifugarnos a través de la unión entre guitarras y teclados, o recuperar “Neolithic” a través de las convulsas “Paleolithic” y “The Return of the Lost Key”. La sensación de desacompasamiento lograda en la introducción de “Procession of the Equinoxes” la convierten en una de mis favoritas, en un álbum en el que decantarse por una u otra es realmente complicado, “The Antechamber” tiene regusto neoclásico en sus estrofas, para golpearnos en los estribillos, antes de los orgásmicos seis minutos de “Apotheosis” y sus constantes cambios de ritmo brillantemente ejecutados con Browning convertido en una suerte de Neil Peart del death metal, un cierre sencillamente glorioso que rematan con la marciana “Aeon of the Ancient Ones” (de corte mucho más actual) que termina por desbocarse por completo, en mágica unión con la instrumental “Number 9”, dejándonos completamente exhaustos en lo que ha parecido un viaje a través del tiempo y, claro, del espacio.
No es “The Key” por la sencilla razón de que, como muchos otros discos, aquel es irrepetible y el tiempo todo lo tiñe con su nostalgia, pero estoy convencido de que “Paradox” es, sin duda, una obra maestra que no sólo pone de actualidad el nombre de Mike Browning sino que demuestra que, en efecto, él era Nocturnus y la venganza es un plato que se sirve frío, muy frío. Me encantaría ver la cara de McNenney y Panzer escuchando este álbum, podéis quedaros con el nombre, cabrones, que las canciones las tiene otro y siguen brotando...
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