Me ha sorprendido mucho “The Valley” de Whitechapel, es justo comenzar esta crítica reconociendo la labor de Phil Bozeman y el exorcismo que parece sufrir en este álbum cuando, sin remilgo alguno, es capaz de alcanzar una auténtica catarsis emocional narrando fragmentos de su vida, la relación con su madre y sus problemas mentales o la batalla entablada con su padrastro. “What has the world come to when a demon defiles a witch? Nobody trusts a word I say. I can’t erase these memories. But I will erase humanity”, canta en “When a Demon Defiles a Witch” y logra lo inalcanzable en discos como “Mark Of The Blade” (2016) y “Our Endless War” (2014). Puede que sea la emocionalidad de “The Valley” la que haya obligado a Bozeman al sangrado y a la banda a explorar nuevos territorios porque si quieren llegar al drama deben hacerlo jugando con atmósferas y momentos de calma, in crescendos en los que las voces melódicas tengan que salir a la luz con plena justificación y a estas les sigan sus clásicos breakdowns, alcanzar la sensibilidad sin plagar un álbum de arreglos enlatados orquestales como les ha ocurrido a Architects y su metalfanboyismo elevado a la enésima potencia. Es por eso que “The Valley” funciona, porque sus partes más accesibles tienen sentido y aquellas más brutales ganan en impacto por el contraste. La historia de Bozeman y su niñez, los dramas vividos y la esquizofrenia materna han sido un magnífico hilo conductor para que Whitechapel tome de aquí y de allá sin que se sienta igual de forzado que la huida hacia ningún sitio de muchas otras bandas de deathcore o metalcore que, con la excusa de una falsa madurez o experimentación, terminan grabando discos mediocres, completamente prescindibles.
Claro que hay deathcore, allá donde el death se difumina con el metalcore, “Forgiveness Is Weakness” o canciones que, sin ser malas, no aportan demasiado, “Brimstone”, pero la sensación general de escuchar “The Valley”, es la de una obra sólida y coherente que lejos de buscar el single más fácil, encuentra su naturaleza en las constantes subidas y bajadas a los infiernos de Bozeman y también triunfos como “Hickory Creek” en los que Wade y Savage juegan con texturas y la voz parece tener más que ver con Soen que con cualquier otra banda de deathcore; por una vez, el azúcar no empacha, sino que sirve de contrapunto a la sal de las heridas.
El riff de “Black Bear” es adictivo, una buena elección como single, mientras que el breakdown que recordarás es el de “We Are One”, una auténtica sacudida eléctrica a la que es imposible resistirse. Que nadie piense que Bozeman abusará del recurso en las voces melódicas, “The Other Side”, demuestra que su garganta puede ser igual de profunda que siempre para, segundos más tarde, dar toda una lección de versatilidad cambiando de registro, interpretando “Third Depth”, a dos voces. “Lovelace”, al igual que “Brimstone”, poco aporta al álbum, pero tampoco lo lastra cuando Whitechapel saben mantener el equilibrio y, para colmo, cerrarlo con la confesional “Doom Woods”, a la altura de las circunstancias en “The Valley”, cuya duración es perfecta (diez canciones y al grano), bajo la batuta de Mark Lewis (Carnifex, The Agony Scene) y la magnífica e impactante portada de Branca Studio.
No llega a ser perfecto, pero Whitechapel han firmado uno de los discos más interesantes del año y un pequeño aliento de esperanza para una carrera que parecía en caída libre. Así es como se cambian los destinos, tan sólo espero que el próximo álbum sea un paso más en esta aventura y no regresen a lo fácil; al breakdown más obvio, al trap, al pop petardo o a la escasez de ideas teñida de cualquier eufemismo más propio de Bring Me the Horizon o los actuales Suicide Silence. Tan esperanzador como desolador, “The Valley” consigue agarrarte por los huevos pero también encogerte el corazón, todo un logro, enhorabuena…
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