Hacía tiempo que no me reía tanto con la comunidad del metal, esa que ahora puebla las redes sociales y cree estar en flamante posesión de la verdad gracias a un par de camisetas y vinilos, chavales y chavalas, imbéciles e imbécilas (todos ellos, en flamante igualdad y proporción de género y estulticia, que ninguno se sienta excluido en este reparto de auténtica idiocia) que han llorado amargamente porque “Lords of Chaos” de Jonas Åkerlund no es todo lo fiel que sus negros corazones desearían y se sienten tan decepcionados con el resultado final que la han convertido en otro símbolo más a odiar, porque si esta comunidad tiene un superpoder es el de trivializar y “esnobizar”, queriendo o sin querer, cualquier cosa en cuestión de segundos y, valga la redundancia, no hay nada más infantil y esnob que odiar por odiar, en este caso hacerlo por deporte, como ocurre con la película que nos ocupa. “Lords of Chaos”, basada en hechos reales y mentiras a partes iguales (como bien se encarga de enfatizar su propio director) pretende narrar la historia de Øystein Aarseth (Euronymous), la creación de Mayhem, su propio sello discográfico Deathlike Silence Productions, la mítica tienda Helvete (ahora Neseblod records en Oslo) y, por supuesto, la improbable creación del célebre black metal noruego, tomando prestado el título del libro de Didrik Søderlind y Michael Moynihan, “Lords of Chaos: The Bloody Rise of the Satanic Metal Underground” (traducido a nuestro idioma como “Señores del caos : el sangriento auge del metal satánico underground”, a través de la editorial Es Pop Ediciones) que sirve únicamente como marco conceptual para Åkerlund, ya que el libro de Søderlind no era más que un compendio -a veces desordenado- de entrevistas y relatos pero cuya columna vertebral nunca fue Øystein Aarseth más que la explicación del pretendido desarrollo coral de una escena, como la noruega, tan apropiada para la creación de sangrientos mitos y leyendas, cuyas páginas devenían en la auténtica desmitificación de unos personajes que, cuando se les dejaba hablar, caían en el más absoluto de los ridículos….
Es precisamente aquello lo que más llama la atención e inflama a los seguidores de esta nueva hornada del black metal en “Lords Of Chaos” (esos mismos que dentro de unos años estarán escuchando únicamente prog, post-rock o mucho peor, a Myrkur) y se han apropiado -a golpe de meme- de Mayhem o Burzum. El a veces distendido y cómico tono de la cinta de Åkerlund, justo lo más apropiado de esta, funciona por dos motivos; primero, porque crea un contrapunto magnífico con las escenas de mayor impacto, aquellas más dramáticas o chocantes (como la muerte de Per Yngve Ohlin), para aquellos espectadores casuales. Segundo, porque quizá es el reflejo más fiel de una escena que muchos se han empeñado en dotar de una seriedad y boato que nunca tuvo, a excepción de cuando aquello se empezó a desmadrar y conviene explicar este último punto en profundidad…
En los últimos cuatro o cinco años, he tenido la inmensa suerte de haber mantenido contacto de manera esporádica e informal con algunos de los protagonistas o testigos de todo aquello y, si hay algo que me ha sorprendido, es su desdramatización de los hechos y menosprecio a lo que consideraron siempre como algo adolescente que, de no haber sido por su leyenda negra, saben categóricamente que no habría trascendido con la misma fuerza, algo de lo que Internet ha tenido mucho que ver en los últimos años en su popularización. Øystein Aarseth y Kristian Vikernes (que después cambiaría su nombre por Varg, mucho más apropiado, y es que hay que ser cabrones para dar a luz a semejante odinista de palo y bautizarle como Kristian), eran adolescentes de clase media/alta constantemente empeñados en reivindicar su autenticidad y en eso, la película de Åkerlund (mal que le duela a muchos) da en el clavo; Aarseth -aquel que vino al mundo a traer muerte, sufrimiento y caos- vivía de una manera completamente acomodada, sus padres le pusieron la tienda de discos (Helvete), no podía llevar una vida más fácil, completamente empeñado en triunfar y desenmascarar “posers” (encerrando él y su amigo Varg la más absoluta de las paradojas cuando uno lee o escucha y descubre que ni uno ni otro eran todo lo auténticos que les habría gustado ser) además de convertir a Mayhem en una gran banda de metal, idealizando de manera infantiloide todo lo que tuviera que ver con el Maligno y tomándose en serio a una banda tan 'spinal tap' como Venom. Algo parecido a lo ocurrido con Kristian Vikernes, otro adolescente sumido en sus propias fantasías, igual o más acomodado que Øystein, tan terriblemente creativo como ignorante y desnortado en esa mezcolanza de teorías políticas y religiosas que tan bien supieron evidenciar Søderlind y Moynihan en su libro y ahora también refleja fielmente Åkerlund (pero es que a Vikernes, para destaparle, tan sólo hay que dejarle hablar; como ocurre en su actual videoblog, ThuleanPerspective, en el que es capaz de querer enseñarte a cambiar las pastillas de freno de su cuatro por cuatro, sin saber utilizar sus propias herramientas, incurre en contradicciones o te sugiere buscar mujer y preñarla, como si de una yegua se tratase), como cuando contacta con la prensa y posa cómicamente con algunos de sus armas favoritas; en este caso, por ridículo que parezca, ocurrió de verdad.
Buscando lo positivo en “Lords Of Chaos”, aparte de esa desdramatización y aguda crítica a unos protagonistas de una escena que buscaban lo auténtico y menospreciaban a todos aquello que no considerasen digno, con semejante ensalada ideológica, origen cristiano-católico y el pulmón económico de sus padres soportando los caprichos de cada uno de ellos, está la labor de caracterización y la acertada fidelización de algunas escenas, vestuario y labor fotográfica, aquello en donde Åkerlund se sabe mejor; replicando momentos e instantáneas ya vistas por todos con aparente facilidad y mayor fidelidad, la grabación de “De Mysteriis Dom Sathanas” (1994) es gloriosa con Arion Csihar haciendo de su propio padre, Attila Csihar, y su gran parecido y similitud cantando, como la regrabación de su música a cargo de Malparidos en una banda sonora en la que faltan muchos nombres pero está escogida con mimo (Sarcófago, Tormentor, Sodom, Cathedral, Grotesque, entre muchos otros).
Por el contrario, en lo negativo, es una película con aires de telefilme barato en la que Åkerlund se toma determinadas licencias que no aportan nada en absoluto a la trama o a los hechos; nos encontramos a Rory Culkin haciendo un buen papel pero a un Emory Cohen pasado de peso y muy forzado como Varg, a un Jack Kilmer (sí, hijo de Val Kilmer) que convierte a Dead en un auténtico tarado (lejos del desorden psicológico que aparentemente sufría, por el que Per Yngve Ohlin podía ser el más educado, amable y simpático de todos los suecos para, segundos más tarde, convertirse en el obsesivo y demente Dead, sufriendo del terrible síndrome de Cotard), y a una afectadísima Sky Ferreira tan empeñada en querer resultar morbosa, que se parece más una groupie arrastrada que al personaje real que representa, quizá una de las figuras más polémicas de “Lords Of Chaos” ya que Varg Vikernes no la reconoce o no recuerda, la noche le confunde, sin duda...
Llegados a este punto, me gustaría escribir algo sobre el papel de Ferreira que a muchos les sorprenderá y con lo que no me quiero extender pero que, por ahora, sólo habrás leído aquí. Cierto es que Ann-Marit no existió como tal pero sí Ilsa, Ilsa Raluce Anghel, aquella chica morena que aparece en la portada de "Selvmord" de Vond y que sí tuvo relación con Håvard Ellefsen (ex-Emperor, popularmente conocido como Mortiis), con Varg (qué frágil es la memoria, amigo Kristian) y, por supuesto, con Øystein, aunque parezca ya plenamente aceptado y reconocido que el bueno de Euronymous nadaba entre dos aguas. Seguramente, Ilsa tenga mucho que decir de todo esto, de no ser porque no quiere saber nada de la escena, rehízo su vida y hace mucho tiempo que, sorpresa, no quiere y tiene nada que ver con el metal.
Por último y para rematar, lo que convierte a “Lords of Chaos” en una mala película no es la imprecisión de los hechos narrados, la libertad de Jonas Åkerlund por teñir o cambiar la historia a su antojo sino su vicio por el videoclip, su forma inconexa de narrar en lo que parece una labor de hilvane de impactantes fragmentos a los que pretende dar forma de película, su atropellada y sesgada narrativa convirtiendo una película mala, con aires de telefilme de sobremesa, en un batiburrillo y sucesión de anécdotas que resuelve con la voz en off de Rory Culkin, como Euronymous, contando su propia historia y un glorioso colofón final que no hace justicia a la hora y media de lo que parece un “Dawson's Creek” gótico...
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