Lo verdaderamente desalentador de los nuevos discos de In Flames no es la misma publicación de estos sino aguantar las críticas de cientos de personas que creen saber de lo que hablan y disfrutar, con ensañamiento, cada paso en falso de la banda. Me explico, defenestrar un álbum como “I, The Mask” tiene tan poco mérito como hacer lo propio con “Battles” (2016) o “Siren Charms” (2014) y argumentarlo con los recientes cambios en la formación es igual de bobo que juzgarlos por su portada, la creciente melodía de sus composiciones, la agresividad impostada o las letras de los suecos porque ni estos, ni otros (por no decir, pocos, en el mundo del metal), han sido nunca Dylan. Pero, amigos míos, al farsante se le reconoce rápidamente y cuando se compara los recientes esfuerzos de Anders y Gelotte con obras como “A Sense Of Purpose” (2008), “Sounds of a Playground Fading” (2011) o “Come Clarity” (2006), es cuando muchos quedan en evidencia y hacen que uno deba desarrollar cierto sentido crítico ante el ruido generado.
Llegados a este punto, no se trata de la edad o tener galones en sus conciertos; nada de eso tiene mayor importancia que saber de lo que se escucha e In Flames, sin ánimo de parecer más auténtico que nadie, dieron lo mejor de sí mismos hasta “Clayman” (2000). En “Reroute to Remain” (2002) se comenzó a sentir la falta de inspiración pero todavía contaban con rédito suficiente y un buen fondo de canciones de las que las musas les habían regalado, pudiendo identificar el horrendo “Soundtrack to Your Escape” (2004) como el auténtico punto de inflexión de una banda que ya nunca más volvería a ser la misma y a la que perseguirá toda su vida la constante crítica de miles de chavales que luego, irónicamente, caen rendidos a sus pies en directo pero de los que escuchan un disco nuevo cada veinticuatro horas, como si de comida basura se tratase, sin darle mayor oportunidad a este o a muchos otros, concediéndole el mismo tiempo e importancia a “I, The Mask” que a “Abbey Road”, por poner un ejemplo.
¿Es el nuevo álbum de In Flames tan malo, merece una o dos estrellas? Sin duda, la única preocupación de muchos. “I, The Mask” no es una maravilla (en eso estamos todos de acuerdo, seguramente hasta el propio Anders) pero, como unidad, es mejor que “Battles” (2016), “Siren Charms” (2014), “Sounds of a Playground Fading” (2011) y “A Sense of Purpose” (2008). Pero, antes de que se santigüen muchos lectores, conviene subrayar lo escrito y ese “como unidad” porque, si bien sigo creyendo que 2004 marca un antes y un después en la banda, desde aquel “Soundtrack to Your Escape”, todos los discos de In Flames han hecho equilibrios en la cuerda floja de la mediocridad y, si a la corta, a muchos les han convencido es porque contenían singles que poblaban sus directos y justificaban esos discos de los que, a la larga, se picoteaba sin ser posible escucharlos de cabo a rabo con verdadera satisfacción. “Come Clarity” poseía “Take This Life”, “A Sense of Purpose” lo mismo con “Alias”, el criticado “Sounds of a Playground Fading” es celebrado gracias a “Deliver Us” (aunque mi favorita sea “Where the Dead Ships Dwell”), de “Siren Charms” recuperan siempre “With Eyes Wide Open” y el público rompe en un clamor de aprobación, lo mismo que con “The End” de “Battles”, canciones que funcionan (independientemente de su calidad) frente a la mediocridad del resto del disco.
En “I, The Mask” ocurre lo contrario, no hay grandes singles; tan sólo “I Am Above” guarda el tipo, sin ser ninguna maravilla, frente al auténtico horror que es “(This Is Our) House” (quizá el peor sencillo que hayan nunca publicado) o la lineal “Burn” pero hay otras canciones que mantienen el interés del oyente, como “Voices” o “Call My Name”, el problema del álbum es que, por momentos, In Flames son capaces de hacerte creer que es sensiblemente mejor de lo que es para, segundos más tarde, llevarte al fondo más absoluto de la mediocridad con canciones como “Follow Me” u “All The Pain” en las que, cualquiera que haya escuchado sus últimos cuatro discos podría presumir de saber cómo van a acabar en esa fórmula que llevan manejando con maestría durante años por la cual se copian a sí mismos y repiten una y otra vez lo mismo pero, igualmente, son capaces de convertir cualquier estribillo en algo contagioso, revistiéndolo de previsibles riffs que llegarían incluso a engañar a los mismísimos creadores del sonido de Gotemburgo y eso le vale a mucha gente para justificar a los actuales In Flames o, por el contrario, destriparlos sin piedad..
Tras la salida de Fredrik Nordström (2000), Jesper Strömblad (2010), y los recientes Daniel Svensson y Peter Iwers, llegaron el simpático Bryce Paul que derrocha ilusión en directo y Tanner Wayne que defiende con solvencia los parches tras el fugaz paso del apático (tanto en directo, como en persona) Joe Rickard, dejando claramente a In Flames en manos de Björn Gelotte y Anders Fridén en el estudio (y ahora en directo, ya que Niclas Engelin se perderá parte de la gira de presentación de “I, The Mask” siendo reemplazado temporalmente por Chris Broderick), en un auténtica sangría de salidas por la puerta de atrás con la que muchos han creído ver la auténtica debacle de In Flames, no queriendo ver que ninguno de ellos han hecho gran cosa lejos de la banda y esta ha persistido en su error, pareciendo bastante claro que Gelotte y Fridén son ese binomio compositivo (que ellos mismos defienden y ahora proclaman en sus entrevistas) capaz de lo mejor y lo peor, de no dar por muerto el nombre de In Flames pero tampoco elevarlo a los altares, constantemente en la zona gris. Así es “I, The Mask”...
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