Negar la evidencia de que, cuando uno escucha un nuevo álbum de Dream Theater, no acude a la cita con un mar de prejuicios donde antes había ilusión, sería mentirnos a nosotros mismos. Hace muchos años que acudo a la llamada de la banda de Labrie y Petrucci por la nostalgia de aquello que una vez me dieron, en lugar de la esperanza de lo que guarden bajo la manga porque, no nos olvidemos, de que hubo un tiempo en el que la publicación de un nuevo álbum de los de Nueva York era un evento casi místico al que unos y otros acudíamos porque sabíamos que marcaría el devenir de la música en los siguientes años o meses, o eso creíamos. Pero, por desgracia, es 2019 y parecemos haber aterrizado en uno de esos futuros distópicos que, conceptualmente, tanto juego han dado en la música y Dream Theater parece que tienen tan poco que decir que produce hasta miedo enfrentarse a cualquier canción suya tras un patinazo como “The Astonishing” (2016), un álbum mal parido e ideado, un descalabro que les llevó prestos a la celebración de una de sus obras cumbres, "Images and Words" (1992) y el confinamiento creativo para salir del atolladero, componiendo todos, integrando al bueno de Mangini, intentando capturar las musas que sobrevolaron las noches en las que interpretaron himnos de la talla de "Pull Me Under" o "Under A Glass Moon”. Y es que parece que Dream Theater no sólo perdieron a Mike Portnoy en el camino sino su propia cordura en esa espinosa andadura en la cual, a veces, uno parece querer demostrar a todo el mundo lo bien que se encuentra, donde tan sólo hay miedos e inseguridades.
A la salida del batería y fundador, llegó un álbum notable como "A Dramatic Turn of Events" (2011), publicado con la urgencia de aquellos que quieren demostrar que no han perdido a un compañero y amigo, sino que siguen a lo suyo. A una gira breve, le siguió el consabido directo "Live at Luna Park" (2013) y “Dream Theater” (2013), aquel que quisieron bautizar como el auténtico renacer de la banda o -con muy mala leche y ya sin Portnoy- el resumen de su verdadera quintaesencia. La jugada no les salió tan mal y, al año siguiente, y aún mayor prisa; “Breaking the Fourth Wall” y el anuncio de estar trabajando en un álbum doble conceptual que resultó ser el peor título de la banda, “The Astonishing”. Las críticas no tardaron en llegar a sus oídos o, mejor dicho, los huecos vacíos en su gira por arenas (recintos cerrados, habitualmente ideados para deportes y eventos a cubierto, como se les conoce fuera de nuestro país) y Petrucci decidió cortar por lo sano, rompe y rasga, con la ya mencionada gira de celebreación y la composición de este álbum, que ahora nos ocupa.
Lo que no consigo comprender es cómo muchos seguidores han caído en el engaño del fuego de artificio. “Distance Over Time” no es un disco pésimo, la calidad de LaBrie, Petrucci, Rudess, Myung y Mangini está fuera de toda duda, pero sí uno demasiado forzado en su intento de agradar. La producción corre a cargo del propio Petrucci (con todos sus defectos), mientras que la mezcla es obra de Ben Grosse y, sorprendentemente, Richard Chycki se ocupa únicamente de grabar y producir la voz de LaBrie que, para colmo, suena más lejana y procesada que nunca, quedando la guitarra de Petrucci siempre en primer plano. La introducción de “Untethered Angel” recuerda a la de "On the Backs of Angels" pero, pronto, será rota por la guitarra de Petrucci y un riff propio del peor Matthew Bellamy. La canción tiene fuerza y un buen puente, además de un gran duelo entre el guitarrista y Rudess. No puedo decir lo mismo de Mangini que suena más domesticado que nunca en el que quizá haya sido el single más tibio que la banda haya publicado jamás. Pero, claro, el público pedía guitarras y contundencia, un ejercicio de concisión frente a la poca contención de “The Astonishing” y el nuevo álbum de Dream Theater, el más breve desde -menuda sorpresa- “Images and Words”, comienza casi todas sus canciones (excepto “S2N”, “Out Of Reach” y “Pal Blue Dot”) con la guitarra de Petrucci. “Paralyzed”, un single con hechuras más propias de una banda de nu metal que de una progresiva, de resultado mediocre y un estribillo efectista pero predecible en el que LaBrie, sin forzar demasiado, tampoco consigue elevarnos. Pero la gente, el pueblo, quería guitarras y guitarras tiene; todos contentos.
El trabajo compositivo de Myung destaca en “Fall Into The Light”, articulando una composición con un poco más de riesgo que las anteriores, Petrucci afila su guitarra y Mangini entra con un redoble y cierta urgencia y, si todo funciona, es por un estribillo con algo más de imaginación y un interludio repleto de emoción que desemboca en un torbellino llamado Rudess que volverá a lucirse en “Barstool Warrior”, en comunión con un magnífico solo de Petrucci, en una oda al hombre moderno, sus frustraciones y el consuelo en una barra de bar. No es la mejor canción del álbum, ni de Dream Theater y su carrera, pero su fuerte olor noventero y el trabajo de composición (igual que en “Fall Into The Light”) logran que gane enteros y convenza a regañadientes.
La obsesión por el número primo en “Room 137” conduce a Mangini y su composición a que Petrucci se muestre más rítmico que nunca en la polémica comparación del riff principal con el célebre de Marilyn Manson. Al margen de ello, el trabajo de Rudess vuelve a destacar, como colchón en las estrofas y, de nuevo, un puente magnífico; dando la sensación de que Dream Theater corren mejor cuando lo hacen libres, lejos de la necesidad de demostrar nada a nadie. Una parte central tan sólo estropeada por el tratamiento de LaBrie emulando a The Beatles en sus voces dobles grabadas, algo tan innecesario como desastroso. Es de ese ambiente distendido del que antes escribía del que una canción como “S2N” se beneficia, pareciendo respirar. Todo lo contrario a lo que ocurre en “At Wit’s End” en la que pequeños destellos de genialidad y libertad creativa parecen verse opacados por una melodía vocal poco imaginativa que termina lastrando una composición que parece pulsar por romper en cada una de sus partes instrumentales y pierde comba en una de las temáticas más duras de todo el álbum.
LaBrie, Petrucci y, fundamentalmente, Rudess, están soberbios en “Out Of Reach”. Es cierto que, como balada, encierra poco misterio y menos emoción, pero instrumentalmente es bellísima y acierta a romper la recta final de un álbum como “Distance Over Time” que cierra de manera acertada con “Pale Blue Dot” y nuestra insignificancia en el cosmos; a la guitarra de Petrucci, hay que sumarle el excelente trabajo de Rudess, Myung y Mangini (lo siento, no puedo decir lo mismo de LaBrie), antes de “Viper King”, una canción de regalo, totalmente prescindible, que despega del resto del álbum y rompe, para mal, el clímax alcanzado por el emocionante final de “Pale Blue Dot” y la guitarra de Petrucci.
De toda la gente que, sabiendo de mi pasión por Dream Theater, me preguntó por la célebre entrevista que realizaron aquí en España, además de la vergüenza ajena que sentí por la oportunidad perdida de tener a Petrucci y LaBrie dispuestos a responder sobre “Distance Over Time”, convertidos en catadores de aguas municipales, por obra y gracia de un cómico sin excusa, me quedo con la perplejidad que afrontaron la chanza cuando este les dijo que Dream Theater hacían soft metal, demostrándome la enorme distancia que hay entre la realidad y ellos, ajenos a lo que el gran público percibe; pero dispuestos a darle al suyo lo que ha pedido. Ajenos a casi todo, pero conscientes del tiempo transcurrido entre "Images and Words" y el dinosaurio en el que parecen haberse convertido, así son Dream Theater ahora; incapaces de suspender, pero tampoco de progresar adecuadamente.
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