Es verdad que, a veces, debemos librarnos de esa visión nostálgica para poder juzgar, con algo de objetividad, obras que serían capaces de engañar al más avezado de los oyentes, como es en este caso que nos ocupa. Candlemass, los míticos y legendarios suecos para los que no es necesaria ninguna introducción porque cualquier amante de la música debería conocer, por lo menos, sus cuatro primeros discos (hasta “Tales of Creation” de 1989, sin olvidar sus tres trabajos de la última década, claro está), anunciaban el regreso de Johan Längqvist, aquel con el que grabaron el histórico “Epicus Doomicus Metallicus” (1986) y a punto estuvieron de repetir en “Chapter VI” (1992) como gran baza. Pero, no os engañaré, por mucho que en mi chupa lleve una insignia de su disco del 86, soy de los que defenderán a capa y espada a Mats Levén o Robert Lowe en ese maremágnum de vocalistas que Candlemass ha sufrido por lo que la presencia de Längqvist, en mi caso, más que un esperanzador aliciente, era tan sólo una noticia exótica de las muchas que nos toca vivir, como aficionados de la música y apasionados de los suecos y el doom en general. Así, con muchas dudas, comencé a degustar las noticias que de la banda y la grabación de “The Door To Doom” se filtraban; sus adelantos, sus fotos y la presencia del enorme Tony Iommi de Black Sabbath en lo que parecía que sería uno de los grandes discos del año, un regreso por todo lo alto.
Por suerte, esa templanza ha sido la que ha evitado que me emocione más de la cuenta o que, por el contrario, caiga en el abismo de la más absoluta de las desilusiones. “The Door To Doom” tiene mucho de los ingredientes que deberían abrirle la puerta a la posteridad; su sonido es sencillamente magnífico, la garganta de Längqvist ha envejecido con una dignidad y prestancia dignas de su tono de barítono, la formación con Björkman, Johansson, Edling y Lindh es la más estable de toda su carrera y sus múltiples cambios, hay una cohesión y un saber hacer fuera de toda duda en la mágica unión de guitarras, bajo y batería, y la estupenda forma en la que parecen encontrarse, las letras orbitan entorno al universo más puramente ‘candlemassiano’ y hasta la portada es una clara evocación de “Epicus Doomicus Metallicus”, como si hubiesen destapado el frasco de las esencias de todo aquello que hizo grande a su debut y supiesen cómo repetir la jugada. Pero, de todos los ingredientes, sabiamente mezclados y cocinados a fuego lento en el estudio, hay uno que se les ha olvidado y es el de la inspiración. Decir esto de Candlemass con Längqvist y un disco tan potente como “The Door To Doom” es todo un atrevimiento y casi una herejía por la que deberían quemarme en la hoguera pero la pura realidad es que “Psalms for the Dead” (2012), “Death Magic Doom” (2009) o “King of the Grey Islands” (2007), sin tener que viajar a los albores de su carrera, son infinitamente superiores a este, su último álbum. Sé que es especialmente difícil decir esto de Candlemass y un disco tan esperado, que suena con semejante contundencia, pero decir lo contrario sería mucho peor, sería engañar al lector de esta crítica.
“Splendor Demon Majesty” es la apertura mágica, capaz de invocar el espíritu de “The Door To Doom”, su pesadísimo y siniestro riff es puro Candlemass, un claro homenaje a sí mismos en un álbum en el que el único pecado del que se les puede acusar es el del auto-plagio y el excesivo cálculo por recuperar su propio ethos. “Splendor Demon Majesty” suena salvaje y épica, suena emocionante y vibrante, los coros se sienten algo forzados para un directo en el que, claramente, buscarán el apoyo del respetable pero, aún con un recurso tan obvio bajo la manga, la canción lo tiene casi todo mientras que “Under The Ocean” no termina de cuajar, menos aún estando hermanada con el single “Astorolus – the Great Octopus” y la presencia de ese verdadero genio que es Tony Iommi. Una canción casi perfecta en su ejecución y su riff principal, ese que parece funcionar como estribillo ante el único defecto de una canción que parece carecer de ellos pero no seré yo el que se queje de semejante matrimonio entre Candlemass e Iommi.
Es por eso que “Bridge Of The Blind” parece quedarse algo corta, como ocurría con “Under The Ocean”. Transmite desolación y posee algo de emoción pero no la suficiente para sobrevivir el envite de “Death’s Wheel” y un poderoso riff sobre el que Längqvist hace una de las mejores interpretaciones del disco. “Black Trinity”, aunque algo ´sabbathizada’, suena bien pero su problema es la falta de ideas; desde la letra a la melodía o sus estribillos, produciendo la sensación de haberla escucha con anterioridad en una segunda cara en la que “House Of Doom” no es capaz de lograr nuestro sobresalto y “The Omega Circle” cierra definitivamente el álbum, con la misma intensidad que uno se estira tras un bostezo y la poca originalidad de una banda que parece haber grabado estas canciones con la cabeza completamente puesta en la satisfacción de sus propios seguidores y que, tras su escucha, pocas son las que se quedan grabadas en la memoria de uno. Candlemass son y seguirán siendo eternos, más grandes que la vida y “The Door To Doom” es un buen disco, muy digno, pero no ese retorno memorable que muchos esperábamos y esa es la gran pena que tenemos que sobrellevar.
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