Suena el bajo de Carsten Schorn sobre la introducción de Hillrichs y las guitarras de Dieken y Lamberti juegan con la retroalimentación, mientras la voz de Raimund Ennenga nos susurra al oído, antes de tornarse más bronca. Y nosotros exhalamos todo el aire, en clara satisfacción, como si hubiésemos contenido la respiración durante años porque “Black Frost” está claro que no es “Opaque” (2013) pero suena tan puro y helador, tan tenebroso y oscuro que parezca que por las venas de los alemanes corra auténtica sangre noruega. Algo que nadie podrá negar es que “King Delusion” fue una de las grandes sorpresas del 2017, no porque la gente no esperase gran cosa de Nailed To Obscurity, sino porque aquel álbum confirmó que los alemanes habían llegado para quedarse tras un disco tan sólido como “Opaque”, firmando uno de los mejores títulos de aquel año. Pero también es innegable que aquel llevó a la banda a nuevos terrenos que parecen confirmarse aquí, en “Black Frost”, ya que tras “Opaque”, los de Ennenga parecen haber bajado la intensidad de su propuesta, la música de Nailed To Obscurity ya no suena tan dura, contundente, tan metal (por resistirme a escribir un calificativo tan rancio e inútil como ‘heavy’), para acariciar el rock más gótico, resultando un álbum que tiene más que ver con el doom británico que el death metal noreuropeo. Esto tampoco es algo que nos coja por sorpresa, no sólo porque fuese algo palpable en “King Delusion”, sino porque semejante acrobacia ya la han realizado otras bandas que, en su caso, podríamos llegar a considerar incluso seminales y que han terminado acercándose al progresivo más light o ñoño, tiñendo de melancolía sus canciones, olvidándose de la guturalidad y el movimiento gratuito de cervicales.
Con todo y volviendo a Nailed To Obscurity, la homónima “Black Frost” contiene esos contrastes que tanto me gustan y que sirven para aligerar el peso dramático de unos riffs majestuosos que si funcionan en su repetición es precisamente por Ennenga y su manera de alternar las dos voces. Las acústicas están magníficamente bien encajadas en la composición, como ese solo de guitarra, tanto Dieken como Lamberti están soberbios en su labor. Momentos de una crudeza atemperada, “Tears of the Eyeless”, a causa del exceso de azúcar en las voces, sin embargo, poseen suficientemente romanticismo en su instrumentación como para justificar cualquier concesión a las melodías más obvias que palidecen frente a la épica desgarradora de “The Aberrant Host” o el desarrollo de “Cipher” y su lento transitar entre el death y la nostalgia propia de unos lejanos Katatonia u Opeth (que siguen y seguirán siendo palabras mayores, antes de ser utilizados gratuitamente para cualquier comparación).
Pese a las grandes virtudes de un disco tan notable, están esos defectos que le alejan del sobresaliente; “Resonance”, y esa sensación de que algunas de las canciones de este “Black Frost” parecen no saber qué dirección tomar y terminan perdiéndose y acabando de la manera más inoportuna, diluyendo su impacto. Grandes momentos que se ven lastrados por un puente, una estrofa o unas dobles voces que no deberían estar ahí, por un riff que se repite hasta la extenuación o la inevitable sensación de que Raimund Ennenga luce majestuoso en las voces más guturales pero excesivamente meloso cuando forma parte de la sección coral o cuando prefiere jugar con la modulación y recorre las estrofas sin terminar de creerse Renkse o Keenan, “Road To Perdition”, sintiéndosele mucho más cómodo cuando se rasca la garganta y parece rugir, como la música parece pedirle en más de una ocasión y él ignorar.
Nailed To Obscurity siguen siendo una gran banda a tomar en cuenta, bendita la oscuridad que destila “Black Frost”, pero echo de menos aquella de “Opaque” o el trabajo sobre el papel de “King Delusion”. A veces, ser fiel a uno mismo y a su estilo, profundizar en él, puede ser la mejor dirección a tomar cuando uno no sabe cuál tomar…
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