A veces, el mundo parece dividirse en dos tipos de persona; aquellos que aman a Dylan y aquellos que no, los que ponen varias alarmas para despertarse y los que no, los que creen que la única tortilla de patatas válida es la que lleva cebolla y los que la odian y, en ultimísimo lugar; aquellos para los que Dave Grohl es el batería de Nirvana y esos otros para los que es el guitarrista y cantante de Foo Fighters. Todo depende del año en el que hayas nacido y el gusto, claro. En mi caso, disfruté de los noventa siendo adolescente y viví, como todos los que ahora tienen treinta y muchos, cuarenta o cuarenta y muchos, el terremoto que Nirvana supusieron, por supuesto, también su caída. Viví el primer disco de Foo Fighters y sus dos conciertos en España, viví las posteriores giras y Grohl, el simpático Grohl seguía siendo, para mí, el batería de Nirvana. Pero, por mucho que me cueste imaginármelo, sé que hay varias generaciones que cuando Cobain se descerrajó el famoso tiro en la cabeza, estaban de huevo en huevo. Chavales que han de conformarse con leer lo que todo aquello supuso, a través de Wikipedia, blogs como este, suposiciones y rumorología, para los que Grohl es el líder de Foo Fighters y Nirvana pertenecen, poco menos, que al Cretácico y, por otro lado, así está bien también…
La gran brecha generacional (en el universo musical de Grohl, claro está) llega cuando unos disfrutamos de Grohl en su justa medida y otros elevan a Dave a los altares. Cuando unos no soportamos su imagen de tipo auténtico y roquero, mientras otros se pegan atracones y sueñan con una barbacoa y un paquete de Bud’s helado en su compañía. Cuando justifican constantemente cualquier idea del que fuese nombrado Embajador de la Música para el Record Store Day, tocaba en un trono, sus barbacoas son anunciadas como una banda más en el Dimebash fest, quiere crear su propio festival, su propio día, graba documentales por doquier y, busques lo que busques en la red (Bowie, Queen, Nugent), aparece él mascando chicle con una camiseta de talla mediana, repartiendo sonrisas y haciéndote creer que no hay nadie más guay en el mundo y contándote la epifanía que supuso aquel artista para él, siempre él y su yo, siempre. Si la música alternativa surgió en los noventa, precisamente “como alternativa” al mainstream puro y duro, casi todas las estrellas de aquel firmamento han copiado o han elevado a la enésima potencia todo lo que detestaban y detestábamos de los grandes dinosaurios de la música, triste pero cierto...
Antes de ninguna queja, escribo todo esto para situar al lector en el contexto de la figura de Grohl; sus seguidores más fundamentalistas y esos otros más tibios que, pese a reconocerle el mérito, nos negamos a creernos la religión grohliana, con todas sus mentiras. Y en estas, llega “Play”, un proyecto en solitario en el que Grohl se multiplica y toca todos los instrumentos de una pieza de veintitrés minutos, titulada muy originalmente “Play”, en la que, además de rendir homenaje a algunos de sus ídolos musicales, demuestra la importancia de sentarse a tocar, tocar y tocar, encender el amplificador y olvidarse de todo. Conceptualmente, como ejercicio, es brillante, una llamada a la búsqueda de la inspiración picassiana por la cual las musas siempre han de pillarte trabajando, además de emocionante cuando uno es testigo del aprendizaje de los niños del colegio San Fernando Valley (California) pero suspende en la nota global. ¿Por qué?
La intencionalidad de “Play”, su objetivo, no está definido correctamente. ¿Es un documental? ¿Una ‘boutade’ de Grohl? ¿Qué es lo que pretende? Pero el mayor inconveniente que encuentro es que la pieza, en sus gloriosos veintitrés minutos de duración, es un auténtico horror. La pegada de Dave Grohl a la batería está fuera de toda duda pero su capacidad compositiva (lejos de los estribillos y los tres minutos) es limitada. Grohl -en el mejor de los casos- compone pegadizas canciones que beben del power-pop y el rock alternativo más tradicional e inofensivo, que él quiere revestir de una rabia punk moderada y de FM, de un heavy rancio en sus ‘tics’ de andar por casa que a veces también disfraza de rock americano de bajo octanaje en el que lo que mejor ha funcionado siempre ha sido precisamente su sentido del humor y esa sonrisa tan cargante, ese chicle a medio masticar en el carrillo y “a por la siguiente”. El mayor problema que tiene Dave Grohl para que el mundo entero, el universo, lo tome en serio es que deje de tomarse en serio a sí mismo y vuelva a componer canciones sencillas, tres quintas y a pasarlo bien, como cuando Foo Fighters sonaban frescos…
Y en “Play”, Grohl se toma más en serio que nadie. Los primeros minutos de su suite beben de Rush pero, conforme el minutaje corre, nos encontramos aparentes descartes de Foo Fighters, riffs e ideas que intenta articular de manera burda en donde no hay cohesión alguna, canciones unidas por un silencio o un acorde, por un ‘fill’ de batería o un horrendo teclado que se queda en último plano y es disimulado por la batería, el bajo y la guitarra. Momentos de vergüenza ajena, como cuando llega al clímax y lo soluciona marcando de nuevo su propia entrada con el ‘charles’ en un vano intento de crear una única pieza en la que nada parece encajar y todo suena tan forzado como la realidad de que no hay nada que la vertebre; una melodía o estructura que la justifique y nos guíe de la mano, como oyentes. Escuchar “Play” es escuchar un pastiche de bocetos de canciones que el autor (intentemos olvidarnos de quién es) pretende colarnos como una única composición y que, tras una escucha repetida, es incapaz de dejar poso alguno, más allá de la simple curiosidad para justificar el adjetivo de “buscador inquieto”, “adicto al trabajo”, “inclasificable” o “incansable” con el que muchos querrán calificarle como el músico de verdad que jamás será capaz de componer “La Villa Strangiato” o, en su defecto, una “Twelve-step Suite”.
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