Crítica: Bring Me The Horizon “amo”

Por primera vez en diez años, me he sentido completamente legitimado para escribir la crítica de un álbum porque, como Keanu Reeves interpretando a John Wick, he sentido el aliento de todos. En la película de Stahelski, convertida de fiasco comercial a auténtica obra de culto, el público es capaz de jalear con el puño y justificar la matanza perpetrada por Wick porque, por Dios, han matado a su perro (el que no lo entienda, no tiene alma). En “amo”, me sentía igual de arropado por miles de puños que clamaban sangre. Pero, en esta ocasión, sin saber muy bien el motivo, aún gustándome la sangre, tampoco entendía el ultraje. Me explico, Bring Me The Horizon llevan ya tiempo dando señales de agotamiento y Oli Sykes puede que sea uno de los tipos más intrascendentes y, sin embargo, odiados del mundo de la música si excluimos a Chad Kroeger de Nickelback. Su audiencia se ha fragmentado en más de una ocasión y ni siquiera aquellos chavales de dieciocho años que llevan escuchándolos “toda la vida”, ni esos reponedores y cajeros de supermercado con el hexagrama unicursal tatuado en su antebrazo son capaces de entender por qué Sykes les ha abandonado y ha ido perdiendo progresivamente tanta testosterona como credibilidad. Pero, pese a ello, tampoco entiendo lo gratuito del escarnio y tan sólo puedo entender que aquellos que esperaban algo más de agresividad, breakdowns y un poquito de metalcore, hayan salido decepcionados de “amo”. Un álbum que, no nos equivoquemos, tiene de trap las pintas de Sykes pero en sus ceros y unos tan sólo encontramos riffs de hace veinte años, electrónica petarda, una producción que huele a hule de plástico y papel de aluminio para el tinte (a manos de Oli y Jordan Fish) y tan moderno que cumple la máxima wildeana por la cual no hay nada tan peligroso como ser demasiado moderno porque uno corre el riesgo de quedarse súbitamente anticuado. De verdad, ¿alguien esperaba algo de Bring Me The Horizon a estas alturas?

Aquellos que querían denunciar a Coldplay por el uso de la figura geométrica, la flor de la vida, y pisotearon su mesa en los NME Awards ante la divertida mirada de un Chris Martin que no sabía y seguirá sin saber quiénes son Bring Me The Horizon, han decidido competir en la misma liga que ellos o Linkin Park. Pero el verdadero problema de “amo” no es el envoltorio, feo de por sí, sino la escasez de ideas, la poca calidad de sus composiciones y lo gratuito de su exceso de azúcar. Mientras tenemos que creer que Linkin Park llegaron a “One More Light” (2017) por una poco creíble y forzadísima evolución que les llevó diez años para borrar las huellas de quienes una vez fueron, en Bring Me The Horizon es verdaderamente chocante que en tan sólo tres discos hayan logrado semejante descalabro. Si “That's the Spirit” (2015) perdía fuerza tras “Sempiternal” (2013) hasta no parecer la misma banda que firmó “There Is a Hell, Believe Me I've Seen It. There Is a Heaven, Let's Keep It a Secret” (2010), “amo” parece la mayor trolleada de una banda, desde que Chester cantase “Heavy” con Kiiara y pone a tiro el inverosímil, pero completamente posible, fichaje de Sykes por parte de Shinoda, como ya se rumoreó en su momento.

Un disco que sólo puede justificarse desde la excusa de la innovación y la apertura musical, del ansia, del hambre por trascender cuando sólo enmascara la de vender. “i apologise if you feel something” y su absurdísimo comienzo, es el ‘glorioso’ mestizaje entre Bon Iver y Justin Bieber, mientras “MANTRA” es tan innovadora pudiendo haber sonado hace veinte años durante la fiebre del nu-metal y nadie habría arqueado la ceja. Sykes parece haber olvidado cómo forzar su garganta, la pasión hace mucho que desapareció -si es que alguna vez fue auténtica- y “nihilist blues” con Grimes, en efecto, suena al remix de “Never Go Back” de Evanescence.

Que Dani Filth participe en “wonderful life” no es nada tan incomprensible, a la guitarra de “Frantic” hay que añadirle que el gañido de Filth está ausente y la sección rítmica de Kean y Nicholls es propia de Limp Bizkit, pero a Filth le divierten estas cosas y supuestamente atraen la atención a su banda. La intrascendencia de “ouch” opaca una introducción que no es más que una mala versión del trip-hop de finales de los noventa, pero parecía sensiblemente mejor hasta que uno se percata que son tres minutos de pura absurdez. El ‘dramón’ de la separación de Sykes con Hannah Snowdon vuelve a aparecer en “medicine” pero no hay carga de profundidad alguna e incluso aquellas canciones, quizá más duras, como "sugar honey ice and tea" son de risa, como cuando en “why you gotta kick me when i'm down?” la base electrónica suena incluso más alta que Oli en la mezcla. Por no mencionar, el tono de llamada que es “fresh bruises”, tres minutos de interludio que, sin duda, acabará con el último fan de Bring Me The Horizon sobre la tierra.

Todo ello convierte a “mother tongue” en el single que nunca debería haber sido, algo parecido a lo que ocurre con “MANTRA”. Que nadie me malinterprete, la canción es abominable y la manera de cantar de Oli es irritante; podría haber sido firmada por Coldplay, pero su estribillo es pegadizo, como el riff de “heavy metal” con Rahzel, la única en la que Oli gritará, eso sí, completamente procesado en estudio, antes de una canción como “i don't know what to say” que resume perfectamente la cara de póker de muchos de sus seguidores. Y es que, en caso de desastre nuclear, ya sabemos; sólo sobrevivirá Keith Richards, las cucarachas y los sótanos de Sykes repletos de copias de “amo”.


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