"Servitude" de THE BLACK DAHLIA MURDER

La banda supera su luto y regresa con un gran disco como es "Servitude", que sirve como punto de inflexión

"Opera" de FLESHGOD APOCALYPSE, fusionando el death metal con la lírica

El regreso de Paoli nos trae un álbum tan excesivo como delicioso por parte de italianos

"Schizophrenia" de CAVALERA

Los hermanos siguen emulando, con éxito, a Taylor Swift con sus "Cavalera's Version"

Crítica: Borknagar "True North"

A veces siento que Internet está repleta de “gatillos fáciles” que emiten su opinión nada más publicarse un álbum; que encumbran como obras maestras cuando ni siquiera los han terminado de escuchar o, por el contrario, defenestran sin haberles dado su oportunidad. En un mundo devorador de novedades, en el que la democratización cultural ha traído los barros de la democratización en la opinión y chavales de apenas veinte años defienden su palabra por el mal entendido derecho a opinar (lo que no incluye que tengan razón y, cuando es así, es una verdadera tómbola), reclamo mi humilde derecho a -como me ha ocurrido con Borknagar- disfrutar de los discos dándoles su tiempo; escuchando sus canciones con tranquilidad, evitado el tan famoso ‘hype’, sin prisas por obtener las visitas de la novedad, pero asegurándome no meter la pata por culpa de la celeridad.

Los noruegos, en efecto, han firmado un grandísimo disco, a la altura de "Empiricism" (2001) o "Quintessence" (2000) pero no de su homónimo debut, “Borknagar” (1996) o "The Olden Domain" (1997). ¿Quiere decir que estoy criticando negativamente a “True North”? Para nada, quiere decir que, siendo un álbum notable, tiene pequeños puntos que -en mi modesta opinión y tras haberlo escuchado decenas de veces desde su publicación y conociendo la discografía de los de Bergen- posee grandes momentos pero también algunos puntos que lo alejan del sobresaliente, de la categoría de “obra maestra” con la que muchos -seguramente conocedores universales de toda la música publicada, de todos los géneros y épocas- lo han tildado apresuradamente a las pocas horas de su publicación. Y ahora soy yo el que te hace una pregunta, amado lector; ¿crees que es posible escuchar y digerir un álbum de más de una hora, con canciones de entre seis y diez minutos, a los pocos minutos de haberse filtrado? ¿Que esos que hoy escuchan Borknagar y mañana están a otra cosa, han podido profundizar demasiado en los secretos de “True North”? Por supuesto que no, o servidor -por lo menos- no posee semejante capacidad. He tardado en devorar “True North”, tanto como “Ghosteen” de Nick Cave y no me siento mal por ello, ha sido todo un festín…

Primero, la marcha de Vintersorg (Andreas Hedlund, para los amigos) y el batería Baard Kolstad, tomando el micrófono principal ICS Vortex (Simen Hestnæs) y Bjørn Dugstad Rønnow la labor tras los parches desde 2018, además de la incorporación de Jostein Thomassen (Ex-Mortiis, entre muchos otros). ¿Afecta todo esto a la banda? Seguramente sí pero no para los oyentes, que seguimos percibiendo el clásico sonido recargado y rico en matices de Borknagar, en un trabajo en el que se nota la mano de Jens Bogren -como no podía ser de otra forma- y al que, al contrario que muchos otros que lo han elogiado, no le habría venido nada mal un poco de contención en el minutaje, un recortito aquí y allá, no porque las canciones no funcionen sino porque hay algunos momentos en los que son alargadas innecesariamente y el propio orden del álbum no ayuda a facilitar su fácil digestión. Todo lo contrario que sus melodías; no es que sea un álbum plenamente melódico o sea culpa de Vortex y la salida de puntillas de Hedlung, sino que hay canciones en las que se abusa de ese edulcoramiento, mágico a veces, otras convirtiendo el clásico diálogo vocal de Borknagar en algo menos espectacular y más lineal.

Por ejemplo, “Tunderous” es una maravilla en sus ocho minutos en los que hay un poco de todo; desde el metal vikingo más domesticado de Enslaved a los momentos más gélidos y clásicos del black, bajadas de tempo y valles en los que hay épica y levantamientos, guitarras más propias del hard que de cualquier banda noruega y pasajes repletos de calma, de buen saber hacer, de crescendos calculados con milimétrica precisión pero, como aseguraba líneas arriba, dobles voces excesivamente altas en su tono y jugando con las armonías de manera bella pero difícil de asimilar en un disco de estas características, cuando no hay contrapunto. “Up-North” es uno de los grandes momentos instrumentales de “True North”. ¿Qué pasaría si cruzásemos a Deep Purple con Enslaved? La respuesta es “Up-North”, pena es el tratamiento de las voces (más cercano a Michael Poulsen -tal y como lo lees- que a Grutle Kjellson y eso duele demasiado, por mucho que Nedland juegue a ser Jon Lord y lo logre por momentos.

“The Fire That Burns” es una pequeña sorpresa cuando creíamos que “True North” se rendía, jugando durante seis minutos y medio con diferentes estados de ánimo (de la rabia a la ensimismación, de la contemplación a la ira y el levantamiento, al recogimiento buscado, a la soledad y a la frialdad cortante de la desesperación) en una primera cara cuyas genialidades, aparte de “Thunderous”, son “Lights” y "Wild Father's Heart" en la que logran la unión entre la banda de Kjellson e Insomnium, en la que fusionan la melancolía de estos con el folk noruego y un magnífico solo con la que afrontan la recta final del relato épico de "Wild Father's Heart". Pero los defectos comienzan a pronunciarse en su segunda cara con “Mount Rapture” que, a pesar del trabajo de Nedland, no parece sentirse parte de “True North” y el fraseo de Vortex, además del tono, se siente demasiado parecido (cuando es rasgado) al de Jon Nödtveidt en "Reinkaos" (2006) de Dissection, y las dobles voces melódicas vuelven a tornarse en emopacho, como “Into The White” es un autoplagio y parece tomar elementos de “Lights” y la final “Tidal”, queridos míos, termina por romper por completo el ritmo de “True North” con sus diez innecesarios (ahora sí) minutos en los que Borknagar parecen perder precisamente el norte y hay momentos en los que no saben por dónde tirar (alrededor del sexto), para cerrar el álbum con la preciosa y, esta vez sí, acertada “Voices” y que no sólo es de lo mejor de “True North” sino de toda su carrera (cuesta olvidarse de su melodía y bonita letra), por mucho que me cueste reconocerlo.

Luces y sombras que no empañan su escucha y de las que, extrayendo aquellos momentos más luminosos, se puede concluir que Borknagar están en un excelente e inspirado momento pero, basándonos en los traspiés, “True North” no puede ser la obra capital que muchos claman pero que, seguramente, no habrán vuelto a escuchar tras escribir su correspondiente crítica.


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Crítica: Suldusk "Lunar Falls"

Los que me conocen saben que no nací escuchando a Mayhem, rezando a Mastodon o Neurosis, creyéndome Satyr (por poner algunos ejemplos, aunque tampoco me importaría imaginarme como Gaahl, bebiendo una copa de vino mientras disfruto de un buen desangre), y si mi formación musical comenzó por la música clásica y lo que se escuchaba en mi casa (que, afortunadamente, era pop y rock de los sesenta y setenta pero también canción francesa) quizá nunca habría terminado surcando las peligrosas aguas del pop y, si no llega a ser por el rock y el metal de los noventa, habría acabado escribiendo sobre Delorean o Lori Meyers (con todos mis respetos hacia ellos y sus públicos) en otra web muy diferente. Pero, yendo al grano, si acudí a la oscuridad del black metal fue porque, desde bien pronto, entendí que la honestidad estaba en el circuito más underground, en aquellos artistas que mantenían sus trabajos para poder vivir y dedicaban su tiempo libre y dinero en subirse a un escenario y publicar limitadísimos discos. Poco sabía, por aquel entonces, que le quedaban los días contados a un subgénero que, a golpe de meme e Instagram, se ha convertido en uno de los más lucrativos de la escena actual y, mientras el mismísimo Satyr disfruta con sus propias bodegas y probando coches de lujo, Abbath es exprimido en los escenarios, Nergal obtiene más likes en sus redes sociales que muchos artistas pop y, paradójicamente, Mayhem venden más que nunca, mientras la maquinaría de Darkthrone sigue viento en popa y Varg Vikernes -ahora, justo ahora, no me digan que no es cómico- es censurado en YouTube, ver para creer…

Pero el caso y no quiero perderme en divertidas elucubraciones sobre el lamentable estado del indie nacional y lo rentable del metal actual, es que acudí al black metal y todos sus subgéneros en busca de algo de esa oscuridad (“ash nazg thrakatulûk agh burzum-ishi krimpatul”) que también buscó Varg, ante la desmesurada luz de la música mainstream y, si en algún momento se ha perdido algo de esa penumbra, es con música como la de “Lunar Falls” que recupero la fe. Suldusk no es más que el proyecto de la australiana Emily Highfield (no, no esperes a una cantante de pop frustrada -como Myrkur- con Ulver detrás) que honra la memoria de la tristemente fallecida Aleah Stanbridge (Trees Of Eternity, también pareja de Juha Raivio, Swallow The Sun) y ha facturado un bellísimo álbum que vibra entre la sensibilidad aplastante de Stanbridge, la suya propia y el black, la suntuosa melancolía de Trees Of Eternity y la delicadeza; si hace unos días publicábamos nuestra crítica de Chelsea Wolfe, Suldusk ha publicado el álbum que a la californiana le habría gustado grabar, “Lunar Falls” es inquietante, es hermoso, es veneno inoculado lentamente en tus venas, es… puro.

Lo curioso del álbum es que todo resulta familiar, ni la portada es un dechado de originalidad, ni la introducción (“Eleos”) es plenamente genuina, tampoco “The Elm”, que no es más que una adaptación de “Sinking Ships” de Trees Of Eternity pero todo funciona y desde esa introducción y “Souls Ipse”, Highfield nos agarra por el cuello y nos sumerge en el río con ella -como Ofelia, como Virginia- en una especie de ritual, acústicas, un rumor y un estallido; la épica del black, la frialdad de su voz, las dobles voces celtas, las guitarras con delay, el toquecito justo de shoegaze, el momento post para hundirnos en las frías aguas de la noche, el pegadizo estribillo ritual; la delicada tonada de “The Elm”, su unión con “Aphasia” y la malsana sensación de que algo va a ocurrir y la calma penetrante pero también acechante de “Three Rivers”. Consecuente es el interludio “Autumnal Resolve” porque no sobra, no es relleno, y la precisión cortándonos el alma en “Catacombs”, haciéndonos suyos por la eternidad, hasta “Nazare” y “Drogue” en la que confirmamos que la voz de Highfield es un diamante hasta el cierre ceremonial en ese rasgado de guitarra más propio de Elliott Smith y sus baladas de madrugada que de cualquier álbum de metal.

Highfield asegura estar trabajando ya en su segundo álbum y no puedo sentirme más que afortunado por haberla descubierto con su debut. Ahora que Anathema se han convertido en todo aquello que no querían, Myrkur podría aparecer en la próxima campaña de Bershka y se venden sudaderas con tipografía blacker en Zara, doy las gracias por haberme topado con “Lunar Falls”, la honestidad sigue residiendo en el circuito más underground, desde luego que sí…

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Crítica: Chelsea Wolfe "Birth of Violence"

Siempre me ha parecido que hay un tipo de lector, un tipo de oyente, que presta demasiada atención a las calificaciones y suele responder a esa clase de personas para los que no hay un término medio; “me gusta, no me gusta, es bueno o es malo”. Y la vida, queridos míos, se mueve en aguas tibias. Tal es el caso de Chelsea Wolfe y este "Birth of Violence", que llevo escuchando ya dos meses y del que creo que, humildemente, ya puedo escribir sin temor a equivocarme. El regreso a su faceta más acústica me parece un movimiento inteligente (no esperaba menos de ella), tras discos como “Hiss Spun” (2017), la obra maestra que es “Abyss” (2015) y “Pain Is Beauty” (2013) y que podríamos considerar una suerte de trilogía (mejor, triada) que comenzaba con la electrónica minimalista de “Pain Is Beauty”, para coquetear con el monstruoso industrial de “Abyss” y llegar al feísmo sonoro de “Hiss Spun”, con lo que este regreso a la desnudez del formato acústico es más que agradecido tras la sensación que producía la obra de Wolfe y ese “ya no hay más fondo al que llegar, sin caer en la caricatura” que transmitía ese callejón sin salida de “Hiss Spun”. Como todo, era una simple sensación, Wolfe podría haber continuado afincada en el ruidismo, hacia la deconstrucción de canciones excelentemente compuestas pero desmembradas por capas de distorsión y disonancias, el éxito habría estado asegurado y el sector más esnob, más que complacido. Pero, quizá por deformación, que a Wolfe siempre la he asociado a una de mis musas, PJ Harvey, y mi querida Polly Jean nunca habría continuado por el mismo camino y es que, Chelsea Joy Wolfe, siguiendo los pasos de la inglesa, ha decidido salirse por la tangente. Bien por ella…

Es ese mismo lector que mencionaba al comienzo de este texto el que creerá que por tratarse de un disco acústico, nos estamos refiriendo a un disco plano, crudo y poco producido, básico en su acepción, cuando no es el caso. "Birth of Violence" no resulta exuberante en sus arreglos pero tampoco simple, está exquisitamente producido y demuestra que Chelsea Wolfe es la misma gran compositora de siempre, aún con acústicas y unos arreglos tan deliciosos como para no sentirse y no empachar. ¿Y la nota? Es sencillo, olvídate de ella pero, si no puedes, accederé con gusto a explicártela; “Hiss Spun” es notable, “Abyss” sobresaliente, “Pain Is Beauty” notable, como toda su carrera desde "Ἀποκάλυψις" (2011) y, aunque "Birth of Violence" es un buen disco, no llega a las cotas de los mencionados pero tampoco sus comienzos zozobrantes de "Mistake in Parting" (2006) o “Soundtrack VHS/Gold” (2010) y ese remozado “Soundtrack VHS II [remixes]” (2010).

Es fácil escuchar "The Mother Road" y sentir algo de alivio al no tener que enfrentarse uno a una versión más retorcida de “Hiss Spun”, recordar a Polly Jean con "American Darkness" o conmoverse con su voz en la propia “Birth Of Violence”. "Deranged for Rock And Roll" contiene la suficiente oscuridad como para asegurarnos algo de ese recogimiento entre el lirismo de su voz y la reverberación de la percusión, ese mismo lirismo que sostiene “Be All Things” y que, si al llegar a “Erde” echamos de menos, es porque “Birth Of Violence” contiene la tensión y la violencia pero en dosis tan pequeñas y de calma chicha que cuando aparece algo de distorsión, en forma de tormenta eléctrica, es hasta motivo de júbilo par sacarnos del sopor de la plácida duermevela.

Pena por los cartuchos malgastados, "When Anger Turns to Honey", que parece prometer más de lo que finalmente ofrece tras esa estupenda introducción, en una segunda cara en la que, aparentemente, Wolfe prefiere haber situado aquellas más accesibles en la primera; "Dirt Universe" posee “el momento Kate Bush” tan buscado, como “Little Grave” sonaría brutal en la voz de Beth Gibbons, lo mismo que “Highway”. Para un álbum que termina muriendo lentamente y sin armar mucho escándalo con "Preface to a Dream Play" y la mencionada “Highway”. Como experiencia sonora, situar el pasaje sonoro de “The Storm” es acertado por la línea estética con su portada y las canciones contenidas, pero remata un álbum con tan sólo once canciones en las que se constata el talento de Chelsea Wolfe pero acrecienta las diferencias entre ella y esa auténtica diosa que es y seguirá siendo PJ Harvey cuando Wolfe comienza cantando; “I took the mother road. Down to goddess flesh…” y cualquier oyente avezado querrá escuchar la rima; “I lost my heart. Under the bridge…”. Buen disco, interesante, como todo lo que crea Wolfe, y el paso lógico tras la experimentación, pero tibio; como la vida misma…

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Crítica: Blut Aus Nord "Hallucinogen"

Para todos aquellos que se preguntaban qué me había parecido “Deus Salutis Meæ” (2017), debo reconocer que las bondades que vi en "Codex Obscura Nomina" (2016) no se tradujeron en aquel álbum y gustándome "Memoria Vetusta III: Saturnian Poetry" (2014), no llegaba, lógicamente, a las cotas de "Memoria Vetusta II: Dialogue With the Stars" (2009), mientras el nombre de los franceses comenzaba a ser habitual entre propios y extraño gracias al “boca a boca” y la prensa más tontorrona, que ensalzaban a Blut Aus Nord y, claro, a Deathspell Omega. Así, creí entender que necesitaba unas pequeñas vacaciones del mundo del avant-garde del metal o, por lo menos, hasta que Blut Aus Nord dejasen de mirarse el ombligo y satisfacer al fan gafapasta del metal que cada vez es más habitual en un subgénero con tendencia a la intelectualización, cuando lo que debe es remover las tripas. Pero, sorpresas te da el metal, que los franceses parecen haber abandonado la trilogía industrial por la que han atravesado y, regresando al black metal más tradicional, insuflarlo de emoción y teñirlo de gaze. No cuesta escuchar "Nomos Nebuleam"y creer que en la melancolía de las guitarras hay un puntito de Alcest, no porque Blut Aus Nord estén copiando a Neige (no les hace falta), con una discografía tan variada como la que poseen, en la cual parecen ser capaces de dominar casi cualquier registro, sino porque los trémolos se empapan de delays y reverb en una suerte de blackgaze acelerado que evoca a los creadores del bello y reciente "Spiritual Instinct" (sigo considerándolo uno de los discos de este año).

Sin embargo, Blu Aus Nord, parecen utilizar la voz como recurso y no como expresión, esta aparece insospechadamente baja en la mezcla, tanto que hay que entender que es algo premeditado para crear emoción y no para que sea el habitual hilo conductor. Mientras que en “Nomos Nebuleam” rozan brillantemente el ensimismamiento, en “Nebeleste” atacan el black más tradicional en el que, pese a ello, no hay ni rastro de gruñido disonante alguno y, tras el crudísimo riff, son esas voces etéreas -a veces, corales- las que mantienen el toque alucinógeno al que hacen referencia en esa portada en la que parecen proponernos subir al cielo lovecraftiano, del que caen colores, trepando por ese estramonio apocalíptico, dibujado por Dehn Sora. Pero quizá la gracia alcanzada por Blut Aus Nord es que, en su regreso a terrenos más familiares por cualquier aficionado al black, “Hallucinogen” se siente como un avance; “Sybelius” y sus épicas guitarras, sus sentimentales solos sobre los crudos riffs, o las constantes arremetidas en “Anthosmos”, parecen querer explorar el vasto terreno olvidado por cientos de bandas que han creído encontrar la piedra filosofal en el mestizaje del shoegaze y el black, ese subgénero parasitario, capaz de infectar cualquier otro y transmitir toda su negrura.

Es por eso que “Mahagma” o “Cosma Procyiris”, en menor medida, harán las delicias de cualquier amante del black metal, mientras que a ese cielo del de Providence, los franceses parecen llegar cuando se libran de los férreos postulados y abrazan la improvisación, cuando las guitarras parecen rozar la psicodelia y solear, cuando Blut Aus Nord se pierden en lo que la canción requiere, independientemente de adónde los lleve en los casi cincuenta minutos de duración de “Hallucinogen” que confirman que, en efecto, este año ha sido tan próspero para la música, como cualquiera de los ochenta o noventa. Resulta emocionante que Blut Aus Nord hayan cambiado todo para no cambiar nada, uno de esos giros lampedusianos por los que he amado tanto la obra de los franceses y que augura la apertura de otra brillante época, dejando atrás los toques electrónicos, industriales, para abrazar, otra vez, el black y abrirnos de nuevo la mente a otros mundos.


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Crítica: Wilderun "Veil Of Imagination"

Estoy convencido de que llegará un día en el que les digamos a nuestros nietos; “ya no se hace música como la de antes”, cumpliendo la misma maldición que nuestros padres, cuando escuchan nuestra música (aunque no sea mi caso y le deba todo a ellos) y espero que alguno de mis nietos (o mi futura y díscola nieta, con querencia por el metal y el prog de los años 20 o 30), aparezcan con vinilos extraños para sus amigos, pero de culto para su abuelo, como es este "Veil of Imagination" (2019) en el que la banda de Boston, que ya nos sorprendió con "Olden Tales And Deathly Trails" (2012) y redondeó su apuesta con "Sleep at the Edge of the Earth" (2015), no sólo ha grabado un enorme disco de metal sino quizá la mezcla casi definitiva entre death, progresivo y folk; como si los antiguos Opeth se hubiesen fusionado con Symphony X, Heidevolk o Turisas y sí, también un poquito de Pink Floyd porque tanta elegancia no procede de los finlandeses maquillados de rojo y negro, mientras el folk metal de garrafón tiende hacia el esperpento (y no me refiero precisamente a Turisas pero sí a muchas bandas del mismo palo), Wilderun lo dignifican sin caer en el dramatismo y lejos de la caricatura.

Producido por Andrew Greacen y Justin Spaulding, el quinteto de Boston ha decidido expandir sus horizontes y, bajo la bonita y colorista portada de Adrian Cox, comienzan a tallar en piedra su camino hacia la gloria con catorce minutos, "The Unimaginable Zero Summer", que comienzan con una introducción hablada y algunas de las guitarras acústicas más bellas grabadas en los últimos años. Sabemos por Mikael Åkerfeldt que disfruta con las largas introducciones acústicas de Opeth y esta hará las delicias del sueco; su unión con los arreglos de cuerda de Wayne Ingram y la voz de Evan Anderson Berry son oro puro, más cuando el paso al death es tan orgánico y fluido, del angelical coro al machacón ritmo de Jonathan Teachey, sin perder ni un ápice de melodía. Como llamativo es el auténticamente brutal cambio de registro de Evan, recordándonos a un Åkerfeldt -sí, de nuevo- más bronco, más grueso, cuando hace sonar su garganta con guturales pero es lo suficientemente versátil como para cambiar a las voces melódicas en la siguiente estrofa, los coros se engolan -adquieren una majestuosidad pocas veces escuchada en un disco de death (porque esto es un disco de death, a pesar de que la etiqueta se le quede pequeña)- y cuando Teachey aprieta el doble bombo es justo cuando llegamos al clímax y nos premian con cinco hermosos minutos que incluyen una sensible coda final, puro arte para almas receptivas…

“O Resolution!” es tan exuberante que cuesta escuchar algo parecido en el panorama actual, los arreglos son bellos y protagonistas de la melodía, pero no comen espacio al resto de instrumentos, ni les restan potencia a las guitarras de Gettler. Los coros vuelven a ser tan rimbombantes como en “The Unimaginable Zero Summer" pero es más inmediata y si algo puede sobresalir en tal frenesí musical es precisamente el trabajo de Gettler, digno de un gigante. La transición a "Sleeping Ambassadors of the Sun" es de matrícula de honor, mantiene la tensión y nos lleva a otros mundos, al escucharla siento que las piezas del puzle encajan a la perfección, que estoy escuchando una larga suite unida por varios movimientos pero, en definitiva, una única pieza. "Sleeping Ambassadors of the Sun" transmite pura calma, a excepción del cuerpo central (de nuevo puro death), y un broche de oro entre más y más coros, y el bonito piano de Müller abriendo “Scentless Core (Budding)” en la que hay tanta ternura como exaltación en esos segundos de auténtica subida, para volver a caer en las profundidades de su bonito hilo conductor.

Sabedores de ello, reaparecen exultantes en “Far from Where Dreams Unfurl” sonando más que nunca a esa curiosa mezcla entre Opeth y Turisas, hasta "Scentless Core (Fading)", que no es más que un interludio hasta “The Tyranny of Imagination” en la que, sin demasiadas novedades, parecen aunar todos los elementos de este "Veil of Imagination" y conducirnos a un final épico en el que no faltan tampoco los arreglos de instrumentos de metal o ese final tan bonito como es "When the Fire and the Rose Were One", casi doce minutos orgásmicos en los que hay tanto death como maestría de los setenta y cierra con la introducción de "The Unimaginable Zero Summer".

Wilderun lo han vuelto a hacer, pero logrando la cacareada cuadratura del círculo, perfeccionando su propuesta en equilibrio con una gran composición, originalidad, genialidad instrumental y buen gusto. La próxima vez que alguien te diga que ya no se hace música como la de antes, mírale con cierta condescendencia; sí se hace, lo que ocurre es que ahora todo el esfuerzo por el descubrimiento recae plenamente en el oyente -no esperes escuchar ninguna de las canciones de este "Veil of Imagination" en la radio o leer sobre ellos en esos blogs que buscan el favor- pero quizá por eso, es aún más satisfactorio encontrar joyas de este calibre...

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Crítica: Abigail Williams "Walk Beyond The Dark"

A veces, comienzo a escribir la crítica de un disco que me ha impactado (para bien o para mal) y tengo la vaga esperanza de que el lector busque tras ella; se interese y descubra nueva música o, la mayor de las veces, asienta con la cabeza y conectemos, se ría de los malísimos textos musicales que pueblan Internet y el mundo del metal en particular (donde todo es brutal y debe estar relacionado con una mano cornuda) o, en el mejor de los casos, pille alguna de esas referencias internas y opacas con las que tanto disfruto salpimentando lo que escribo. Es por eso que, a veces, cuando conozco a quien lee esta humilde página web, me hace tan feliz que me digan “descubrí a tal banda por vosotros, recuerdo una crítica que me marcó, me reí mucho con una frase” o mucho mejor; “vuestras críticas son diferentes”. Abigail Williams te sonarán si viviste en Salem, allá por el siglo XVII, y disfrutabas quemando vivas a mujeres acusadas de brujería (cuando el #MeToo todavía no existía y era prácticamente imposible quemar brujos, no solamente por una cuestión léxica), disfrutas de Cuarto Milenio (como también es mi caso) o, más posiblemente, si lees nuestra web. Descubrí su música con “Becoming” (2012) y visité su discografía, escuchando “In the Shadow of a Thousand Suns” (2008) y “In the Absence of Light” (2010) pero la nueva música se demoró y pensé que Abigail Williams y su principal hacedor, Ken Sorceron, haciendo gala de su nombre artístico, había desaparecido como aquella mujer de hace cuatro siglos.

Sorpresas te da la vida y Sorceron publicó "The Accuser" (2015), que parecía su mejor álbum hasta la fecha y, de nuevo, cuatro años sin saber de él y su música hasta este “Walk Beyond the Dark" (2019) que sí puedo afirmar es su mejor álbum, superior a “The Accuser”, “Becoming” (2012) y también “In The Shadow of a Thousand Suns” (2008). Quizá porque lo que hace grande a Abigail Williams (que, como habrás podido intuir, toma el nombre de la legendaria y misteriosa mujer que fue acusada en Salem y pareció ser tragada por la tierra, seguramente para acabar apareciendo, por sorpresa, en la portada del primer álbum de Black Sabbath en 1970) son sus contrastes, en este álbum muestra su clásica crudeza heredera del mejor black metal, pero también la melancolía, el refinado gusto por el ‘down tempo’ y las atmósferas tras las aceleradas descargas de rabia, la sensibilidad tras el mazazo, la bajada a los infiernos y el otoñal paseo por el bosque en el que seguramente mueras desangrado, no es de extrañar que algunos de los mejores discos de black metal se hagan a miles de kilómetros de la fría Noruega y tres décadas después del auge del subgénero, por tipos que -como Wes de Leviathan, Scott Conner de Xasthur o Austin de Panopticon- prefieren trabajar en las sombras, desde la soledad de sus hogares.

Y, sin embargo, “I Will Depart” suena tan heladora, tan agresiva y cortante, tan crujiente en su voz, como cualquier canción grabada en Bergen. Pero hay una diferencia, Sorceron invoca a la melodía y esta acude presta a su cita, las guitarras aúllan en su segunda mitad y a los cuatro minutos parecemos estar asistiendo a una nueva composición, todo tan brillantemente tejido que toca el black progresivo de alturas, todo tan bien compuesto que los dos últimos minutos derrochan emoción. Su enlace con “Sun And Moon” es magistral, el manejo de la épica y las dobles voces es sobresaliente, tanto que parece imposible que no estemos hablando de una banda ya consolidada porque, como bien intuirás; Abigail Williams es el proyecto de Ken Sorceron y no tiene una formación fija, no hay esa posible cohesión entre miembros. Desesperación hasta “Ever So Bold” en la que constantes arremetidas de rabia son ejecutadas con rapidísimos trémolos con los que afilar nuestros sentimientos, mientras los once minutos de “Black Waves” y su atmosférica introducción tejen una canción tan melancólica y bonita, tan emocionante, que pasan en un santiamén (¿se puede escribir tal expresión en la crítica de un disco de black sin que a Euronymous le sangren los ojos?). “Into The Sleep” y “Born Of Nothing” forman una salvaje dupla que avergüenza a muchas bandas ya consolidadas del género y nos conducen a un final, como es “The Final Failure”, en el que Sorceron parece haberse guardado el as en la manga con una composición tan bonita como compleja, que derrocha sensibilidad y genio compositivo en cada uno de sus minutos; desde los arreglos de cuerda al solo de guitarras, desde los obsesivos riffs o los agudos ‘fills’ hasta, por supuesto, sus chirriantes gañidos.

No puedo decir que sea el mejor álbum de metal del año porque ha habido grandísimos títulos a lo largo de un 2019 que ha sido tan fértil como el mejor de los noventa, pero tengo muy claro que Abigail Williams, Ken Sorceron, han grabado un grandísimo álbum bajo la bellísima portada de, una vez más, Mariusz Lewandowski. Todo encaja, amigos míos…

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Crónica: Ghost (Madrid) 11.12.2019

SETLIST: Rats/ Absolution/ Faith/ Mary on a Cross/ Devil Church/ Cirice/ Miasma/ Ghuleh/Zombie Queen/ Helvetesfönster/ Spirit/ From the Pinnacle to the Pit/ Ritual/ Satan Prayer/ Year Zero/ Spöksonat / He Is/ Mummy Dust/ Kiss the Go-Goat/ Dance Macabre/ Square Hammer/

Ghost son una de esas bandas por las que uno siente ese pequeño sentimiento de pertenencia, pero también síntoma de debilidad. Si me limitase a escribir sobre ellos de la misma forma que lo hacen otras webs que todos conocemos, poner la directa y a volar, la experiencia resultaría mucho más sencilla tanto para mí, como para el que lee estas líneas, pero siendo Ghost, resulta muy difícil escribir en automático y no hacer algo más personal con lo que disfrutar. Los descubrí con "Opus Eponymous" (2010) y no porque sea más auténtico que nadie sino, simple y llanamente, porque un año antes se anunció su presencia en el ya extinto festival noruego Hole in the Sky en su edición de 2011 y el peregrinaje a aquel era cita obligada para todo amante del black, imagino también que poco o nada sabía la organización sobre Ghost para ser confirmados en un festival así, en un entorno tan fundamentalista, ocho años antes de que grabasen una canción tan descacharrante como “Dance Macabre”. Los disfruté en aquella gira y por partida triple en "Infestissumam" (2013), además de conocerlos, hasta su coronación con "Meliora" (2015) -también tres veces en aquella gira- hasta "Prequelle" (2018) y si disfruté también de su actuación con Metallica es porque salieron a por todas y Forge, sabedor de la oportunidad, saltó al escenario derrochando ilusión; exactamente igual que en estas dos últimas fechas españolas en las que, sin embargo, no he sentido lo mismo.

Ver a Tribulation en directo es una maravilla y así lleva siendo años, la banda de Johannes Andersson está en auténtico estado de gracia y no sólo lo ha vuelto a hacer en el estudio con “Down Below” (2018) sino que conservan toda la magia en directo. Abrieron con “Nightbound” y esa guitarra heredera de todo el pop gótico de los ochenta, para teñirse de hard rock y llevarnos a su mundo con “Melancholia”. Su delgadísima estampa sobre el escenario, las luces verdosas y el humo, la voz bronca de Andersson y las guitarras de Zaars y Hultén sonaron repletas de encanto, en un repertorio con canciones como “The Lament” o “The World”, todas de “Down Below” (a excepción, claro, de “Melancholia”), metiéndonos de lleno en su mundo, “Cries From the Underworld”, para despedirse con “Children Of The Night” y dos de sus mejores bazas; “The Motherhood of God” y esa que también sintetiza a la perfección el alma de la banda, “Strange Gateways Beckon”, y su emocionante introducción. Curioso fue ver a Andersson, Zaars, Hultén y Leander pasear por el recinto sin que nadie los reconociese o constatar que Tribulation deberían haber tocado después de All Them Witches. Sólo espero volver a verlos en directo, de nuevo, en poco tiempo…

Y es que no tengo nada en contra de los de Nashville, pero la noche fue sueca, no sólo creo firmemente que merecían haber abierto la tarde y dejar a Tribulation justo antes de Ghost, sino que "Effervescent" (2014) es su mejor disco y "Lost and Found" (2018) es quizá lo peor que han grabado, aún estando a buen nivel. Entraron al escenario a ritmo de Black Sabbath y su “War Pigs”, mala elección; las comparaciones son odiosas. Sonaba "Funeral for a Great Drunken Bird" y sentí que ya había visto lo mismo mil veces antes, no puedo decir que Staebler, Mcleod y Parks sonasen mal; tuvieron más volumen que Tribulation pero su mezcla de stoner con toques de doom polvoriento, más cercano al desierto que a Birmingham, y psicodelia de manual resulta monótona porque es poco original, cayó de manera plomiza sobre todos nosotros. Me gustaron "1X1" o “Workhorse” pero al llegar a "Blood and Sand / Milk and Endless Waters" sentí que se me repetían, sentí que deseaba que aquello acabase, me aburrí mortalmente en "When God Comes Back" o "Swallowed by the Sea" y, por lo que pude ver a mi alrededor, el resto también; ghouls de calle mirando sus móviles, decenas de niños y niñas (lo siento, cada vez me gusta menos la asociación de Ghost con tiernos infantes y padres celosos hasta la náusea protegiéndolos en la primera fila de lo que se supone que es un concierto de rock. Siento exactamente lo mismo en Springsteen o cualquier concierto en el que los progenitores fuercen a asistir a sus hijos y estos sirvan de incordio al resto o se mida el carisma del artista si interacciona o lanza púas a los críos), en definitiva; All Them Witches es una banda para ver en sala, no en un frío pabellón a medio llenar y lo que Tribulation superaron, a la banda de stoner se le atragantó y vino grande.

Y llegó el momento de Ghost tras la clásica “Miserere Mei, Deus” y, por supuesto, “Ashes”, la ambientación es fantástica y “Rats”, “Absolution” y “Faith” son disparadas a traición, Tobias Forge es inteligente y sabe cómo impactar, pero me sobró “Mary on a Cross” (no me parece digna de su talento y no puedo evaluar su calidad a fuerza de escucharla una y otra vez y creer que si soy capaz de tararearla es que es, indudablemente, buena o “tiene algo”), como tampoco me convencieron las instrumentales enlatadas (ni las tres iniciales, ni “Devil Church”) pero, claro, lo solucionaron con “Cirice” a la que, honestamente, también le sobró la larga introducción de los nuevos Nameless Ghouls y su supuesto duelo de guitarras. “Miasma” se confirmó como la genialidad que es pero tras ella y ese magnífico solo de Papa Nihil, “Ghuleh” rompía ligeramente el ritmo de un concierto que sobre el papel funciona pero que, en pleno directo, tiene más de teatrillo que de actuación; así agradecí el traqueteante e irresistible ritmo surf de “Zombie Queen” hasta que otro interludio (en este caso, “Helvetesfönster”) nos separaba de singles como “Spirit” (magnífica, como siempre), “From the Pinnacle to the Pit” y las únicas paradas en "Opus Eponymous"; “Ritual” o “Satan Prayer” (lo siento, me parece inconcebible un concierto de Ghost sin “Con Clavi Con Dio”, como otras muchas inexplicables ausentes) pero supieron levantar a todo el mundo tras “Ritual” con “Year Zero” hasta otro interludio (¿ha contado el lector cuántos llevamos?), como “Spöksonat”, y el momento de móviles y mecheros en alto con “He Is” (de nuevo, otra genialidad de Forge), “Mummy Dust” y una recta final mediocre con “Kiss the Go-Goat” (me repatea que, sin haberlos escuchado, muchos menten a Jefferson Airplane para justificarla), la mencionada “Dance Macabre” y quizá el mejor de sus últimos singles, “Square Hammer”, una barbaridad de canción que funciona en la posición que la sitúes, verdadera catalizadora de Ghost en concierto, el infinito y más allá.

Por el camino, Tobias entrando y saliendo entre bambalinas (hasta en tres ocasiones en algunas canciones), constantes cambios de vestuario y una voz aún más nasal y débil en directo que en últimas ocasiones, en un concierto en el que no hay cambio alguno entre noches y todo está perfectamente cronometrado. ¿Fue un desastre? Para nada, un buen concierto, un notable espectáculo para niños de todas las edades, padres y madres, pájaros y pájaras, gentes de cien mil raleas, cientos de camisetas, máscaras y tipos y tipas maquillados y maquilladas. ¿Saben lo mejor? Todo eso me parece bien, pero he visto un gran concierto de Ghost y no ha sido este precisamente. ¿Volveré? Por supuesto que sí, esa debilidad que siento por su música, asociada a muchísimos grandes recuerdos y emociones, además de la constatación del genio de Tobias Forge y su capacidad para reinventarse en diferentes personajes (al final, el fantasma que se reencarna en unos y otros, es él mismo, magnífico concepto y elucubración propia), me aseguran la misma diversión que Kiss en directo (ojo, sin la gloria de su discografía de los setenta), pero es la primera vez que en un concierto de Ghost siento que algo falla y miro la hora, la primera vez…


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Crítica: Cyhra "No Halos In Hell"

El mundo del metal es tan dado a las leyendas y a trazar absurdas hipótesis que no resulta descabellado que mucha gente pensase que el desnorte de In Flames se debiese a la salida de Jesper Strömblad. Pero, con todo el dolor de mi corazón; ¿qué ha hecho el bueno de Jesper tras su salida de la que quizá es la banda más famosa y emblema del sonido Gotemburgo junto con At The Gates? Es cierto que Anders Fridén y Björn Gelotte están logrando lo imposible y es que el último álbum de la banda siempre haga bueno al penúltimo y, si somos sinceros, las cosas empezaron a joderse, pero bien, con la publicación de "Soundtrack to Your Escape" (2004), lo que no quiere decir que después de él no hayan publicado buenos singles y discos, algunos más que otros, resultones pero, indudablemente, muy lejos de sus años de mayor gloria. Pero, repito; ¿qué ha hecho Jesper tras su salida de In Flames? Si "Letters To Myself" (2017) era aceptable para ser el debut de Cyhra, "No Halos In Hell" (2019) es simplemente la continuación de un proyecto en el que, cada vez más, pesan sus defectos y hay menos esperanzas para un brusco cambio de timón por tanto en cuanto, este segundo álbum, constata las directrices de una banda que, lejos de los primeros años de In Flames, hunde las manos en el metalcore o el popcore. ¿Cómo puede ser? Strömblad y Valovirta están estupendos, las guitarras suenan contundentes y melódicas, la base rítmica es digna de unos músicos solventes y con talento pero, en mi opinión, lo que termina de estropear la mezcla es la voz de Jake E y lo relamido de los coros, los juegos de voces son puro azúcar; dando la sensación de que la base instrumental va por unos derroteros que Jake parece no seguir, estilos diferentes, sin duda. A Cyhra le covendría más cuerpo en la voz, una más rasgada, a veces más bruta, más agresiva y con menos tendencia al pop, a la melodía facilona y a la escasez de huevos, en general…

Por supuesto que “Out Of My Life” se aloja en lo más profunda de tu cerebro, claro que sí, pero es porque es pop revestido de guitarras y cuando “No Halos In Hell” suena plenamente a In Flames (pero calcada, magnífico riff de Jesper) uno espera la voz de Anders y no la de Jake. El estribillo, de nuevo, es una bomba de relojería, se pega como un chicle, pero eso no es lo que busco. Como tampoco “Battle from Within” y los arreglos de cuerda enlatados o los ‘breaks’ de “I Am The One” y esos coros que son de vergüenza ajena o, el colmo del sonrojo y por lo que colgaríamos a In Flames de la pica más alta, la horterada de “Bye Bye Forever”, ¿era necesario? Un auténtico horror con una producción y acabado tan modernete que es capaz de producir sarpullido.

Momentos que cuesta entender, "Dreams Gone Wrong" y que son de algodón de azúcar rosita e inofensivo pero empachoso, en los que lo único que podrás salvar son las guitarras de Strömblad y Valovirta, y una balada ñoñita con “oh, oh, oh” de esos que tanto me gustan (por favor, espero que el lector medio perciba mi ironía) y que acercan a Cyhra a la sensiblería más fácil y con menos emoción. “Kings Tonight” es In Flames con la innecesaria producción que los propios Jacob Hansen y Jake E parecen haber querido imprimir a las canciones de "No Halos in Hell" y que es capaz de estropear "I Had Your Back" e incluso piezas como "Blood Brothers" en la que escuchamos como desperdician la magnífica introducción de guitarras con una percusión que más que añadir el componente épico que parecen buscar, rompen la magia (algo parecido a lo que ocurre en “Man Of Eternal), mientras “Hit Me” puede que sea lo mejor de la segunda cara hasta que cambian de ritmo en las estrofas y añaden las notas de piano, una pena...

Es cierto que In Flames (referencia obligada, tratándose del segundo disco de Cyhra) pueden no estar en su mejor momento en el estudio (no en directo, por supuesto), pero la próxima vez que alguien mente a Jesper Strömblad para justificar el actual desaguisado, juro que sacaré este bonito posavasos a modo de testimonio. No es un disco horrendo, solamente mal dirigido y orquestado, quizá Jake debería estar en una banda como Act Of Defiance…


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Crítica: Coldplay “Everyday Life”

Esta es la pequeña historia de una banda, también pequeña, como Coldplay, que nunca soñó llenar estadios y aseguraban, en la publicación de “A Rush of Blood to the Head” (2002), que si todo se acababa en ese preciso momento, no pasaría nada, cada uno volvería a sus vidas y todos tan contentos. Con “XY” (2005) aceptaron sus raíces pop, porque Coldplay -les guste a muchos o no- siempre han sido una banda de pop y se lanzaron a la conquista de mayores audiencias, pero fue con “Viva la Vida or Death and All His Friends” (2008) que pusieron a todo el mundo a bailar (incluido a Guardiola) en una lluvia eterna de mariposas de papel que ha durado, desde entonces, once años, a ritmo de plagios velados -eso sí- cuando la banda comenzó a dar señas de desgaste creativo, ese que también está durando once años, por cierto...
 
Pero seamos honestos igualmente, con ellos y aquellos que nos leéis, porque hubo una época -quizá ya parezca lejana- en la que Coldplay eran prometedores adalides de lo que una generación acomodada (los hermanos mayores de esa generación, aún más acomodada, que ahora los desprecia) que entendían que lo que hacían era "buena música", así grabaron el genial “Parachutes” y “A Rush of Blood to the Head”, crecieron con “XY”, alcanzaron la cima de su expresión (no artística pero si estética) con “Viva la Vida or Death and All His Friends” (2008) y fueron devorados por sí mismos, para convertirse quizá en la banda más criticada del panorama actual. “Mylo Xyloto” (2011) contenía algunas buenas canciones en un conjunto mediocre que demostraba que Coldplay comenzaban a hacer aguas y unas colaboraciones, no siempre acertadas, que descolocaban a propios y extraños. Firmaron el íntimo “Ghost Stories” (2014) y su registro en directo y, de nuevo, cometían los mismos pecados del anterior; grandes ideas se traducían en canciones tibias en las que, sin embargo, acertaban en sus dardos emocionales ya que, eso sí que no se les puede negar, Chris Martin siempre ha tratado los clásicos temas universales y escrito canciones con una sencillez sobresaliente en su más pura y bovina simplicidad.
 
Otra cosa muy distinta es cuando Martin se enfrasca en escribir canciones que le vienen grande y cree ser Bob Dylan o el Paul Hewson de hace décadas, como ocurre con el disco que nos ocupa, “Everyday Life” (2019), en el que deja de mirar hacia adentro para alejarse tanto de sí mismo como para querer tratar temas sociales y políticos, en un álbum en el que la cantidad de productores es tan apabullante como el crisol de influencias que Coldplay han querido demostrar albergar, yéndoseles por completo de las manos, facturando un disco doble repleto de canciones cuyas coordenadas no son las de los ingleses y ni siquiera las de su propia personalidad, yendo de las influencias orientales al pop, del góspel al soul mezclado con más pop de octanaje indie; apuntes y bocetos acústicos, a veces minimalistas, que dificultan la escucha de “Everyday Life” cuando Coldplay parecen querer desmarcarse de aquella banda que quería llenar estadios y ser “los próximos U2”, para abrazar la diversidad, el mestizaje y, por supuesto, la ausencia de cualquier dirección y contención pero mucho trasfondo en un mundo tan polarizado que poco o nada tiene que ver con el que les vio nacer, pero tan aterrador en su opinión pública y ortodoxia moral como para interpretar sus nuevas canciones en directo en Amán (Jordania) y hasta la luna de Endor, si hiciese falta, pero no una gira mundial ya que, como Greta Thunberg dicta, no quieren contribuir más a la degradación del planeta; cuando tu campaña es superior a la de tu producto y se habla más de ella que de tus canciones, es que tienes un problema y no quieres verlo o los demás escucharlo.
 
Pero el caso es que “Everyday Life” se ha publicado hace poco, no hace siquiera un mes desde que vio la luz, y ya no se habla de él o no como se debería: los arreglos de cuerda de “Sunrise” son bonitos y son una apropiada introducción para un álbum con semejantes sabores, “Church” puede recordar a Massive Attack en su guitarra pero es, sin duda, un reencuentro con Coldplay. El sonido está tan domesticado como en “Ghost Stories”, algo que parecen solucionar con “Trouble In Town”, creando una densa atmósfera que les sirve de crítica social pero los quiebros de cintura comienzan con el góspel de “BrokEn” (recuerda demasiado al clásico tradicional “Lucille”, pero quizá se deba a lo encorsetado del género), aún así rompe demasiado el ritmo creado en “Trouble In Town” y su tensión, y ya con “Daddy” cualquier oyente entiende que Coldplay parecen estar probando o haber reunido bajo el formato de álbum, todas las canciones compuestas durante un periodo, sin ritmo ni concierto. “Daddy” es razonablemente bonita, pornográficamente sensible en sus artimañas, ligeramente desesperante en su tono y pueril en su letra, como "WOTW / POTP" y sus aires de descarte o la continua sensación de estar escuchando un disco hecho a retazos....
 
Es tanta la sensación que cuando suena "Arabesque”, el single que ya pudimos escuchar como adelanto, uno siente hasta algo remoto a alegría porque contiene estructura y parece seguir cierta línea marcada hasta antes de “BrokEn”, me gustan las acústicas, la sensación de ir en bicicleta que transmite su ritmo, pero no me gusta su letra en francés, ¿qué le vamos a hacer? "When I Need a Friend" es puro relleno y su continuación en su segunda parte, “Guns” es patética, es imposible creerse a Chris Martin cantando algo así, con un estribillo vergonzoso en su ironía, por lo fácil que resulta. En “Orphans” vuelven al curry, al colorinchi y el bajo de Guy Berryman con sonido a ‘world music’, además -por si faltaba algo- estridentes coros infantiles, la danza cortesana renacentista de “Èkó” (que habría funcionado mucho mejor en la voz de Sting), el experimento soul de chirigota que es “Cry Cry Cry” (sumando más y más ingredientes, más y más especias), más descartes (“Old Friends”), tantos que cuando llegas a "بنی آدم" has perdido la paciencia y sabes que cuando escuchas "Champion of the World" o “Everyday Life” (de nuevo por “Ghost Stories”) son Coldplay metiendo la directa al autoplagio, el relleno por el relleno y ni una sola canción que te llegue al corazón, que puedas tararear.
 
Un álbum que habría agradecido enormemente esa citada contención, una pequeña criba, que ordenado o secuenciado de otra manera, y con un mayor trabajo de composición, podría haber sido interesante pero que, indefectiblemente, constata que Coldplay han entrado en punto muerto. Estuve en “Parachutes”, dos veces en la gira de “A Rush of Blood to the Head”, los conocí y me impactó su humildad, también estuve en “XY”, dos veces en “Viva la Vida or Death and All His Friends”, otras dos en “Mylo Xyloto” y disfruté moderadamente “Ghost Stories” porque lo escuché durante una relación que, sin duda alguna, debió afectarme cerebralmente por lo poco que le pedía a una y otra parte, pero me bajé del tren con “A Head Full of Dreams” y, hagan o no gira sostenible, no volveré a subirme con “Everyday Life” y, mucho me temo, tampoco con los que vengan. Mucha suerte a los que se queden hasta la última parada, aunque auguro un “back to basics” en poco tiempo…

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Crítica: Tribulation "Alive & Dead At Södra Teatern”

Que conste por escrito que mi alegría por “Alive And Dead At Södra Teatern” no se debe a que, en menos de diez días, vuelva a ver a la banda sobre un escenario y sea presa del hype, sino por la calidad de un directo grabado en el teatro más antiguo de Estocolmo, el Södra Teatern, en el que Tribulation no sólo suenan estupendos y con una producción magnífica sino que interpretan íntegro su álbum de 2018, “Down Below” para, en una segunda parte, mezclar canciones de “The Formulas of Death” (2013) y “The Children of the Night” (2015). Y es que la banda sueca ha crecido de manera exponencial gracias a su excelente material pero también su constante trabajo en directo, nadie que los haya visto sobre las tablas, podrá duda de su propuesta; de la sabiduría que destilan sus composiciones de puro black and roll en las que se mezclan las guitarras de Hultén y Zaars con ecos de los ochenta, delays y reverberaciones más propios de aquellos nuevos, ya viejos, modernos que enmascaran riffs de hard rock, con la rasposa voz de Johannes Andersson, para contarnos historias de vampiros, goticismo de película y absenta, monstruos románticos y lunas que se desangran sobre el empedrado de cualquier ciudad en la gélida medianoche. Tribulation han alcanzado un público mayoritario porque su propuesta es fácilmente digerible pero su producto es de una calidad apabullante si lo comparamos con muchas bandas contemporáneas, además logran el difícil equilibrio entre un público mainstream y fácil de complacer, con el beneplácito de aquel más underground que entiende que el éxito de la banda no se debe, de ninguna manera, a que el nivel de las composiciones haya caído en picado en búsqueda de un aumento de las ventas, sino que esto último es consecuencia directa del trabajo, habilidad para escribir buenas canciones y el buen gusto de los músicos.

“Alive And Dead At Södra Teatern” es el primer directo de Tribulation y su edición está tan cuidada como su producción, adquiriendo tintes de golosina para paladares gourmet y sirviendo como recopilatorio de lo mejor de su carrera (aunque haya grandes ausentes), además de una muestra de lo que son capaces. Dos partes bien diferenciadas por su repertorio pero que en su escucha funcionan como una sola que, además de venir bellamente presentado, incluye el DVD de la actuación.

Desde su flamante inicio con “The Lament” hasta la intensa "Here Be Dragons", Tribulation demuestran que “Down Below” fue uno de los grandes discos de aquel año y, si echo algo en falta, pero no puedo achacárselo a la propia banda, es ese público al que escucho en pocas ocasiones y tan sólo aplaudiendo, restando algo de la emoción inherente a todo buen directo. Hultén y Zaars se complementan y logran que el sonido de Tribulation coja algo de cuerpo en sus pinceladas de hard, pero sin olvidar los ochenta y ese caramelo que es su single “Nightbound” y el enlace con “Lady Death”, emoción en estado puro hasta la nocturna “Subterranea” o la pieza “Purgatorio”, más propia de Danny Elfman que de una banda de rock y metal, “Down Below” en directo se despereza con "Cries from the Underworld" y remata el cuento con la épica “Lacrimosa” y “The World”, para cerrar definitivamente con “Here Be Dragons” a modo de colofón con Oscar Leander como protagonista. Un magnífico pasar de hoja en su transición hacia "Trollens Brudmarsch", que hará las delicias de los seguidores de Tobias Forge, y el single de más pegada de Tribulation hasta la fecha, que no es otro que “Melancholia” y sus pegadizos riffs.

"The Motherhood of God" y "Rånda" son doce minutos de rock oscuro, de humo y tinieblas, de encanto ocultista, hasta la leve "Ultra Silvam" y un solo de guitarra en el que volvemos a encontrarnos con el público y ese regreso de la banda con la magia, la auténtica magia, hecha canción en las manos de los suecos; "Strange Gateways Beckon" en la que despliegan hábilmente todo su arsenal e imaginería, para despedirse del auditorio con "Strains Of Horror" y su bonita y tierna coda final, dejando de lado -eso sí- su debut “The Horror” (2009) incomprensiblemente fuera del repertorio.

No es habitual que reseñe directos porque, como ocurre con los recopilatorios o las reediciones y remasterizaciones, tan sólo se esconde tras ellos el afán de pasar por caja y pocos son los registros que, de verdad, podríamos tachar de históricos frente al auténtico aluvión de publicaciones que poco o nada aportan a la carrera de los artistas, más que a sus propios bolsillos, pero “Alive And Dead At Södra Teatern” tiene alma y eso es mucho decir en los tiempos que corren…

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Crítica: Cattle Decapitation “Death Atlas"

Es muy complicado que tras dos discos como "Monolith of Inhumanity" (2012) y "The Anthropocene Extinction" (2015) una banda sea capaz de soportar la presión de publicar su continuación y conseguir satisfacer a todo el mundo; no sólo a su público, sino también a aquellos oyentes casuales que los acaban de descubrir y esperaban este "Death Atlas" (2019) con tantas ganas como para encumbrarlo antes siquiera de haberlo escuchado. Conseguí ver en directo a Cattle Decapitation durante su gira de "The Anthropocene Extinction" y me impresionaron de veras, Travis Ryan nos cogió por el cuello y no nos soltó hasta el final de una actuación en la cual se mezcló el grind con el death a la velocidad de la luz y todo ello destilando tanta pericia técnica como melodía en cada una de sus canciones, pero sin ninguna concesión al azúcar o a lo fácil, a lo obvio. Es por eso que, como miles de personas, esperaba con muchas ganas este “Death Atlas” y, tras un mes de escuchas, pareciéndome un buen disco con algunas grandes canciones, sin embargo, me ha decepcionado respeto a los mencionados "Monolith of Inhumanity" y "The Anthropocene Extinction", quizá su cima creativa desde que tomasen el toro por los cuernos (nunca mejor dicho) en "Karma.Bloody.Karma" (2006). “

En “Death Athlas”, repiten con Dave Otero en la producción (Archspire, Cephalic Carnage, Cobalt o Khemmis, entre muchísimos otros), suena tan brutal como siempre, nadie puede decir lo contrario, pero cuando lo escucho -y esto no es culpa de Otero- siento que la personalidad de Cattle Decapitation ha quedado desdibujada y no estoy escuchando un disco de grind, de death metal técnico, de goregrind, metalcore o brutal death, sino uno de black metal melódico en el que la banda parece más inclinada al blast y a la creación de atmósferas que a la pura y dura agresión; las melodías siguen recordando a las de "The Anthropocene Extinction" pero no hay el sentimiento de aquel, y cuando escucho "The Geocide" tras “Anthropogenic: End Transmission”, sólo entiendo la voz del impresionante Travis Ryan dentro de los parámetros estéticos de Cattle Decapitation. “Be Still Our Bleeding Hearts” o “Vulturous” (esta última se me hace especialmente larga, lo que es malo en un álbum tan deseado) administran la dosis de los de San Diego con cuentagotas, de manera rácana; David McGraw y Pinard están sensacionales, nadie podrá acusar a Elmore o Dimuzio de no estar a la altura, pero sí en otras coordenadas que no son las de la banda.

Será conveniente saltarse "The Great Dying I" y "The Great Dying II", como “Anthropogenic: End Transmission”, tres instrumentales a modo de interludio con voces narradas que no aportan absolutamente nada, para llegar a “One Day Closer to the End of the World” en la que parece que Cattle dan muestras de querer regresar a su terreno para, segundos después, desesperarnos con “Bring Back the Plague” y sentir que hemos viajado a la fría Noruega. ¿Era necesario? Por supuesto que no suena mal, que McGraw es una máquina de auténtica precisión, pero esto no es Cattle, lo siento; es black. Y no quiero pecar de fundamentalista, no pasaría nada si las composiciones estuviesen a la altura o no viniésemos de "The Anthropocene Extinction". Prueba de lo que digo es el puente de “Bring Back the Plague”, en el que la banda nos ofrece lo que pedíamos, hay melodía, pero bien integrada y sin concesión alguna. “Absolute Destitute” o, más en concreto, “Finish Them”, nos vuelven a poner en órbita y con “With All Disrespect” siento que Cattle Decapitation parecen saber de su error y en el último estertor de “Death Atlas” han despertado al Kraken a pesar de “Time's Cruel Curtain” y la manía de incluir cortes instrumentales de relleno, o "The Unerasable Past", logran que uno pierda la paciencia (cuatro instrumentales absurdas en un álbum de catorce, dejándolo en diez canciones) a pesar de contener un monstruo como es la final y homónima al álbum, con sus nueve minutos, en los que, aparte de la genialidad, siento que un poco de contención y recorte en su minutaje la habría hecho subir de nota.

“Death Atlas” es un disco extraño y desnortado, contundente y con momentos de alegría para el paladar más extremo, grandes ideas y buenas canciones se entremezclan con canciones inferiores, relleno y falta de dirección cuando la banda decide apartarse de su camino y probar cosas nuevas, siendo lo mejor de todo el disco la voz de Travis Ryan y su forma de cantar, interpretar y desagarrar nuestro interior, confirmando que es uno de los mejores vocalistas del metal y quizá también uno de los menos conocidos por el gran público. “Death Atlas” es lo que ocurre cuando tocas el cielo con "Monolith of Inhumanity" (2012) y "The Anthropocene Extinction" (2015) y entras al estudio confiando en tu talento, pero sin saber muy bien en qué dirección tirar y sin haber hecho los deberes, con la lógica presión tras cuatro años de giras y piropos de la crítica. Siguen siendo una grandísima banda, una de mis favoritas, y seguiré escuchando el álbum porque me parece bueno, pero esto no me lo esperaba tras los anteriores y es una pena…


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Crítica: Blood Incantation "Hidden History of the Human Race"

Tuve la suerte de descubrir “Starspawn” (2016) en su publicación y, más aún, de ver a Blood Incantation en directo, en aquella gira, presentándolo junto a Spectral Voice. ¿Qué decir? Al margen de demos, “Starspawn” fue un debut auténticamente brillante y su directo la confirmación de que la banda de Colorado era un combo tan solvente como para convertir el escenario en un verdadero terremoto cósmico. Por lo tanto, el hype con su segundo álbum era algo completamente lógico, ¿serían capaces de estar a la altura? ¿Son Blood Incantation una banda que pueda pasar a la historia del death? Sin ningún tipo de duda al respecto, la banda ha vuelto a hacerlo. "Hidden History of the Human Race" es un disco magníficamente escrito e interpretado, repitiendo de nuevo con Pete DeBoer tras los controles, “Hidden History of the Human Race” es una brutal continuación de lo exhibido en el anterior; los seres humanos somos, en realidad, alienígenas y esa es la única forma de explicar nuestra historia a través de cuatro canciones que sobrepasan la media hora de escucha y en las que DeBoer les ha vuelto a hacer sonar extremadamente bien con una producción orgánica en la que se sienten todos los instrumentos y no hay lugar para el sonido empastado, propio de la compresión. Una paleta de colores que convierte el caos en el que se desenvuelve el grupo, en un death metal brutal y cósmico, con tintes progresivos, Serie B y un Paul Riedl verdaderamente intratable en las voces.

Con "Slave Species of the Gods" comienza el relato, cinco minutos de death metal técnico, interpretado de manera excelente y con progresiones que aseguran la diversión para los oyentes más exigentes. Si queríamos contundencia tras “Starspawn”, Blood Incantation nos la dan sin medida; las guitarras Riedl y Kolontyrsky se atropellan entre sí, riff tras otro, de manera gruesa o a través de acelerados, pero afilados pasajes que desembocan en un vibrante solo y el propio Riedl parece susurrarnos al oído todos los secretos y aberraciones de la especie humana, mientras Isaac Faulk golpea sin descanso sobre su maltratada batería.

¿Son las pirámides plantas de energía o electricidad? En “The Giza Power Plant” los riffs parecen electrocutarnos mientras Blood Incantation buscan los momentos más puramente death para alternarlos con algo de doom y, por supuesto, algo de esa psicodelia que tan bien les funcionó en “Starspawn”, siete minutos de auténtica gloria deathmetalera que se clavan el alma de uno, incluido un pasaje de regusto oriental que parece conducirnos de la mano al interior de la propia pirámide pero no al estilo de Nile sino para que una corriente eléctrica nos devore en su interior en un viaje a través de planos, mientras somos abducidos, gracias a una canción como "Inner Paths (To Outer Space)" y sus aires de jam, improvisación; sacudidas y acelerones, guitarras hipnóticas y Faulk y su batería traqueteando, como si atravesásemos una lluvia de asteroides hasta la extensa “Awakening from the Dream of Existence to the Multidimensional Nature of Our Reality (Mirror of the Soul)”, no sólo en su título sino también en sus dieciocho minutos de locura y constantes transiciones, veinte maravillosos minutos articulados en varias partes; salvajes, veloces, calmadas, ambientales y melancólicas, propias de la mano de unos genios llamados a ser algo grande, un auténtico broche de oro para un álbum tan extraño y diferente como magnético.

Podría citar algunas de las referencias de Blood Incantation y asegurar que son los sucesores de Morbid Angel o que han llevado el death espacial progresivo y psicodélico un paso más allá, pero mucho me temo que nada de esto servirá para que el lector entienda lo que va a sentir cuando pinche “Hidden History of the Human Race” y descubra a una de sus bandas favoritas. Un segundo álbum magistral que confirma su talento y aumenta las ganas por volver a verlos en directo, una auténtica joya con la que no sólo siento placer escuchando sus canciones sino pensando en todos esos lectores a los que he descubierto semejante banda y lo mucho que sé que me lo van a agradecer porque, por momentos así, escribo en esta web…

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