Crónica: Johnny Marr (Madrid) 21.11.2018

SETLIST: The Tracers / Bigmouth Strikes Again / Jeopardy / Day In Day Out / New Dominions / Hi Hello / The Headmaster Ritual / Walk Into the Sea / Getting Away With It/ Hey Angel / Last Night I Dreamt That Somebody Loved Me / Spiral Cities / Get the Message/ Easy Money / Boys Get Straight / How Soon Is Now? / Rise / Bug / There Is a Light That Never Goes Out / You Just Haven't Earned It Yet, Baby/

Dudo mucho que Johnny Marr supiese hace más de treinta y cinco años (cuando The Smiths publicaban su primer álbum) que estaría, una fría noche de noviembre en Madrid, haciendo sonar su guitarra ante una audiencia que recibiría algunos de los clásicos de su banda con la lógica alegría de aquel artista que, hasta ahora, se resistía a pasar por nuestros escenarios, aún con la sombra del histriónico Moz sobre todas nuestras cabezas. Y es que Marr, el hombre tranquilo, era el genio en la sombra, aquel que supo firmar algunas de las más bellas guitarras de los ochenta junto a ese otro que lograría poner letra (¡y menudas letras!) a esas canciones que ya forman parte del imaginario colectivo. Marr es un cantante tan discreto como su carisma como frontman, el miércoles por la noche en Madrid no hubo gladiolos, nadie se quitó la camisa, ni atacó a la monarquía o enarboló la bandera contra el maltrato animal, ni Wilde, ni Yeats se pasearon por el escenario y ello, aunque muchos no quieran admitirlo o verlo, se notó quizá por el marcado contraste con Morrissey y ese binomio tóxico, esa alianza rota que tan bien describió Johnny Rogan en su libro.

Mientras la carrera de Marr comenzó de manera calmada, sin aparente prisa, junto a The Healers y aquel tibio “Boomslang” (2003), la de Morrissey despegaba como un cohete con uno de sus mejores discos (junto con “Vauxhall and I”), “Viva Hate” (1988), demostrando que había vida tras The Smiths y que su torrente creativo parecía estar siendo sofocado por Rourke, Joyce y sí, también Marr. Las diferencias entre ambos no podían ser más evidentes, mientras los dos se convertían en artistas de culto, uno lo hacía en la sombra a través de colaboraciones -más o menos acertadas- mientras Morrissey alimentaba su propio personaje en el que, al contrario de muchos escritores, no sucumbía, convirtiéndose en su mejor obra; porque, incluso en sus momentos más bajos, a lo largo de las tres décadas de su carrera, siempre ha habido discos que han escondidos verdaderas joyas.

Marr volvía a la palestra, con su propio nombre, en 2013 y "The Messenger", al que siguió "Playland" (2014) y quizá el mejor, "Call The Comet" (2018), con el que se ha decidido a pisar suelo español. Con todo, la obra de Marr sigue palideciendo frente al cancionero de The Smiths y, aunque “The Tracers” es una buena canción, es con “Bigmouth Strikes Again” con la que nos damos cuenta del hecho nuclear de que todos estamos allí por esas canciones que forman parte de nuestra propia historia y que “Jeopardy” o “Day In Day Out” suenan bien, muy bien, pero la evocación a su pasado en el tono de sus guitarras o su propia voz cantando “The Headmaster Ritual” o “Last Night I Dreamt That Somebody Loved Me” nos llevan a Morrissey y ese cambio de una Fender Jaguar tras otra es en realidad un viaje nostálgico en el que Marr sonará igual de bien que hace cuarenta años pero cuyos esfuerzos parecen diluirse con un repertorio amable, bonito, pero ciertamente inofensivo en el que se echa de menos el morbo en la voz de aquel que jugó con imágenes tan potentes como una mano enguantada en cuero, el espinario o fue capaz de escribir una canción como “How Soon Is Now?” en la que el famoso trémolo de Marr, aún siendo lo más reconocible, se queda corto para arropar semejante mensaje “I am the son and the heir of a shyness that is criminally vulgar I am the son and heir of nothing in particular. You shut your mouth. How can you say I go about things the wrong way? I am human and I need to be loved Just like everybody else does…”

Para muestra, el obvio ataque a Trump en el que su mensaje queda relegado a lo anecdótico cuando “Bug” es tan pueril y repetitiva que causa sonrojo ante lo que podría ser un auténtico dardo, echándose de menos el veneno del que Marr parece carecer o la bonita pero suave interpretación de “There Is a Light That Never Goes Out” en la que, a pesar de sonar correcta, faltó el dramatismo, la exageración de un delicioso estribillo que reza; “And if a double-decker bus. Crashes into us. To die by your side Is such a heavenly way to die. And if a ten-ton truck kills the both of us. To die by your side Well, the pleasure - the privilege is mine…” es demasiado melodrama para un guitarrista que parece seguir sintiéndose incómodo bajo los focos.

Marr cumple con creces, ninguno de los que estuvimos presentes podemos tener queja alguna, pudimos quitarnos la espinita de tenerle entre nosotros y ser parte de la historia pero, al salir del concierto, la inevitable sensación de que la música que Marr compone en solitario e interpreta con su banda, no dice nada sobre mi vida (no como ocurre con la de The Smiths) se acrecienta cuando me golpea el frío cortante de Madrid a la salida de la sala y me doy cuenta de que, en efecto, noviembre pare monstruos…


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