Acudes presto al ritual, desenfundas ese enorme círculo negro de vinilo, lo posas sobre el plato, dejas caer la aguja y el caótico sonido de Hate Eternal se abre paso hasta tus oídos. Sientes el pequeño placer del reencuentro, de la honestidad de un tipo como Erik Rutan que sigue fiel a sus principios y a la cita con sus seguidores, a pesar de la incorporación de una bestia como Hannes Grossmann (Necrophagist, Obscura) y de un superviviente como J.J. Hrubovcak a los que Rutan, con fama de exprimir el talento y capacidad de sus compañeros hasta el tuétano, parece forzar hasta el límite. Basta escuchar “The Violent Fury” para sentir que “Upon Desolate Sands” es posiblemente el disco más contundente de Hate Eternal, que aquel que comenzó interpretando death metal en Florida (una de las grandes cunas) ha hecho un auténtico giro copernicano; cuando Rutan publicó “Engulfed in Grief” (1997) o, más en concreto, “Conquering the Throne” (1999) el death que practicaba era demasiado técnico para su época y, con el paso del tiempo y sin ceder ni un ápice, su música ha terminado siendo más ‘old school’ que la de ninguno, sonando igual de técnico o más que entonces. Este es el claro ejemplo de aquel que persiste, que lucha y cree en su propia visión. Por otro lado, una forma romántica de verlo, de ese otro artista que entiende su arte, como su proyecto, y en el que, habiendo publicado únicamente siete discos en casi veinte años, han pasado por sus filas más de una quincena de músicos a los cuales ha cambiado, como si de un meccano, se tratase con tal de lograr esa visión de su arte.
Grossmann se solapa con la guitarra y da lo mejor de sí mismo para seguirla, mientras Rutan parece disfrutar cogiéndonos por el cuello y llevándonos a su mundo, ese que Eliran Kantor (tercer álbum del que disfrutamos en menos de una semana con portada del israelí, muestra de su talento y repercusión) ha sabido reflejar con su arte. Lo grande de Hate Eternal es que uno sabe cómo empiezan sus canciones, pero nunca como concluirán, qué nos acechará tras la siguiente estrofa, qué intrincado cambio nos romperá la cintura y siempre e invariablemente, con sucesivas escuchas, descubrimos un nuevo riff, un arreglo, un puente que creíamos escondido. “What Lies Beyond” se ve engrandecida por la labor de Grossmann en su estribillo mientras Hrubovcak se encarga de darle cuerpo en el rapidísimo solo de Rutan en el que el músico, en lugar de apabullar con su técnica, prefiere centrarse en la melodía y crear unos segundos de distensión antes del nuevo ataque en la estrofa.
Blast beats y mala ralea en "Vengeance Striketh", allá donde Morbid Angel deberían seguir, "Nothingness of Being" logra que el tono de Rutan sea aún más cavernoso, la sabia y desesperada complejidad de las anteriores composiciones convierten en un tren de mercancías a una canción en la que la base rítmica de Grossmann y Hrubovcak es la que hace sentirse cómodo a Erik en su tarea vocal, más narrativa que devoradora, más templada pero igual de fiera.
Pero esto es Hate Eternal, parece gritar Rutan, y el trío entra en formación imprimiéndole músculo a “All Hope Destroyed” y velocidad a “Portal Of Myriad” en la que Rutan volverá a atreverse con un gran solo repleto de melodía antes de lanzar un nuevo riff, quizá el más épico de todo el álbum, demostrando una increíble facilidad para componer sin aparente gran esfuerzo.
Y, de nuevo, otra sorpresa; “Upon Desolate Sands” nos lleva a otra época, otro país, otra cultura, gracias a la introducción y los coros, logrando esa suerte de metal étnico tan del gusto de Karl Sanders y transmitiendo esa desolación tan buscada en el título, en sus letras o la aparentemente-estética bíblica escena de la portada. Algo que se confirmará en “For Whom We Have Lost” con una gran introducción y trabajo de Rutan, simplemente magistral.
El trabajo de Grossmann y Hrubovcak es una auténtica locura, técnico y de gran gusto, Rutan está en una gran forma vocal mientras que sus dedos nunca parecieron volar a tanta rapidez y con tanto sentimiento en unas canciones tan bien escritas y maduradas que, aún siendo pronto para tal afirmación, posiblemente estemos hablando del mejor álbum de Hate Eternal. Si “Upon Desolate Sands” se hubiese publicado hace veinte años estaríamos hablando de un verdadero clásico, sin ninguna duda.
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