Parece mentira, pero ya han pasado treinta y cuatro años desde “War And Pain” (1984) y Voivod siguen están entre nosotros, a pesar del relativo poco éxito comercial que Away o Snake siempre suelen mencionar en sus entrevistas y disfrutar de una segunda pero mágica fila desde la que ven el cadáver de muchos de sus más exitosos vecinos pasar, mientras Voivod hace mucho que se convirtieron en en una banda de culto y en un nombre al que reverenciar, al que uno acudir cuando quiere acertar y en el que uno intuye buen gusto y una serie de valores cuando ve a alguien con su camiseta. Y la única verdad es que estamos acabando un año como es 2018 y “The Wake” podría considerarse como lo mejor que los canadienses han firmado desde “The Outer Limits” (1993) y, francamente, encuentro pocas bandas en la actualidad con todo el peso de más de tres décadas de las que pueda decirse lo mismo (más, con un disco como “Phobos”, 1997, en su haber). Puede ser quizá porque Voivod hace mucho que juegan en su propia liga, ajenos a modas o tendencias, ajenos a su propio legado, y haberse salido del radar comercial puede haber sido lo mejor que les haya ocurrido para mantener intactas su creatividad y honestidad, porque su mezcla de hard rock con thrash psicodélico de temática conspiranoica-espacial les da tanto juego como para crear otros mundos, otras historias, y publicar discos conceptuales en los que las reglas las marcan ellos mismos. Además, escuchando sus discos uno adivina el sonido, la influencia seminal de muchas otras bandas deudoras de Denis Bélanger y Michel Langevin.
Con la marcha de Jean-Yves "Blacky" Thériault y la fea acusación de haberse sentido económicamente engañado, y la incorporación de Rocky (Dominique Laroche), Voivod se han marcado un álbum de corte mucho más progresivo que “Target Earth” (2013), en el que volvemos a sumergirnos en el voivodiano mundo galáctico, que haría las delicias de Philip K. Dick, en el que no faltan los conflictos y las rocambolescas conspiraciones, la paranoia, los terribles desastres galácticos sazonados de crisis existenciales y morales o estados alterados de conciencia, en el que Daniel Mongrain es el principal compositor bajo el peculiar diseño de Michel Langevin. He de reconocer que la portada es chocante, que la composición y el color llaman la atención y le hacen dudar a uno del contenido, pero…. ¡es Voivod y uno debe aceptar lo bizarro y lo diferente de su universo, conocerles es quererles!
El viaje espacial comienza con "Obsolete Beings" y parecemos entrar en otra dimensión, la guitarra de Chewy resuena cruda en la mezcla de Francis Perron y, aunque el ritmo thrashy de Away es inconfundible, Snake parece recitar las estrofas. Chewy solea la melodía principal con el puntito exacto de psicodelia, en definitiva, todo lo que podríamos esperar de Voivod. "The End of Dormancy" suena al anteriormente citado “Phobos” pero también a referencias más actuales y distantes como Mastodon, el fraseo de Chewy es el que guía la melodía de Snake, que se atreverá con un alocado y caótico solo, mientras "Orb Confusion" juega en otro terreno; más suelto, más atrevido y divertido, más cercano a una banda de punk que a una de thrash hasta uno de los estribillos más pegadizos de todo “The Wake”.
En "Iconspiracy" es Away el que lleva el peso de la canción y precisamente el que marcará el tempo con milimétrica precisión y blast-beats en un puente en el que la voz de Snake y los arreglos de cuerda juegan a crear diferentes texturas hasta que entra Chewy y la canción parece mutar a una más agresiva. La guitarra de "Spherical Perspective" procede de otro mundo, mientras el bajo de Rocky serpentea con influencia jazzy, hasta un estribillo con voces dobladas. Voivod se saben ganadores y nos retan en la intrincada "Event Horizon" en la que la disonancia ayuda a crear una canción que parece empujarnos a ese universo voivodiano en el que seremos castigados sin piedad con la rapidez de "Always Moving".
Y, de nuevo recordándonos a los de Hinds y Kelliher, "Sonic Mycelium" y sus doce minutos son un auténtico in crescendo en el que las diferentes partes de la canción parecen contener todos los secretos de “The Wake” y la propia tensión malsana de esos seres de la portada de Away que parecen estar esperándonos sobre un vórtice que nos succionará y llevará a su dimensión.
Qué bueno cuando la música suena y es capaz de cautivarnos, qué bueno cuando uno experimenta placer escuchando unas canciones y abandonándose durante el tiempo que duren, cuando uno reconoce estar escuchando un buen disco y el tiempo parece detenerse. “The Wake” nos trae a los Voivod de siempre, de viaje en el tiempo, pero con la suficiente madurez como para atreverse a “cambiarlo todo para que nada cambie”, que diría Lampedusa.
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