No puedo decir que el nuevo álbum de Black Tusk, “T.C.B.T.”, me haya decepcionado del todo porque los de Georgia no son capaces de ello y yo quizá sí que haya ganado en cinismo y descreimiento con los años; no esperando nada en absoluto de ninguna banda o artista. Pero sí que es verdad que, habiendo logrado lo más difícil tras la muerte de Jonathan Athon en 2014 (en un trágico accidente de motocicleta) y habiendo grabado un disco como “Pillars of Ash” (2016), lo último que me esperaba era un álbum de transición tan gris como el que nos ocupa sino uno que confirmase todo lo mostrado anteriormente (¡el de transición se suponía que era el anterior y no este!). Andrew y James incorporaron al bajista Corey Barhorst el mismo año que perdieron a Jonathan y ahora se han convertido en un cuarteto con la suma de Chris "Scary" Adams. El principal cambio que siento y escucho en “T.C.B.T.” es que la suma de Adams ha añadido más “ruido” a la banda (lo que no siempre es bueno), los de Savannah parecen haberse reencarnado en una banda de punk y han perdido buena parte de su esencia, esa que lucían con tanto sabor en “Pillars of Ash”; el polvo stoner, el groove y la mala ralea pantanosa, como un cruce de Motörhead con High On Fire. Si con su anterior álbum la presión era lógica, en “T.C.B.T.” tan sólo tenían que reafirmarse y, sin embargo, han estropeado su receta, añadiendo más de algunos ingredientes que no eran precisamente los que les definían como banda, el equilibrio parece perdido...
La inicial “A Perfect View of Absolutely Nothing”, como su propio título indica, no aporta absolutamente nada y “Closed Eye” es el perfecto ejemplo de la rabia con la que Black Tusk atacan, pero su clásico sludge no suena en favor de un frenético espíritu punk. Suenan recios y crudos, “Agali”, la agresividad es más que evidente, pero el desquicie en las voces y los riffs acelerados prometen más de lo que ofrecen en una canción simple como el funcionamiento de un botijo. Lo mismo ocurre con “Lab Rat” en la que lo mejor es el juego de voces entre Andrew, James y Corey, y tan sólo parecen recuperar algo de dramatismo en contadas ocasiones como ”Scalped” o la introducción de “Ghosts Roam”, aunque ambos esfuerzos terminen diluidos en la nueva fórmula de Black Tusk, esa por la que todas las canciones parecen poseer la misma estructura con las consabidas explosiones de agresividad.
Quizá sea “Ill at Ease” la más agradecida aunque termine pecando de los mismos defectos que el resto y en “Rest with the Dead“ parezca costarles concretar la dirección que quieren tomar al margen de la cantidad ingente de fuzz con la que que Fidler y Adams parecen disfrutar coloreando y rellenando los huecos. Así, no es de extrañar que “Never Ending Daymare“ se sienta tan fresca y parezca convencernos, de nuevo los juegos de voces son de lo mejor de la composición y la dinámica entre las partes más agresivas y aquellas más melódicas está magníficamente unida por un puente que desemboca en un solo; en ella hay ideas y un enfoque, más allá del espíritu punky o hardcore que parece hilvanar el resto, ese mismo espíritu que en “Orange Red Dead” les hace sonar como miles de bandas anteriores (lo mejor de ella, el bajo de Barhorst). Se brutalizan durante los primeros compases de “Whispers” y se despiden de la mejor manera posible (aunque igual de poco original y monótona) en “Burn the Stars” para dejarnos la sensación de agresión sónica (que supongo que buscaban en “T.C.B.T.”) pero la misma intrascendencia con la que comenzaron con “A Perfect View of Absolutely Nothing”.
Seguro que a los acérrimos seguidores de Black Tusk les encanta, pero resulta inevitable no pensar que con la irreparable pérdida de Jonathan Athon, perdieron mucho más que a un simple bajista. “T.C.B.T.” suena y resuena, te quedarás sordo escuchándolo, pero rara vez volverás a él, no hace falta mentar “Passage Through Purgatory” (2008), “Passage Through Purgatory” (2008), “Taste the Sin” (2010) o “Set the Dial” (2011), basta escuchar una canción como “God’s On Vacation” para entender que el sur no volverá a sonar así; que al bajo le hace falta el lodo y a la guitarra el polvo, que la suma no siempre añade y la evolución está sobrevalorada cuando se fuerza y recurre a caminos ya transitados por otros miles pares de botas antes que tú. Una pena...
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