Por mucho que nos empeñemos y modulemos el sonido de la guitarra; nos gastemos el dinero en un luthier que nos asegure que está utilizando pura madera maciza de caoba de Kripton, se usen complicadas configuraciones de diferentes pedales pintados a mano, creados en artesanos talleres con una mínima producción que nos asegure la calidad del circuito a través de una pésima y carísima distribución, cambiemos las pastillas y las bobine un maestro tibetano con cera de abejas reales del Emperador chino, o de amplificador y sus válvulas, compremos un cono más grande para las pantallas y, lo más importante, no cambien nuestros dedos o nuestra forma de entender el instrumento, nunca será posible que nuestra interpretación cambie y la guitarra emule, o siquiera llegue a la complejidad de articulación, de la voz humana. No digamos que nunca nadie lo haya perseguido, el mismísimo Vai lo ha intentado con, a veces, extraños y desconcertantes resultados.
Escribo todo esto mientras escucho por enésima vez el que es, por ahora, el último disco de Satriani, “What Happens Next”, uno de mis guitarristas favoritos, un músico al que admiro y escucho habitualmente, pero del que no suelo entender las últimas críticas, seguramente porque están escritas por gente que poco o nada ha escuchado su obra anterior (más allá de las referencias más evidentes) y suelen leerles auténticos fanáticos de Satch. Como sea, es verdad que este álbum tiene un tinte más directo, debido a la incorporación de Chad Smith (Red Hot Chilli Peppers pero también Chickenfoot) o una legendaria bestia, etiqueta negra, como es Glenn Hughes. Músicos con talento y pegada que no le hacen ascos a nada, pero cuyo currículum es fundamentalmente el rock no instrumental. Quizá esa forma de entender la música sea la que ha hecho que el tono del álbum sea inusualmente más directo pero que nadie se olvide que esto no es Trapeze, Purple, Black Country Communion o los mencionados Chickenfoot sino un disco de Satriani y, como tal, el instrumento principal es la guitarra que, como siempre, suena magnífica pero al que habría hecho ganar enteros la aportación vocal de un cantante que de verdad rompa el tono en un álbum que respira otro tipo muy diferente de naturaleza. Llegados a este punto, por qué no decirlo; me parece una pena haber desaprovechado la garganta de Hughes pero repito, esto no es otro proyecto diferente, sino un álbum de Satriani.
Es lo que siento cuando empiezo a escuchar “Energy” y suena ese derroche de fuerza, de espontaneidad en el riff de Satriani pero pasan los segundos y no entra voz alguna. Que sí, que lo sé, que mi primer disco fue “The Extremist” (1992) y sé perfectamente quién es Satriani, si hasta he podido estrechar su mano en más de una ocasión (sin apretar, por supuesto) pero en este disco, directo al hueso, echo de menos una garganta. El desarrollo de “Energy” es magnífico, como el groove del riff de “Catbot” y el toque funky de la voz solista de su Ibanez o el épico y dramático de “Thunder High On The Mountain” que son grandes números, como bonita e irresistible es “Cherry Blossoms” y su arreglo minimalista, de tinte oriental sin olvidarse de sonar actual. “Righteous”, sin embargo, es quizá la más complaciente de todas, junto a la homónima “What Happens Next”; suena bien pero no aporta realmente nada al álbum o la carrera de Satriani, un tono muy bonito, una melodía amable y optimista, pero ningún recurso nuevo bajo la manga, ningún sonido diferente en su paleta.
“Smooth Soul” y sus primeros segundos evocan a Santana, pero sin la influencia latina; sin el mestizaje, como el riff principal con el que abre “Headrush” es puro Peter Green (en Fletwood Mac) pero con sonido actual y “Looper” es puro funky setentero (algo que no repetirá en “Super Funky Badass”). Un álbum en el que echo de menos la solidez de “Schockwave Supernova” (2015) y en el que Satriani parece querer dar rienda suelta a diferentes subgéneros con desigual fortuna (obviamente, con la misma calidad en sus manos) pero cuya idea con la que comenzó, con “Energy”, pierde comba (por increíble que parezca; porque no estamos acusando una falta de talento sino de dirección) en una canción como “Invisible” o “Forever And Ever” por Ray Vaughan. Un álbum que podríamos situar como el menos agraciado desde aquel “Engines Of Creation” (2000) y que quizá deberíamos entender como uno de transición hasta la próxima aventura galáctica de un auténtico genio como Satriani. No preocupa porque parece el entretenimiento de un maestro…
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