SETLIST: Hardwired/ Atlas, Rise!/ Seek & Destroy/ Leper Messiah/ Harvester Of Sorrow (5)/ Welcome Home (Sanitarium)/ Fade To Black (5)/ Now That We're Dead/ Confusion/ Dream No More (5)/ For Whom the Bell Tolls/ Halo on Fire/ Vamos Muy Bien (Obús)/ Los rockeros van al infierno (Barón Rojo)/ Die, Die My Darling/ Last Caress (Misfits) (5)/ Fuel/ Creeping Death (5)/ Moth Into Flame/ Sad but True/ One/ Master of Puppets/ Spit Out the Bone/ Blackened (5)/ Nothing Else Matters/ Enter Sandman/
Seis años de espera han sido los que han pasado entre aquella gira de aniversario del “Black Album” (1991) que tuvo lugar en la edición del 2012 del Sonisphere (tras el fiasco que supuso la publicación de “Lulu” en colaboración con Lou Reed) y el regreso, por todo lo alto, de Metallica con “Hardwired...to Self-Destruct” (2016). Cuesta creerlo pero en ese impasse de seis años ha habido una nueva generación de seguidores que ha pasado de la adolescencia a la veintena y nunca habín visto a James y Lars sobre un escenario; lo que para otra banda sería un suicidio comercial, para Metallica sirve únicamente para que la demanda aumente. Curioso es, lo menos, que muchos de aquellos que en “Reload” (1997) se acababan de quitar los pañales, sean ahora en redes sociales lo más críticos o, por el contrario, los más apasionados con un banda que han tenido que esperar casi dos décadas para ver en directo en una de sus mejores encarnaciones, tras unos años como fueron los finales de los noventa y primeros de los dos mil que supusieron toda una auténtica prueba de fuego para otros y en los cuales muchos se perdieron por el camino, no puedo culparles...
Largas colas de acceso y mucho entusiasmo, la vieja guardia se mezcla con esos jóvenes y así está bien, público de todo pelaje se apretuja por entrar y lo primero que pienso nada más acceder al recinto es que estamos en Disneylandia; a los habituales puestos de merchandising hay que sumarles los diferentes accesos según la entradas que hayas adquirido y el permiso o no para acceder a la pista antes que nadie (porque aunque por escrito figure que todo el mundo accede al mismo tiempo, en la práctica no fue así), la exposición o los carísimos meet & greet con dos miembros de la banda (que varían en cada fecha, pudiendo encontrarte con Lars, James, Kirk o Rob) como una exposición. Todo vale para una banda de thrash que hace mucho que trascendió las fronteras del género y ha sabido convertirse en una de las mayores de la tierra, en competencia directa con los Stones o U2 (en cuanto a venta y gestión empresarial, que ningún seguidor se asuste de la comparación).
Pero, saben, también está bien porque a pesar de todo lo que muevan a su alrededor, del gigante en el que se han convertido y las trasnochadas recapitulaciones románticas de aquellos que aseguran que Metallica no es para tanto, la historia de Lars, James y Kirk derrocha tanta pasión como sangre y sudor por llegar hasta donde han llegado, igual que ilusión, constancia y talento la de Rob Trujillo, un bajista de pura cepa que a pesar de llevar quince años en la formación será siempre e injustamente visto como el eterno recién llegado, quizá porque con él todavía no han logrado la cuadratura del círculo que es la de publicar un álbum que mire de frente a los clásicos imperecederos grabados con Cliff y su eterna y alargada sombra o los dos hitos que supusieron “…And Justice For All” (1988) y el superventas “Black Album” (1991) que, sin embargo y pese a los singles y millones y millones de copias vendidas, este último significó el comienzo del fin para Metallica y una década de bandazos creativos y malas e impopulares decisiones que acabaron con “Death Magnetic” (2008) de la mano de Rick Rubin, un álbum que siempre defenderé porque, a pesar de lo que muchos opinen, estoy convencido de que asienta las bases de “Hardwired...to Self-Destruct” y, a pesar de todas las críticas de esos supuestos entendidos que sacan pegas a su producción, creo que encierra buenas canciones y mejores ideas que parecen haber cristalizado con el paso del tiempo.
Pero, saben, también está bien porque a pesar de todo lo que muevan a su alrededor, del gigante en el que se han convertido y las trasnochadas recapitulaciones románticas de aquellos que aseguran que Metallica no es para tanto, la historia de Lars, James y Kirk derrocha tanta pasión como sangre y sudor por llegar hasta donde han llegado, igual que ilusión, constancia y talento la de Rob Trujillo, un bajista de pura cepa que a pesar de llevar quince años en la formación será siempre e injustamente visto como el eterno recién llegado, quizá porque con él todavía no han logrado la cuadratura del círculo que es la de publicar un álbum que mire de frente a los clásicos imperecederos grabados con Cliff y su eterna y alargada sombra o los dos hitos que supusieron “…And Justice For All” (1988) y el superventas “Black Album” (1991) que, sin embargo y pese a los singles y millones y millones de copias vendidas, este último significó el comienzo del fin para Metallica y una década de bandazos creativos y malas e impopulares decisiones que acabaron con “Death Magnetic” (2008) de la mano de Rick Rubin, un álbum que siempre defenderé porque, a pesar de lo que muchos opinen, estoy convencido de que asienta las bases de “Hardwired...to Self-Destruct” y, a pesar de todas las críticas de esos supuestos entendidos que sacan pegas a su producción, creo que encierra buenas canciones y mejores ideas que parecen haber cristalizado con el paso del tiempo.
Como también seré sincero con una banda como Kvelertak, a la cual descubrimos cuando teníamos que hacerlo y con la que me enfrentaría por cuarta y quinta vez en directo, esta vez presentando “Nattesferd” (2016), un álbum notable, pero que palidece en comparación de su debut del 2010 o “Meir” (2013). He de reconocer que su última visita a nuestro país me dejó muy frío, así que cuando se confirmó que serían ellos los encargados de abrir las noches de Metallica pensé que el escenario se les quedaría demasiado grande. No nos engañemos, puede que algunos vivamos la música intensamente y disfrutemos de todo tipo de propuestas pero el asistente a conciertos de este tipo o esos seguidores de Metallica que sólo escuchan los discos de los de San Francisco, Maiden y creen saber de música por conocer de oídas a Diamond Head, un tipo como Erlend Hjelvik y el arquetipo cazurro pero delicioso que encarna bajo su sombrero de búho y los contundentes riffs de Bjarte Lund Rolland les son tan ajenos y exóticos y distantes como Darkthrone o Grá. Pero, ¿acaso la figura del telonero no se trata precisamente de eso, de descubrir bandas minoritarias a audiencias mayoritarias? Si es así, podemos decir que Kvelertak no sólo cumplieron, sino que fueron capaces de entretener, levantar a la grada y lograron que alguno que otro comprase camiseta y disco. No se arrepentirán.



“Now That We're Dead” y su groove ganan en directo a pesar de que no me guste demasiado el momento final de Batucada pero hay que entender que Metallica no son aquella banda corrosiva de thrash de sus inicios y deben adaptarse a los requerimientos de un concierto de estas características. Fue “Confusion” quizá la que menos disfruté pero, claro, “For Whom the Bell Tolls” sigue sonando tan maravillosa, como si el tiempo no hubiese pasado, y es difícil no perdonarles. Tras ella, Lars -que no parará de increpar al público provocándole- en una de sus múltiples descensos del escenario, se acerca al borde, me señala y me tira su baqueta, ¿se puede ser más feliz? Algunos de mi alrededor se acercan a besarla como si fuera una reliquia religiosa, no es para menos, acaba de marcar el tempo de una de las grandes canciones de todos los tiempos.
A “Halo on Fire” le seguirá un simpático guiño a la ciudad que acoge a Metallica, en el caso de Madrid, la primera noche fue “Vamos muy bien” de Obús, no me puedo imaginar al simpático Fortu más agradecido y la noche del lunes se atrevieron con “Los rockeros van al infierno” de Barón que fue la más coreada de las dos. Tras las que descargaron una punkarra y abrasiva versión de “Die, Die My Darling” de Misfits o “Last Caress” en la siguiente noche y la prescindible “Fuel” (lo siento, nunca me terminará de convencer la única concesión de la noche a una época que parecen preferir olvidar), mucho mejor ese regalazo que fue “Creeping Death”, tras la que interpretaron “Moth Into Flame” con decenas de drones recorriendo el escenario, como si de polillas se tratasen, que sonó excepcional. Una recta final de órdago con la robusta “Sad But True” y esa película de ocho minutos auténticamente épicos que es “One” ante la que cuesta no emocionarse o el clímax de “Master Of Puppets” con James Hetfield auténticamente enorme. Los bises, sin sobresaltos, nos descubrieron que “Spit Out the Bone” suena aún mejor en directo que en estudio, creciéndose y sabiendo más que nunca a “Kill 'Em All” (1983) aunque no puede compararse con ese cañonazo que sigue siendo “Blackened”, la enésima versión pero siempre emotiva de “Nothing Else Matters” o el espectacular cierre que, aún a día de hoy, sigue siendo “Enter Sandman”.
Parece que nos ha pasado una apisonadora, se encienden las luces y James se ha arrodillado, nos da las gracias y nos recuerda lo especial que es Madrid para Metallica, Lars está empapado y comienza a repartir sus baquetas, como Kirk o Rob, decenas de púas. El staff local de seguridad asegura que tienen la obligación de dárselas a los seguidores pero ¿quién se acuerda de ello cuando reina el caos? Trujillo nos tira púas de la gira de las cuales muchas llegan a las primeras filas pero otras se caen en el foso y de ahí al bolsillo de algunos miembros de seguridad, James está a medio metro; ve la escena y derrama un vaso entero sobre nuestras manos mientras sonríe como un loco. Esto es Metallica, da igual lo grandes que sean que lo serán aún más cuando los tienes a medio metro. Enormes…
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