Poco parece importar la imagen en el mundo del metal y, sin embargo, pocas aficiones más sectarias e intransigentes he podido conocer. Un caldo de cultivo perfecto en el que parecen convivir en perfecta armonía los inadaptados; los parias que no tienen cabida en otro ámbito y se sienten escupidos por la vida o el de los brillantes y geniales seguidores con cocientes por encima de la media que desprecian la música popular porque siempre será más complicado un doble bombo que uno sencillo, una polimetría o síncopa, un 7/8 que un 4/4 y una guitarra acústica o un acorde mayor porque en lo complicado reside lo elevado. Ambos extremos, el de los vulnerables y aquellos con supuestas altas capacidades tan sólo muestran sus propios complejos; esos mismos son los que nunca le perdonarán a Myrkur no haber nacido en un fiordo o el más profundo pozo luciferino y es cierto que Amalie Bruun lo tiene todo para ser odiada; su sonrojante carrera antes de “M” (2015) la acerca a una suerte de Taylor Swift local o de tercera regional. Como también es verdad que su debut era científicamente correcto, quirúgicamente perfecto en sus formas, pero todo un plagio en muchas de sus canciones. Lo que debería haber sido una declaración de intenciones que sirviera como punto de partida parecía el resultado de una resaca tras irse de copas con los chicos de Ulver.
Amalie Bruun, esa chica que tiene que defender lo indefendible cuando lo único que se esconde tras sus titubeantes primeros pasos artísticos son las ganas de trascender y tener éxito, una chavala que se hace la foto de rigor en el sótano de Helvete tras haber estado de compras en Bershka y haber soñado con convertirse en la próxima Dido. Reconozco que “M” me engañó en un primer momento, como a todos, aquellas canciones funcionaban bien y, sin embargo, aquella producción inmaculada era sospechosa, aquel secretismo tras sus compañeros de fatigas evidenciaba lo peor. Algo que pude comprobar de primera mano cuando la tuve a escasos dos metros y descubrí que tocaba su BC Rich Warlock con dificultad y dos dedos sobre los trastes o cuando me di cuenta de que su llamativo pie de micro con forma de runa escondía dos micrófonos; uno con mucha reverb para las voces melódicas y otro con distorsión para las más rasgadas y blackmetaleras. No puedo decir que aquello me decepcionara de sobremanera ni que sea tan auténtico, tan trve, como para que ello me hiciese dejar de lado a Myrkur pero sí saltaron las alarmas. Detalles no menos significativos que sus seguidores; aquellos para los que el metal es poco más que una pose, una foto a hurtadillas en el lavabo de casa de sus padres con una camiseta de Mayhem y el flamante vinilo de colorines de Myrkur compartiendo estantería junto con los de Garbage o Fiona Apple.
¿De tanto escuchar metal me estaba convirtiendo en uno de esos inadaptados que mencionaba al principio de esta crítica? Nada de eso. Es sólo que “Mareridt” es un álbum correcto y no sé exactamente por qué; si por las cualidades de Amalie Bruun o por el equipo que hay tras ella. Una artista capaz de firmar canciones del corte de Ace Of Base termina reconvertida, por obra y gracia del black metal, en una suerte de versión danesa de Sinéad O’Connor como evidencia la apertura del álbum (e incluso “Crown”, por Amos). La continuación, “Måneblôt”, a pesar del plagio, funciona bien como contrapunto sino fuese porque “The Serpent” es quizá lo más aburrido que se ha firmado nunca en la historia de la música y su lentísimo y sinuoso riff, evocador del movimiento de una serpiente, es algo tan recurrente y escuchado que tan sólo nos producirá un bostezo tras otro. Es verdad que el estribillo despega y si algo la salva es la voz de Bruun llevándolo a otro plano y convirtiéndola en uno de los puntos álgidos del disco, reconozcámosle su mérito.
Algo similar ocurre en “Crown” o ese medio tiempo ulveriano que es “Elleskudt”, canciones como esta o “Ulvinde” (con una gran melodía) son levemente disfrutables pero les falta fuerza, pegada, gancho. La interpretación es buena, la instrumentación es la adecuada y la producción, de nuevo, cristalina pero la composición es un horror, además deben lidiar con otras aún menos agraciadas como la tradicional “De Tre Piker” o “Funeral” (con Chelsea Wolfe, al igual que “Kvindelil”), el folkie bonito pero estéril de “Kætteren” o la otra cara de la moneda, “Børnehjem”. Un desaguisado en el que entiendo lo que se pretende y es la mágica unión del folk tradicional más superficial y pop con el black metal más moderado y radiable, lo sé, pero no termina de cuajar cuando la mejor de toda la segunda cara bien podría ser “Gladiatrix” por su etérea delicadeza y ni siquiera esta termina de convencer.
Muchos no quieren darse cuenta pero Myrkur y sus creadores se han percatado de que su público objetivo está muy lejos del pútrido olor y la negación a la vida que es el auténtico black metal y con “Mareridt” la están haciendo orbitar a una galaxia muy diferente a la explorada en “M” y en la que muchos de sus fans se sentirán, sin duda, mucho más cómodos; siempre es más fácil grabar melancólicas cancioncillas dignas de “El Hobbit” que lidiar contra el barro y las primeras filas de los festivales europeos mientras compartes cartel con el resto de vacas sagradas del metal. A Myrkur eso le viene tan grande como a sus propios seguidores y Ulver lo saben…
© 2017 Jack Ermeister