Crítica: Marilyn Manson “Heaven Upside Down”

Ya lo dijo Madonna Wayne Gacy (Stephen Bier), Marilyn Manson debería pegarse un tiro y desaparecer para así poder mantener su integridad intacta. Que conste que soy de los que opinan que Gacy exageraba, siendo como es, tan dado a la provocación y estoy convencido de que, si puede llegar a considerarse tal declaración, siempre será en un sentido figurado (en el ámbito artístico), no faltándole razón entonces. Con todo y con ello, el que fuese teclista de Manson en su época dorada, tampoco puede presumir de una carrera precisamente gloriosa tras su expulsión (ahora que se dedica a vender chucherías y recuerdos de su pasado a través de Internet) y es que, aunque de manera prematura, vivió el comienzo del fin de primera mano con aquel “The Golden Age Of Grotesque” (2003) cabaretero-berlinés, en el que él mismo participó (otro cerebro en la sombra considerado por muchos, como Ramírez, teoría que el tiempo se ha encargado de desmontar, todo sea dicho) que nos depararía una década de fiascos como “Eat Me, Drink Me” (2007), con un auténtico fracaso de gira con gradas medio vacías, o el despecho amoroso hecho álbum, el cacareado regreso de Twiggy y un “back to basics” fallido como “The High End Low” (2009) o un álbum como “Born Villain” (2012) que el tiempo ha puesto en su sitio; una de las insondables simas abisales en la carrera de Manson que, consciente de su desnortado rumbo, se ponía en manos de Tyler Bates; un extranjero en el Valle de las Sombas de Brian Warner, alguien tan agresivo, oscuro y gótico-americano como John Mayer o Billy Ray Cyrus, cualquiera podrá percibir mi fina ironía…

De aquella extraña unión nació un disco muy bien pensado pero muy mal ejecutado como “The Pale Emperor” (2015), en el cual la transmutación de Manson en el personaje de predicador y pobre diablo paseando por la soleada acera norteamericana podría haber dado mucho más de sí. La estética era magnífica, blanco y negro con mucho grano a golpe de blues pero fallaban las canciones y es que, lo queramos aceptar o no, Marilyn Manson hace mucho que perdió el favor de las musas. Analizar el porqué es sencillo; hace tiempo que no existe como banda sino como artista y este es su proyecto (no hay autocensura, no hay consenso, no hay lucha o tensión en esta dictadura), el papel actual de Ramírez es nulo, no existe un adorable yonki como Gacy aportando sus fantasmagóricos teclados y tampoco hay un honorable mercenario como Ginger Fish pero sobre todo; falta un gurú como Reznor al que Manson, sabedor de ello, no para de lanzar indirectas en todas las entrevistas promocionales clamando por una posible colaboración en un futuro cercano. Honestamente, cuesta imaginarse a Reznor, ahora envuelto en otra aventura muy diferente junto a Atticus Ross, enamorado de un posible proyecto con una estrella en clara decadencia como Manson (con el que precisamente no acabó nada bien) al que le sobra el acomodo burgués de millones y millones en su cuenta, para alguien al que su naturaleza de “basura blanca de clase media” le sentaba tan bien para acrecentar su hambre de éxito y nutrir sus canciones con toda la imaginería propia de ese escenario.

El décimo álbum, por lo tanto, alberga pocas sorpresas y aún menos expectativas o esperanzas para la carrera de Manson a corto plazo; prosigue el binomio con Tyler Bates y, aunque levemente más crudo y -por suerte- menos bluesy que “The Pale Emperor”, tampoco es el regreso a “Antichrist Superstar” (1996) que Manson aseguraba y, pese a que en algún momento nos engañe con algo más descarnado que no resulta tan horroroso como el material de “Born Villain”, compite en mediocridad creativa con aquel. Por ejemplo, “Revelation #12” podrá engañarnos en sus primeras escuchas con ese sentimiento de urgencia punky (a pesar de la ausencia de pegada de un simplísimo Gil Sharone) pero termina evidenciando un tema poco trabajado en el que toda la importancia reside en la producción, como una cada vez menos potente voz por parte de Manson que necesita ser tintada con más y más distorsión y una innecesaria reverb.

Pero lo auténticamente descorazonador de "Heaven Upside Down" es su prematura rendición ya en su segundo tema, "Tattooed In Reverse", con un envoltorio plenamente r&b a medio cocer con dance de mentirijilla que, a pesar de su letra pretendidamente provocativa, es un auténtico tostón y punto de inflexión prematuro de un álbum con tan sólo diez composiciones que no, no mejorará con "WE KNOW WHERE YOU FUCKING LIVE" en la que claramente intentan recuperar algo de la visceralidad mostrada a mediados de los noventa cuando la bestia aún no había sido esterilizada con dinero.

"SAY10", cuyo título fue provisionalmente el del álbum que nos ocupa, incide en esa misma violencia pero, a pesar de ese fuerte sentimiento de “Antichrist Superstar”, es tan sólo un medio tiempo en el que las cosas no terminan de funcionar. Pero, con todo y con ello, podríamos estar refiriéndonos a un álbum moderadamente superior si no cayese en el más absoluto de los ridículos cuando Manson se calza los zapatos de bailar y hace el ridículo en "KILL4ME" por todas las hombreras y cardados de los ochenta, haciendo parecer a Soft Cell una banda de grindcore. A partir de este momento el álbum entra en otro punto muerto, uno aún más profundo y comatoso; la cinemática "Saturnalia" resulta tan sólo inversamente proporcional al aburrimiento que produce escucharla hasta el final para descubrir que no nos ha llevado de viaje a ninguna parte, como parecía sugerir Manson en las entrevistas.

"JE$U$ CRI$I$" o la lentísima y soporífera “Blood Honey” ahondan en la pesadísima recta final de “Heaven Upside Down” (cuya canción tampoco puede salvarse de la quema) y un final tan forzado como la romanticona "Threats of Romance" con Manson vestido de crooner en una canción que, no nos engañemos, es tan sólo pop del malo; de ese que da dolor de cabeza la mañana siguiente. Un paso más de una carrera que debería haber acabado -y siendo muy generosos, tras “Mechanicals Animals”- hace diecisiete años y que muchos se niegan a aceptar, incluido el propio Manson. Nunca un artista con tantísimo talento se había empeñado tanto, tantísimo en demostrar con tanto empeño su lento e inexorable declive. Malo es decir poco, intrascendente, un sufrimiento innecesario a estas alturas...


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