Con Leprous he tenido desde siempre una relación de amor y odio. Me encanta “Bilateral” (2011) y con “Coal” (2013) tuve mis reservas pero, al final, me rendí ante algunas de sus canciones (algunas, por favor) y, sin embargo, a pesar de sus virtudes, “The Congregation” nunca terminó de entrarme. Quizá esa relación de odio, como indicaba al principio, también sea debida más a motivos subjetivos y el público al que accedieron con “Coal” que realmente ningún motivo por parte de la banda de Einar Solberg. No me gustaría que el lector pensase que soy de esos que reniegan de las bandas cuando alcanzan cierto reconocimiento pero a todos nos ha ocurrido que, en muchas ocasiones, esa mística unión entre el público y la música suele producir sensaciones que escapan al control de uno, como si se formase un extraño sentimiento colectivo en esa sinergia (no es ningún absurdo si entendemos que en directo se trata de un intercambio de energía y sentimientos). A Leprous les he tenido siempre muy cerca, bien en directo, bien como banda de acompañamiento de uno de los artistas que más aprecio; Ihsahn, e incluso más cerca todavía en los últimos festivales en los cuales hemos compartido incluso mesa. Solberg. Ognedal, Kolstad, Børven, Oddmund y Weinroth-Browne son buena gente, músicos serios que se esfuerzan y trabajan muy duro por estar donde están y de esa búsqueda, de ese constante derroche de energía por crecer, nace un álbum tan valiente como “Malina”.
Esa clase de disco que dividirá a sus seguidores por ese brusco cambio de estética con unas guitarras que suenan muchísimo más limpias que en anteriores entregas (puede que la incorporación de Robin Ognedal sustituyendo a Øystein Landsverk o puede que haya sido una decisión mucho más premeditada y madurada, propia de la evolución) o una mayor predisposición a la melodía y al estribillo y que les acerca peligrosamente y sin vergüenza al rock e incluso al pop o al indie pero todo bien hilvanado y con gusto. No es de extrañar, por lo tanto, que Solberg se esté molestando en todas las entrevistas en aclarar que tienen más que ver con una banda de rock progresivo de toda la vida que con una de metal.
"Bonneville", sin ir más lejos, me parece una magistral manera de comenzar el álbum; desde esa suave oscilación a modo de rumor y el in crescendo en el que Daniel Børven golpea con hondura su bajo. Con todo y a pesar de lo cristalino, la afectadísima voz de Einar sigue siendo plenamente identificable y me atrevería decir que, aparte del salto cualitativo en la composición, las armonías vocales sean de lo mejor de todo “Malina”. La guitarra que abre “Stuck” nos sorprendió a todos por lo pegadizo y la tonalidad más cercana al indie e incluso al pop pero basta escuchar su evolución para que se convierta en una canción propiamente de Leprous e incluso eclosione en un estupendo clímax que deviene en unos excelentes arreglos de cuerda de Weinroth-Browne sobre el pulso de la composición.
Si “Malina” juega con diferentes sonoridades basta dejarse seducir por la pesada sección rítmica de Børven y Kolstad para saber que Leprous, por mucho que lo intenten, seguirán estando más cerca del metal que del rock. La continuación a “Stuck” no es otra que el single “From The Flame” y de nuevo esa guitarra frenética y nerviosa pero libre de distorsión, una canción pegadiza e inmediata pero magníficamente construída. Pero, para aquellos que pidan más, “Captive” quizá sea la más valiente y el punto de inflexión de “Malina”, me encanta como juegan con diferentes ritmos y esos breakdowns tan bien ajustados y en los que uno no tiene la sensación de interrupción en la narración. Como una de mis favoritas, “Illuminate”, en la que se acercan a la electrónica de una manera elegante, mezclándose perfectamente la batería de Kolstad con el trepidante ritmo del sintetizador.
La introspectiva guitarra de “Leashes” me recuerda muchísimo al sentimiento que transmiten Opeth aunque de la canción de Leprous no me gusten demasiado los manidos “oh, oh, oh” (ni en ellos, ni en nadie, que quede claro, siempre me han parecido un recurso demasiado fácil). Pero “Malina” deslumbra aún más en su segunda mitad con “Mirage” y es que tanto esta como la propia “Malina” y su elegante y etérea naturaleza o “The Weight Of Disaster” son ejemplos de una instrumentación perfecta, de una segunda cara aún más arriesgada y exuberante pero sin perder la identidad como ocurre en la obtusa pero adictiva “Coma” en la que resulta verdaderamente curioso escuchar la delicada voz de Solberg sobre semejante base. Y como colofón, “The Last Milestone”, quizá la más interesante de todo “Malina” por su acercamiento lírico.
Es verdad que es un álbum que creará dos frentes en su audiencia pero también hará que se suban al tren muchos de aquellos que entendían a Leprous como una banda pequeña y que en “Malina” intentan encontrar su camino a golpe de calidad. Uno de los grandes discos del año, sin duda…
© 2017 Jim Tonic