Qué verdad es que sólo hay algo peor que no conseguir lo que se desea y es conseguirlo, las famosas plegarias atendidas. Aquellos que crecimos en los noventa nunca tuvimos duda alguna; si Cobain ansiaba fama desde su adolescente dormitorio cuando fantaseaba con lo que sería poder vivir de su música, aquel deseo se convertiría en una maldición cuando se acercaba a la treintena y había pasado de tocar ante diez paletos abriendo para TAD en salas medio vacías de la Norteamérica profunda para llenar un estadio y estar en el ojo del huracán de la prensa más sensacionalista. Dave Grohl, por el contrario, quería lo contrario, ansiaba llegar a un público mayor y, todo lo contrario que su amigo, deseaba la vida más que nada, como cantaba en “Walk”. El gran problema de Grohl (algo que sus seguidores más jóvenes no parecen querer ver en esa extraña ecuación por la cual muchos artistas experimentan su mayor momento de popularidad cuando su salud artística es inversamente proporcional) es que las musas no le acompañan con la misma alegría desde el tibio “There Is Nothing Left To Lose” (1999), con los Foos como trío, y desde entonces, tras firmar su mejor obra con “The Colour And The Shape” (1997), no ha hecho más que errar en el blanco con discos, más o menos poco acertados, en los que siempre ha salvado el tipo gracias a pegadizos singles de la talla de “The Pretender”, “Best of You” o la anteriormente mencionada “Walk” en el que fue quizá su único repunte con el convincente “Wasting Light” (2011), que le han facilitado el ascenso en las listas y esa popularidad de la que tanto disfruta..
Pero Grohl apunta alto, no sólo quiere su propio festival, su propio día, aparecer en todas las noticias y búsquedas o contenidos sugeridos de YouTube y permitirse cantar desde un trono, a lo Solomon Burke, repleto de mástiles de guitarra como si de El Trono de Hierro del rock se tratase sino que “quiere estar” y la sobreexposición no sólo atrae a más fans sino también a más detractores y es lo que debió sentir cuando estos afilaron sus cuchillos con “Sonic Highways” (2014), un álbum que servía como fallido experimento en la recreación del sonido e idiosincrasia de cada una de las ciudades que visitaba, a la vez que analizaba la escena y su impacto, para acabar convirtiéndose en un monumento a sí mismo y el proceso de creación de un álbum del mismo nombre que era verdaderamente terrible y lejos del hype de las primeras reseñas, la crítica se cebó con él. Y si digo que fue fallido es tan sólo porque basta escuchar las ocho canciones que lo componen y comprobar que, a pesar del peregrinaje por estudios y ciudades con productores de todo pelaje, todas ellas sonaban exactamente igual en cuanto a acabado. ¿Dónde estaba la gracia entonces cuando, para colmo, las canciones no acompañaban? A excepción del riff de “Holy Diver” en “Something For Nothing”, claro (risas de fondo, por favor)
Tres años después y con un EP de por medio, “Saint Cecilia” (2015), otro proyecto en solitario de Chris Shiflett a modo de divertimento (“West Coast Town”, 2017), el ochentero y horrible EP de Taylor Hawkins (“KOTA”, 2016), además de otra gira son formas curiosas de Grohl de tomarse un descanso y dejar que su imagen y presencia mediática nos den un respiro al resto y, sin embargo, según admite, le costó una pequeña depresión (banalizando un poco con ello) encontrarse en casa ocupándose de las tareas domésticas en pijama (como les ocurre a muchos músicos que tras bajarse del escenario y ser aclamados por decenas de miles de seguidores deben ocuparse de la cena o bajar la basura) y no se le ocurrió otra cosa que componer el álbum que nos ocupa en calzoncillos, con una guitarra y botella de vino en mano, como él mismo recuerda…
Siento no opinar lo mismo que aquellos que han escrito su crítica de “Concrete And Gold” a toda velocidad, no creo que este álbum sea el más equilibrado de Foo Fighters y está muy por debajo de “The Colour And The Shape” o “Wasting Light” en ese complicadísimo, por exagerado, ejercicio que tiene mezclar la absoluta genialidad del innovador y revolucionario “Sgt. Peppers And The Lonely Hearts Club Band” (1967) de The Beatles con el arrojo, la actitud, el volumen y la velocidad de Motörhead y el eterno Lemmy, en palabras del propio Grohl.
No es un álbum equilibrado porque tras su mejor momento, esa apertura con “T-Shirt” que recuerda a “Flower” y estalla con toda la banda de manera breve, no conduce a un single como “Monkey Wrench” sino a “Run”, una canción excesivamente larga con un ritmo más cercano a una batucada (como pudimos comprobar en directo) que a una de rompe y rasga como aquella de hace veinte años, el disco perderá comba en una segunda mitad que se deshace por la ausencia de un single que salve la nota de “Concrete And Gold”.
El estallido de “T-Shirt”, tras el que muchos creen escuchar a Queen (para emularles en esos operísticos momentos están más acertados y afinados los bombásticos Muse) evidencia el repentino y creciente amor de Grohl por la obra de los Beatles y es que la nota con la que se abre tal momentum no es otra que la de la celestial “Because”. En la sosona y repetitiva “Get It Right” (con la presencia de Justin Timberlake cuyo mayor logro, supongo habrá sido, que no se note demasiado su aportación) robará el vacilón sonido de guitarra y bajo a su amigo Josh Homme como el clímax y el octavador a Awolnation en “The Sky is A Neighbourhood” o el autoplagio de “White Limo” en “La Dee Da” con ese riff entrecortado que recuerda a la lejana “Watershed” o incluso al archifamoso de “Oh Well” en el primer compás, en un álbum con demasiadas colaboraciones en el que, a pesar de todo, la castrante personalidad de Grohl impide que ninguna se perciba y ni el trabajo de Greg Kirstin (Adele o Sia) sea todo lo sorprendente que debería como tampoco a Inara George, Alison Mosshart o Dave Koz.
Canciones menores que, por suerte o por desgracia, tendrán poca repercusión en las listas, como la insípida “Dirty Water”, esa revisión del “Another Day” de Paul McCartney en “Happy Ever After “ (Zero Hour) o el plagio absoluto beatliano a “Sunday Rain” (con McCartney a la batería) en la cual la guitarra es otro robo pero esta vez a George Harrison hasta que un regusto más negroide con Wah incluido recorre las estrofas como facilita e inofensiva es “The Line” con esos “oh, oh, oh” o ese final con la homónima y desoladora “Concrete And Gold” con Shawn Stockman de Boyz II Men, de nuevo sin mostrar su personalidad, para cerrar no son avales suficientes para un álbum que carece de singles y, como señalaba, su segunda cara pasa desapercibida (a excepción de la resultona aunque un tanto oscura “Arrows” en la que, por lo menos, hay algo de emoción, quizá la única joyita de esta recta final), algo parecido a lo que ocurría en “Echoes, Silence, Patience & Grace” (2007) sólo que aquel contenía “The Pretender” o, en menor medida, “Long Road To Ruin” y este envidia y carece de banderas como aquellas.
Pero no pasa nada, Grohl y sus Foo Fighters pasearán victoriosos en una gira triunfal en la que no faltarán conciertos de tres horas repletos de alaridos perfectamente programados, movimientos de melena y, sin duda, mucha, mucha autenticidad con fans desmemoriados para los que Grohl no es el batería de Nirvana sino un semidiós, con su pan se lo coman... Qué razón tenía Neil Young en “Hey Hey, My My (Into The Black)”, es mejor arder que desvanecerse poco a poco.
© 2017 Jack Ermeister