Segundo día en el Hellfest y, al margen de los artistas, en un festival como este siempre hay algo que ver o un músico con el que cruzarte en el camino. Obviamente, Kerry King no pasea por el mercadillo ni se mezcla entre la gente pero sí los integrantes de una banda como Nails, entre muchos otros, la cual sería nuestra primera cita en la segunda jornada. Tras muchos rumores acerca de su estabilidad (debido a la triste realidad de muchos artistas que no pueden dedicarse a tiempo completo a su carrera para poder subsistir económicamente hablando) y la publicación de un álbum tan rotundo y con naturaleza de clásico como “You Will Never Be One of Us” (2016), Todd Jones y John Gianelli paseaban por el festival ajenos a la expectación que despertaban pero amparados en su relativo anonimato. Es verdad que las carpas de los festivales suelen ser el refugio de aquellos que necesitan dormir cuando el tiempo no acompaña (en este caso las altas temperaturas) y The Altar no es una excepción, es verdad que Nails -por suerte o por desgracia- son una banda minoritaria por el momento y no hubo un lleno absoluto para verles pero canciones como “Savage Intolerance”, “Wide Open Wound” o “Violence Is Forever” cayeron como losas a primera hora de la tarde y convirtieron aquello en una auténtica locura, su hiperviolento hardcore, su mala leche y actitud caló entre nosotros con Jones y Gianelli repletos de energía y Taylor Young auténticamente salvaje, fue un concierto breve, tan breve como algunas de sus canciones pero pocos olvidaremos la sensación de agresión con la que salimos de allí en dirección al escenario principal.
“De la cima al hoyo” que canta nuestro querido Tobias Forge; de la oscuridad y agresividad a la laca y las mallas de licra. Entiendo perfectamente la parodia que son Steel Panther y hay veces que intento tomármelo con humor pero es algo tan forzado y con tan poca gracia, con tan poco estilo, que prometo que me fascina ver al público entregado a ellos; es digno de todo estudio. Starr, Satchel, Fozz y Zadinia no son los Crüe de los ochenta, para ellos esto no es la realidad que vivían Poison en los ochenta y verles en el backstage prepararse físicamente en vez de quemar la vida (como se supone que corresponde a sus personajes) amorrados a una botella o rodeados de chavalas es completamente absurdo. Me explico porque no faltarán aquellos lectores que no entiendan a lo que me refiero y saquen como conclusión que lo que quiero es ver a Steel Panther esnifar cocaína de los pechos de una supermodelo de pelo cardado antes de saltar a escena pero nada de eso; me da igual lo que cada músico haga antes y después de subirse al escenario pero no deja de resultar irónico que lejos de los focos Steel Panther sean más serios, rancios y previsibles que los chicos de Pain Of Salvation y su sanísima comida, guitarras de campamento y chándal, a los que les faltó encender una fogata y cantar canciones de catequesis en la zona de artistas. Sé que Steel Panther son una broma, una parodia pero, por favor, que se metan un poco más en su papel porque estoy convencido de que Coldplay al lado suyo parecen Hanoi Rocks.
Eso sí, al saltar al escenario se disiparon todas las dudas, presentando un justito y repetitivo “Lower The Bar” (mismas bromas, idénticos desaciertos pero con menos inspiración que en anteriores entregas), lo que nos deparó su actuación fue un constante ir y venir de sobeteos de entrepierna, lenguas y poses exageradas, referencias a fiestas, coños y culos, todo muy grosero y muy ramplón, todo muy forzado y con poca gracia hasta rozar el ridículo pero a la gente le encantó, ¿qué puedo decir si al final se trata de pasarlo de miedo? Musicalmente sonaron bien, “Goin’ In the Backdoor” o la divertida “Just Like Tiger Woods” lograron entretener como ese chiste fácil y tan puramente “spinal tap” que es “Death To All But Metal”, como falló su single “Poontang Boomerang” mostrando a la gente más perdida hasta ese final de fiesta con “las chicas en fila”, “Gloryhole” y ”Party All Day (Fuck All Night)” con Michael Starr completamente encharcado en sudor y una sonrisa en la cara. No es para menos, pocas bandas tributo (es lo que parecen aunque la gracia se haya ido de madre y muchos crean que son algo a tener en cuenta) son capaces de actuar en el escenario principal de un festival tan importante y colársela a tanta gente. Steel Panther es la clásica banda con la que no hay que enfadarse ante lo burdo de su propuesta, los disfrutarás tanto como esperes de ellos, tu nivel de exigencia, madurez, inteligencia o edad lo pida a menos que lo hayas inhibido todo con alcohol en grandes dosis.
No sé por qué pero siempre que acudo a ver a Decapitated tengo la misma curiosidad por ver cómo se defienden con su último álbum, como si Vogg o Rasta pudiesen defraudarnos, fuesen unos advenedizos o mi primera vez en uno de sus conciertos pero también es verdad que siempre que hablo de Decapitated es inevitable mencionar a Vitek e intentar adivinar qué hubiese ocurrido con la banda de estar él en sus filas; si lo que nos hemos perdido ha sido a un grandísimo batería o también la posibilidad de una continuación o evolución, dentro de parámetros más death, a “Winds Of Creation, “Nihility”, “The Negation” u “Organic Hallucinations”. Como con tantas otras bandas, siempre nos quedará la duda de saber si Vitek y Vogg habrían continuado por aquella senda o igualmente habrían publicado discos como “Carnival Is Forever” y “Blood Mantra”. En esta ocasión, Decapitated se presentaban en el festival galo con su nuevo bajista Hubert Więcek y un álbum en ciernes como “Anticult” que, una vez escuchado tras su publicación, tenía que marcar o no su actuación. Y la versión que nos encontramos de Decapitated, con el disco aún sin publicar, nos sorprendería a todos. “Blood Mantra”, “Never” o “Day 69” en verdad sonaron brutales pero no como la clásica ametralladora técnica a la que nos tienen acostumbrados más propia del death metal, sino una más trotona más cercana a una banda de groove. Nada en contra de ello pero fue sorprendente, Vogg es un guitarrista con suficiente técnica y personalidad como para poder hacer prácticamente lo que le venga en gana pero era llamativo verle hacer sonar unos riffs tan puramente death con un envoltorio más propio de ese groove que menciono. “Nest” o “Instinct” cerraron una actuación con mucho cuerpo y Rasta más metido que nunca en la nueva propuesta. No es que Decapitated hayan cambiado de manera exagerada pero la naturaleza de su música ha cambiado y eso no es malo, solo diferente dependiendo de los oídos que lo escuchen. “Anticult” no es su mejor obra pero tampoco su peor entrega, quizá el eterno disco de transición de una formación que parece seguir a la búsqueda de su nueva identidad, de cualquier manera siempre es un gusto verles de nuevo sobre el escenario.
Tras publicar “The Ride Majestic”, Soilwork parecen una banda muy distinta a la que parió “Stabbing The Drama” (2005) y si bien es verdad que con “Sworn To A Great Divide” (2007) fui perdiendo el interés en su música, tras este último y “The Living Infinite” (2013) recuperé el deseo de verles de gira. Aquellas fueron interesantes, mostrándonos a unos artistas que han sabido mutar hacia un death metal quizá más progresivo en el que han encontrado la clave para incluir sin reparos todo tipo de elementos de otros subgéneros en su cóctel. La banda, en pleno descanso y Björn con el nuevo álbum de The Night Flight Orchestra (que, por mucho que algunos lo vendan, no termina de entrarme) decidió regalarnos algunas fechas por Europa y siempre me han parecido interesantes este tipo de giras como la planteada Soilwork; pocas fechas, algunos festivales, sin presión alguna e interpretar los temas que les interesan. Así, me acerqué al escenario con cierta esperanza y encontré justo lo que buscaba; a una banda descansada y con cierta libertad. No os voy a engañar, los suecos son los de sus últimos discos -con todo lo bueno y lo malo- pero en directo en el Hellfest se mostraron con ganas de levantar al público, “Nerve” o “Rise Above The Sentiment” y Andersson y Coudret disparando riffs mientras Björn Strid disfrutaba cantando las canciones, imprimiendo fuerza sobre la base rítmica de Wibom y Thusgaard. “The Crestfallen” o “Bastard Chain” sonaron con fuerza y he de reconocer que una vez ya dentro del concierto y en caliente, disfrute de todas, incluida la inevitable y ya esperada “Stabbing The Drama” para cerrar. Para colmo, los chicos de Soilwork no dudaron en mostrarse por la zona de prensa, tranquilos, afablas y accesibles a todo aquel que se le acercase para darle la enhorabuena, saludar, hacerse una foto o firmar un autógrafo. Esperemos que este descanso les esté sentando bien y el próximo álbum se vea impregnado de todo lo comentado.
Había cierto ambiente de excitación en The Temple por ver a Alcest en su propia tierra interpretando canciones de su aclamado “Kodama” (2016), un disco que cada vez me parece más excitante y exótico en su mezcla con la cultura japonesa y la oscuridad de algunas de sus canciones. Es verdad que no es un álbum casi perfecto como “Souvenirs d'un Autre Monde” (2007) pero no tengo queja alguna, excepto quizá con “Shelter” (2014). Tras un comienzo titubeante en el que Alcest tomaron el escenario y tuvieron que volver a abandonarlo por algún problema técnico, arrancaron precisamente con “Kodama” y “Je suis d'ailleurs”, no puedo afirmar que aquello se viniese abajo porque la música de Alcest es intensidad y emoción lejos de la exaltación de otras bandas pero canciones como “Autre Temps” o “Percées de lumière” nos llevaron a otros mundos junto con la ayuda de Zero e Indria, Neige se mostró tan reservado como siempre pero creí ver un gesto de satisfacción en un concierto que terminó con “Délivrance” y que nos regaló también canciones como “Eclosion” o “Oiseaux de Proie”. Por suerte, volveremos a repetir con ellos en su gira europea junto a Anathema.
Tras escuchar a Neige interpretar “Délivrance”, llegaba el momento de reencontrarnos con Pain of Salvation y lo escribo así porque Daniel Gildenlöw y su banda estuvieron durante todo el festival disfrutando del excelente buen ambiente que vivimos en la zona de prensa, tan cercanos que no era complicado cruzarse con Daniel en todo momento. Pero si su actitud me causó buena impresión, su actuación me decepcionó. Siento decir que “In the Passing Light of Day” (2017) no me pareció el grandísimo disco que a muchos sí, no es un mal álbum y tiene algunas canciones que lo justifican pero no me termina de convencer y en algunos momentos lo veo algo forzado. De Pain of Salvation en directo esperaba a una banda más versátil, capaz de llevar los matices de algunas de sus mejores obras al directo y lo que me encontré fue a una banda de rock/ metal, estandarizando algunas de sus canciones y perdiendo parte de esa magia del estudio. “Reasons”, “Meaningless” o la imprescindible “Linoleum” sonaron pero – a excepción de esta- no me dijeron nada en absoluto. Gildenlöw y Hallgren se repartieron la tarea a las guitarras (siendo Hallgren el que llevaba todo el peso ya que Daniel poco hizo con ella) pero el cuerpo central del concierto, “A Trace Of Blood”, “Rope Ends” y “Ashes” se me hizo especialmente pesado y tampoco sentí una entrega por su parte que me quitase la razón. El concierto de Pain Of Salvation comenzó de manera tibia, con la carpa a medio llenar y, según fue avanzando, fueron muchos los que decidieron poner rumbo a una de las citas de culto de todo el festival, en efecto, prefirieron agolparse por ver a Primus que seguir escuchando a los suecos.
No digo que todos los que vieron a Primus estuviesen bajo el efecto de alguna sustancia o que todos los que vimos su actuación no tuviésemos la sensación de haber ingerido algún tipo de hongo tras ella pero sí que a todos los que se les fue la mano estuvieron viendo a Primus, seguro. Entiendo a todas esas personas que admiran a Les Claypool (habría que estar muy sordo para no hacerlo) pero la música de Primus les desborda o no les termina de convencer. Primus puede presumir, desde hace mucho, de una formación estable con Ler (Larry LaLonde) y Herb (Tim Alexander) y una obra en la que desde su regreso con “Green Naugahyde” (2011) puede vanagloriarse de haberse afincado en lo raro, en lo especial que una banda como Primus siempre ha tenido pero que ahora exponen sin ningún tipo de reserva y es de agradecer; que su regreso no haya sido complaciente sino arriesgado y haciendo la música que les venga en gana, por muy marciana que sea. “Sailing The Seas of Cheese” (1991) sigue siendo su gran obra maestra pero muchos, quizá por la época en la que nos criamos, seguíamos teniendo en cuenta álbumes como “Brown Album” o “Antipop”, discos inclasificables para una época como fueron los noventa.
A punto de publicar “The Desaturating Seven” (2017), Les Claypool, Ler y Herb saltaron al escenario con su peculiar cancionero bajo el brazo. “Those Damned Blue-Collar Tweekers” y “Wynona's Big Brown Beaver” transformaron The Valley en todo un viaje psicodélico con Claypool ‘slappeando’, imágenes en bucle, colores chirriantes, ácido -mucho ácido- y surrealismo, como si Claypool se hubiese tragado a Zappa mezclado con Willy Woonka. Imposible decidir cuál fue más extraña y psicotrópica si “Frizzle Fry”, “Pudding Time” o “My Names Is Mud” (sencillamente lisérgica), sólo sé que cuando terminó de sonar “Jerry Was a Race Car Driver” tuve una sensación parecida a la experimentada en Electric Wizard y es que lo de Primus fue tan personal, tan fascinante y complejo que a todos nos dejó maravillados.
Se acercaba el gran momento de una noche que caía de nuevo templada sobre Clisson, muchos eran los que se marchaban a los escenarios principales para poder ver el concierto de Aerosmith todo lo cerca que pudiesen mientras otros comenzábamos a ganar posiciones para ver a Opeth no sin antes dejarnos caer por el concierto de Wardruna, cita obligada por lo poco común de sus giras. Pero también seremos sinceros, la propuesta étnica de la banda es complicada para un festival de estas características. Escuchar una canción con percusión e instrumentos tradicionales o coros más propios de un rito pagano es entretenido durante un rato pero no durante cuarenta y cinco minutos tras ver a Primus. Kvitrafn y Lindy Fay tomaron el escenario y recuerdo que me impresionaron “Algir - Stien klarnar” o “Raido” pero, a partir de ahí, soy consciente de que me superaron y tuve la sensación de estar en una reunión de druidas más que en un festival de metal extremo, tienen muchísimo encanto y disfruté de su actuación pero no son lo mío. Tampoco podría llevarme a engaños tras haber escuchado “Runaljod – Gap Var” (2009) y “Runaljod – Yggdrasil” (2013) o la más reciente “Runaljod – Ragnarok” (2016) pero, a pesar de ello, en el escenario eché de menos algo más de variedad, algo remotamente parecido a un punto de inflexión o, por supuesto, la alargada figura de Gaahl con la que sentir que su música toma protagonismo y no una permanente banda sonora.
Te gusten o no los de Boston, la presencia de Aerosmith en un festival es una cita ineludible por su papel en las últimas décadas y la posibilidad de que no vuelvan a pisar el mismo escenario nunca más, así que obviarlos y asistir a ver a una banda como Opeth (tan relativamente joven y con tanta carrera por delante) no deja de transitar la fina línea entre gusto y declaración de principios (más si tenemos en cuenta que a la semana siguiente estaríamos disfrutándoles de nuevo en el Download Fest de Madrid) pero a Åkerfeldt lo que es de Åkerfeldt. Con un álbum como ”Sorceress” recién horneado (que, desde luego, no es una obra maestra pero sí un disco notable) y la ya cada vez más rancia polémica sobre los guturales que ya resulta del todo agotadora, Opeth llegaban de nuevo al Hellfest con un repertorio fugaz pero impactante, algo a lo que ayudó la oscuridad de la noche (parece una tontería pero una semana más tarde Opeth interpretaron el mismo repertorio a plena luz del día y parte de la magia e intimismo de la banda se pierde. No sé por qué pero siempre asocio la escucha de su música con la tranquilidad y la calma de la madrugada).
La canción “Sorceress” nos mostró a una banda que, lejos del death metal de sus primeros tiempos, suena sólida como una piedra, más allá del influjo stoner que muchos creyeron ver en ella, “Sorceress” es puro Opeth pero el primer gran momento de su actuación llegó con “Ghost Of Perdition” en la que tuve la sensación de que todos los allí presentes entendimos por qué preferimos aquello a, con todos mis respetos, Aerosmith (a los que también veríamos en Madrid poco después). Y es que bastó la épica de “Ghost Of Perdition” o la delicadeza de “Cusp Of Eternity” para que entendiésemos lo mismo que con Baroness y Electric Wizard o Primus unas horas antes y es que hay bandas que despegan del resto. Un Mikael Åkerfeldt especialmente comunicativo o socarrón, dentro de su habitual flema, con Aerosmith y unos músicos como Mendez, Axenrot, Åkesson y Svalberg nos demostraron que, como muchas veces ya hemos dicho, las grandes batallas se libran en los escenarios pequeños. Tras “Heir Apparent” o “Era” llegaba el momento de “Deliverance”, un fin de fiesta magnífico pero tan breve que echamos en falta muchas más canciones y Åkerfeldt, sabedor de ello, no pudo más que prometer una posible gira europea por salas en otoño. Que así sea…
La canción “Sorceress” nos mostró a una banda que, lejos del death metal de sus primeros tiempos, suena sólida como una piedra, más allá del influjo stoner que muchos creyeron ver en ella, “Sorceress” es puro Opeth pero el primer gran momento de su actuación llegó con “Ghost Of Perdition” en la que tuve la sensación de que todos los allí presentes entendimos por qué preferimos aquello a, con todos mis respetos, Aerosmith (a los que también veríamos en Madrid poco después). Y es que bastó la épica de “Ghost Of Perdition” o la delicadeza de “Cusp Of Eternity” para que entendiésemos lo mismo que con Baroness y Electric Wizard o Primus unas horas antes y es que hay bandas que despegan del resto. Un Mikael Åkerfeldt especialmente comunicativo o socarrón, dentro de su habitual flema, con Aerosmith y unos músicos como Mendez, Axenrot, Åkesson y Svalberg nos demostraron que, como muchas veces ya hemos dicho, las grandes batallas se libran en los escenarios pequeños. Tras “Heir Apparent” o “Era” llegaba el momento de “Deliverance”, un fin de fiesta magnífico pero tan breve que echamos en falta muchas más canciones y Åkerfeldt, sabedor de ello, no pudo más que prometer una posible gira europea por salas en otoño. Que así sea…
Quizá por pereza o porque hemos visto a Kreator en mil ocasiones, quizá porque Warzone estaba hasta arriba por ver a Suicidal Tendencies con Lombardo y, por mucho que digan, su último álbum no nos ha convencido, preferimos remolonear en la última hora de la noche y vimos de nuevo a Deafheaven. Es evidente que algo ha cambiado en ellos, su música es la misma y su puesta en escena también pero las últimas giras compartiendo carteles imposibles no les han traído más que disgustos y críticas por parte de ese tipo de público que entiende que al artista hay que humillarlo abucheándolo o tirándole todo tipo de objetos simplemente porque no encaja en el estándar de su gusto. Deafheaven no lo han tenido ni tendrán fácil, ni su estética ni su famosísimo “Sunbather” (2013) tendrá nunca el favor del público más fundamentalista y más cuando la crítica se deshace con ellos.
De cualquier forma, algo ha cambiado y quizá sea su actitud, me da la sensación de que Clarke y McCoy salen al escenario como ese tipo de soldados ya curtidos en mil batallas, a la espera de que cualquier cosa pueda ocurrir. “Brought To The Water” (uno de mis riffs favoritos de su magnífico “New Bermuda”) y a rompernos el cuello con “Baby Blue” o “Come Back”, no nos pilló por sorpresa la versión de “Cody” de Mogwai porque ya es una habitual como tampoco ese “Dream House” o ese final ya clásico con “Sunbather”.
Podría pintarlo de otra manera y querer ser más auténtico que el resto pero alrededor mío había muchísima gente y, viendo sus caras, puedo apostar lo que sea que ninguno salió defraudado del concierto de Deafheaven. Tras su actuación nos dirigimos hacia los coches, el último día sería tan intenso o más que los dos primeros, era ya de madrugada pero enormes bocanadas de fuego seguían saliendo de las entrañas del Hellfest, un festival que rara vez descansa…
© 2017 Jim Tonic/ Albert Gràcia