Crónica: Ryan Adams (Madrid) 07.02.2017

SETLIST: Do You Still Love Me?/ To Be Young (Is to Be Sad, Is to Be High)/ Doomsday/ Outbound Train/ Gimme Something Good/ Stay With Me/ Let It Ride/ New York, New York/ When the Stars Go Blue/ Anything I Say to You Now/ Fix It/ Cold Roses/ Come Pick Me Up/ Shakedown on 9th Street/

Hay veces que uno siente que está en el sitio y momento adecuado. No sé dónde estarías tú en el MadCool de Madrid el pasado viernes (mucho antes del trágico accidente que se llevó la vida del acróbata y bailarín Pedro Aunión mientras homenajeaba a Prince a treinta metros de altura) pero si había un lugar donde estar era el escenario Radio Station para ver a Ryan Adams. No diré que Adams haya estado ausente pero sí que es verdad que desde “Cardinology” (2008) -o quizá mucho antes, cuando declaró abiertamente sus problemas con las drogas, más en concreto con el speedball- que algo pareció romperse dentro de Ryan Adams. Quizá el febril ritmo de trabajo, los problemas de salud derivados de sus adicciones o la desesperación que asegura que llegó a sentir cuando la mundialmente famosa broma con el canadiense Bryan Adams dejó de tener gracia y tuvo que refugiarse en una relación sentimental que más tarde acabaría en dolorosa ruptura y, por suerte para nosotros, terminó originando este “Prisoner” que le ha vuelto a situar en el mapa tras aquel “Ashes & Fire” (2011), algo que se venía ya gestando desde el homónimo “Ryan Adams”.

Tercer directo suyo al que asisto y tercera vez en la que siento que Adams ha nacido tarde, que si “Gold” se hubiese publicado en los ochenta estaríamos hablando de un artista con más fama, más reconocimiento, un auténtico gigante que, en definitiva, es lo que es aunque no llene estadios. Las canciones de Adams son enormes, poseen la fuerza, la sensibilidad y ahora, desde hace un tiempo, ese encanto de otra década, capaces de atrapar un tiempo en esa mezcla de cultura pop, black metal (subgénero que Adams ama y luce), los ochenta o esas canciones de naturaleza atemporal que, aún con todo el sabor que antes describía, tienen vocación de perdurar en el tiempo.

Tigres de peluche por el escenario, grandes amplificadores como decoración, una bandera norteamericana rescatada del garaje de Neil Young y un arsenal de guitarras; desde una Flying-V más propia de una banda noruega a una Strato Steve Ray Vaughan de su amigo John Mayer a la que Ryan eliminó las míticas iniciales “SRV” y sustituyó por un apropiado “666”, además de la advertencia de no disparar ningún flash.

“Do You Still Love Me?” abrió de manera fulgurante un concierto que crecería con la dylaniana “To Be Young (Is to Be Sad, Is to Be High” de su primer álbum (si nos olvidamos de aquellos que firmó con Whiskeytown) cuya batería sigue sonando como el “Tombstone Blues” o sopló la armónica con fuerza en “Doomsday”. “Outbound Train” podría haber sido compuesta por Springsteen como “Gimme Something Good” se aceleró y Adams aprovechó para dejarse la voz; una garganta que sonó con fuerza pero con sensibilidad. Me gustó especialmente “Let It Ride” (de su doble álbum “Cold Roses”, 2005) o, por fin, “New York, New York” (recordemos que hace muchos, muchos años, tenía reparos al interpretarla por la popularidad que llegó a alcanzar). La bonita e íntima “When The Stars Go Blue” sonó intensa aunque desprovista de un lugar más recogido en la que desplegar su emotividad, lejos de los espacios abiertos de un festival con noria y peluquería.

Todavía le quedaban un par de ases a Adams con “Fix It” (una de sus canciones preferidas) o ya un clásico como “Come Pick Me Up” y un final de actuación con Adams arrodillado apuntando al cielo su guitarra con “Shakedown on 9th Street” y el un miembro de su equipo disfrazado de diablo.

Ryan Adams se está convirtiendo en toda una leyenda, tan imprevisible como muchos de los iconos con los que él mismo creció, a golpe de canción tras canción, escribiendo su nombre en la misma piedra. ¿Eché de menos algo? Una actuación con techo y decenas de composiciones que me habría encantado escuchar en directo porque si de algo puede presumir el norteamericano es de un repertorio a la altura de aquellos más grandes para los que a veces uno tiene la sensación de que sí hay un relevo...



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