SETLIST: Let the Music Do the Talking/ Nine Lives/ Love in an Elevator/ Livin' on the Edge/ Rag Doll/ Falling in Love (Is Hard on the Knees)/ Stop Messin' Around/ Oh Well/ Remember (Walking in the Sand)/ Sweet Emotion/ I Don't Want to Miss a Thing/ Come Together/ Eat the Rich/ Cryin'/ Dude (Looks Like a Lady)/ Angel/ Dream On/ Mother Popcorn/ Walk This Way/
Que veinte años no es nada es tan sólo una verdad a medias y si no que se lo pregunten a Aerosmith. La banda de hard (transmutada por completo en una de pop rock) hacía veinte años que no pisaba la capital desde aquella gira llamada Nine Lives Tour y no es cierto que en las últimas dos décadas su carrera haya sido todo lo regular que se podría esperar de ellos tras aquel sonoro regreso (si es que se le puede llamar así), por todo lo alto, que supuso el vendedor “Get A Grip” (1993) que les puso en boca de todos y, lo más importante, les descubrió a una generación que vivía inmersa en la época alternativa y para la que Aerosmith eran cosa del pasado. Habían pasado cuatro años y su último gran disco era “Pump” (1989), anteriormente “Draw The Line” (1977), pero parece ser que ni ellos mismos estaban preparados para lo que se les vendría encima con canciones como “Livin’ On The Edge”, “Eat The Rich”, “Amazing”, “Cryin’” y la famosísima “Crazy”. Y es que Aerosmith fueron incapaces de digerir aquel recibimiento, aquel favor del público en una época tan complicada como aquella en la que ni siquiera eran odiados por la escena alternativa sino que incluso eran reivindicados por algunos de sus artistas. Esa incapacidad de digerir el inesperado éxito degeneró en un correctito pero comercial “Nine Lives” (1997), el mediocre “Just Push Play” (2001), el intento por convertirse en una banda de blues “Honkin’ On Bob” (2004) y un desgastado “Music From Another Dimension” (2012) que pasó sin pena ni gloria por las listas y, mucho peor, por nuestros oídos. Pero quizá lo que terminó por rematar a Aerosmith fue el éxito sin precedentes que sufrieron con “I Don’t Want To Miss A Thing” (incluída en la banda sonora de “Armageddon”) que reventó las listas, se convirtió en uno de los videoclips más emitidos de la época, les hizo vender millones y les acercó y descubrió a un público nuevo para ellos que desconocían “Angel” pero se derretían con el dramón de una historia de amor entre Affleck y Liv. Problemas de dirección ante algunos pinchazos como el mencionado “Just Push Play” y un Steven Tyler más descentrado que nunca (esta vez no por el alcohol) sino por su eterna ansia de trascender, de convertirse en un icono pop, olvidándose por completo de sus compañeros siempre en eterna espera de su regreso mientras él prefería absurdas colaboraciones con supuestas divas del pop, ser parte del jurado de un conocido programa televisivo o publicar el año pasado su primer disco en solitario, “We're All Somebody From Somewhere” (2016), de calado country-contemporáneo/comercial y facilón, completamente alejado de lo que mejor sabe hacer, todo un fiasco de ventas que fue la crónica de una muerte anunciada.
Para mí, Aerosmith son parte de una época, la de mi adolescencia, en la que quiero que se queden y lo que vino después, con todo el cariño del mundo, nunca me dejó satisfecho del todo y, quizá lo peor de todo, cambió la perspectiva que el resto del mundo tenía de una banda que, a pesar de sus estribillos, siempre había sido de rock. De las cuatro ocasiones que he podido verles en directo, he de reconocer que de una (aquel Global Warming Tour del 2014 en el que se supone que estaban en plena forma, luego se demostraría que no) me largué a mitad de su concierto a causa del malísimo sonido y la escasa entrega de la banda para encaminarme a una de las muchas actuaciones que se estaban produciendo en uno de los escenarios más pequeños del festival francés por excelencia, donde habitualmente se suelen gestar las grandes batallas.
Aquella espinita me la he podido sacar este año, por partida doble, con este Aero-Vederci Baby! Tour 2017, en el que hemos tenido la oportunidad de volver a disfrutar de la banda en nuestros escenarios. Lo que se supone que será la última gira (aunque ahora parezca que se están arrepintiendo y aseguran que hay Aerosmith para rato) nos los devuelve en un espectáculo complaciente, a la altura de las circunstancias; no falta la útil pasarela que U2 patentasen a primeros de los noventa y que internará a Tyler y Perry entre el público, las pantallas con animaciones o forzados angulos de los músicos, decenas de público VIP de ese que nunca paga y más decenas de ese otro que se ha dejado la nómina en una de esus carísimas entradas con acceso al escenario, al backstage, la exposición o incluso conocer a los músicos (a todos menos a Kramer) y una colección de canciones que forman ya parte de la historia de la música moderna (algunas más que otras) con Joe Perry, por suerte, recuperado de sus problemas de salud, los discretos Tom Hamilton y Brad Whitford siempre en segundo plano pero soportando casi todo el peso del concierto, un Joey Kramer francamente desgastado y al borde del agotamiento físico en cada uno de sus baquetazos, boqueando por sobrevivir, y un Steven Tyler que no sólo sigue teniendo una de las gargantas más potentes del rock sino que todavía conserva ese puntito roto que siempre se disfruta en todo su esplendor cuando el concierto ya ha arrancado y él ha calentado, un artista de los que ya no quedan y que a sus casi setenta años sigue atrayendo todas las miradas y levantando a un estadio por completo. El rock ‘n’ roll dejó de ser algo peligroso para convertirse en un circo y ahora, en estos años, en un parque de atracciones en el que cada uno paga lo que puede y todas las bandas nos ofrecen algo similar (desde System Of A Down pasando por Foo Fighters o Aerosmith)
Tras la consabida introducción, el concierto despegó verdaderamente con “Love In An Elevator” o ese “Livin' on the Edge” que sigue sonando tan genuino como hace años, “Rag Doll” sonó como un chicle pero fue con “Falling in Love (Is Hard on the Knees)” en la que la gente terminó por dejarse la voz mientras toda la pista saltaba al ritmo, lo que nos demuestra también el tipo de público que puebla un concierto de Aerosmith en pleno 2017. Todo un espectáculo pensado al milímetro en el que incluso las improvisaciones o los guiños están calculados al segundo.
Disfruté, creo que todos, con el momento más bluesy del concierto, en ese en el que Brad y Tom parecen también entusiasmarse, con las interpretaciones de “Stop Messin' Around”, “Oh Well” de Fleetwood Mac o “Remember (Walking in the Sand)” de The Shangri‐Las, en las que la banda pareció convertirse en algo muy diferente por unos minutos y vi a Tyler disfrutar tanto como un niño.
Todo lo contrario de la interpretación de “Sweet Emotion” de esta gira que me parece que no hace justicia a anteriores o incluso a la de estudio y la inevitable “I Don't Want to Miss a Thing” por la que parece que asistieron las treinta y una mil personas que llenaron el auditorio con cientos y cientos de móviles sustituyendo a los mecheros de antaño y cuyo contrapunto fue la versión de “Come Together” de los Beatles en la que el público, una vez más, demostró su naturaleza cuando cantaron el estribillo antes de tiempo ante un Tyler que sonrió ante el error o una irónica “Eat The Rich” que vuelve a sonar igual de potente que antes (como el eructo de Steven), la famosa “Cryin’” o ese Dude (Looks Like a Lady)” que nos llevó a los bises.
Steven bromeó con el frío, no era para menos, cuando salió semidesnudo y se sentó al piano para interpretar la preciosidad que es “Angel” antes de la consabida “Dream On” y despedir el concierto con James Brown y la oportuna “Walk This Way”, otra de esas canciones que supuso toda una carambola cuando decidieron mezclarse con Run–D.M.C.
Es cierto que lo que vimos fue un espectáculo estándar pero tampoco hay queja posible alguna cuando uno contempla al sonriente Tyler abrazarse a Perry en lo que seguramente sea la última visita de Aerosmith a Madrid. A la salida del concierto en una localidad como Rivas atestada y desbordada por el poder de convocatoria del grupo (por favor, que alguien toma nota de que el Auditorio Miguel Ríos no suena como debe ni está preparado para completar todo su aforo si el resto de infraestructuras y organización no acompañan), unas medidas de seguridad acordes al momento que nos toca vivir, la policía convirtió en una ratonera la incorporación a la autopista con un control de drogas y alcoholemia, luces azules y nos piden que nos echemos a un lado, a nuestro lado pasan cinco Mercedes negros a toda velocidad con dirección al hotel Villamagna de Madrid y Steven secándose la cara con una toalla en el asiento delanterio del primero. Imposible negarles el esfuerzo y la entrega…
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