Qué verdad es que a las expectativas siempre hay que templarlas para que no acaben desembocando en ese extraño e irracional estado de ánimo en el que se nos nubla la razón, la mayor parte de las veces inducido, que la prensa extranjera siempre ha calificado como ‘hype’ y nosotros hemos tenido el gusto de adoptar cuando, irónicamente, han sido siempre ellos quienes lo han generado. Además, llama la atención estar hablando en estos términos de una banda tan exquisita pero a la vez tan poco comercial como Sólstafir cuya carrera comenzó de manera gloriosa con “Í Blóði og Anda” (2002) y continuó con tres discos sobresalientes como Masterpiece of Bitterness (2005), “Köld” (2009) y “Svartir Sandar” (2011). Pero todo cambió con “Ótta” (2014), no es que aquel álbum no me parezca grande (que por supuesto que sí, enorme) pero, a mi modesto entender, nunca llegará a la perfección y salvaje belleza de los anteriores. Pero, como suele ocurrir, “Ótta” fue reverenciado por la supuesta crítica especializada y supo trascender el papel de las publicaciones del género para aparecer en todo tipo prensa, situando a Sólstafir en el centro de todas las miradas, incluso la de aquellos que no conocían a los islandeses cuando publicaron los excelsos “Köld” y “Svartir Sandar”. ¿Tengo algún problema con ello, soy de esos que consideran que escuchar un determinado tipo de música está reservado a un gueto de entendidos y cuando los artistas alcanzan cierto estatus es porque su arte se ha popularizado gracias a la pérdida de originalidad y genialidad que siempre se presupone? No, para nada. Pero “Ótta” estuvo en boca de todos, la banda no dejó de girar y girar presentando sus canciones y escuché su nombre en los labios de gente que cree que Leprous es una banda seminal y no negaré que el temor se apoderó de mí al imaginar que esas personas que son capaces de escuchar a Riverside o Steven Wilson, como el que escucha a Bon Jovi, se apropiarían también de Sólstafir y, en efecto, así fue. Es por eso que este “Berdreyminn” era tan esperado como habrá decepcionado a muchos en ese ‘hype’ que mencionaba al principio de esta crítica porque la banda no grabará nunca segundas partes y “Berdreyminn”, por su amargo contexto como continuación de su exitoso predecesor, está llamado a fracasar pese a su infinita sensibilidad o, por otro lado, a ser encumbrado una vez más por esa trinchera de advenedizos que suelen confundir a los que les leen y para los que todos los discos son obras maestras a los diez minutos de su publicación o filtración (cuesta entender cómo es posible que se graben tantas actualmente y cada mes estemos hablando de discos históricos destinados a cambiar nuestras vidas sin apenas haberlos digerido).
Producido por Birgir Birgirsson (Sigur Rós, Alcest) y Jaime Gomez Arellano (Paradise Lost u Oranssi Pazuzu entre otros), hay que reconocer que “Berdreyminn” suena maravillosamente bien en una época en la que, como precisamente ocurrió con Oranssi Pazuzu y su último álbum (“Värähtelijä”, 2016), hay una sempiterna manía por destrozar las obras en la producción con el maldito rango dinámico. Pero es que el disco de Sólstafir juega en otra liga (sin que se entienda como mejor o peor que la de Pazuzu) y su estética y los colores con los que pintan son completamente diferentes.
“Silfur-Refur” y ese sinuoso comienzo son el colchón perfecto para que la banda entre con más fuerza y la voz de Aðalbjörn "Addi" Tryggvason suene tan desesperada y pasional como siempre. De ella me gusta su crescendo hasta acabar convirtiendo la canción en una delicia noise sobre esas guitarras y arreglos. Algo muy similar ocurre con “Isafold” con unas guitarras mucho más limpias (y un riff en la parte central que mostrará el claro gusto de la banda por Waters y Gilmour, no será el único momento del álbum) en una canción quizá más lineal pero hay algo que me sorprende negativamente en una banda como Sólstafir y es la constante repetición de estructuras en las composiciones de “Berdreyminn”; un comienzo lento instrumental sobre el que la banda va construyendo hasta terminar convirtiéndolo en un medio tiempo, una parte vocal antes de la clásica subida de intensidad en el clímax y una coda que les sumerge en la calma más absoluta (como ocurre en seis de las ocho canciones).
Grande es el cambio en “Hula” en el que el post-rock parece darse la mano con el ambient en una evocadora pieza de casi cinco minutos como a “Nárós” parece que le cuesta entrar en calor y termina convertida en la introducción de esa aventura en sí misma que es “Hvít Sæng” en la que las guitarras crujen literalmente sobre la melodía principal, como acertadísima me parece la balada “Dýrafjörður” porque le concede a “Berdreyminn” una nueva dimensión y además el piano es una auténtica joya en su desarrollo o la cinemática “Ambátt” es perfecta como final de un álbum que reserva quizá su mejor y más efectiva baza para el final. No es otra que “Bláfjall”, una auténtica obra de arte en ocho minutos, repleta de vida, fuerza y pasión pero también una épica con el slide de las guitarras de "Addi" y "Pjúddi" pisando el acelerador, como si a Sigur Rós les hubiesen insuflado la pasión y viscera perdida en los últimos años.
“Berdreyminn” parece haber nacido con la clara vocación de álbum transicional a la sombra del anterior y decepcionará y mucho a todos aquellos que se acerquen a él esperando una continuación pero recompensará a aquellos que le den una oportunidad o amen de verdad a la banda. La buena noticia es que Sólstafir han superado el terremoto que supuso el anterior álbum y han decidido, de manera habilidosa, salirse por la tangente y el experimento ha resultado. “Berdreyminn” posee momentos preciosos en los que los islandeses se elevan por encima de nuestras cabezas y esos son los que justificarán y reivindicarán este álbum en el paso del tiempo, además nos muestra a una banda con el arrojo suficiente como para no encasillarse en la fórmula del éxito, sin miedo tras "Ótta", como debe ser…
© 2017 Jack Ermeister