Poco queda ya de aquellos Anathema que vimos nacer hace más de dos décadas, recuerdo “The Silent Enigma” (1995) con el cariño de haber sido el primer álbum que compré de la banda y aquel “Alternative 4” (1998) al que estuve literalmente enganchado durante todo un verano. En aquella época, Anathema hacían honor a su nombre y gustaban propios y extraños, pero dividían a una parroquia que no entendía o quería entender su propuesta. Casi veinticinco años más tarde, la evolución de Anathema ha sido silenciosa y premeditada en cada álbum, nadie les puede acusar de un brusco giro de timón que haya sorprendido al oyente pero, aunque no carentes de emoción y la genialidad en la composición, la única verdad es que han virado de un doom moderado y melancólico a una suerte de canciones tristonas de corte adulto, a medio camino entre el pop y el prog, que rara vez desatan en mí los mismos sentimientos que sus discos más antiguos. Con esto no pretendo que aquel que lea esta crítica entienda que pertenezco a la vieja guardia o soy de esos seguidores que disfrutan ensalzando el pasado mientras desestimo el presente de las bandas que me gustan. No es una crítica, es tan sólo una percepción tras escuchar por enésima vez sus últimas canciones y aceptar que hay que darles tanto tiempo como dotarlas de experiencia y paciencia para aceptar una madurez que les acerca peligrosamente a una audiencia cuarentona, con todo lo bueno y malo que esta apreciación conlleva. No es que el complaciente “Distant Satellites” (2014) no anunciase este, su siguiente paso, “The Optimist” (2017) en una discografía en la que ya parece imposible que los ingleses facturen un mal disco pero aunque es en este último álbum en el que parece que su bonito dream pop se da la mano con el post rock es también en donde nos daremos cuenta de que definitivamente algo ha cambiado en la naturaleza de Anathema.
Conceptualmente, la idea no es mala, ¿qué habría ocurrido con el protagonista de “A Fine Day To Exit” (2001)? Y “The Optimist” comienza con la más que apropiada "32.63N 117.14W" (la playa Silver Strand de San Diego) que es tan sólo una introducción a “Leaving It Behind” y “Endless Ways” (estupendo Lee Douglas), ambas son canciones brillantes, bajo la producción de Tony Doogan con un aderezo electrónico y unas bases que le sientan maravillosamente bien, pero nada con lo que la banda no haya coqueteado antes, en un álbum que sí puede presumir de una mayor oscuridad que “Distant Satellites” o incluso esfuerzos anteriores mientras que “The Optimist”, la canción, es todo lo emocional que podríamos esperar de Anathema y un estilo ya propio, tejido a lo largo de los años.
Los hermanos Cavanagh y sus melodías vocales están a la altura, así como Lee Douglas, o los teclados de Cardoso. “San Francisco” y, más en concreto, el single “Springfield” (una canción que llegó sin esfuerzo, de manera natural, según Daniel), tienden un lazo entre pasado y presente, ese que requiere más que nunca de un desarrollo sutil para llegar al clímax y allí dejarnos tarareando sus melodías incluso rato después de haberlas escuchado por primera vez. “Springfield”, en concreto, es hipnótica y consigue así su propósito.
"Can't Let Go", quizá la más prescindible y repetitiva del conjunto, mientras que "Close Your Eyes" evoca el espíritu de aquella “Sit Down. Stand Up. (Snakes and Ladders)” de los de Oxford y su mantra o “Wildfires” no termina de arrancar y sólo la épica “Back To The Start” y sus once minutos cerrando “The Optimist”, entre arreglos y un piano, serán capaces de hacer remontar la segunda cara un álbum que parece un viaje, a medio camino entre un dulce sueño y la atmósfera asfixiante de una película de David Lynch en la que poco importan los inicios y finales de la historia sino lo ocurrido. Un envoltorio oscuro y sobrio que, sin embargo, no oculta esa sensibilidad pop para adultos de Anathema que antes señalaba. No defrauda pero tampoco quema y muestra sin temor la tendencia a seguir para su próximo trabajo, pedirles más o algo diferente es no haber escuchado sus últimos diez años pero escuchar “The Optimist” es igual de esclarecedor para los próximos diez y esa mutación light entre el doom de sus primeras canciones y el final ligeramente empachoso de los últimos minutos de “Back To The Start” en el que compiten sin rubor alguno con lo peor del sonido poppie de los noventa entre coros y sobreproducción, tan, tan lejos de “Eternity” (1996) y el apasionamiento…
© 2017 Jim Tonic