Porque el black metal es un subgénero adolescente (que nadie se escandalice a estas alturas), surgido en la fría noruega de manos de unos chavales fascinados por los bosques, la literatura fantástica y los ancestrales mitos paganos, treinta años después de su formación es necesario el reciclaje de algunos de sus ‘popes’ cuando muchos de sus fans hemos tenido que crecer y dejar atrás los parches justo ahora que el black está más que asimilado en nuestra cultura, se venden camisetas en grandes superficies y cuesta más caro cualquier disco en su lujosa edición que el último lanzamiento de la nueva boy band. De los altos señores noruegos, Ihsahn fue el primero en desmarcarse de todo aquello con la oportuna defunción de Emperor y el rechazo a todo lo que oliese a incendio adolescente de iglesias medievales de madera, para Vegard Sverre Tveitan fue relativamente sencillo que la comunidad más prog le asimilase y aceptase (su genio está fuera de toda duda) pero no para el resto de compañeros de generación quizá con menos talento y aún menos vista que fueron sorprendidos a traición, por la espalda y con la cara pintada de blanco por el sonido alternativo de la contracultura norteamericana y las cenizas de Cobain aún flotando en el Wishkah; había sido un fenómeno tan efímero como tardaron en encarcelar a Varg Vikernes. Pero los espíritus del black y el death ya corrían por el viejo continente, inoculados como un virus, a través de cientos de demos grabadas en cintas que tendrían que llegar a las manos del polaco Adam Michał Darski que encontraría en aquel intercambio y aquella cultura un vehículo para expresar su arte. No fue fácil y por el camino no han sido pocos los que han creído atisbar la prostitución del metal underground en una discografía que desde “…From The Pagan Vastlands” (1994) ha ido evolucionado, dando bandazos que dirán otros, para concluir en un “The Satanist” (2014) con el que llevan tres años de gira y parecen haber firmado su obra maestra definitiva.
Pero Darski, que no es tonto, se acerca peligrosamente a la cuarentena y ahora que disfruta de un nuevo estatus, no duda en abrirse nuevas vías porque envejecer como Alice Cooper o King Diamond parece más complicado que nunca cuando lo que has pretendido durante años es hacernos creer a todos que eras la reencarnación polaca del auténtico dios sumerio-babilonio de los muertos y así, dándonos pistas de sus auténticos gustos musicales, Adam ha pasado los últimos meses en sus redes sociales, alabando al maestro Cohen y proclamando a los cuatro vientos su pasión por el artista más oscuro que todos los pobres diablos noruegos; el australiano, amante de Elvis y Cash, antiguo consumidor de speed y heroína a partes iguales, fascinado por los asesinos en serie, Nick Cave.
El problema es que perdí la virginidad demasiado pronto con sus discos, con catorce años me compré “Let Love In” (1994) y nada fue igual, disfruté de los Bad Seeds en directo tres años después y devoré su discografía con fruición, por lo tanto, todo lo que aquí me quiere contar Nergal en este proyecto con John Porter me suena como una innecesaria imitación, un cruce de influencias mezcladas de manera burda. Un cocktail de Nick Cave -al que le roba la voz sin ningún tipo de rubor- mezclado con Cash, King Dude y un título con el que ha bautizado a esta nueva aventura directamente prestado del tercer álbum de Leonard Cohen, “Songs of Love and Hate” (1971) con el que aumentan aún más las comparaciones de un disco en el que no hay nada, absolutamente nada original, genuino o auténtico y todo suena tan forzado y mal como su primer single, ese “My Church Is Black” que es quizá una de las canciones más vergonzosas que podría haber firmado Nergal en toda su carrera.
¿Mal? Sí, en efecto, la producción de “Songs of Love and Hate” de Me An That Man es horrorosa con todos los instrumentos saturando el canal, al mismo volumen unos de otros, con demasiada reverberación y carencia de matices, un horror acústico que no, que por mucho que algunos se empeñen, un vampiro musical pero de gusto exquisito como T-Bone Burnett nunca elegirá para una hipotética nueva temporada de “True Detective”.
El robo es tal que si el oyente conoce mínimamente a Nick Cave, sentirá que “My Church Is Black” es un auténtico timo y los beneficios de este álbum deberían ir a parar al de Warracknabeal. Lo que sorprende es que Nergal se haya dejado llevar por su pasión y no haya caído en la cuenta de que las comparaciones son odiosas porque allá donde uno invierte años en sus letras, este ha firmado una propia de un chaval de dieciséis años y donde la voz de Cave retumba con toda su negrura, la del polaco zozobra y se presenta fuera de tono e impostada en la gran mayor parte de sus canciones. Tanto es así que agradecemos la presencia de Porter aunque “Nightride” también sea un robo a mano armada a Warren Zevon pero sin el ácido sentido del humor de este, claro.
“On The Road” está tan buscada como esa aproximación tan barata a “Henry’s Dream” (1992) que es “Better The Devil I Know”. Canciones simples y ramplonas, con un envoltorio artificial, sirva como ejemplo “Of Sirens, Vampires And Lovers” o esa “One Day” en la que parecen Mumford & Sons con Porter cantando sobre un banjo y Nergal haciendo las segundas voces al canto de; “Oh my Lord, Oh my Lord”. Algo tan ridículo y poco natural que hace que me pregunte si cuando canta esos versos de “I believe in Satan who rend both heavens and earth and in the Antichrist his dearly misbegotten” está simplemente utilizando los elementos del metal pagano más extremo para grabar el disco que le apetece o si de verdad lo siente; si cuando graba en el estudio su voz y recurre a esa mezcla de cereales y batido (como se enseña en el DVD de “Evangelia Heretika” del 2010, cualquiera puede comprobarlo) es todo tan de mentirijilla como aquí parece.
En “Shaman Blues” se calzará los zapatos de Mark Lanegan con desigual resultado pero la tomadura de pelo más absoluta llegará con “Voodoo Queen” intentando emular a The Handsome Family y su “Far From Any Road”; por favor, si es que hasta la guitarra es igual, ¿puede alguien escucharlas y confirmar mis sospechas? Para rematar, “Get Outta This Place” y “Ain t Much Loving”, dos chistes por Muddy Waters y Cave que le harán bastante poca gracia a aquellos que ya los hayan escuchado antes.
Imposible descifrar qué se le ha pasado por la cabeza a Nergal para grabar semejante engendro en el que todo suena tan sobado que parece un disco de versiones de segunda, en el que su voz convence tan poco como gusta y por el que tan sólo los nuevos e irredentos seguidores de Behemoth (aquellos con menos criterio, perspectiva o experiencia musical) creerán que Nergal está inventando la rueda y tilden de valiente a un proyecto que posee de todo menos arrojo y parece regurgitado por completo. Un horror desde la primera hasta la última canción, una tomadura de pelo del peor gusto musical posible…
© 2017 Conde Draco