Ahora que no hay mayor tendencia para estar a la última que odiar sistemáticamente y sin motivo alguno es justo cuando, por no ser parte de esa corriente, me empeño en que las cosas me gusten y, por Bobby Gillespie y los hermanos Reid, que empleo todas mis fuerzas en ello pero no funciona. Me puedo dar golpes en el pecho porque yo estuve allí, porque cuando comencé a coleccionar discos y marcar mi asistencia a conciertos como muescas en una culata, no había mejor banda y más cool sobre la faz de la tierra a primeros de los noventa que Jesus And Mary Chain, con permiso de los Pixies, claro. Podrá parecer antiguo pero en mi walkman sonaban con insistencia “Pyschocandy” (1985) y, por la otra cara, “Darklands” (1987); en menor medida, “Automatic” (1989) y “Honey’s Dead” (1992), además llevaba una flamante chapa con su logo y asistí a una eléctrica y siniestra actuación de la gira de “Stoned & Dethroned” (1994); no había adolescente más en sintonía con el feedback, la música alternativa, los pedales de distorsión, Jesús y la Vírgen María que yo. Y, de pronto, los hermanos Reid firmaron el epitafio de la banda con “Munki” (1998) pero no pasaba nada, absolutamente nada; ya eran parte de la mitología musical y cinco años más tarde su preciosa “Just Like Honey” sería la banda sonora del clímax de “Lost In Translation” de Sofia Coppola, descubriéndoles a un público sediento de leyendas que fuman imperturbables y lucen gafas Ray Ban Wayfarer incluso cuando es de noche, muy de noche. Me sentía orgulloso, como me había ocurrido con otras grandes bandas de la época, había sido testigo de todo aquello, nadie me podría robar aquello, excepto ellos mismos…
Diecinueve años más tarde, ¿quién necesita nuevos discos de Jesus And Mary Chain si no van a estar a la altura de los anteriores? El ejemplo más significativo lo tenemos con Pixies, ¿de verdad hay alguien en este mundo que no crea que “Indie Cindy” (2014) o “Head Carrier” (2016) no han hecho otra cosa sino empañar el legado de la banda de Boston? Podríamos hablar de My Bloody Valentine o Ride, grandes nombres que nos llevan a otra época pero cuyo presente no sirve para nada más que comparar y servir de reclamo a todos esos treintañeros más cercanos a la cuarentena que acuden, camisa de franela en mano, a sus conciertos con la esperanza de volver vivir la magia que ni unos ni otros ya poseen. Menos mal que el resentimiento y el éxito de su carrera sirven como repelente de cualquier intento de reunión de The Smiths porque puedo escuchar este “Damage And Joy” pero no soportaría ver a los Smiths convertidos en unos dinosaurios de corte indie paseando por los escenarios de los festivales de verano e intentando igualar en el estudio logros como “Meat Is Murder” (1985) y “The Queen Is Dead” (1986)
Y es que no hay mejor vara para medir las necesidades económicas o la nostalgia (en realidad, el vil metal de nuevo) que con insospechadas reuniones, giras conmemorativas o extrañas alianzas y nuevas amistades. En el caso de los Reid estaba claro que su relación era todo los disfuncional y más que se mostraba sobre el escenario; es más, pude conocerles hace veinte años y doy fe de que aquella pose sobre el escenario era, si puede, aún más tibia que la frialdad con la que se trataban en las distancias cortas por lo que aunque agradecí su reunión y consiguientes giras (¿quién puede negarse a escuchar “Psychocandy” en directo?), cada vez que leía en la prensa sobre la posibilidad de un nuevo álbum un sudo frío recorría mi espalda.
Pero aquí estamos, con “Damage And Joy” sobre la mesa mientras escribo y esa horrenda portada plagiada del álbum de The Mentalettes o evocando también al inmortal “Soup” (1994) de Blind Melon y he de reconocer que no es tan malo pero tampoco es tan bueno como para servir de justificación, como poco tiene de nuevo si entendemos que la mayoría de sus canciones son regrabaciones o refritos y aceptamos que lo que los Reid nos han vendido como un regreso por todo lo alto es tan sólo una mentirjilla a medias en la que debemos consolarnos con baladas destempladas, ralentizadas, pretendidamente épicas, poca distorsión y menos acoples chirriantes, además de socorridas invitadas cuyas voces femeninas intentan insuflar algo de vida y emoción a discretas composiciones con unos músicos que parecen haberse olvidado de quienes han sido para abrazar una madurez lejos de la genialidad que les caracterizaba. He intentado que me guste por todos los medios, lo he escuchado hasta la saciedad y pese a que puedo aceptar que se cumple el tópico y gana con escuchas sucesivas, no hay disco sobre el universo que requiera de tanta dedicación con tan buenos avales y ganas como yo he depositado en la que ha sido una de mis bandas favoritas.
“Amputation” seduce por el reencuentro y su tono pero en ella comenzamos a vislumbrar esa sensación de vacío que nos acompañará durante todo el álbum porque en él falta algo y nuestro corazón lo siente. “War On Peace” es una revisión libre de emoción y el calado de “Darklands” ¿Y si corremos, dónde iríamos? -repiten una y otra vez contagiándonos de desgana más que de la desesperación que quiero imaginar que pretendían en un principio. “All Things Pass” funcionaba mejor hace ocho años, en este “Damage And Joy” ha perdido robustez como “Always Sad” carece de fuerza y peligrosidad hasta convertirse en una tonadilla irritante en la voz de Bernadette Denning.
Al rescate acudirá Isobel Campbell en ese intento de rondar la imperturbable emoción de sus primeros singles en “Song For A Secret” o “The Two Of Us” y sólo “Los Feliz (Blues And Greens)” con Linda Fox nos romperá por la mitad, uno de los grandes momentos de este “Damage And Joy”, que los tiene pero hay que buscarlos y desear encontrarlos con las mismas ganas. “Mood Rider” nos aletargará mientras que la vacía “Presidici (Et Chapaquiditch)” o la simple e infantilona “Get On Home” nos revelarán, sobre todo a esta última, que lo que a estas canciones les falta es algo de mala leche, de esa toxicidad que ni siquiera son capaces de transmitir con toda la mordacidad de la letra de “Facing Up To The Facts” en la que literalmente cantan; “no puedo encontrar un agujero en el que meter mi erección/ odio a mi hermano y él me odia a mí, así es como son las cosas”
La absurda referencia a la muerte de Kurt Cobain por la que claman ser autores ficticios o meterse en la piel del siniestro personaje y supuesto sicario que era El Duce (The Mentors), llega veintitrés años tarde para que suene tan polémica como pretenden como la aburridísima “Can’t Stop The Rock” o esa “Black And Blues” con Sky Ferreira que podría haber dado mucho más de sí. Un álbum en el que no podremos quejarnos ni llevarnos a la sorpresa porque pistas nos han dado a lo largo de todos estos años y, más en concreto, en estos últimos cincuenta y tres minutos para que afrontemos la dura realidad; ni ellos ni nosotros nos merecíamos este “Damage And Joy” porque no había necesidad de él. ¿Catastrófico, atroz, una atentado contra el buen gusto? Nada de eso, tan sólo intranscendente, aburridito, como aquellos cincuentones que después de una comilona se regalan una perlita de sacarina en el café, con el mismo riesgo y ganas de cambiar, tan sólo un parche.
© 2017 Jim Tonic