Crónica: Korn (Madrid) 17.03.2017

SETLIST: Right Now/ Here to Stay/ Rotting in Vain/ Somebody Someone/ Word Up!/ Coming Undone/ Insane/ Y'All Want a Single/ Make Me Bad/ Shoots And Ladders/ Blind/ Twist/ Good God/ Falling Away From Me/ Freak on a Leash/

La típica chica que nunca creerías que podría asistir a un concierto de Korn es justo la que incomprensiblemente lleva un ramillete de acreditaciones colgando del cuello y parece conocer a todo el mundo en el backstage; cada una de esas tarjetas sirve para moverte a través de los pasillos del antiguo Palacio de Deportes pero tan sólo una de ellas (AAA) vale por todas y es la que da acceso a todo el centramado y, por supuesto, a la banda. Nos cuelga una de las menos importantes al cuello y nos aconseja que nos quedemos en uno de los laterales del escenario de la pista, pero sin llegar a subir las escaleras ya que serán los propios músicos y su familia quienes tendrán acceso y no quieren a nadie ajeno allí, a ningún seguidor. De esta última gira de Korn me sorprende el hermetismo, el secretismo, y la seguridad alrededor de la banda, las medidas son más extremas que en las últimas tres, por ejemplo, pero sin embargo los músicos siguen mostrándose accesibles y afables. Ray sigue siendo uno de los más cariñosos junto con Head, quienes no dudarán en acercarse y preguntarte qué tal y darte las gracias una y mil veces por comprar sus álbumes, Munky en menor medida y Fieldy parece perdido en su galaxia gracias a su móvil mientras Jonathan es el único que viaja al margen de la banda y el que lleva su propia seguridad (es comprensible tras el acoso y derribo de algunos seguidores en las últimas dos décadas); un tipo de mirada blanquecina que no dejará que te acerques un milímetro más allá de lo que el propio Davis decida interactuar contigo y, por supuesto, recogerá cualquier carta o regalo que los fans le hagan y en tan sólo diez metros a su paso creedme que se cruzará con bastantes. Sin embargo, Davis sorprende en las distancias cortas por su cercanía a pesar de su timidez, por su eterna sonrisa y la amabilidad que desprende. Pudimos estar tan sólo uno o dos minutos con él y podríamos mentiros si dijésemos que nos mostramos tan resueltos como otros medios -de los cuales no vimos a ninguno allí, por cierto- que aseguran tener un trato cercano y de confianza con los artistas pero no, no fue así.

Mi primer disco de Korn fue precisamente “Korn” (1994), yo era un adolescente que nunca podría llegar a imaginarse que veintitrés años más tarde coincidiría con esos músicos por segunda vez en menos de dos años, en una época en la que las ventas de los discos se contaban por millones y las estrellas parecían tan inaccesibles e inalcanzables. Davis me reconoce (o quizá no pero es lo suficientemente amable como para disimularlo cuando tampoco tendría por qué), me golpea en el hombro y sonríe, coge mis discos y me los firma con una sonrisa mientras su guardaespaldas no me quita ojo de encima y me analiza desde su ojo en tinieblas (lo suficientemente intimidante como para entender que alguien ha osado, alguna vez en su vida, a golpearle), le doy un abrazo a Davis (el adolescente que llevo dentro todavía no comprende cómo está ocurriendo pero está ocurriendo), tontamente le deseo suerte para el concierto y a los pocos segundos Chad Gray se está dejando las cuerdas vocales sobre el escenario tras haber calentado en el lateral derecho como si de un deportista de élite se tratase.

Mentiría si dijese que Hellyeah son una de mis bandas preferidas, su metal industrial mezclado con hard y reminiscencias FM me resultan tan ajenos como su puesta en escena con Tom Maxwell, Kyle Sanders y Christian Brady cuando sientes que Gray está muy por encima de sus compañeros en cuanto a tablas. Pero, siempre hay un pero; si hay algo por lo que remotamente me importan algo Hellyeah es porque tras sus parches se sienta Vinnie Paul y él pertenece a esa misma constelación, como Korn, de ídolos de mi adolescencia, cuando Pantera era una banda real y no un mero recuerdo en las camisetas de veinteañeros que nunca vivirán sus años de gloria. Por Vinnie, sólo por él, me tragaré canciones tan insulsas como “!” o “X”, “Demons In The Dirt” y la voz sin apenas escucharse o quizá la más pegadiza “Startariot” con Chad completamente enloquecido en el escenario y mi recompensa llega, por fin, cuando Vinnie Paul se percata de mi presencia, extrañamente me señala y me arroja su maltratada baqueta ante la atónita mirada de un Chad Gray que debe estar aterrizando todavía tras sus mil saltos y la incomprensión propia de cómo Vinnie Paul puede haber reparado siquiera en un pardillo como yo, que ha mostrado tan poca sangre en su actuación.


Algo parecido me ocurre con Heaven Shall Burn, una banda que ha publicado un correcto “Wanderer” (2016) que, sin embargo, no llega a la altura de “Iconoclast” (2008) y, por supuesto, el sobresaliente “Veto” (2013). La sensación que tengo al ver a Marcus Bischoff sobre el escenario es que, a pesar de su contundente propuesta, algo se ha perdido por el camino respecto a anteriores actuaciones de la banda que he visto y, por supuesto, están metidos con calzador en un cartel como el de Korn con Hellyeah, sencillamente no era su público. Es verdad que disfruté de canciones como “Voice Of The Voiceless” o “Counterweight” pero eché de menos la presencia de los temas de “Veto” y la sensación fue agridulce.


Korn, por el contrario, están atravesando una segunda juventud que muchos de sus seguidores estaban esperando. La banda siempre ha funcionado como un tiro en cuanto a ventas y no digamos sobre el escenario pero es cierto que todos esperábamos un disco que confirmase su valía y rompiese la mala racha de críticas en la que el grupo estaba sumido tras “Issues” (1999). No negaré aciertos y buenas canciones, grandes actuaciones pero la sensación era de deriva; esa que les llevó a estar en el centro de todas las miradas cuando se aliaron con Skrillex en ese intento de mezclar su propuesta con el dubstep y lo reconozco, aunque el álbum zozobraba, me gustó el resultado y las canciones me parecieron crecer en su gira (la cual también tuve la suerte de ver). Debo ser el único tipo en la tierra que cree que “The Path of Totality” (2011) fue un gran esfuerzo pero la triste realidad es que era una maniobra a la desesperada por cambiar, romper una mala racha que empezaron a remontar definitivamente con “The Paradigm Shift” (2013) y que con “The Serenity of Suffering“ (2016) fácilmente pueden haber firmado su mejor álbum desde su debut “Korn” y no, no estoy exagerando.


Una actuación breve (como suele ser norma en ellos, tanto en pabellones como en festivales, que nadie se lleve las manos a la cabeza a estas alturas que nunca verá una actuación suya de tres horas) que comenzó de manera apabullante con caída de telón incluida y un “Right Now” tan potente como pegadizo. Uno tiene la sensación de que Ray hace mucho que encajó en la banda y es el batería correcto, que el regreso de Head ha sido tan triunfal como chocante su conversión al cristianismo y forma un tándem brillante con Munky mientras Fieldy se pasea por el escenario pero su inconfundible sonido de bajo con las cuerdas como un arco retumba por todo el recinto. Davis está en forma a pesar de la incipiente tripita que asoma a su edad mientras conserva esa esencia torturada adolescente y gruñe desquiciado como siempre. “Rotting In Vain” nos romperá por la mitad, sonando mucho más potente que en el disco, mientras la pegadiza versión de “Word Up!” nos hará sonreír con la interpretación de Davis y ese simpático baile o ese final, quizá más forzadito, con el consabido “We Will Rock You” de Queen tras “Coming Undone”.

“Insane” es cantada al unísono y las primeras filas se convierten en un infierno mientras (otra muestra más de que “The Serenity Of Suffering” funciona) “Make Me Bad” sigue sonando tan bien como siempre o el ansiado momento de Davis con la gaita en “Shoots And Ladders” nos confirma que sigue conservando el encanto de canción infantil malsana de los noventa. “Blind” vuelve a convertirse en el eje de una actuación que siempre se verá marcada por su dureza, por muchos años que pasen, o el torbellino que es “Twist” (“Life Is Peachy”, 1998) para llevarnos a los ya esperados bises con las geniales “Falling Away From Me” y “Freak On A Leash” con una sonrisa de satisfacción a pesar de la cantidad de canciones que se han dejado por el camino.

Un concierto que dejó a poca gente defraudada y con una sonrisa a toda esa vieja guardia treintañera que alguna vez fue adolescente cuando Korn triunfaban en la MTV y esta todavía era una cadena musical. Tan potente como entrañable, un directo que tiende un puente entre lo que una vez fueron y un presente digno.


© 2017 Jim Tonic
Fotos © 2017 Korn