Como diría Nick Hornby a través de Rob Gordon; “¿Escuchaba música pop porque estaba deprimido o estaba deprimido por escuchar música pop?” Quizá la respuesta a tan irónica pregunta no era tal sino la plena aceptación del placer de estar triste o, como decía Cobain; “echar de menos la comodidad de estar triste…” Pero la única verdad es que nos gusta estar levemente tristes para sentirnos protagonistas del dramón de nuestras vidas, ya se sabe; llorar por la chica, tomarse una copa, subirse el cuello del abrigo y pasear por las calles mientras el viento nos golpea en la cara o, como en una viñeta de Will Eisner, las hojas de los árboles y de los periódicos antiguos amontonándose en las aceras mientras caminamos y nos sentimos terriblemente desgraciados. Nos gusta estar tristes y escuchar música que nos acompañe y, lejos de ayudarnos como bálsamo, confirme nuestra miseria más absoluta y nos haga sentir aún más desamparados. Pero también está la teoría de la bilis negra aristotélica de los artistas que viene a defender que el genio, cuanto más hundido y triste, mejores obras parirá. Y es que es escuchar este “Prisoner” de Ryan Adams y acertar a decir que, sin ser su obra maestra, y siendo todo lo personal que es –que lo es y mucho- es su primer álbum en mucho, mucho tiempo que posee algunas de las canciones más intensas o desgarradoras, más dolorosamente bellas de las compuestas por el de Jacksonville y ha tenido que ser ahora, justo ahora, que se lame las heridas tras la ruptura con su pareja Mandy Moore y toda la felicidad y el empacho reinante en sus declaraciones y entrevistas, en ese pseudo-retiro de sobriedad junto a ella y el psicoanalista que le ayudó a superar todas sus inseguridades y problemas, que Ryan Adams (uno de los mejores y más prolíficos compositores de las últimas décadas) parece haber visto la luz en el estudio.
No puedo decir que yo fuese quien le robó la zapatilla en aquel mítico bolo de Barcelona porque aunque estuve presente se la habría devuelto nada más que por escucharle algunas canciones más aunque por aquella época yo estaba tan obsesionado con Ryan Adams como para haberle robado lo que fuese. “Gold” (2001) era un grandísimo disco tras uno mítico como “Heartbreaker” (2000) y aquella colección llamada “Demolition” (2002) no era más que una curiosidad que me sirvió para acrecentar mi obsesión por su música y verle de nuevo de gira pero algo ocurrió tras él y es que Ryan Adams comenzó a disfrutar de sus propias rarezas y bien servía un disco como “Rock N Roll” (2003), fechas que canceló en nuestro país por una rotura de muñeca, o facturaba el genial “Cold Roses” (2005) mientras se deshacía en elogios con Bob Dylan y su droga favorita, el speedball. “Jacksonville City Nights” (2005) contenía una epopéyica canción como “The End” de tintes épicos y sabor a Willie Nelson, Cash y Steinbeck, anunció un súbito “29” (2005) y un “Easy Tiger”(2007) que supuso una pequeña ruptura de talento en su carrera porque ni “Cardinology” (2008), ni el bizarro “Orion” (2010” o “III/IV” (2010) conseguían devolvernos al mejor Adams y no fue hasta “Ashe’s & Fire” (2011) o “Ryan Adams” (2014) que recuperó la sangre a pesar del edulcoramiento de la vida en compañía y el dislate de “1989” (2015); curiosa afición la de Adams por Taylor Swift, Dylan y el black metal noruego, de no ser porque las comparto pensaría que está loco...
Y llegamos a este “Prisoner” que suena a transición o a disco de culto, al consabido tópico de aquel larga duración que necesita de muchas escuchas y que, como dicen los más cursis; crece dentro de uno. Pero, por primera vez en mucho tiempo, es verdad. “Prisoner” lo tiene todo y no tiene nada, “Prisoner” es una colección de canciones que entenderá el que alguna vez ha sufrido un zarpazo en el corazón y dejará frío a aquel que sea incapaz de sentir. Desesperará a los fans más recalcitrantes que suspiran por un nuevo “Gold”, hará perder el interés a aquellos que se subieron al tren de la inmediatez de “Ryan Adams” y servirá de bálsamo a esos otros que le dediquen su tiempo y escuchen de verdad sus canciones.
“Do You Still Love Me?” derrocha pasión y sabor a la década de los ochenta, una de las mejores canciones del álbum y de la carrera del propio Ryan Adams; apasionante y sentida, como un cruce salvaje con los Foreigner más intensos. Quizá “Prisoner” rompa un poco el encanto de un comienzo tan espectacular pero sirve de colchón y su melodía es tan adictiva como el tratamiento de sus guitarras acústicas mientras que con “Doomsday” es imposible no sentir el espíritu de “Firecracker” con Adams soplando su armónica de nuevo con ímpetu, otra de esas canciones que derrochan amor y pérdida a partes iguales mientras que en “Haunted House” o “Shiver And Shake” sentiremos la influencia del Springsteen de “Tunnel Of Love” (1987), no es casualidad, ambas obras transitan por un terreno común como “To Be Without You” que es la hermana menor de “Everybody Knows” de “Easy Tiger” pero, eso sí, con un toque más íntimo.
“Anything I Say To You Now” parte por la mitad el disco regresando de nuevo a la década de los ochenta pero con menos fuelle que “Do You Still Love Me?” mientras que la intensidad de “Breakdown” nos prepara para la springsteeniana “Outbound Train”; el material del que están hechos los desengaños. “Broken Anyway” ahonda en esa misma herida que en “Tightrope” nos seducirá con sus arreglos o la ensoñadora despedida de “We Disappear”. No, no estoy exagerando, lo juro sobre mi copia firmada de “Jacksonville City Nights”, hacía años que no disfrutaba tantísimo de un disco de Ryan Adams; el desamor a veces puede ser maravilloso y tiene cura pero las obras que alumbra se quedan con nosotros y forman parte de nuestra vida, como este “Prisoner” que formará parte de la mía…
© 2017 Jim Tonic