Si hay algún grupo que represente mejor la actitud desafiante del mejor thrash norteamericano (con permiso de Testament, Exodus y otros tantos, claro) son Overkill. Y es que los de New Jersey parecen jugar en otra liga porque siguen conservando esa esencia punky de peligrosidad que nadie mejor que el eterno Bobby "Blitz" Ellsworth (que parece haber hecho un pacto con el diablo y no envejecer) representa mejor que nadie. Si en estudio seguían siendo una apuesta segura con discos como el magistral “Ironbound” (2010), “The Electric Age” (2012) o “White Devil Armory” (2014) en menor medida, es en directo en donde Overkill siguen despegando del resto; sus actuaciones son tan contundentes, veloces y afiladas que cuesta creer que sean una banda con su bagaje e historia. "Blitz" está en un estado de forma envidiable y Verni, Linsk, Taller y Lipnicki cumplen con solvencia convirtiendo su thrash en el único de todos los miembros de su generación que todavía exuda mala leche. ¿Por qué digo todo esto? Porque Overkill nos han malacostumbrado y sus tres últimos discos se lo ponían tan difícil a ellos como a nosotros nos ilusionaban y este “The Grinding Wheel”, sin ser un mal disco, ha sido una pequeña decepción. Producido por ellos mismos y aderezado en las mezclas por el todopoderoso y siempre acertado Andy Sneap, el nuevo álbum suena potente y ácido, corrosivo y maligno, veloz e hiriente pero fracasa en la composición y es que sin ser malas, además les mata la duración. Para que el lector se haga una idea; “The Grinding Wheel” podría ser un recopilatorio de grandes éxitos de Overkill, sus canciones se debaten entre los tópicos y el sonido de los mejores momentos de la banda (habrá canciones que parecen un autoplagio de otras anteriores pero ese no es el problema) y otra menores que, sin ser terribles, mantienen el nivel asombrosamente bien, consiguiendo un álbum coherente y sólido. ¿Dónde está el problema? En la duración, amigos míos. Una media de seis minutos (si tenemos en cuenta que “Emerald” apenas llega a los cuatro pero es que es tan sólo una versión).
“Mean, Green, Killing Machine” resume lo mejor de Overkill; una potente introducción, un agrio riff de guitarra y la voz de “Blitz” como una cuchilla pero, ¿era necesario alargarla durante siete minutos y medio? El thrash debe ser directo, como un puñetazo a traición, siete minutos mata las intenciones, la espotaneidad y la capacidad de sorpresa y lo peor; si la canción no merece la pena cuatro minutos, no habrá nada que la mejore en siete con un puente del todo innecesario y un desarrollo pesadísimo en el que sentiremos ganas de que termine por la constante repetición. Lo peor de todo es que “Goddamn Trouble” abre con el mismo riff con el que finalizaban el último minuto de la anterior, ¿el resultado? La sensación de estar masticando la misma canción durante catorce minutos…. ¡Catorce minutos! Veréis, no es cuestión de que no pueda aguantar más de tres minutos, es que no es posible si la canción no lo necesita.
Quizá sea “Our Finest Hour” la que nos quite el mal sabor de boca a pesar de que parece que han acelerado su tempo y van pasados de revoluciones lo que no es un problema en el thrash si ello no parece alterar el tono de la composición. Con todo, “Our Finest Hour”, representa lo mejor del nuevo sonido de Overkill; un gran riff, “Blitz” desgañitándose y un estribillo a la altura a pesar de que se empeñen en alargarlo por casi seis minutos. ¿Por qué, Bobby, por qué? Defecto que quitará lustre a una canción como “The Long Road” que podría haber funcionado en tres o cuatro y no en casi siete porque aniquilan la épica de la composición o la atípica y ochentera “Let's All Go to Hades”, buenos temas –sin duda, son Overkill y rara vez nos defraudarán- pero carentes de la inspiración o las maneras. “Come Heavy” sonará tan clásica como ese groove tan resultón se lo permita, como esa puñalada de thrash que es “Red White and Blue”, retazos de un pasado glorioso que “Blitz” y los suyos son capaces de remozar y hacernos sentir tan actual como para que su propuesta no pierda vigencia y parezcan unos dinosaurios, algo definitivamente impensable escuchándoles y viéndoles en directo.
La homónima “The Grinding Wheel” poseé las formas, la actitud pero siento incidir en lo mismo; ocho minutos (¡ocho!) son suficientes como para diluir toda su mala leche y hacer que pierda el impacto inicial. Significativo es que cuando llegamos a “Emerald” de Thin Lizzy, la versión de los irlandeses nos alegre la escucha de este álbum en el que nos damos cuenta de lo bien que le sienta a “Blitz” ese tono más bluesy del que a veces hace gala cuando su garganta no da para más. Es, por tanto, una leve decepción un álbum en el que parecen haber querido copiar las formas del gran “Ironbound” o “The Electric Age” y salpimentarlas con lo mejor de su carrera, lo que nos ofrece a una banda jugándosela sin apenas riesgo y unos guitarras (Dave Linsk y Derek Tailer) que, pueden perdonarme, a pesar de ser funcionales quedan muy lejos del talento de un tándem tan genial como fue el formado por Sebastian Marino y Joe Comeau, en unas canciones que se hacen eternas y sonando tan, tan homogéneas en cuanto a tratamiento en el estudio que uno puede entender perfectamente el título del álbum, “The Grinding Wheel”. Por suerte, en breve les veremos en directo y ahí, como muchos de su quinta, nunca decepcionan, en estudio tendremos que esperar a la siguiente oportunidad o pinchar de nuevo “Ironbound”, lástima…
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