Hay veces que uno escribe la crítica de un disco y parece que ha de justificarse desde la primera línea y es tremendamente agotador. Cuando así me ocurre y le cuento al lector sobre mi amor y desvelos por una banda o un artista no es por colgarme ningún premio o perder toda credibilidad por ser tachado como un fan sin criterio alguno. Es, simplemente, para que entienda que lo que va a leer a continuación está escrito por alguien para el que la música que ha escuchado significa realmente algo. En el caso de Nine Inch Nails, admito sin ningún tipo de complejo que mi primer toma de contacto fue “Fixed” (1992) y viví los noventa con “The Downward Spiral” (1994) como banda sonora porque aquel disco –aquel disco, amigos míos- es más grande que la propia vida; uno de esos momentos en el que el artista es tocado por una varita y sabe capturar el momento y a todas las musas que le rondan creando un mundo tan fascinante como para sumergirse en él y pasar los próximos años buceando en sus surcos, descubriendo los acertijos que plantean y juntando todas las piezas de un rompecabezas que debió gestarse en la calurosa noche del 9 de agosto de 1969 en que asesinaron a Sharon Tate en el 10050 de Cielo Drive. Después llegó la fragilidad, la calma y el apretar de dientes, el año cero y los remixes, los fantasmas del desierto, las heridas de la duda de los suicidas y, claro que sí, las bandas sonoras con Atticus Ross porque los genios como Reznor también cumplen años y, a veces, mueren de éxito. ¿Qué es lo que estoy queriendo decir? Pues que tras “The Downward Spiral” la vida de Reznor tampoco ha sido más fácil y bien por la muerte de su abuela, las decepciones con quienes creía amigos, la locura de algunos seguidores y el éxito, además de su coqueteo inicial con Lynch -que seguramente fue el inicio de su relación de amor con el septimo arte-, además de la superación de sus addiciones y su nueva vida sentimental, Reznor se planteó lo que todos aquellos que crean se llegan a cuestionar; ¿qué necesidad hay de Nine Inch Nails? Y con sus dudas y coqueteos con las bandas sonoras y Ross llegaron los descansos y los amagos de retirada pero también los regresos y, cómo no, este primer EP en más de veinte años junto con la reedición de su discografía y la promesa rota de haber publicado nuevo material a lo largo del pasado 2016 y que parece no haber querido abandonar con la noticia de este “Not The Actual Events” a una semana de acabar el año.
El resultado es irregular pero prometedor; irregular porque de cinco canciones tan sólo se pueden tomar dos o tres que de verdad merezcan la pena y hay que reconocer que no posee el espíritu aventurero e innovador con el que siempre es asociado casi cualquier proyecto de Reznor pero también prometedor porque, como EP, posee el suficiente valor como para servir de calentamiento para esos dos posibles trabajos que asegura se publicarán en este año en curso. “Not The Actual Events” posee el sabor -a pizcas, eso sí- de “The Downward Spiral”, rompiendo la senda de “Hesitation Marks”, en algunas de sus chirriantes guitarras –esas que antes parecían tan tóxicas como para poder perforar casi cualquier metal-, “She's Gone Away”, pero también el influjo electrónico de Ross y esas atmósferas más lúgubres.
“Branches/Bones” es el claro ejemplo de la influencia de Atticus Ross y podría ser la continuación de “Hesitation Marks” de no ser porque transita por terrenos habituales de Reznor desde 1994 y supondrá un reencuentro con nosotros, todos su seguidores, lo mismo le ocurre al colchón electrónico de “Dear World” que nos recordará a “Heresy” pero sin la mala leche herética de aquella, su percusión industrial y, por supuesto, muy alejada de su corrosivo estribillo, siendo cuatro minutos de auténtico letargo en el que nada nos despertará. Algo que confirmamos en la hipnótica “She's Gone Away” en la que transforman lo que podría haber sido una lisérgica canción sesentera en un mantra industrial que tampoco termina de estallar en nuestras narices.
Por suerte, “The Idea of You” desmonta la tónica del EP con Dave Grohl como invitado tras los parches que, por primera vez en mucho tiempo, puede presumir de una discreción de la que no suele hacer gala en el resto de colaboraciones. Constantes cambios de ánimo con dobles voces y un fortísimo riff enmascarado en media docena de efectos que, a pesar de ser lo mejor del disco, son incapaces de disimular una composición que por supuesto que funciona pero cuya estructura se hace repetitiva y elimina el factor sorpresa. “Burning Bright (Field on Fire)” transmite la clásica sensación crepuscular de Nine Inch Nails (sí, puede parecer ridículo pero no se me ocurre mejor adjetivo para describir esos momentos de increíble belleza que a veces Reznor ha sido capaz de crear bajo capas y capas de sintetizadores, frustración y “ruidismo”) con Dave Navarro a las guitarras y, de nuevo, todo un ejercicio de contención al más puro estilo de Grohl en “The Idea of You”, en el que parece que a ninguno de los dos músicos se les ha permitido que su insufrible ego se superponga a su talento en las canciones para las que sirven o al propio de Reznor.
Un lanzamiento, “Halo 29”, que gustará a completistas pero cuya mayor virtud es la de alimentar las ilusiones de un posible nuevo álbum que, aunque contenga la influencia de un pasado glorioso, mire de nuevo al frente. Reznor y su ahora inseparable colaborador, Atticus Ross, pueden sentirse orgullosos haciendo que todas las miradas se posen sobre ellos, aunque no sea por lo innovador de sus nuevas canciones y sí por el próximo regreso de Nine Inch Nails.
© 2017 Jim Tonic