"Servitude" de THE BLACK DAHLIA MURDER

La banda supera su luto y regresa con un gran disco como es "Servitude", que sirve como punto de inflexión

"Opera" de FLESHGOD APOCALYPSE, fusionando el death metal con la lírica

El regreso de Paoli nos trae un álbum tan excesivo como delicioso por parte de italianos

"Schizophrenia" de CAVALERA

Los hermanos siguen emulando, con éxito, a Taylor Swift con sus "Cavalera's Version"

Crítica: Bob Dylan “The Bootleg Series Vol. 13: Trouble No More 1979–1981”

Pocas son las veces que escribo sobre un recopilatorio porque no suelen ser la obra intencionada de un artista y muy cafre tiene que ser el responsable o la discográfica para errar en el blanco, aunque ejemplos de colecciones mal paridas haya a patadas. Pero el caso que nos ocupa, querido lector, es totalmente diferente, y me refiero a las ya míticas “The Bootleg Series” de Dylan, que suelen profundizar en algunos de los momentos más interesantes de su carrera. “Trouble No More” ocupa quizá la época más polémica (si es que esto es posible de determinar en una andadura como la suya); su conversión al cristianismo. Porque aquella no fue una transición tranquila y sosegada, de paz interior y reflexión sino una intensa y febril que se inició con “Slow Train Coming” (1979), ahondó en “Saved” (1980) y perdió fuelle en “Shot Of Love” (1981) tras el que hubo un pequeño parón de dos años. Lo cierto es que aquellos dos últimos discos fueron vapuleados por la crítica que se cebó con la actitud de Dylan y un público que terminó por darle la espalda cuando su ídolo parecía más interesado en sermonearle e interpretar sus nuevas canciones que recuperar su mítico catálogo ante una audiencia que, con incomprensión, abandonaba los recintos y asistía perpleja ante un Dylan que recomendaba asistir a un concierto de Kiss a todos aquellos que buscasen rock, se aventuraba a profetizar la llegada del salvador y se sentía henchido de ilusión en ese orgasmo místico de llamas y Apocalipsis, en definitiva; la hipérbole cristiana llevada a la enésima potencia se apoderaron de un artista que, tan intenso como siempre ha sido, se volcó en la lectura de textos bíblicos y acudía cada mañana a estudiar las sagradas escrituras, así como hacer suyas las ideas de Hal Lindsey y el sionismo más rancio y reaccionario del que Dylan supo alejarse convenientemente a tiempo. 

Pero, ¿por qué sentó tan mal su conversión al cristianismo? Siempre he defendido la extraña teoría por la cual el público medio es incapaz de rebatir los méritos de Svetlana Aleksiévich​ o el mediocre Murakami para el Nobel y, sin embargo, echar por tierra los de Dylan cuando actúa frente al Papa, protagoniza un anuncio de Victoria Secret, gana el premio Nobel o el Óscar de la Academia. Y el porqué es muy sencillo, Dylan es universal y, como tal, todo el mundo cree conocer su obra (¡nos pertenece por derecho propio!, parecen decir) con suficiente profundidad como para sentirse capacitado para sentenciar. Además, que un artista hable de política todavía está bien visto pero, por muy difícil que nos parezca creerlo, la religión -aún a día de hoy- sigue perteneciendo al ámbito privado del ser humano y que un simple y vulgar cantante pretenda adoctrinarte y decirte lo que debes sentir o pensar en cuestiones de fe no es algo tan fácil de digerir, por mucho que sea Bob Dylan. Además, por qué no decirlo, Dylan iba muy por delante de su público y sus conciertos -convenientemente recortados en esta edición- podían resultar un auténtico plomo para todos los que esperaban “Like A Rolling Stone” o “Maggie’s Farm” y se encontraban con un predicador ambulante.

Pero el tiempo sitúa casi todo en su justo contexto y la perspectiva que nos ofrecen los años nos muestran a un Dylan enloquecido entre 1979 y 1982, es cierto, pero también desbordante, alucinante en sus conciertos, apoyado por el auténtico que suponían Tim Drummond, Jim Keltner y Spooner Oldham, además de un coro negro (con Carolyn Dennis, mujer con quien contrajo matrimonio hasta 1992 y tuvo una hija en secreto, alejada de los focos. Aunque no sería su único romance entre las cantantes que le acompañaron en esa gira) que añaden más cuerpo aún a la flamante propuesta de un Dylan que se muestra especialmente expresivo en las interpretaciones que ocupan los ocho discos y el DVD de “Trouble No More – The Bootleg Series Vol. 13 / 1979-1981”. Los conciertos, más allá de las llamas cristianas y los interminables sermones (como antes señalaba, no incluidos), muestran a una banda que arranca con “Slow Train Coming” y el frío traqueteo de un tren sobre los pernos de las vías para convertirse en noches que oscilan entre el soul y el góspel, o acaban en arreglos cercanos al blues más lúbrico; cuesta poco imaginarse a Dylan mirando de manera torva a sus coristas mientras ahuyentaba a los chavales con sus imágenes de zarzas ardiendo y vociferantes profetas.

Auténticas joyas e interpretaciones inmortales como “Precious Angel” en las que sentimos que literalmente ascendemos e incluso la repetitiva “Gotta Serve Somebody” adquiere otra dimensión cuando Dylan se muestra especialmente cínico y despliega toda su ironía porque da igual que seas judío, cristiano, musulmán, protestante, ateo o capitalista que siempre tendrás que servir a algo o alguien, de una forma u otra, ni siquiera la dependencia vital escapaba al ojo crítico de Dylan, porque qué difícil es la vida sin ningún tipo de esclavitud; sin Dios, ni amo.

“When He Returns” o “Solid Rock”, magníficos ejemplos de composiciones que fueron ninguneadas en su momento, el clímax en “When You Gonna Wake Up?”, la declaración de principios “Ain’t Gonna Go To Hell For Anybody”, canciones en las que Dylan es capaz de juguetear con varios estilos sin despeinarse y sazonar su música de funky o reggae (“Dead Man, Dead Man”), ritmos africanos bajo el disfraz de una banda de rock de lujo, la bonita “Caribbean Wind” o la catársis en “The Groom’s Still Waiting at the Altar” que a muchos no les convencía en estudio y encuentra su culmen en directo, de Earl’s Court a Toronto, pasando por Oslo, y al fondo de un archivo como aquel, estupendamente representado con un disco de rarezas y más de media docena de canciones inéditas (“Stand By Faith”, “Thief On The Cross”, “I Will Love Him” porque “Ye Shall Be Changed” ya fue publicada en “The Bootleg Series, Vol. 1-3”), ensayos y descartes que nos muestran que el fervor religioso no cegó por completo a un Dylan tan lúcido como siempre o quizá más que nunca.

Para colmo, un DVD con jugoso contenido extra (“Shot of Love”, “Cover Down, Pray Through” o “Jesus Met the Woman at the Well”, entre otras), además de un documental (dirigido por Jennifer Lebeau) y un libro repleto de fotografías inéditas de la época. Es cierto, “Trouble No More” es una golosina cara (aunque haya versión reducida, para todos los bolsillos) pero vale su peso en oro. Disfrutar de semejante documento requiere de preparación previa, de cierto conocimiento para saber a lo que uno se va a enfrentar, pero constata que a Dylan nunca le ha importado la opinión de los demás, da igual si canta villancicos, a Dios, a un Papa o a Sinatra. Como debe ser...

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Crítica: Undergang “Misantropology”

Tras escuchar “Til døden os skiller” (2012) y “Døden Læger Alle Sår” (2015) no resultaba una locura esperar un álbum de la talla de “Misantropology” (2017) en ese lento pero maravilloso resurgir de la escena death metal, a ambos lados del charco, con magníficos álbumes como el de Phrenelith, Blood Incantation o Spectral Voice, entre otros, trayendo este año una de las mejores cosechas del subgénero tras el resurgir de otros, sin duda más cool para el gran público; como el prog, el doom o el caricaturesco black metal. Pero lo que me sorprende de los daneses no es su brutalidad o esa característica suya por la cual cada lanzamiento parece más sucio y pútrido que el anterior (entienda el lector que en el violento y, muchas veces todavía, underground mundo del metal, lo putrefacto, podrido o corrompido, puede resultar el más bello de los piropos) sino que en “Misantropology” ese toque no se pierde a pesar de la interpretación. La producción es sucia y opaca, gorda y low-fi pero, al mismo tiempo, es maravillosa por el dinamismo de las canciones y si la voz de D. Torturdød (David Mikkelsen) es tan grave y monótona, tan de ultratumba, es porque así es como debe de sonar en un álbum en el que ya podemos irnos olvidando de ese sonido procesado del ultra-técnico death metal actual y es que en “Misantropology”, a pesar de la brutalidad, todo suena magnífico; logrando que un álbum en pleno 2017 suene más ‘old school’ que nunca y conserve todo el edor a tierra podrida de un camposanto.

Grabado en los Earhammer Studio y publicado, como no podía ser de otra manera, a través de Dark Descent Records, aunque su versión en vinilo corra a cargo de Me Saco un Ojo Records (atención a los cuidadísimos lanzamientos de ambos sellos porque están publicando verdaderas joyas en preciosas ediciones, asequibles a todos los bolsillos, y capturando toda la esencia que el género se merece) es imposible pinchar el bonito vinilo verde de “Misantropology” y no sentir el espíritu de la banda de Chris Reifert en él. En efecto, no cuesta nada en absoluto sentir que Undergang beben de la misma fuente que Autopsy, la diferencia es allá donde los de Concord, California, tienden en muchos momentos hacia el punk o el hardcore -como tanto le gusta a Reifert o a Coralles- Undergang, sin embargo, aún evocando también toda la esencia punk, les ha quedado un álbum infinitamente más death con momentos tan pesados que podríamos pensar en algo de sabor doom sino fuese porque Mikkelsen, Osborne, Haarløv y Pedersen se empeñan en demostrarnos que no, que lo suyo es el death más violento y grueso.

“Efter obduktionen” o lo que es una declaración de intenciones, pronto cambiará violentamente de ritmo y Undergang se lanzarán al galop mientras Mikkelsen parece despertar de un largo letargo de siglos. La sección rítmica de Osborne y Pedersen es tan contundente como graves los riffs de Haarløv. “Sygelige nydelser (del I) Apotemnofili” es puro Autopsy mientras que en “Klynget op i en galge af egne indvolde” rebajarán algo de velocidad a favor de unas estrofas más profundas, más pausadas. Algo parecido ocurre con esa falsa introducción de “Skåret i småstykker”y que sirve como nexo de unas estrofas con más groove (magnífico el trabajo de Pedersen), algo que repetirán en “Væskende sår”. Lo más parecido a un single podría ser “Lymfatisk drænage” por su adictivo riff, final perfecto de una primera cara que encontrará su contrapunto en la truculenta “En bedemands bekendelser” para desbocarnos por completo en “Sygelige nydelser (del II) Tafefili”, magnífico ejemplo de cómo rompernos el cuello en tan sólo un minuto y medio.

Pero Undergang saben lo que traen entre manos y así se reservan “Tvangsfodret pigtråd”, uno de los mejores momentos de todo “Misantropology” (un disco con canciones sobresalientes) antes de despacharnos con una versión de Disgrace, “The Chasm”.

Un álbum que supera con creces a su obra anterior y se erige como el mejor de la banda hasta la fecha. Marcando, sin duda, un antes y un después, “Misantropology” es tan crudo, gore, descarnado y visceral como ninguno, con unas canciones que no dan tregua y te golpean desde el primer segundo. Sin largas introducciones, sin largas codas, sin pretenciosidades o arreglos innecesarios, tan sólo puro y duro death metal. Una maravilla que te llevará de regreso a los noventa o, si no los viviste, recuperar la fe en todas esas bandas que, a pesar de Internet y lo que te quieran contar, se están comiendo los escenarios de medio mundo a base de carretera, manta, talento y mucha ilusión. Uno de los grandes títulos de este año, sin duda…


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Crítica: Taake "Kong Vinter"

Cuando uno piensa en Taake, le vienen a la cabeza multitud de imágenes y sensaciones; Hoest, el ya eterno Hoest, y su rasgadísima voz llena de grano, la bandera noruega hondeando, la energía de sus conciertos y el emblemático banjo pero también, por supuesto, obras como “Nattestid Ser Porten Vid” (1999), “Over Bjoergvin graater himmerik” (2002), “Hordalands Doedskvad” (2005) o “Noregs Vaapen” (2011). Una carrera que, no siendo del todo perfecta, hasta hace unos años era uno de los secretos mejor guardados de toda Noruega. Y es que Hoest, a pesar de ser uno de los músicos más icónicos de la escena black metal, sigue siendo casi un absoluto misterio. Ørjan Stedjeberg es uno de esos artistas que en los últimos años ha decidido alejarse del reconocimiento público y rara vez coincide entrevistas, no publica fotos privadas en redes sociales acudiendo al barbero o haciendo yoga, como Nergal, su sobreexposición es mínima y, aunque lógicamente ello impacte en su popularidad y ventas, ayuda a mantener esa magia por la que muchos echamos de menos una época en la cual los artistas parecían inalcanzables, misteriosos e inaccesibles, algo tan necesario para la mitología nórdica de la escena metal. Ørjan no tiene importancia alguna, es Hoest quien debe preocuparnos, es él sobre el que recaía el peso de publicar la continuación de “Stridens Hus” (2014), un álbum notable -como todos los suyos- pero que no llegaba a la altura de su predecesor, “Noregs Vaapen” (2011), si ignoramos el EP, “Kulde” (2014).

“Kong Vinter” no le reportará a Taake/ Hoest nuevos seguidores, es una continuación de “Stridens Hus” en la que la producción, sin embargo, si ha cambiado. En este nuevo álbum, Taake no abandonan la estética propia del black metal pero el bajo está más presente, creando una mayor sensación de cuerpo en las canciones, dándoles un poco más de profundidad sin que ello signifique que las guitarras no suenen tan afiladas como siempre en sus riffs. En un trabajo en el que, a pesar de que al directo sea llevado por Aindiachaí y Gjermund, se adivina la mano de Hoest tras los instrumentos.

“Sverdets Vei” es una descarga eléctrica, ideal para comenzar esa búsqueda a través del bosque nevado de la portada. Es verdad que ni la inicial, ni “Inntrenger”, sorprenderán al seguidor más experimentado; no innovan, su sonido es tan clásico como sus riffs. Pero, por suerte de Odín, todo “Kong Vinter” parece mutar con “Huset i Havet” o “Havet i Huset”. La primera por la frialdad que es capaz de trasmitir, además de la inspiración en las guitarras o el groove en su estribillo, además la voz de Hoest corta como una cuchilla, acercándose al tono de lo que una vez fueron la banda más famosa de Blashyrkh, pero la locura llega con “Havet i Huset”, que logra calmarse tras los primeros compases, hasta convertirse en una composición mucho más melódica.

“Jernhaand” nos recordará a Gorgoroth, aunque los riffs sean puramente de Darkthrone, mientras que “Maanebrent”, aunque menos directa, evidencia un mayor trabajo de composición, con el bajo siendo el hilo conductor sobre el que las guitarras crearán atmósferas ideales para un disco como “Kong Vinter”. Pero la auténtica obra maestra del álbum y por el que toma consideración, por la cual se le podrá recordar, es “Fra Bjoergegrend mot Glemselen”, una auténtica epopeya de diez minutos en los que Hoest se atreve con un desarrollo más cercano que nunca al progresivo que en sus anteriores obras, en el que atravesaremos por diferentes tramos e incluso sentiremos que la canción se convierte en una totalmente diferente (minuto 5, de la mano del bajo, de nuevo inteligentemente utilizado como recurso para articular las dos partes). “Kong Vinter” no puede ser entendido por una o dos composiciones sino por el conjunto pero, desde luego, aquella que lo cierra, “Fra Bjoergegrend mot Glemselen”, es la verdadera pieza fundamental.

Un álbum quizá demasiado breve cuya quizá única pega es el arranque con dos canciones como “Sverdets Vei” e “Inntrenger” que, sin ser mediocres, no terminan de enganchar tanto como despega con “Huset i Havet” o “Havet i Huset” y una segunda mitad claramente superior con un fin de fiesta de diez minutos por los que merece la compra y lo convierte en escucha obligada. En él que se avistan las intenciones de Hoest en ese coqueteo prog con el black metal y que no logra otra cosa que engrandecer su leyenda, como si hiciese falta. En ausencia de Immortal, el autoproclamado Rey del Invierno reclama su trono…


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Crítica: Noel Gallagher “Who Built the Moon?”

Si pude resultar demasiado cáustico con la crítica de “Chasing Yesterday” (2015) es porque sintetizaba lo peor de la leyenda sobre los segundos discos y eso, en sí mismo, resultaba imperdonable en un compositor como Noel Gallagher; no únicamente por su demostrada e incontestable pericia sino por su experiencia. “Chasing Yesterday” tenía las canciones -algunas infinitamente mejores que el álbum que nos ocupa- pero fracasaba por lo complaciente, por lo poco valiente y la supuesta continuación que era del debut, “Noel Gallagher's High Flying Birds” (2011). Y lo que en aquel se adivinaba como las canciones que habrían formado parte de un posible álbum de Oasis (con maravillas como “Dream On” o “If I Had A Gun”), en “Chasing Yesterday” todo sonaba a descarte en un disco en el que Noel pretendía tocar otros palos sin correr demasiados riesgos y si salvaba el tipo era por su talento y momentos de incontestable belleza, como cuando “Riverman” se despereza. Y, mientras Liam Gallagher fracasa con “As You Were” y ese intento nostálgico de recuperar el tiempo perdido con cuarenta y cinco años, ante un presente que parece escurrírsele entre los dedos de las manos, Noel -mucho más inteligente- ya va por su tercer álbum, en una aventura que muchos creíamos que tendría una obsolescencia programada cuando cada año que pasa la reunión de Oasis parece cada vez más lejana como innecesaria.

Bajo la batuta de David Holmes y con once canciones de su propia autoría (lo cual, obviamente no sorprende en Noel pero sí golea de nuevo a “As You Were”), “Who Built The Moon?”, desde su título, ya supone un nuevo punto de partida en una banda que hasta ahora, aparte de secundar a Noel, no parecía haberse atrevido a hacer honor a su psicodélico nombre. Y no es que en este, su nuevo álbum, huelan a incienso y suenen como la banda de Crispian Mills, Kula Shaker, posean la mística psicodélica de Stone Roses, el olor a especias de Cornershop o la hipnótica pulsión de Primal Scream, pero en él hay una mayor presencia de arreglos, influjo oriental, bases y obsesivas líneas de bajos, reverberaciones y palpitantes estribillos, como demuestra la introducción que es “Fort Knox” y ese mantra repetido hasta la saciedad.

Lejos de la absurda polémica de “Holy Mountain” y “She Bangs” de Ricky Martin, lo que esta nos demuestra es la despreocupación de Noel por la afectación, la resolución de una canción en la que lo que importa no es la letra o siquiera su voz sino el envoltorio y lo que pretende transmitir, a pesar de Martin o de Roxy Music, da lo mismo. Algo similar a lo que ocurre en la funky “Keep On Reaching”, atrevidos intentos de desmarcarse y soltarse, como en la electrónica “It’s a Beautiful World”, aunque sea más comedida y termine eclosionando con más éxito en "She Taught Me How to Fly". 

Smithnianos títulos como “Be Careful What You Wish For”, sin embargo, encierran tantos aciertos como traspiés, o sonidos más cercanos a Marr en "Black & White Sunshine" diluyen el entusiasmo inicial de pinchar un nuevo álbum de Noel y encontrarse con una intrascendente pero festiva “Holy Mountain” y caer en el pozo más oscuro de la tarde de un domingo con "Interlude (Wednesday Part 1)" y no levantar con un título tan propio de John Squire como "If Love Is the Law" o la desatinada balada "The Man Who Built the Moon" que constatan el hecho de un álbum compuesto a vuelapluma entre descansos de la gira anterior y actuaciones esporádicas como telonero de U2 en la mastodóntica gira de aniversario de The Joshua Tree, en la cual tuve la suerte de volver a verle sobre un escenario, en un estadio, que literalmente le fagocitó.

Quizá, aparte de la sensación de camino recorrido, del arrojo por seguir por su cuenta, las verdaderas virtudes de “Who Built The Moon?”, lejos de un cierre tan plomizo como "End Credits (Wednesday Part 2)", puedan seguir encontrándose en la mano del hermano mayor de los Gallagher y no hay mejor ejemplo que esa toma acústica que es “Dead In The Water”, auténtico broche de oro y motivo más que suficiente para seguir teniendo en cuenta a Noel, aún cuando todavía parece no haber grabado su disco en solitario perfecto, lejos de Oasis. Por lo menos, él sigue embarcado en esa búsqueda y no hay reproche alguno para aquel que persiste lejos de su zona de confort.


© 2017 Piero Bambini

Crónica: Depeche Mode (Madrid) 16.12.2017

SETLIST: Going Backwards/ It's No Good/ Barrel of a Gun/ A Pain That I'm Used To/ Useless/ Precious/ World in My Eyes/ Cover Me/ Insight/ Home/ In Your Room/ Where's the Revolution/ Everything Counts/ Stripped/ Enjoy the Silence/ Never Let Me Down Again/ Strangelove/ Walking in My Shoes/ A Question of Time/ Personal Jesus/

No resulta difícil adivinar que incluso las críticas a “Spirit” hayan podido hacer mella en la confianza de Depeche Mode y del que ya es entendido como el álbum más flojo de su discografía tan sólo interpreten tres canciones en su propia gira de presentación. No es para menos, a los ingleses hay que saber situarlos en su contexto y, si bien siempre se han caracterizado por salirse con la suya, en “Spirit” la jugada no les ha salido todo lo bien que podrían haber esperado en una carrera en la que hay que estar muy ciego para no querer ver varias cimas y una capacidad prodigiosa para la recuperación, para aunar el techno más rancio con el pop de altos vuelos, con la maestría en la composición de Martin y el magnetismo y la elegancia de la voz de Dave. Así, la entrada se mostraba tan espectacular como siempre con varias generaciones de seguidores accediendo a un atestado recinto como el WiZink Center (antiguo Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid) que durante la espera tuvo más aires de rave que de concierto de rock. Tras casi tres décadas sintiendo admiración por Depeche Mode pero sin rozar los límites de esos ‘devotioners’ para los que la aceleración del tiempo es inversamente proporcional al pacto con el diablo de Gahan y Gore, he de reconocer que, aún conociendo a la banda, no sentía la misma excitación de anteriores visitas. En mi opinión, “Spirit” no sólo es su álbum más gris sino la constatación de que Depeche Mode también pueden envejecer, son mortales, al fin y al cabo. En una discografía casi inmaculada desde “A Broken Frame” (1982) con hitos del calibre de “Black Celebration” (1986), “Music For The Masses” (1987), el sublime “Violator” (1990) o el magnífico “Songs of Faith and Devotion” (1993) no es de extrañar que viviese con intensidad “Ultra” (1997), un regreso auténticamente brutal y que se ha perfilado como su última gran referencia. Aquellos noventa casi devoran a Martin y Dave pero supieron seguir contracorriente y escribir una página más de la música, de “Exciter” (2001) poco más que decir sino como disco de transición al glorioso “Playing The Angel” (2005), un último repunte antes de un disco justito como “Sounds Of The Universe” (2009) o un álbum con aciertos como “Delta Machine” (2013) -de ambos discos no interpretarán ninguna en directo- cuyos peores momentos son apuntes de lo ocurrido en “Spirit” y esa manía acuciante de crear texturas con sintetizadores en canciones demasiado lentas o erráticas.

Toman el escenario y suena “Going Backwards” con la pantalla salpicada por Pollock, la delgada figura de Dave se deja ver y, para todos aquellos que superamos holgadamente la treintena, es inevitable recordar aquella otra recortada de Bono en Zoo Tv. Dave está más delgado que de costumbre, desde hace un tiempo su rostro ha acuciado el paso del tiempo y no es difícil preocuparse e imaginar que su batalla contra el cáncer le haya pasado factura. Otra cosa muy diferente es su actitud sobre el escenario o el estado de su voz, Dave es un superviviente y no será la primera, ni la última vez, que desafíe a la muerte y se levante aún con más brío. Como casi todas las canciones menores de Depeche, “Going Backwards” gana gracias a la excitación del directo, a la presencia de una batería real (con el pulso humano de Christian Eigner golpeando sus parches), más aún cuando es seguida de “It’s No Good”, aquel single de “Ultra” que no sólo ha superado la prueba del tiempo, sino que se ha convertido en otro de los puntos álgidos de sus conciertos (curioso ver a Martin armado con una Fender Mustang). De aquel de 1997 también recuperarán “Barrel of a Gun” y, aunque me gustase más la interpretación de pasadas giras, sigue conservando toda su oscuridad y me parece valiente situarla en tercer lugar tras un single del alcance de “It’s No Good”. Como rescatar “A Pain That I'm Used To” pero por Jacques Lu Cont, una versión que nunca me ha terminado de convencer, con el bajo de Peter Gordeno llevando todo el peso de la canción. Momento en el que me percato de que si bien la actuación de Depeche Mode está a la altura, el sonido no y se muestra demasiado opaco, los graves se comen todos los matices y el bajo de Gordeno, en primerísimo primer plano, engullirá la canción de “Playing The Angel”, como también ocurre con “Useless”.

“Precious” siempre me ha parecido una revisión del clásico que es “Enjoy The Silence” pero se agradece, tanto como “World In My Eyes” de “Violator”, coreada por todo el público. Pena es el contraste de semejante canción con “Cover Me”, antes del sempiterno momento de Martin en directo, en el que revisitará “Ultra” (del que interpretarán cinco canciones, frente a esas tres de “Spirit” o ninguna de los dos anteriores) con la íntima “Insight” o esa barbaridad que es “Home” en la que no cuesta seguir emocionándose. Dave Gahan vuelve a tomar el escenario con “In Your Room” y la última concesión al nuevo álbum, “Where’s The Revolution”, en la que uno llega a entender que más que un canto por ella, es una irónica pregunta en los tiempos que corren. Es a partir de este momento en el que Depeche Mode despliegan toda su artillería con “Everything Counts” o “Stripped”, la magia entre Martin y Dave (aquellos que antiguamente no podían siquiera sentir la presencia del otro) parece domesticada tras tantos años, ante la hierática mirada de Fletch desde sus teclados.

“Enjoy The Silence” o la futilidad de las palabras frente a los actos y el mar de brazos, la devoción, en “Never Let Me Down Again” antes de un último bis con Martin y una bonita, desnuda y emotiva versión de “Strangelove” y la tormentosa (quizá mi favorita) “Walking in My Shoes”, antes de dejarnos bien claro que “A Question of Time” sigue sonando igual de amenazante como impactante “Personal Jesus” y ese sencillísimo riff saliendo de la Gretsch de Martin, con más de diez mil personas en pie, en pleno éxtasis. No puedo menos que sentirme aliviado, una de las bandas con la que he crecido sigue estando en plena forma y me siento afortunado de haber escuchado la voz de Dave en semejante estado en directo o haber tenido a pocos metros a Martin, uno de los grandes compositores de los últimos treinta años, pero tan sólo les pido una cosa; por mucho que superen la prueba del tiempo en su directo, que no se olviden de la importancia del estudio. El élan vital de Depeche Mode se conserva intacto pero si quieren conservar esa dignidad que una banda coetánea como U2 parece haber perdido, es necesario que se alimenten de nuevas canciones que demuestren que lo suyo no es solamente un ejercicio de músculo y un espectacular pasado sino también creativo y presente.


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Crítica: Ghost "Ceremony And Devotion"

Les parecerá mentira a todos los detractores de Ghost pero ya han pasado siete años desde su debut y la carrera de la banda sueca no ha hecho más que crecer. Debe ser muy jodido querer defenestrar los logros de un artista que está en su mayor momento de popularidad, pero también de creatividad. Por desgracia, los últimos meses se han visto empañados por la demanda de los Nameless Ghouls que ha dado al traste con el anonimato (como si realmente importara) de los propios músicos y de Tobias Forge; algo que, por otra parte, era un secreto a voces, no era relativamente complicado encontrarse a Forge en el backstage de los festivales en los que actuaba Ghost. Supongo que la aceptación pública de sí mismo como Papa Emeritus no ha sido más que una estrategia para quitarle a sus excompañeros la única herramienta de presión, de extorsión, y ha evidenciado con tristeza que aquellos, como ellos mismos han reconocido, “reclaman lo que es suyo” y es que tocaron con Emeritus pero, por el contrario, no aportaron nada en absoluto; no escribieron, no compusieron, el concepto o la estética pertenece, por completo, al Papa de manos enguantadas como Mikey Mouse, ellos únicamente se limitaron a interpretar lo que se les pedía...

“Ceremony And Devotion” es el documento necesario para evidenciar el buen momento en el que Ghost se encuentran; tras la publicación de uno de los mejores discos de debut de los últimos diez años, “Opus Eponymous” (2010), continuar su buena suerte con “Infestissumam” (2013), supieron rematar con “Meliora” (2015) y una mastodóntica gira en la que servidor ha llegado a verles hasta en tres ocasiones (a cada cual más espectacular y realizada con más mimo, dos veces en Black to the Future Tour y otra en Popestar Tour). Para colmo, al EP “If You Have Ghost” (2013) le han sumado esa auténtica maravilla que es “Popestar” (2016) con la irresistible “Square Hammer” como single. ¿Por qué es necesario “Ceremony And Devotion”? Es el importante testimonio del triunfo de una banda europea en el difícil mercado norteamericano y es que ese salto que Ghost ha logrado con aparente facilidad no lo es y así nos encontramos cientos y cientos de ejemplos de bandas que logran las mieles en su escena (Europa o Norteamérica) y les cuesta horrores dar ese salto mencionado. En muchas ocasiones se debe a la compleja logística y la consiguiente e importante inversión que supone cruzar el charco (en uno o ambos sentidos) pero Ghost, aunque joven, es una banda demasiado grande como para quedarse en casa, necesita aprovechar su actual tirón para ampliar sus fronteras y el lujoso “Ceremony And Devotion” es un magnífico ejemplo de cómo hacerlo sin despeinarse.

Todos los que les hayan visto en directo no se sorprenderán de los gritos histéricos al comienzo de “Square Hammer”, el single lo merece, pero la entrada de Emeritus III flanqueado por los Nameless Ghouls produce emoción e incluso sus mayores enemigos no pueden negarse a un estribillo así. La secundan “From The Pinnacle To The Pit” o ese clásico moderno que es “Con Clavi Con Dio” y ese canto que es capaz de unir a gargantas de cada casa y pelaje: “Sathanas We are one. Out of three… Trinity!”

“Per Aspera Ad Inferi” nos adentra en “Infestissumam” y una de esas canciones que crecen en directo y cuesta horrores sacarse de la cabeza; “Body And Blood”, aquella en la que Emeritus suele dar la comunión. “Devil Church” se funde con las notas inmortales de “Shine On You Crazy Diamond, Parts I–V” de Gilmour de Pink Floyd y sirve como introducción a “Cirice”, en la que uno ha de entender el éxito de Ghost cuando resuena su estribillo; “I can feel the thunder that’s breaking in your heart. I can see through the scars inside you. I can feel the thunder that’s breaking in your heart. I can see through the scars inside you…” y escuchas a Papa Emeritus III reclamar con éxito, una vez más, la voz de sus fieles.

El bonito piano de “Ghuleh” sirve de introducción, como no puede ser de otra forma, a la surfera “Zombie Queen” y de ahí a ese himno que es “Year Zero” o el single más bonito (difícil elección) que han sabido componer hasta la fecha, “He Is”, en la que se palpa, se siente la magia que desprenden en directo, tras el interludio de “Spöksonat”. Para concluir, una recta final de auténtico lujo con la atropellada “Mummy Dust” y ese “Absolution” en el que, de nuevo, todas las voces parecen fundirse en una, la ya clásica “Ritual” por Toto o la comunión absoluta con el público que resulta ser la emocionante (en directo o en estudio, me da igual) “Monstrance Clock” y que suele dejar ese sentimiento de majestuosidad y emoción inherentes a una de las ceremonias de Emeritus en directo.

El paso lógico, el cierre necesario para un tramo de tres álbumes, dos EPs y una gira triunfal en la que Ghost siguen escalando posiciones y convirtiendo a chavales, y no tan chavales, de medio mundo a su religión. Puedes criticarles, pueden no gustarte, pero se lo han trabajado y Emeritus está entrando en la cultura popular de una manera tan efectiva como infecciosa. Claro que sí, “One more time for Papa!”

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Crónica: Helloween (Madrid) 09.12.2017

SETLIST: Halloween/ Dr. Stein/ I'm Alive/ If I Could Fly/ Are You Metal?/ Rise and Fall/ Waiting for the Thunder/ Perfect Gentleman/ Starlight/ Ride the Sky/ Judas/ Heavy Metal (Is the Law)/ Forever and One (Neverland)/ A Tale That Wasn't Right/ I Can/ Livin' Ain't No Crime/ A Little Time/ Why?/ Sole Survivor/ Power/ How Many Tears/ Eagle Fly Free/ Keeper of the Seven Keys/ Future World/ I Want Out/

Qué difícil escribir la crónica de un concierto que nunca creíste que llegarías a vivir; porque relatar una noche así es muy diferente cuando estás allí presente a cuando, con más frialdad, la ves desde la comodidad del sofá de tu casa, como puede llegar a ser en el caso del próximo DVD de Helloween. Y digo qué difícil porque un concierto no es únicamente la interpretación o el sonido sino también el ambiente, la compañía, los apretujones, la gente cantando alrededor tuya… ¡eso es lo que le da forma! Y con esta reunión de Helloween todos teníamos nuestras reservas, ¿Michael Kiske compartiendo escenario con Markus y Michael de nuevo? ¿Qué clase de broma podría ser algo así? ¿Y qué pasaría con Andi? Sin embargo, parece ser que el auténtico guardián de las siete llaves no es otro que el mismísimo Kai Hansen. Y es que el simpático guitarrista, convenció al testarudo Kiske y volvió a haber conexión entre Weikath y él. ¿Qué es lo que te he hecho para que seas incapaz de perdonarme? -le dijo el delgaducho guitarrista a un Kiske que cedió a una histórica reunión en la que únicamente han faltado Roland Grapow (al que parece ser que ni siquiera le preguntaron) y, por supuesto, el entrañable Ingo que por supuesto que estuvo presente pero a través del recuerdo y esa enorme pantalla en la que se batió en duelo con Daniel Löble durante su solo.

Crítica: Morbid Angel "Kingdoms Disdained"

La última vez que vi a Morbid Angel en directo se podía cortar con un cuchillo la tensión entre Trey y David pero mientras uno se mantenía profesional y en silencio, el bajista y vocalista parecía constantemente a la defensiva y fuera de sus casillas por todo y con todos. La actuación fue tan impactante como uno podría esperar de la banda actuando en plena madrugada, cerrando la segunda jornada de un festival, pero fue el final de aquella formación y del polémico capítulo que sigue siendo “Illud Divinum Insanus” (2011). Y es que soy de los que opinan que, aún con todo el dolor de mi corazón, David Vincent nunca debería haber vuelto a la banda tras “Heretic” (2003). No es que “Illud Divinum Insanus” fuese mal recibido, es que aquello no había por dónde cogerlo. Ahora sabemos que Azagthoth estuvo ausente y que apenas compuso la mitad de un disco que se muestra errático. Es verdad que cualquiera que conozca mínimamente la carrera de Morbid Angel, sabrá que no hay dos títulos iguales (hace poco leía una entrevista a Tucker y este lo explicaba de una manera muy clara; si preguntas a un seguidor de Metallica cuáles son los mejores discos de la banda te dirá que “Ride The Lightning” o “Master Of Puppets” pero si le preguntas al público de Morbid Angel, cada uno te dirá un disco diferente…) pero lo que ocurre con un álbum como “Illud Divinum Insanus” es que el material que lo compone no llega al nivel habitual (“Too Extreme!”, ¿estamos de broma?), la producción (se siente, se nota la mano industrial de Sean Beavan en la mezcla) y ese puntito rupturista se percibe más bien como una traición a los postulados más elementales, logrando la auténtica cuadratura del círculo y que no es otra que el que la mitad de los seguidores del género lo ignore y la otra mitad lo desprecie, convirtiéndose en un álbum abiertamente reconocido como mediocre, por crítica y público. Aquello originó esa malsana tensión que antes relataba, cuando Azagthoth sintió que su proyecto, Morbid Angel, tomaba una dirección errónea y Vicent digería aún peor las críticas, con lo que él y Tim Yeung salieron por la puerta de atrás mientras el vocalista clamaba por el nombre y la autoría de muchas canciones de la época más clásica y gloriosa de los de Tampa. ¿Cuántas veces hemos sido testigos de casos similares en el mundo de la música? ¿Cuántas veces volveremos a verlo?

Con Vincent dedicado al country más outsider y ahora de gira con Yeung, haciendo caja como I Am Morbid (como aquel horror de canción del nefasto “Illud Divinum Insanus”) interpretando las canciones más añejas de Morbid Angel, la madre de Azagthoth lanzando dardos envenenados a aquel que, según ella, sigue aprovechándose del talento de su retoño. No es de extrañar que un tipo tan genial como Trey se sumergiese una vez más en su arte y mirase al frente, reclutando a Scott Fuller, Dan Vadim Von a las guitarras y recuperando a Steve Tucker para alegría de todos nosotros. Veréis, no estoy tan ciego como para no ver que “Heretic” (2003) fue un pequeño paso en falso, pero es que “Formulas Fatal to the Flesh” (1998) y “Gateways To Annihilation” (2000) nos hicieron ver a todos que había vida tras la primera marcha de Vincent, que tras “Domination” (1995) todavía corría sangre por las venas de Morbid Angel.

“Kingdoms Disdained”, seguimos por orden alfabético (nada extraño para cualquier seguidor veterano en una banda cuyo líder, amo y señor, padece de síndrome de Asperger) y, además del regreso de Tucker, la mano de Erik Rutan en la producción; el inmenso morbo por saber si la Morbid Angel continuarían la senda de “Illud Divinum Insanus” (algo lógicamente impensable), retomarían el camino de “Heretic”, lo ignorarían volviendo a “Formulas Fatal to the Flesh” y “Gateways To Annihilation” o, por el contrario, volverían a la esencia más primitiva de la banda. Pero, ¿cuál es esa?

Pues ni una cosa, ni la otra, pero todo a la vez y muy agitado. Perdonad que lo mitifique, pero Trey Azagthoth no es un artista interesado en el dinero (algo que ha quedado más que claro a lo largo de los años) sino uno auténtico y genuino que entiende la música como una valiosa válvula de escape, como verdadero arte con el que expresarse. Así, “Kingdoms Disdained” no sorprenderá a nadie, como tampoco revolucionará la escena, pero supone el reencuentro con el binomio Azagthoth y Tucker, la confirmación de que “Illud Divinum Insanus” está bajo tierra y olvidado y Morbid Angel vuelven a mirar desafiantes a su público, con canciones nuevas que interpretar en directo mientras Vincent y Yeung siguen interpretando una y otra vez, noche tras noche, las canciones de “Altars of Madness” (1989), “Blessed are the Sick” (1991) o “Covenant” (1993), entre muchas otras.

El primer gran alivio llega al escuchar "Piles of Little Arms" y sentir que vuelven a sonar a puro y duro death metal, el riff de Trey es tan adictivo como magnífico el trabajo de Fuller o profunda y rasgada la garganta de Tucker. Como escuchar “D.E.A.D” es ser testigo de la locura que debe ser estar en el interior del cerebro de un auténtico monstruo como Azagthoth con una de las mejores canciones de todo “Kingdoms Disdained” y, aunque la también enorme “Garden Of Disdain” suena demasiado a “Where The Slime Live” y en ella tirarán de groove (aunque quizá no tanto como en “Paradigms Warped”), se lo podemos llegar a perdonar por cortes como “The Righteous Voice” en la que Fuller demuestra calzarse las botas de Sandoval con éxito, convirtiéndose en una ametralladora. Mientras que “Architect and Iconoclast” o la marcial "Declaring New Law (Secret Hell)" quizá sean las que hagan bajar la nota media al álbum, pero en cambio demuestran un magnífico trabajo compositivo, como ocurre con la única canción escrita por Fuller y Tucker, sin Trey, "From the Hand of Kings", una auténtica bestia en la recta final.

"The Pillars Crumbling" es fácilmente uno de los grandes momentos, como “For No Master”, en las que las guitarras parecen directamente centrifugar sus riffs, o ese magnífico broche que es “The Fall Of Idols” (¡pura magia la que emana de las manos de Trey!) para un disco como este, en el que quizá lo único que lastra su escucha son las expectativas depositadas en un artista con mayúsculas que no sólo supo escribir sino también interpretar capítulos imborrables de la historia del death metal. “Kingdoms Disdained” no es una obra maestra pero sí aquel que deberían haber publicado tras “Heretic”; complejo, crudo y robusto, no puedo pedirle más a Azagthoth, por el momento…

© 2017 Lord Of Metal

Crítica: Amenra "Mass VI"

Hubo una época en la que creí que la música de Amenra podía conectarme con otra persona, por el camino se me olvidó que quizá no era aquella a la que debería haberme unido y, por suerte, tal y como vino, se esfumó, pero las canciones de Amenra, “Mass V”, se quedaron en mi vida por y para siempre. Como todo, el tiempo pasa y -por suerte- llegan otros ojos, otras manos y otras bocas que te susurran al oído; “no son las canciones, eres tú”. Y te das cuenta de que la gran mayor parte de personas que te rodean en tu vida están de paso, muchas invirtiendo todo el tiempo posible del que disponen en esa eterna búsqueda por encontrar erróneamente la felicidad en otros o, como aquella tan fea, devorando el alma de los demás con su propio vacío y necedad. Mientras otros, gracias a la música o esa otra herida que nunca sanará -quién sabe- entendemos que para entrar en alguien tan sólo te hace falta una nota pero para conocerse a uno mismo hace falta mucho más, que el amor es el dolor, mientras la felicidad está en uno mismo. Así es la música de Amenra, terriblemente introspectiva y quizá es por eso que requiere de tiempo pero tan cierto como que la recompensa es enorme. Como no podría ser de otra forma, titulan a su sexto trabajo como “Mass VI” y aunque muchos creen ver en él el disco más crudo de Amenra, no es así pero sí el más descarnado; si la música de los belgas es habitualmente la estética de la negación y la pasión que derrochan es porque, simple y llanamente, esta emana de sus propias vísceras; en “Mass VI” lo que nos encontramos es el exorcismo de la pena y las pérdidas experimentadas por los músicos, el alarido primitivo de un animal herido que expresa todo su dolor a través de unas canciones que sirven como bálsamo. No llega a la suprema genialidad de “Mass III” o “Mass IIII” pero eso es irrelevante cuando estamos hablando de sentimientos y canciones hechas con el corazón, nada de eso se puede o se debe medir con una regla.

Claro que hay novedades en “Mass VI” pero no son las voces melódicas de Colin en “Children Of The Eye” en ese esquema ya clásico suyo en el que se alterna el tono más esquizoide con el susurro, las hipnóticas guitarras de Mathieu y Lennart son también puramente suyas, puramente Amenra, como esa pesadísima losa en que se convierten Bjorn y Levy. Y, sin embargo, pese a que todo suena familiar, la ejecución de la banda es perfecta, todo suena en su lugar; sucio, denso, oscuro, frío y desolador, como si hubiesen llegado a otro estadio como músicos. La noche se cierne aún más oscura cuando Colin parece musitar la letra; “Come rain, wash us all away. Here come the first wave, nothing will remain…”

Tras el interludio hablado de “Edelkroone”, llega el momento más emocional de todo “Mass VI”, “Plus Pres de Toi (Closer to You)”, basada en el canto religioso “Nearer To God To Thee” (Génesis 28:11-19,​ la historia de la Escalera de Jacob, “Más cerca de ti, Señor”) una tormenta en la que Colin se dejará la garganta y la banda parecerá devorarle hasta ese puente tan melódico que sirve para forzar aún más la emotividad, como si la cuerda necesitase ser soltada antes de ser tensada aún con más fuerza. Uno de los mejores minutos de todo el álbum y nada de lo que asustarse; aun bajando el volumen y subiendo la melancolía, siguen sonando tan oscuros y amenazantes como siempre, tanto que necesitaremos de “Spijt” para salir de ese oscuro agujero en el que nos habían sumergido, dándole la vuelta por completo al sentimiento original de la canción.

Pero si la emoción se apodera de nosotros en “Plus Pres de Toi (Closer to You)”, será en “A Solitary Reign” en la que sentiremos que el auténtico clímax de “Mass VI” ha llegado; de nuevo voces melódicas de Colin pero esta vez casi sin alternancia con el clásico gañido sludge tan propio suyo sino más cerca que nunca de la poesía, de la belleza de un salvaje cruce entre Maynard Keenan, Jacob Bannon o un Scott Kelly llorando sobre las guitarras de Mathieu y Lennart.

Pero que nadie se engañe, porque Amenra son incapaces de perder sus señas de identidad en un álbum que parece compuesto con milimétrica exactitud y que comienza y acaba como debe, “Diaken” es quizá la más pesada y gruesa del conjunto y nos deja claro lo fútil del absurdo pensamiento a modo de consolación cuando uno pierde a un ser querido y cree que únicamente son heridos los que se quedan porque el verdaderamente jodido es el que se ha ido y esa ascensión es la que parecen narrar Amenra en “Mass VI”; lo que uno llora no son las ausencias sino el marchitar del amor, el amor es el único y verdadero tormento...

© 2017 Blogofenia



Crítica: U2 “Songs Of Experience”

Recuerdo aquellos tiempos en los que descubrir un nuevo álbum de U2 requería tiempo, cuando uno escuchaba aquel tintineo que anunciaba “Zoo Station” y se encontraba con el abrupto rompe y rasga de la guitarra de The Edge, cuando sonaba “Zooropa” y todos nos preguntábamos qué significaba todo aquello o incluso irrumpía “Mofo” por todos los noventa del mundo y no sabíamos si lo que estábamos escuchando era U2 o la última producción de Goldie. Pero hace veinte años de todo aquello y, si bien los irlandeses una vez se caracterizaron por la valentía y el no mirar atrás, los tiempos cambiaron y llegaron “Elevation” y “Vertigo”, buenos tiempos para las ventas; malos tiempos para aquellos que identificábamos a la banda con música de calidad, con poso y no simple y puro pop. Hace ya tiempo que escuchar un disco de U2 no entrama ninguna dificultad, ni tiempo para asimilar lo escuchado, el sonido de “Songs of Innocence” o “Songs of Experience” es el mismo que aquel de “All That You Can’t Leave Behind” (por eso de un back to basics, aunque ahora lo adornen con algún teclado o sampler) excepto por la bendita presencia del rotundo bajo de Adam Clayton. Brian Eno o Lanois se perdieron por el camino y U2 parecen inmersos en la constante búsqueda por seguir resultando relevantes, por seguir teniendo algo que decir pero, ¿cómo explicarle a Bono y The Edge que eso va a ser difícil de lograr cuando adónde están dirigiendo sus miradas es a Bon Iver, War On Drugs, The National, The Killers o unos difuntos Franz Ferdinand?

Cuando en los noventa U2 miraban a su alrededor -sedientos de creatividad- eran unos músicos de treinta y pocos años, hambrientos por crecer, no sólo preocupados por vender entradas o aparecer en las portadas de las revistas (claro que aparecían pero era el resultado de su importancia en el mundo de la música), el asalto era a la posteridad, no al pasado. Sus miras estaban puestas en Bowie pero también en Cave, las guitarras eran las de la música alternativa (Hüsker Dü, Sonic Youth, The Pixies, Stone Roses) y Bono aprendió a ocultar a Paul Hewson envuelto en el cuero del Elvis con más arrojo. Si aquello funcionó fue porque era tan genial que se salía del mapa en unos años en los que se llevaban las camisas de franela y los pantalones rotos. Pero ahora, U2 miran con recelo, ya no hay hambre creativa, su mirada es la del chaval envidioso que quiere copiar las respuestas del examen de su compañero y eso, en una banda como ellos, resulta patético además de producir discos sin demasiada cohesión.

Detecto a un fundamentalista de Bono a la milla y es así porque, he de confesarlo, una vez también fui como ellos. Pero pasa el tiempo, uno crece y allá donde hubo pasión ahora tan sólo quedan el cariño y la añoranza de lo que una vez significaron. Detecto a esos seguidores porque escuchan “Red Flag Day” e inocentemente piensan que son los U2 de “War” cuando tan sólo están replicando la receta de chavales de veinte años o por aquellos que piensan que “The Blackout” es el número equivalente al “Achtung Baby” y creen ver la épica en “Love I Bigger Than Anything In It’s Way” donde tan sólo hay una canción que pierde comba, en un álbum que, a pesar de las promesas, sigue albergando canciones menores como “Lights Of Home” o “Landlady” y ñoñerías como “You’re The Best Thing About Me”.

De las promesas de un nuevo formato de gira, del supuestamente revolucionario soporte para su nuevo álbum, de la polémica pero inteligente jugada de colar su anterior álbum en los terminales de todos los usuarios, el perdón posterior, y una segunda parte a la altura de la primera, nos quedamos a medias. Bono es un vendedor, siempre lo ha sido y disfruta de ese don por el cual siempre nos ha prometido “rock de Venus”, “poderosísimos riffs” o “el mejor álbum de U2 hasta la fecha”, nada nuevo en el mundo de la música pero sorprende en alguien de su peso e importancia y logra que todos aquellos que leemos o escuchamos sus entrevistas, hayamos dejado de prestarle atención. “Songs Of Experience” prometía mucho tras “Songs Of Innocence”, un disco que, si bien no es una obra maestra y tal calificativo tan sólo le empequeñece aún más, contenía algunas canciones con más fondo que el que nos ocupa. Y es que, tras las primeras escuchas y el entusiasmo inicial, “Songs Of Experience” parece una colección de sobrantes, de caras B, de canciones -algunas resultonas, otras menos- que han sobrado de sesiones de grabación anteriores. Un álbum que vio frenada su publicación tras el supuesto cambio político en el panorama internacional, la revelación de la mortalidad que parece haber sufrido Bono y la gira aniversario de “The Joshua Tree”, algo inaudito en una banda de sus características y que, muy a su propio pesar, ha sido completamente nostálgica, como no podía ser de otra forma.

Y así nos encontramos con dos discos que ahondan en la misma cuestión vital, inspirada por William Blake, por la cual en “Songs Of Innocence” U2 hablan del Dublín de su infancia y recurren a amigos comunes y las calles por las que corrieron, la propia Ali Hewson o la madre de Bono, Iris, e incluso la epifanía tras escuchar a Joey Ramone en directo, mientras que en “Songs Of Experience” nos encontramos a unos músicos rondando la sesentena con las mismas dudas de cuando eran jóvenes pero con esa inocencia perdida, inmersos en un mundo excesivo que a ellos mismos parece desbordarles tanto como al resto, con una situación política inestable y la conciencia de la mortalidad (que antes mencionaba) que parece haber experimentado el propio Bono. Nada nuevo bajo el sol, por lo tanto, cuando este se empeña en recordarnos que al final lo único importante es el amor (nada que los Beatles no supieran cuando lo cantaban en “The End” o Woody Allen aseguraba que, al final del camino, todo se reduce a todo el amor que puedes dar y birlar de los demás).

Lo malo de este mensaje en “Songs Of Experience” es que el amor, tema tan recurrido en el panteón del mundo del rock y del pop o los propios U2 a lo largo de toda su carrera, carece de la tensión, de la testosterona habitual en las canciones de los irlandeses. ¿Acaso “Achtung Baby” no parecía cubrir todo el espectro de este en sus canciones? Amor a los padres, a tu pareja, amor no correspondido, el amor no merecido, la ceguera del amor, el sentimiento de culpa, la insatisfacción, el adormecido amor conyugal, el amor al maestro en el huerto…. ¿Acaso U2, como muchas otras bandas, no han hablado ya lo suficiente del amor a lo largo de toda su carrera? Sí, por supuesto, pero la clase de amor referido en “Songs Of Experience” es tratado de una manera más abstracta, no se trata del que somos capaces de proporcionar o recibir, sino de aquel como moneda de cambio vital cuando uno hace balance, cuando uno es lo suficientemente sabio como para recuperar la inocencia en la madurez, que parecía insinuar Blake…

Sorprendente es el inicio con “Love Is All We Have Left”, una composición etérea con Bono en primer plano; “Nothing to stop this being the best day ever, nothing to keep us from where we should be. I wanted the world, but you knew better, and that all we have is immortality”, apoyándose en un colchón propio de Brian Eno, bonita e impactante pero, por desgracia, las huellas son fáciles de rastrear porque Bon Iver ya jugó con la superposición de dobles voces y la suya propia, el famoso vocoder, en el maravilloso “22, A Million” (2016) y sabe llevar al clímax de su belleza en “715 – CRΣΣKS”. Pero la valentía, el intento de hacer algo diferente, acaba en la conservadora “Lights Of Home” en la que prima un sonido acústico bajo una bonita melodía pero poco más, una canción erróneamente situada en segundo lugar y que nos hace entrar en el álbum lentamente, en la que el slide de The Edge ni siquiera llega a ser un aliciente.

Como significativo es el single que la banda eligió, “You’re The Best Thing About Me”, una canción tontita que claro que entra si la escuchamos las veces suficientes y que nos muestra a unos compositores que siguen teniendo la calidad suficiente como para componer grandes puentes pero prefieren el vehículo de una canción convencional como pocas para hablar, por enésima vez, del amor en su forma más simplona. Una pena porque el riff de ese puente que menciono, un pequeño robo sin importancia a los Franz Ferdinand del segundo álbum, no haya tenido mayor protagonismo a lo largo de toda la canción. Del vídeo es mejor ni hablar, me gusta verles, resulta simpático pero forzado, además no hay necesidad de mostrar a unos músicos de su calibre como si de The Killers se tratasen.

Pero si en el videoclip de la anterior producen esa sensación, con “Get Out Of Your Own Way” sonarán exactamente como si los de Brandon Flowers de “Wonderful Wonderful” hubiesen interpretado “Beautiful Day”. Sonrojo produce “American Soul” por esos versos y lo irónico que resultan en la introducción de Kendrick Lamar “Blessed are the filthy rich, for you can only truly own what you give away like your pain…” y ese autoplagio a “Volcano” en el estribillo, o ese verso en el que Bono parece incapaz de resistirse a la tentación de hacer un llamamiento a la unidad o mencionar a los refugiados; “Let it be unity, let it be community. For refugees like you and me, a country to receive us. Will you be our Sanctuary. Refu-Jesus”

Por lo menos, las sorpresas se seguirán sucediendo, lejos de ese acto de regurgitar la propia esencia de la banda, o así suena “Summer Of Love” que se siente especial pero ligeramente desnuda tras el riff inicial de The Edge para evocar la esencia de “Time Of The Season” de The Zombies. La guitarra de “Red Flag Day” suena a Joe Strummer pero de manera más relamida mientras el bajo de Clayton lleva todo el peso y la canción, lejos de evocar el espíritu de “War”, es tan sólo un intento de asimilar todo el influjo indie actual y sonar pretendidamente frescos, pero los coros de The Edge salvan la canción confiriéndole un tinte evocador al hecho de echarse al mar, tirarse con los ojos vendados, ajeno al oleaje…

“The Showman (Little More Better)” sonaría mucho mejor en la garganta de Springsteen, ese Bruce más tontorrón, cuando se pone a juguetear con las primeras filas y sube a los niños de sus fans más enfermizos, sí ese, lo cual no resulta un piropo en absoluto. Tiene un toque beatle pero también intranscendentemente cincuentero. Pero si hay una canción que me haya sorprendido para bien después de haberla escuchado en directo, es “The Little Things That Give You Away” cuya producción minimalista, desnuda, habría encajado a la perfección en “Sleep Well Beast” de The National y gana enteros con la bonita voz de Bono sobre la desaparecida guitarra de The Edge.

Innecesaria es “Landlady”, como empachosa es su letra y desconcertantes esos primeros segundos del que fue el adelanto de “Songs Of Experience”, “The Blackout”, que a todos nos recordaron a “Zoo Station”, y que supuso una pequeña decepción tras el tiempo de espera. Bono canta sobre una base más bailable y un estribillo facilón pero, por suerte, no tanto como “Elevation” o “Vertigo”.

Llena de emoción e intensidad es “Love Is Bigger Than Anything In Its Way” y, aunque realmente no nos lleve a ningún sitio, debería haber sido la que cerrase el álbum, pero hace mucho que U2 decidió rematarlos de manera estéril y es por eso que prefieren “13 (There Is A Light)” en la que Bono parece sabedor del desperanzador camino que lleva todo pero alienta a no rendirse. Lástima que una melodía tan bonita sea empañada por ese “reprise” de “Song For Someone” aunque ese alguien, en esta ocasión, sea él mismo.

Sensaciones encontradas tras tantísimos años escuchándoles y el infinito cariño y respeto que les tengo; hay buenas ideas, grandes momentos, Adam Clayton vuelve a sonar en los últimos discos mientras que The Edge parece haberse diluido tras haber perdido su personalidad intentando copiar los riffs de “tres notas” de otros músicos -infinitamente menos dotados que él- en anteriores discos (totalmente ajeno a que sus riffs ya eran de por sí grandes sin tener que sonar a garaje. Buen ejemplo de ello es “Sunday Bloody Sunday” o “Pride” entre decenas de otros), no me parece la mejor ejecución de Larry (“Lights Of Home”, “Get Out Of Your Own Way” o “You’re The Best Thing About Me”) y, sin embargo, he de reconocer que Bono está enorme tanto a nivel de forma, como interpretación, versatilidad y, aunque no posea la potencia de antes (como en los ochenta) o la amarga y oscura sensualidad de los noventa, se le siente cómodo en unas canciones en las que parece haber trabajado a conciencia.

Si este fuese el último trabajo de U2 por lo menos podríamos decir que lo han dejado con dignidad pero desde hace unos años parece que lo peor siempre está por llegar. Produce cierto desasosiego intuir que aquellos chavales de casi treinta años que parecían tener algunas respuestas, inmersos en una constante búsqueda, siguen sin haber encontrado lo que estaban buscando con casi sesenta años y pretenden sonar como sus propios alumnos.


© 2017 Blogofenia


Crítica: With The Dead "Love From With the Dead"


Me costará olvidar la sensación que With The Dead me causaron en su primera gira, presentando su álbum de debut. Como todo los que allí nos reunimos, las canciones de aquel me habían gustado y quería comprobar cómo lo defendían en directo, además, siendo seguidor de Napalm Death y Cathedral, reencontrarme con Lee Dorrian era un añadido importante. La impresión no pudo ser mejor, un concierto auténticamente mágico, sobrio y muy pesado (todo un piropo si hablamos de cuarenta y cinco minutos de doom). Así que, cuando Dorrian anunció la continuidad del proyecto y la intención de grabar un segundo álbum no pude menos que celebrarlo, With The Dead tampoco tenína otra opción; la crítica se deshizo en elogios y los seguidores lo recibimos con entusiasmo. Pero la duda existía y Dorrian lo sabía, si aquel fue un disco increíblemente contundente, ¿qué podría hacer para superarlo? Aumentar la pesadez en las guitarras y subir el volumen de la angustia y oscuridad, algo tan sencillo como eso. Con la incorporación de Alex Thomas, reemplazando a Mark greening, Tim Bagshaw (Electric Wizard) y Leo Smee, puedo asegurar que "Love From With The Dead" es aún más denso, más oscuro y opresivo que el anterior.


Dorrian se justifica asegurando que no estaba tan desilusionado con la vida desde los tiempos de Cathedral en un momento como el que vivimos en el cual los valores parecen derrumbarse y la perspectiva de futuro es más pesimista que nunca. Y puede ser que este sea el caldo de cultivo perfecto para un álbum como el que nos ocupa pero lo que lo hace realmente grande es que sus canciones, su sonido, rejuvenecen el concepto de doom en unos años en los que estamos viviendo un auténtico resurgimiento del género pero de manera caricaturesca; así, nos encontramos producciones actuales que, en su intento por emular el sonido, suenan como si hubiesen sido grabadas en los setenta e incluso a bandas que se visten de aquella manera. Lo bueno de With The Dead es que su propuesta es auténtica y su estética también pero su sonido es actual, las guitarras de "Love From With The Dead" suenan densísimas pero no opacas, el bajo y la batería son como una losa pero no como si el máster hubiese sido guardado en el sótano más húmedo de la discográfica de turno. Aquí no hay imitaciones, no hay nada falso, lo que suena es lo que sienten los músicos y procediendo de Electric Wizard o Cathedral no es de extrañar que With The Dead suenen tan aterradores.

Grabado en dos sesiones con Jaime Gómez Arellano, hay que creer a Dorrian cuando canta “To love I surrendered. Thus my heart has died” en la inicial “Isolation” y un lamento parece salir de la mismísima tumba cuando Bagshaw abre con su guitarra. Una atmósfera asfixiante pero no menos que “Egyptian Tomb” en la que parece que accedemos a un mausoleo cerrado por siglos, una de las más accesibles con un gran trabajo en las guitarras o ese verdadero mazazo que es “Reincarnation of Yesterday” en la que las cuerdas de Bagshaw parecen literalmente crujir con Thomas marcando un tempo más acelerado. Pero si lo que te gusta es la pesadez, sentir como la banda parece arrastrarse por el suelo como si fuesen un enorme ofidio, “Cocaine Phantoms” es todo lo lenta que un álbum de estas características necesita y seguro que enamorará a aquellos que disfrutan de la calma y la lentitud pero también la sobriedad. Diez minutos más, “Watching the Ward Go By” y bajamos aún más las revoluciones para aumentar la desesperación, unirse con “Anemia” y prepararnos para esa barbaridad de casi veinte minutos que es “CV1”, una manera épica y majestuosa de despedir un segundo álbum y que parece prepararnos para lo que pueda llegar en un posible tercer álbum, siendo lo más parecido a un punto de inflexión.

Puede que aquellos a los que les entusiasme poco el doom o tengan menos paciencia con la duración de las canciones, este “Love From With The Dead” les desespere y no le den la oportunidad que bien merece. Como canta Dorrian, “No love. No joy. No hope. No life...”, imposible reflejar mejor todo el nihilismo del mundo en tan sólo un verso o contenido en los surcos de un vinilo pero así es Dorrian, aquel que todavía ha sido incapaz de defraudarnos y siente de verdad lo que canta, sus quejidos suenen auténticos pero es porque parece enterrado en vida…


© 2017 Jack Ermeister

Crítica: Converge "The Dusk in Us"

La fórmula de Converge debería ser estudiada en las universidades porque, sin ser nada especial, funciona como un tiro. Desde “Petitioning The Empty Sky” (1996) hasta “All We Love We Leave behind” (2012) no han publicado ni un solo álbum mediocre y ahora, con este “The Dusk In Us”, firman dos décadas de metal auténticamente espídico y vibrante. No es que “Jane Doe” (2001) sea uno de mis discos favoritos de la historia es que “You Fail Me” (2004) o “Axe To Fall” (2009) son magníficos logros impropios de una banda de su género por la madurez y evolución que muestran, pero quizá es que ellos son únicos en su género. “The Dusk In Us”, producido por el propio Kurt Ballou, amplía la visión de la banda y les sumerge en nuevos territorios, por un lado su sonido es todo lo afilado, agresivo y crudo que Converge es capaz, a la vez que coquetean con otros géneros, pero también posee estribillos, riffs o estrofas que bien podrían ser de lo más pegadizo de toda su carrera sin bajar, en ningún momento, el nivel de agresión en un álbum que suena igual de dinámico que “All We Love We Leave Behind” (2012) y bien puede entenderse como una continuación de aquel pero que posee una identidad propia y, entre ramalazos metalcore y momentos más sludge, presume de un envoltorio ligeramente math. Caso aparte es el apartado lírico, Jacob Bannon puede no parecer tan enfadado como en anteriores entregas pero vuelve a sorprender el calado de las letras; ya no es que muestre su indignación contras las desigualdades sociales o arremeta contra lo establecido, la crítica sigue siendo aún feroz, como sepa hacer un buen ejericio de introspección y sea capaz de transmitir a través de su peculiar forma de cantar sino que se atreverá a hablar del soviético Vasili Arkhipov en la beligerante "Arkhipov Calm" y su oposición a la guerra nuclear, sin sonar pretencioso, todo un logro para una banda de metalcore pero, claro, es que esto es Converge, esto es otro mundo, amigos míos…

La visceralidad con la que se abre “The Dusk In Us” llega a través de una canción como “A Single Tear” en la que sentimos tanta confusión como amor, en la que evocan la mágica unión de dos personas de una manera casi aterradora por el realismo de sus imágenes (magnífico videoclip, por cierto). Pero, por si alguno de sus seguidores parece haberse despistado, “Eye Of The Quarrell” nos devolverá el gordísimo bajo de Nate Newton llevando todo el peso de la canción mientras Koller parece estar conectado a la corriente y Ballou arremete enloquecido, Converge en estado puro. Pueden bajar la velocidad, “Under Duress”, pero no la intensidad; una pequeña obra maestra de apenas cuatro minutos, un dedo levantado de manera insolente mientras Ballou y Newton parecen afilar las cuerdas de sus instrumentos y el chirriante tañido del acero oxida la canción.

"Arkhipov Calm" es adrenalina con Bannon desgañitándose y los tres músicos sonando más math que nunca, como más calmada es la humilde historia de fantasmas narrada en “I Can Tell You About Pain” en la que el juego de voces ayuda a que resulte creíble. Pero el punto álgido del álbum llega precisamente con “The Dusk In Us”, una aventura de más de siete minutos en la que Converge demuestran su saber hacer, su maestría para que el oyente no pierda el interés a través de diferentes estados de ánimo que, sin embargo, se sienten naturalmente hilvanados por Ballou y rozando el pop en algunos momentos gracias a las voces Es por eso que no es de extrañar que “Wildlife” nos recuerde a “Axe To Fall” pero no tanto por su naturaleza sino por el contraste.

La labor de Koller es de especial importancia, no sólo porque en “Murk & Marrow” es la espina dorsal de la canción sino porque cuesta imaginarse un disco de Converge sin semejante pegada como el distorsionado bajo de Newton en “Trigger” (puede que una de las menos agraciadas a pesar del fraseo de Bannon). Viajarán en el tiempo hasta 1998 y su “When Forever Comes Crashing” en “Broken By Light” o tirarán del manual grindcore en “Cannibals”, la verdadera última canción de “The Dusk In Us” antes de esa otra joya de puente que es la dolorosa "Thousands of Miles Between Us" (¿quién dijo que una banda de metalcore no podía sonar emocionante y épica, a la vez que romántica?) hasta la doomy “Reptilian”, como si fueran unos Black Sabbath vigoréxicos; un broche de oro tan pesado y contundente, tan monolítico, que cuesta creer que sean los Converge que todos conocemos sino fuese por la voz de Bannon.

La última vez que coincidí con ellos en un festival, tuve que elegir entre volver a verles y vivir la experiencia de otro mundo que es ver una actuación de Sunn O))). Con todos mis respetos a Stephen O'Malley, eso es algo que nunca más volverá a suceder, Converge son mucho Converge…

© 2017 Jack Ermeister