Pocas son las veces que escribo sobre un recopilatorio porque no suelen ser la obra intencionada de un artista y muy cafre tiene que ser el responsable o la discográfica para errar en el blanco, aunque ejemplos de colecciones mal paridas haya a patadas. Pero el caso que nos ocupa, querido lector, es totalmente diferente, y me refiero a las ya míticas “The Bootleg Series” de Dylan, que suelen profundizar en algunos de los momentos más interesantes de su carrera. “Trouble No More” ocupa quizá la época más polémica (si es que esto es posible de determinar en una andadura como la suya); su conversión al cristianismo. Porque aquella no fue una transición tranquila y sosegada, de paz interior y reflexión sino una intensa y febril que se inició con “Slow Train Coming” (1979), ahondó en “Saved” (1980) y perdió fuelle en “Shot Of Love” (1981) tras el que hubo un pequeño parón de dos años. Lo cierto es que aquellos dos últimos discos fueron vapuleados por la crítica que se cebó con la actitud de Dylan y un público que terminó por darle la espalda cuando su ídolo parecía más interesado en sermonearle e interpretar sus nuevas canciones que recuperar su mítico catálogo ante una audiencia que, con incomprensión, abandonaba los recintos y asistía perpleja ante un Dylan que recomendaba asistir a un concierto de Kiss a todos aquellos que buscasen rock, se aventuraba a profetizar la llegada del salvador y se sentía henchido de ilusión en ese orgasmo místico de llamas y Apocalipsis, en definitiva; la hipérbole cristiana llevada a la enésima potencia se apoderaron de un artista que, tan intenso como siempre ha sido, se volcó en la lectura de textos bíblicos y acudía cada mañana a estudiar las sagradas escrituras, así como hacer suyas las ideas de Hal Lindsey y el sionismo más rancio y reaccionario del que Dylan supo alejarse convenientemente a tiempo.
Pero, ¿por qué sentó tan mal su conversión al cristianismo? Siempre he defendido la extraña teoría por la cual el público medio es incapaz de rebatir los méritos de Svetlana Aleksiévich o el mediocre Murakami para el Nobel y, sin embargo, echar por tierra los de Dylan cuando actúa frente al Papa, protagoniza un anuncio de Victoria Secret, gana el premio Nobel o el Óscar de la Academia. Y el porqué es muy sencillo, Dylan es universal y, como tal, todo el mundo cree conocer su obra (¡nos pertenece por derecho propio!, parecen decir) con suficiente profundidad como para sentirse capacitado para sentenciar. Además, que un artista hable de política todavía está bien visto pero, por muy difícil que nos parezca creerlo, la religión -aún a día de hoy- sigue perteneciendo al ámbito privado del ser humano y que un simple y vulgar cantante pretenda adoctrinarte y decirte lo que debes sentir o pensar en cuestiones de fe no es algo tan fácil de digerir, por mucho que sea Bob Dylan. Además, por qué no decirlo, Dylan iba muy por delante de su público y sus conciertos -convenientemente recortados en esta edición- podían resultar un auténtico plomo para todos los que esperaban “Like A Rolling Stone” o “Maggie’s Farm” y se encontraban con un predicador ambulante.
Pero el tiempo sitúa casi todo en su justo contexto y la perspectiva que nos ofrecen los años nos muestran a un Dylan enloquecido entre 1979 y 1982, es cierto, pero también desbordante, alucinante en sus conciertos, apoyado por el auténtico que suponían Tim Drummond, Jim Keltner y Spooner Oldham, además de un coro negro (con Carolyn Dennis, mujer con quien contrajo matrimonio hasta 1992 y tuvo una hija en secreto, alejada de los focos. Aunque no sería su único romance entre las cantantes que le acompañaron en esa gira) que añaden más cuerpo aún a la flamante propuesta de un Dylan que se muestra especialmente expresivo en las interpretaciones que ocupan los ocho discos y el DVD de “Trouble No More – The Bootleg Series Vol. 13 / 1979-1981”. Los conciertos, más allá de las llamas cristianas y los interminables sermones (como antes señalaba, no incluidos), muestran a una banda que arranca con “Slow Train Coming” y el frío traqueteo de un tren sobre los pernos de las vías para convertirse en noches que oscilan entre el soul y el góspel, o acaban en arreglos cercanos al blues más lúbrico; cuesta poco imaginarse a Dylan mirando de manera torva a sus coristas mientras ahuyentaba a los chavales con sus imágenes de zarzas ardiendo y vociferantes profetas.
Auténticas joyas e interpretaciones inmortales como “Precious Angel” en las que sentimos que literalmente ascendemos e incluso la repetitiva “Gotta Serve Somebody” adquiere otra dimensión cuando Dylan se muestra especialmente cínico y despliega toda su ironía porque da igual que seas judío, cristiano, musulmán, protestante, ateo o capitalista que siempre tendrás que servir a algo o alguien, de una forma u otra, ni siquiera la dependencia vital escapaba al ojo crítico de Dylan, porque qué difícil es la vida sin ningún tipo de esclavitud; sin Dios, ni amo.
“When He Returns” o “Solid Rock”, magníficos ejemplos de composiciones que fueron ninguneadas en su momento, el clímax en “When You Gonna Wake Up?”, la declaración de principios “Ain’t Gonna Go To Hell For Anybody”, canciones en las que Dylan es capaz de juguetear con varios estilos sin despeinarse y sazonar su música de funky o reggae (“Dead Man, Dead Man”), ritmos africanos bajo el disfraz de una banda de rock de lujo, la bonita “Caribbean Wind” o la catársis en “The Groom’s Still Waiting at the Altar” que a muchos no les convencía en estudio y encuentra su culmen en directo, de Earl’s Court a Toronto, pasando por Oslo, y al fondo de un archivo como aquel, estupendamente representado con un disco de rarezas y más de media docena de canciones inéditas (“Stand By Faith”, “Thief On The Cross”, “I Will Love Him” porque “Ye Shall Be Changed” ya fue publicada en “The Bootleg Series, Vol. 1-3”), ensayos y descartes que nos muestran que el fervor religioso no cegó por completo a un Dylan tan lúcido como siempre o quizá más que nunca.
Para colmo, un DVD con jugoso contenido extra (“Shot of Love”, “Cover Down, Pray Through” o “Jesus Met the Woman at the Well”, entre otras), además de un documental (dirigido por Jennifer Lebeau) y un libro repleto de fotografías inéditas de la época. Es cierto, “Trouble No More” es una golosina cara (aunque haya versión reducida, para todos los bolsillos) pero vale su peso en oro. Disfrutar de semejante documento requiere de preparación previa, de cierto conocimiento para saber a lo que uno se va a enfrentar, pero constata que a Dylan nunca le ha importado la opinión de los demás, da igual si canta villancicos, a Dios, a un Papa o a Sinatra. Como debe ser...
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