Siempre he sido de los que han creído que para criticar negativamente a Metallica habría que lavarse antes la boca porque respeto demasiado lo que grabaron entre 1983 y 1988, me refiero a que “Kill 'Em All”, “Ride The Lightning”, “Master Of Puppets” y “…And Justice For All” son más grandes que la discografía de muchas bandas quizá más estables, creativamente hablando. Y digo esto porque ha habido veces en los que para afirmar que amabas a la banda parecía que había que pedir perdón y lo que muchos quizá desconocen es que la gran polémica de Metallica no comienza con un corte de pelo, rímel y 'el sombra aquí y sombra allá' de “Load” (1996) sino que las verdaderas raíces del gran declive comenzaron con el famosísimo “Metallica” (1991) –conocido popularmente como el ‘Black Album’- en el que todo encajó como por obra de magia y los planetas se alinearon para lograr el doble mortal y sin red tras una obra como “…And Justice For All” por tres motivos principales: tenían las canciones, eran tres músicos sedientos de éxito y Bob Rock supo darle forma a un sonido que, objetivamente, ninguno lo habíamos escuchado antes. Lo que ocurrió tras el masivo éxito de aquel es la vieja misma historia de siempre; fans divididos que no entendían el giro comercial de la banda pero eran incapaces de resistirse a sus canciones y unos músicos que, en la cima del mundo, quisieron coronarla con otro giro igual de valiente en una década complicada para todos. Así nació “Load”, un disco gestado durante la gira previa en la que ya se deleitaban con larguísimos conciertos de tres horas interpretando “Devil’s Dance” o “2X4”. En “Load” tenían las canciones pero no supieron contenerse y grabaron un disco doble que podría haber sido triple o cuádruple y cuyos sobras se nos indigestaron a todos en “Reload” (1997), eran una banda que nadaba a contracorriente en una escena que ya habían abandonado y les había desahuciado, con unos seguidores que no entendían su cambio estético (porque que nadie se lleve las manos a la cabeza, el público del metal suele ser tremendamente intransigente más allá del tópico bonachón que se nos quiere vender) y se habían convertido en empresarios que velaban por los derechos de su obra enfrentándose a los creadores y usuarios de programas peer-to-peer (P2P) ganándose la antipatía de millones de personas.
Lo que vino después fue la confirmación; “Garage Inc.” (1998) y “S&M” (1999) les hacían estar de plena actualidad pero no eran más que la evidencia de que Metallica no se atrevían a entrar al estudio a grabar un álbum de nuevo material, por el camino perdieron al sufrido Jason Newsted (que, por desgracia, más de una década después sigue sin encontrar su camino, paséandose como un muñeco roto) y grabaron aquel horror de “St.Anger” (2003) con un documental con aires de mockumentary como es “Some Kind of Monster” (2005) en el cual nos hacían testigos del auténtico punto de rotura de una banda fracturada en mil pedazos con problemas más antiguos y profundos de los que uno podría prever en un principio, mostrándonos a tres multimillonarios desconectados del mundo y ellos mismos.
E igual que de aquellos años horribles se puede encontrar su génesis en la pérdida de Burton, un éxito atragantado ("Black Album") y una banda sin dirección, “Hardwired…to Self-Destruct” nace del fracaso de “St. Anger” (2003) y la reválida, tras cinco años, que supuso “Death Magnetic” (2008) con un Rick Rubin al que se le enconmendó el enésimo milagro de su carrera con la maniobra de resurrección de un álbum del que se pueden encontrar muchos de los elementos que encontramos en este último; la producción de “Death Magnetic” era cruda y básica, tan sólo cuatro tipos intentando recuperar los años perdidos mientras que “Hardwired…to Self-Destruct” (de nuevo con Greg Fidelman a los mandos de la nave, quien ya mezcló el trabajo de Rubin) suena aún más potente que “Death Magnetic”, ¿por qué? Principalmente por la presencia del bajo, lo que le añade más cuerpo a las canciones, y es que no es ningún secreto que el bajo en Metallica parece haber estado siempre relegado y la guitarra de James casi siempre se lo ha comido en la mezcla. Rob Trujillo, aparte de ser un gran músico (creo que a estas alturas ya nadie puede ponerlo en duda) es un bajista muy personal, con mucho ‘groove’ y es algo que, por suerte, se deja ver en “Hardwired…to Self-Destruct” en el que el bajo deja de estar al servicio de las guitarras para tener la relevancia que en una banda como Metallica siempre debería haber tenido y que en directo tanto se notaba con respecto a los resultados en el estudio.
Por otra parte y como ya hemos dicho en muchas ocasiones, no había necesidad de grabar un disco doble. ¿Doble? –pensarán muchos; ¡Si son doce canciones! Pero basta echarle un vistazo al minutaje para entrever que casi ochenta minutos para una banda con la salud artística de Metallica es todo un innecesario 'tour de force' en el que, muy lejos de demostrarnos su estado actual de salud, algo así tan solo magnifica los errores o la carencia de chispa compositiva. Si en un disco como “Metallica” (1991) tenían las canciones en el momento adecuado y la producción de Rock tan sólo tuvo que propulsarlas como un cohete, en “Hardwired…to Self-Destruct” hay un exceso de minutos que perjudica a muchas de las nuevas composiciones. Con permiso de “Hardwired”, ninguna de ellas bajará de los cinco minutos y en algunas se siente tan forzados los desarrollos que miraremos el contador para ver cuánto nos queda. Otro punto en contra es el orden de las canciones y es algo que se siente tan pronto acabamos de escuchar “Moth Into Flame” (tan sólo por aquello de haber escuchado previamente “Hardwired”, “Atlas, Rise!” y el segundo single) y es que no hay demasiada coherencia en la dinámica del orden; es un disco que parece estructurado como un bloque sin tener en cuenta al oyente, tras el primer taponazo no hay ‘valles’ y tampoco subidas o bajadas, tan sólo la paciencia del que lo escucha en una producción que, si bien les hace sonar como no lo hacían en veinte años, es demasiado homogénea; todas las canciones poseen el mismo sonido y podrás creer que es algo lógico cuando no debería ser así. Es un disco que sonando muy bien parece estar masterizado completamente igual y en el que, desde la primera a la última, las guitarras, el bajo, la batería y la voz está todo a la misma altura. ¿Es eso un problema? Sí, más allá de la peculiaridad de cada composición, parece que estemos escuchando una y otra vez el mismo tema.
“Hardwire” es un buen single precisamente por la inmediatez y su duración, si hace cuatro o cinco décadas era un suicidio un single de más de tres minutos y Dylan se la jugó con uno de más de seis, actualmente el oyente medio no tiene la paciencia suficiente como para escuchar singles de más de tres minutos y en los medios no hay dinero suficiente para programar canciones de seis, siete y ocho minutos cuando el ritmo ha de ser tan vertiginoso como para atrapar a nuevos clientes. Quizá es por eso que Lars Ulrich llama a YouTube la nueva MTV; quizá es por eso que apuestan por grabar un videoclip para cada canción del disco, quizá porque Metallica llevan llevan muchos años grabando siempre el mismo tipo de videoclips y no supone ningún riesgo, tan sólo más beneficios, divulgarlo en 'streaming'. En “Hardwired” recuperan algo de velocidad, algo de la mala leche que tanto nos gusta a los que les seguimos desde muchos años y que creíamos que Lars sería incapaz de aguantar; no es thrash pero tiene la rapidez punk y el cuerpo del buen metal hecho por unos tipos de cincuenta y pocos años que no deberían tener que demostrar ya nada a nadie pero a los que parece que se les examina con lupa y para los que la presión debe haber sido insoportable. Además recuperamos al James Hetfield más encabronado, lejos del personaje que se ha creado y sus ya típicos 'tics' como cantante, una canción que alimentó la ilusión por sonar inusualmente fresca cuando muchos nos esperábamos lo peor...
El segundo single, “Moth Into Flame”, fue la constatación de que Metallica volvían con ganas, sonando como nunca deberían haber dejado de sonar y haciéndolo como esperábamos de ellos; un riff cargado de mala leche y nos vamos de viaje montando la velocísima ola de un puente inmenso que nos lleva al estribillo mientras que en “Atlas, Rise!” comenzamos a percatarnos de que esa duración que en “Moth Into Flame” nos agarraba por el cuello y nos llevaba con ellos, en el tercer single del disco se nos atraganta. “Atlas, Rise!” posee, de nuevo, un buen puente y las guitarras son magníficas con Hammett ejecutando un solo más que digno, evocando la NWOBHM (no será la única vez) y el mejor hard, aunque sea incapaz de olvidarse del maldito Wah; como curioso es que Kirk no figure en los créditos de ninguna de las canciones de “Hardwired…to Self-Destruct” por primera vez desde su incorporación en 1983 con el despido/abandono de Dave Mustaine. Lástima que “Atlas, Rise!” posea una de las peores letras de todo el álbum; sabemos que James Hetfield, como él mismo admite, no es Shakespeare pero las ripios de algunos de sus versos están tan metidos a calzador que son avergonzantes; "Save the Earth and claim perfection/ Deem the mass and blame rejection. Die as you suffer in vain /Own all the grief and the pain.." o, el peor; "Blame the world, and blame your maker/ Wish ‘em to the undertaker"
El riff principal de “Now That We're Dead” se parece al de la canción de entrada de la leyenda de WWE, Shawn Michaels, es cierto pero pronto se convierte en un auténtico monstruo que desembocará en uno de los estribillos más pegadizos de todo “Hardwired…to Self-Destruct”. No será la única vez que una canción nos recuerde a otra, como ocurre con “Dream No More” en la que parece que estamos escuchando la introducción de “Sad But True”, una canción que rápidamente coge cuerpo hasta convertirse en un pesadísimo y monolítico pastiche de todo los exhibido hasta el momento con unas bonitas melodías vocales que nos recordarán a los lánguidos y melancólicos juegos de Staley y Cantrell que tanto gustaban a Lars y James (irreconocible en esta canción) pero que se nos indigestará y supondrá el primer escollo a salvar del álbum, siendo tan sólo la quinta. “Halo On Fire” cierra la primera cara de manera mucho más ligera, múltiples cambios que refrescan la sensación de pesadez tenida hasta el momento y que nos aliviará antes de afrontar la segunda parte; un buen tema con un magnífico trabajo de las guitarras y quizá la letra más trabajada hasta el momento, una instrumentación con un buen cambio de tercio en sus dos últimos minutos que, sin embargo, no terminan de salvar una canción que teniéndolo todo no termina de cuajar y es que si “Hardwired”, “Moth Into Flame” se quedan con facilidad e incluso “Atlas, Rise!” tiene algo más de pegada, llegar a “Halo On Fire” cuesta y no por nuestra capacidad como oyentes sino porque parece estar articulada con los bocetos de hasta tres composiciones diferentes.
“Confusion” suena marcial en sus primeros compases pero, a pesar de su duración, es una canción menor a la que, sorprendentemente, salva el trabajo de Kirk y en la que uno tiene la sensación de que habría ayudado un recorte de dos minutos, la única composición en la que Rob Trujillo participa, la políticamente obvia “ManUNkind”, tarda casi un minuto en arrancar para convertirse en una versión ralentizada de “Cyanide” con un compás diferente y un 3/4 en las estrofas que no la hace despegar como debería; es un ejercicio curioso pero lejos de lo que creo que todos esperamos en un nuevo disco de Metallica. “Here Comes Revenge” es tan interesante como “ManUnkind” pero es que son más de siete minutos, algo completamente innecesario en un tema que no mantiene la tensión a pesar de recordarnos a “Enter Sandman” cuando Lars sigue a James e intentan crear algo parecido a un ‘in crescendo’ que, como veremos, no lleva a ningún sitio sino a otro cambio de ritmo y otra estrofa y otra estrofa y otro puente ('ad infinitum') hasta un estribillo tan gris como nos temíamos.
“Am I Savage?” (no, no “Am I Evil?”) de nuevo peca de duración y empezamos a impacientarnos cuando vemos que las canciones se suceden y la primera cara del álbum era significativamente más divertida y excitante que la segunda como también esperaba mucho más de “Murder One” y ese sabor a “Welcome Home (Sanitarium)” que rompe por completo Lars con una intermitente entrada. Porque sé que amaban a Lemmy y para ellos fue dura su pérdida desde un punto de vista personal y lógicamente también artístico, sé también que podrían haber hecho algo infinitamente más emotivo o, por el contrario, más cercano a lo que significaba el espíritu de Motörhead y no; “Murder One” es un aburrimiento, completamente indigno de servir como homenaje a Lemmy Kilmister.
Un álbum que me cuesta un horror afrontar en su última hora y que, para mi propia sorpresa, me despierta “Spit Out The Bone”. ¡Esto sí, esto sí que es lo que esperaba tras “Moth Into Flame”; excitación, sangre, mala leche, velocidad, guitarras afiladas, un riff lleno de nervio, actitud punk/thrash, un gran solo y James de nuevo enfadado! Lo que me demuestra que Metallica son grandes pero también que siguen perdidos, que ocho años son demasiados para cuatro o cinco canciones que realmente nos noqueen de verdad y, a pesar de conservar las ganas y la forma, no consiguen recuperar el norte con un álbum que debería haber sido sencillo; con diez canciones, infinita menos duración y mayor enfoque. Puede que suenen como nunca habían sonado desde “Metallica” (1991) pero les falta la inspiración y esa no se recupera con un lavado de cara; lo bueno si breve, dos veces bueno y “Hardwired…to Self-Destruct” se hace eterno y pesado, muy pesado...
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