De poco o nada importa que In Flames graben nuevos discos si siempre los recibimos con la misma actitud templada para, años después, recuperar sus canciones, disfrutarlas en directo y castigar el siguiente y siempre último trabajo de la banda. Los suecos parecen haber entrado en un círculo vicioso kármico en el cual son despedazados por el mero hecho de seguir existiendo sin que aquellos que les castigan con su indiferencia hayan escuchado las nuevas canciones o, mucho peor, hayan dedicado horas a todo su catálogo anterior. No deja de ser irónico, recuerdo que hace unos años conocí a algunos chavales que criticaban furibundamente a In Flames a pesar de no conocer demasiado su discografía pero repetían con insistencia la misma cantinela acerca del abandono a los prefectos del death melódico y, después de verles actuando en un festival, cambiaron de opinión y tuvieron que admitir su valía. Pero el problema de In Flames no es que sigan resultando en directo (cosa que, a estas alturas, creo que nadie duda) sino su relevancia. En mi opinión, In Flames murieron, tal y como los conocíamos; estilísticamente hablando, en “Soundtrack To Your Escape” (2004) y no porque “Reroute To Remain” (2002) no suponga una ruptura con sus cuatro discos anteriores pero sí por evitar el dramatismo de firmar una defunción tan temprana con “Clayman” (2000) como realmente me pide el estómago. Claro que después han tenido grandes aciertos, “Come Clarity” (2006) es una gran colección de canciones e incluso “A Sense Of Purpose” (2008) o “Sound Of A Playground Fading” (2011) poseen buenos singles que en directo funcionan como un taponazo de adrenalina, por supuesto, pero ya no suenan a los In Flames que tantas alegrías nos dieron en el pasado...
Es verdad lo que afirmaba Björn Gelotte, son una banda que lleva más de veinte años y su evolución es lógica -hasta cierto punto- pero basta escuchar “The Jester Race” (1996) o “Whoracle” (1997) para entender por lo que lloramos miles de seguidores en todo el mundo. De la frialdad alemana de la grabación de “Siren Charms” (2014) a la luminosidad californiana y un cambio de productor con Howard Benson (Sepultura, Motörhead) tras los mandos que asegura impresionado que trabajar con la banda ha sido muy fácil ya que todo el material de “Battles” estaba compuesto antes de entrar en el estudio pero, ¿cómo suena este último disco? Pues es la evolución natural del sonido de los suecos en los últimos diez años si exceptuamos “Siren Charms” y es que “Battles” tiene más que ver con “A Sense Of Purpose” (2008) y “Sound Of A Playground Fading” que con el último y ese metal alternativo que facturaron para disgusto de muchos. “Battles” es un death metal tan blando que desdibuja las fronteras del subgénero y roza en ocasiones con la yema de los dedos el metalcore más dulzón. La producción es mucho más contundente que la de su predecesor y, si lo escuchas en vinilo, es fácil disfrutar del nuevo batería, Joe Rickard, en comunión con Peter Iwers. Por otro lado, las guitarras de Björn y Niclas suenan crudísimas y la voz de Anders con la misma potencia e inflexiones melancólicas que tanto nos gustan pero hay algo que no me termina de convencer y templa esta crítica ante la emoción de un nuevo disco suyo...
Las canciones están trabajadas al milímetro (los riffs son épicos y las guitarras dobladas nos devuelven a los mejores In Flames) y quizá podríamos estar hablando del álbum más melódico y dinámico de la banda en mucho tiempo; hay canciones pegadizas que son singles en potencia y sé que van a gustar en directo por esa mezcla de rabia y angustia pero, a pesar de todo ello, tengo la sensación de que, aunque no me hayan defraudado del todo, esperaba infinitamente más de ellos porque sé de lo que son capaces y cómo se las gastan sobre las tablas, como también estoy cansado de la eterna tesis de aquellos que creen que la marcha de Jesper Strömblad es el quid de la cuestión para el radical cambio de In Flames cuando quizá tengamos ante nuestras narices la auténtica respuesta y la estemos desechando por obvia que nos parece: In Flames graban actualmente la música que les gusta a ellos y punto, otra cosa es que al resto nos haga del todo felices…
“Drained” son dos minutos y medio para entrar en calor y lo consiguen gracias al componente nostálgico de su estribillo y cómo las guitarras, lejos del riff, construyen una atmósfera completamente emocional en el puente y estribillo, me gusta pero soy consciente de que esto no es lo que esperaba. Cosa muy diferente es “The End”, esa mezcla entre “A Sense Of Purpose” y “Sound Of A Playground Fading” y es que parece la melliza de “Deliver Us” en sus primeras notas. Me gusta el grano de sus guitarras y lo grueso del riff y, aunque odie los coros de los niños (me da igual si los firman los hijos de Robb Flynn, en referencia a los de "Who We Are" en “Unto The Locust” del 2011 o los de Anders Fridén), he de reconocer que el estribillo es una maravilla pop; todo un problema, claro, en el disco de unas leyendas del death metal sueco y el sonido Gotemburgo…
“Like Sand” es una de las que más me gustan por esa carga dolorosamente existencial que arrastran en su estribillo y que hace que me pregunte, a raíz de sus declaraciones; ¿dónde veían Björn y Anders la luminosidad californiana que sobre el papel tanto me asustaba en sus nuevas composiciones? Como que “The Truth” fue toda una decepción con ese aderezo electrónico y, de nuevo, esos coros infantiles, ¿es pegadiza? Mucho pero es uno de esos chicles que uno se arrepiente de pisar porque, aunque nos encontramos las guitarras de Björn y muchos de los elementos que amamos en In Flames, la canción no vale nada y les acerca peligrosamente a otros artistas mucho más jovenes de los que los suecos deberían querer distanciarse y no asemejarse si todavía quieren que algunos de los que les escuchamos sigamos llevando con orgullo sus camisetas. “In my Room” resulta interesante por los cambios entre estrofa y estribillo, los contraluces entre versos más graves y el clásico estallido de la banda (que sí, que sigue siendo igual de efectivo, estamos de acuerdo) como “Before I Fall” que parece haber sido compuesta en sus primeros segundos con la pretensión de ser lanzada como sencillo pero fracasa en su desarrollo en un momento en el que creo sentirme como Herodes cuando identifico más coros infantiloides en su puente (aunque no tan evidentes como en “The Truth”).
“Battles” es un buen giro en un disco en el que hay pocas sorpresas y en el que, en su segunda cara, han querido intentar salirse por la tangente como demuestra “Here Until Forever” con el recién incorporado Joe Rickard sincopando el ritmo de su batería hasta hacernos creer que es una programada mientras Björn y Niclas tiñen la señal de sus guitarras con un resultado interesante pero desigual y completamente inesperado en la banda. “Underneath My Skin” (o la tercera variación del riff de “Deliver Us” y “The End”) termina convirtiéndose en un pequeño aburrimiento al que no hay que prestar demasiada atención si queremos seguir disfrutando de “Battles” lejos de los prejuicios como “Wallflower” es un experimento que no aporta nada de nada y “Save Me” cierra el disco sin estridencias, accesible pero previsible al fin y al cabo en un recurso tan manido como esos “Oh, oh, oh, oh” que deberían ya ser erradicados de cualquier composición de una banda de nuestro siglo.
Continuista, con dos o tres canciones que levantarán las manos en sus conciertos porque fueron compuestas como una fórmula matemática por unos músicos que saben qué elementos de su receta son los que funcionan pero una segunda cara que literalmente se derrumba como un castillo de naipes. Quizá debamos aceptar que los In Flames de “The Jester Race”, “Whoracle” y “Colony” nunca volverán pero lo que nunca entenderé es que con su bagaje nos regalen un disco tan irregular cuando se supone que han trabajado tanto, tantísimo las canciones que lo integran y, sin embargo, las balas que realmente valen las disparan a la primera, el resto es de puro fogueo...
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