El concepto de ‘supergrupo’ debería estar prohibido en esta década; no es que no haya grandes músicos que no justifiquen su talento y estén en su derecho de participar en los proyectos que les venga en gana lejos de los nombres que les han dado la fama, es que los ‘supergrupos’, como tal, actualmente no existen y lo que tenemos son reuniones de barbacoa y colegas de cervezas. Antes de que el lector más apasionado se lleve las manos a la cabeza, explicaré el porqué de mi apreciación. Antiguamente, en una galaxia muy lejana, los músicos más reconocidos aunaban esfuerzos por dos motivos principalmente; dinero y mujeres. No, no estoy exagerando, son los dos motores principales en el mundo de la música; desde Lemmy de Motörhead al ya tristemente difunto poeta de Montreal, Leonard Cohen, el 99% de los músicos han encontrado su verdadera vocación siguiendo sus más lúbricos instintos y, por supuesto, el dinero. Ahora bien, imaginémonos a Eric Clapton (aquel al que se le atribuye el nacimiento del primer ‘supergrupo’ de éxito y renombre de la historia junto con Jack Bruce y Ginger Baker; Cream) ¿qué es lo que movía a Eric Clapton para dedicarse a la música según él mismo, en sus propias palabras? En efecto, las mujeres. ¿Y qué es lo que movió a Ginger Baker para alumbrar a Cream? En efecto, el dinero que trae la gloria, el éxito. ¿Por qué cuento todo esto? Pues porque los ‘supergrupos’ actuales se suelen gestar casi todos en el tedioso transcurso de las giras, en los macrofestivales veraniegos en los cuales los músicos suelen pasar horas y horas esperando a que llegue su actuación, esperando a que les recojan y les lleven al hotel para esperar aún más o bebiendo y comiendo antes de echarse a dormir en sus ‘sleepers’ (así es como se denomina en el mundillo a esos gigantescos autobuses-cama que suelen estacionar en descampados, areas de servicios, campings o aparcamientos y en el que las bandas, lejos del glamour que presuponemos, pasan horas y días). Con lo cual, no es de extrañar estas bizarras mezclas de músicos que, aparentemente, no tienen nada en común en su propuesta musical y estilo pero sí en la marca de cerveza que comparten, en la carne y el tofu que disfrutan o las groupies que se pasan entre unos y otros como si fuesen un filete más. ¿Y cual es el objetivo de estos proyectos? Pasar el rato y, cuando se filtra en la prensa, grabar a toda prisa las canciones que han hecho en cuatro ratos durante su veraneo en Francia, Alemania o, como Giraffe Tongue Orchestra, en el Soundwave australiano. ¿Suena poco seductor, verdad? En el zoológico de Sídney se les ocurrió su bizarro nombre…
¡Cuánta sabiduría hay en mis palabras! No, cuánto aburrimiento porque eso es lo que siento, un tedio enorme que hace que se me salten las lágrimas de sueño cada vez que leo que alguno de los músicos que admiro han aunado fuerzas y los medios digitales les conceden espacio anunciando sus mediocres proyectos. En el caso de Giraffe Tongue Orchestra me pillaron por la espalda porque tanto The Dillinger Escape Plan (Ben Weinman), como Mastodon (Brent Hinds), The Mars Volta (Thomas Pridgen) y Alice In Chains (Wiliam DuVall, pero también parte de proyectos como Void of Chaos, Bl'ast o Awareness) -no obvio a Peter Griffin de Deathklok pero no puedo concederle la misma importancia- son bandas que literalmente adoro, referencias de cabecera de esas de las que uno puede estar seguro que nunca le decepcionarán y la noticia de su unión temporal junto a la eterna adolescente Juliette Lewis despertó mi curiosidad, Weinman se apresuró a aclarar que su amiga Lewis no sería la vocalista sino William DuVall (una elección igual de opuesta en cuanto a estilo como morbosa).
Y es que, querido lector, la historia más reciente está repleta de grandes fiascos de ‘supergrupos’ que lo tenían todo para triunfar, que en su nómina figuraban grandes nombres y, sin embargo, han sido estrepitosos fracasos a olvidar por todos. Enfrentarme a “Broken Lines” de Giraffe Tongue Orchestra suponía olvidar a Gone Is Gone como última referencia con otro Mastodon al frente (Troy Sanders) y tres compañeros de fatigas como Troy Van Leeuwen,Tony Hajjar y Mike Zarin en los que, si bien no tenía demasiadas expectativas, la decepción de su primer EP fue mayúscula y confirmó todas mis teorías y sospechas. Por suerte, la propuesta de Giraffe Tongue Orchestra poco tiene que ver con Gone Is Gone pero tampoco con la música de los de Atlanta, The Dillinger Escape Plan, Alice In Chains, The Mars Volta y no, tampoco los virtuales Deathklok. Y digo por suerte por lo refrescante pero esta no lo es tanto cuando nos encontramos con un álbum en el que tan sólo funcionan unas pocas canciones pero carece de unión. ¿Son grandes músicos? Por supuesto que sí y han compuesto algunas canciones pegadizas pero a “Broken Lines” le falta dirección; un álbum en el que durante diez canciones seremos testigos de cómo cada uno de los músicos pierde su propia personalidad y sus canciones oscilan entre un postgrunge, hard rock de onda media, pop sin gancho (qué oxímoron más triste pero definitorio) con un DuVall al que se le agradece el esfuerzo por desmarcarse de su tono pero al que, entre Hinds, Weinman, Pridgen y Griffin se le siente como el menos agraciado de todos y que nadie me malinterprete, me encanta su labor y respeto en la reencarnación de Alice In Chain pero Giraffe Tongue Orchestra es algo muy diferente…
Engañoso es el efervescente comienzo de “Adapt Or Die” por su pegadizo estribillo y su toque hard, por su melodía, por su facilidad. Una canción perfecta para abrir cualquier álbum de rock, como la abrasiva “Crucifixion” o ese ejercicio de nostalgia noventera que es “No-One Is Innocent”. ¿Qué problema hay con estas canciones? ¡Ninguno, funcionan a la perfección! Lo malo es que juntas suman doce generosos minutos que no se volverán a repetir en todo “Broken Lines”! Tras el valiente single que es “Blood Moon”, el álbum pierde altura a pesar de los primeros y excitantes compases de “Fragments & Ashes” que no terminan de fraguar en un explosivo estribillo como la canción lo requiere o el frustrado himno que podría haber sido “Back To The Light” con la que sí nos damos cuenta del magnífico instinto de Weinman y su labor tras los mandos cuando escuchamos los estupendos tonos y modulados de sus guitarras y las de Hinds.
Si tras “No-One Is Innocent” no terminaban de convencernos a pesar de las buenas formas e intenciones, será con la ñoñísima balada “All We Have Is Now” en la que contemplaremos como el gigantesco trasatlántico que parecían ser Giraffe Tongue Orchestra se hunde en mitad del oceano del aburrimiento. “All We Have Is Now” es estéril en emoción, DuVall suena aséptico; sin sentimiento en una canción tan mediocre que podría haber compuesto el propio Chris Cornell para cualquiera de sus discos en solitario (a excepción de “Euphoria Morning” de 1999, por favor) o “Everyone Gets Everything They Really Want” en la que parecen Franz Ferdinand pero con camisas de franela.
El último esfuerzo lo representarán la ligeramente sincopada “Thieves And Whores”, en la que se nota la mano de Weinman, o “Broken Lines” en la que esta vez es Hinds quien aporta ese arpegiado que sí, lo has leído aquí, te recordará a “The Czar" de “Crack The Skye” (2009) pero lejos del torbellino psicodélico de aquel.
Un disco aceptable (en ningún momento he afirmado que sea un desastre porque no lo es), con algún destello sobresaliente pero fugaz, de un proyecto que, como casi todos los ‘supergrupos’, funcionaba mejor sobre el papel. Algunas canciones crecerán en ti con las escuchas pero no te engañes, no es para tanto y el menos cacareado debut de Dunsmuir, por poner un ejemplo también reciente, le gana por goleada. Una pena, una más de las muchas, no es un desastre pero no una obra maestra ni tampoco una que merezca continuación alguna. La próxima vez que se vayan de veraneo a Australia que dejen las guitarras en el camión o la furgoneta y disfruten de los animales del zoológico sin preocupaciones, nadie se lo echará en cara…
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