Si digo que “Meta” es un gran álbum pero que esta es un afirmación con reservas, muchos serán los que se me echen encima porque lo cierto es que es un disco notable, a la altura de “Sgùrr” (2015) pero no de “Rengeteg” (2011) y Thy Catafalque se han convertido en objeto de culto para muchas personas incapaces de admitir que un genio como Tamás Kátai puede no estar siempre acertado o llevarnos de la mano por un camino que no esperábamos. Mi principal problema con “Meta” es que siento que es un collage demasiado especiado (quizá el más variopinto y colorista desde “Róka Hasa Rádió” del 2009 pero con reminiscencias de Gire) y muchísimos minutos completamente gratuitos en el que, a veces, da la sensación de que Kátai ha querido añadir todo lo que buye en la cabeza en iguales proporciones y el resultado es “Meta”; uno de esos discos casi perfectos (subrayemos ese “casi”) a los que poca gente se atreverá a meter mano por el que dirán pero no todos digerirán con facilidad, tornándose indigesto, y no será precisamente porque no haya calidad a raudales en sus surcos...
Pero, si bien estamos hablando de un álbum magnífico, también me sorprende la producción y es algo que no tiene perdón tratándose de Kátai porque es un crímen que un álbum de Thy Catafalque suene tan poco balanceado y con los agudos disparados a la estratosfera. Es algo que los oyentes más casuales no percibirán si lo escuchan a través de sus reproductores de archivos comprimidos o disfrutan desde los altavoces del ordenador (todo un atentado a la audiofilia) pero sí en cedé (me gusta escribirlo así, manías de cada uno) y en LP; lo que me llama aún más la atención tratándose de un vinilo doble que debería sonar aún más fastuoso pero no, no es problema del masterizado o la copia al acetato sino de que la producción de “Meta” es así y las guitarras no tienen apenas cuerpo (o no todo el que deberían cuando suenan las rítmicas), no hay graves apenas, y los arreglos carecen del empaque que se les podría presuponer en un álbum así. Otro punto de “Meta” son precisamente esos arreglos que, por momentos, parecen metidos con calzador en las composiciones, algo que hasta el momento no me había ocurrido con Thy Catafalque pero esto es algo completamente subjetivo; tan sólo es que no son de mi gusto y ese muro de sonido que quiere crear en esos pasajes más atmósfericos e instrumentales los siento completamente fuera de lugar, como cuando secundan la melodía principal y nos encontramos dos muy diferentes que afean el resultado final.
El sonido de esas guitarras se puede sentir en el riff principal con el que se inicia “Uránia” en la que Kátai rinde sus respetos al black metal y pronto termina convirtiéndose en un riff pesado, con más querencia al doom, con ese arreglo sinfónico que termina dominando la canción. "Sirály" es una genialidad con la ayuda de la soprano Ágnes Tóth, cuya progresión es de lo mejor de todo “Meta” o ese apabullante dislate con reminiscencias al drum and bass mezclado con metal a partes iguales que es “10⁻²⁰ Ångström” o “Ixión Düün” y sus casi diez minutos (dos de los cuales son una introducción tan épica que podría pertenecer a cualquier banda de metal e incluso un videojuego de fantasía) se confirmará como una de las más contundentes de nuevo con esa programación tan exagerada en algunos momentos que se sincopará mientras el arreglo con el que abría se superpone junto a capas y capas de guitarras (gracias a Balázs Tóth, ex-Casketgarden) y la voz de Tamás para, minutos más tarde, terminar convertida en una composición a caballo entre el techno más petardo (con lo que cambiamos tanto de tercio que parece que hemos abandonado el tono general de “Meta”) y el industrial, gracias a esos aderezos electrónicos.
Tras semejante plato, no es de extrañar que el oyente agradezca la sal de frutas que es “Osszel Otthon” (dicho sin ninguna connotación negativa y teniendo en cuenta mi pasión por el trabajo de Kátai por el que defenderé, a capa y espada, la discografía de Thy Catafalque pero sin que ello llegue a cegarme del todo) que prepará nuestro estómago para el plato fuerte de “Meta”; esa canción que amas u odias, que detractores utilizan como arma arrojadiza para castigar el disco en sus críticas y adoradores de Tamás Kátai mencionan ‘sotto voce’ en exclusivos y cerrados círculos como si la canción fuese a perder lustre por nombrarla en voz alta y no es otra que “Malmok járnak”; para muchos un innecesario ejercicio en el que Kátai se aprovecha del vehículo que es Thy Catafalque y la paciencia de su legión de seguidores y para otros el clímax de “Meta”.
Pues ni lo uno ni lo otro, “Malmok járnak” es una suite de veinte minutos perfectamente articulada (porque Kátai posee un cerebro único) pero con pasajes francamente prescindibles que la hacen perder vuelo y tensión y es que Kátai podría haberla resuelto en muchos menos minutos, qué duda cabe... Puede que al lector (¡lector, oh lector!) de estas líneas le resulte poco menos que caviar sonoro pero la única verdad es que “Malmok járnak” rompe clara y gratuitamente “Meta”, tanto que un pequeño caramelo como “Vonatút az éjszakában” (otra de esas maravillas que Kátai nos regala) pierde lustre tras el titánico esfuerzo anterior que nos dejará ligeramente exaustos y, cuando llega el momento de “Mezolit” con ese riff clamando por todos los Black Sabbath del mundo e incluso por los Earth de Dyan Carlson, uno entiende que el carácter de “Meta” también tiene estos tempos más lentos que, por extraño que suene, “aligeran” la carga de las anteriores composiciones más coloristas que antes señalaba porque de la medievalesca “Fehervasarnap” con texto narrado, campanas y un búho ululando poco diré por lo anecdótico de esta. Pero sí, tras “Malmok járnak” parece que hemos exalado nuestro último suspiro, ese que nos ha dejado sin fuerzas para escuchar el último coletazo del álbum.
Los seguidores de Tamás Kátai no podemos quejarnos (a pesar de los puntos mencionados al comienzo de esta crítica), “Meta” es un disco a la altura de sus predecesores y esa obligación autoimpuesta de explorar y experimentar en un crisol de influencias que en esta ocasión sí que llega a desbordar, no por que resulte una novedad en su universo sino por lo chocante de algunos momentos pero también es verdad que es lo que le concede ese sabor tan atípico y buscado en un álbum no apto para principiantes o desconocedores de Thy Catafalque. Sin duda, otra de las grandes referencias de un año que parece estar despidiéndose a lo grande.
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