La ruptura de Nick Cave con The Birthday Paty y el inicio de su carrera no podría haber comenzado de otra forma que sustituyendo el sincopado punteo clásico de herencia española de la guitarra de Leonard Cohen en “Avalanche” (“Songs Of Love And Hate” de 1971) por unos timbales que anuncian la llegada del hombre convertido en mito, como él mismo bautizó, no sin cierta ironía, a su breve gira australiana de finales del 83; "Nick Cave - Man Or Myth?". La canción de Cohen trata sobre la depresión y el canadiense, que se retrata a sí mismo como un jorobado y bautiza a la depresión como “avalancha”, aunque abraza el estado de ánimo o la enfermedad que es, no le otorga el don de la existencia si no es por él porque, como deja bien claro, quien existe es él y no su metafísica amiga que solo existente en su frágil mente. “Puse un pie en la avalancha y cubrió mi alma. Cuando no soy el jorobado que ves, duermo bajo la colina del oro”. Cohen, magistral como siempre, juguetea con ella y aunque se somete no deja que en ningún momento se crezca pero quizá lo que más me gusta de la letra es que, la segunda parte de cada verso podría interpretarse como un diálogo “Si quieres conquistar el dolor, tendrás que aprender a servirme bien”.
Nick Cave se crió en Victoria, Australia, y descubrió a Leonard Cohen, cómo no, gracias a una chica; “Crecí en una pequeña ciudad rural de Australia y el acceso a la nueva música era difícil en el mejor de los casos. Creo que tenía catorce años cuando conocí a una chica que tenía unos cuantos discos que me gustaban. Me puso “Songs of Love and Hate”, y aquel verano lo estuvimos escuchando en su oscura habitación. Aquel álbum me corrompió. Era oscuro y dejó una huella tan profunda en mi joven vida que jamás podría volver a escuchar música de la misma manera. La complejidad de las letras, que apenas entendía en aquel momento, pero a través de las cuales intuía toda clase de significados prohibidos, el hipnótico sonido de la guitarra, la brutal portada en blanco y negro, todo era nuevo para mí y simplemente me absorbió. Le habló a alguna parte de mí sobre la música que tendría que tocar”.
No había mejor carta de presentación para el renacido Nick Cave, tras las cenizas de The Birthday Party, que situar una versión de Leonard Cohen en primera línea de fuego de su primer álbum, “From Her To Eternity” (1984), y descolocar aún más a todos los fans que ya empezaron a ser testigos del cambio en unas actuaciones en las que primaba el espíritu blues con toda su negrura e interpretaban canciones de The Birthday Party como “Mutiny In Heaven” o “Swampland” junto a nuevas composiciones como “A Box For Black Paul”, “Wings Off Flies”, “Saint Huck”, la versión de Cohen y, además, “In The Ghetto” de Mac Davis y popularizada por Elvis Presley en 1969 con quien Nick Cave atravesaba una particular obsesión por su período tardío y la lucha de ese hombre sobre el escenario, el hijo de América, que lo había tenido todo y ahora se enfundaba en estrechísimos monos y sudaba a mares mientras su cuerpo se debatía entre la catársis de toda actuación en directo y el colapso de un corazón que bombeaba al doble de esfuerzo por culpa de una pantagruélica dieta y el uso y abuso de drogas para soportar su propia existencia, Cave llegaría a comparar las últimas actuaciones de Elvis con la crufixión de Cristo. Para colmo, el clásico inmortalizado por Presley sería el single de “From Her To Eternity” que toma su nombre de la película “De aquí a la eternidad” de Fred Zinnermann con Burt Lancaster, Montgomery Clift, Deborah Kerr, Donna Reed y Frank Sinatra como protagonistas y altera el título de la cinta restándole la “e” a “here” (‘aquí’), transformando su significado; “De ella a la eternidad” Pero si esa mezcla de blues, Cohen y Presley, además de Melville, Hank Williams, las referencias bíblicas que cada vez tomaban más protagonismo en el panteón del australiano o el eterno Berlín de Wenders en el que Cave se refugiaría para escribir descolocaba a los seguidores más cafres de los salvajes The Birthday Party porque lo cierto es que la banda post-punk (más punk que post, que el bueno de Simone Reynolds, un experto en todo lo que a ‘post’ se refiere, describió como gótica) que convertía sus conciertos en un anárquico caos de botellas rotas y meadas desde el escenario se había fragmentado mucho antes y ante sus propios ojos, lo que pasa es que estaban demasiado ocupados para prestarle atención a lo que estaba realmente ocurriendo entre los músicos.
Antes de embarcarse en la última gira de la banda, ésa que supuestamente les traería pingües beneficios y dejaría su leyenda en lo más alto, la relación entre Cave y Rowland S. Howard era la de dos amigos a los que la vida en la carretera y en el estudio (del que Nick a duras penas salía, incluso durmiendo allí en pleno proceso febril de composición) les había quemado antes de tiempo en la clásica lucha de egos cuando el segundo se percató de que su amigo Cave, como una enredadera, se estaba apropiando naturalmente de la banda. Aquella gira de despedida fue de todo menos gloriosa con la prometida deserción de Mick Harvey sustituido por Des Tener. Tras el desastre económico se encerraron en los estudios Brittania Row habiendo comenzado a grabar en los también míticos Hansa. The Birthday Party era una banda mentalmente damnificada y al borde de la ruptura con un Rowland que se quejaba amargamente de estar grabando su pista de guitarra durante cuatro o cinco horas sobre el boceto de una canción sin terminar para que su amigo, Nick, la rechazase sistemáticamente y llenase sus compases con sus largas letanías. Rowland, desbordado, abandona por equívoco el que él cree que es el último día contratado en los estudios y Cave llama al alemán Blixa Bargel de Einstürzende Neubauten por el cual siente verdadera devoción y le invita a probar el amplificador de Rowland, el resto es historia. Blixa no sólo grabará con maestría y en poco tiempo la guitarra de "Mutiny in Heaven" (“Motín en el cielo”) sino que acompañará a Cave en “From Her To Eternity” como una mala semilla más y será parte indivisible de su historia durante décadas. Resultaba más que profético el título de los dos últimos Eps de The Birthday Party; “The Bad Seed” y “Mutiny!”. Finiquitan su contrato con 4AD y firman con Mute de Daniel Miller que les pagó amable y generosamente, además de como un kamikaze que no sabría si recuperaría la inversión inicial y ni siquiera podía llegar a imaginarse en lo que Cave terminaría convirtiéndose, el tiempo en los estudios The Garden…
La idea inicial no era la de grabar un álbum sino un EP, tenían cuatro canciones y Cave colaboraba con Marc Almond (sí, de The Soft Cell) y la inclasificable Lydia Lunch en The Immaculate Consumptive con quien Cave no terminó nada bien y originó que se lanzase a esa gira (si es que se puede tildar de tal) que antes mencionaba, "Nick Cave - Man Or Myth?”, en la que todo seguidor de The Birthday Party no pudo menos que sentirse defraudado por el giro que estaba tomando el líder de la banda, tanto que Cave, tras ella, incluso llegó a considerar abandonar la música y dedicarse a otro tipo de trabajo alejado de los focos.
Cave, Blixa, Hugo Race, Barry Adamson y Mick Harvey se metieron en los estudios Trident con Flood (que venía de grabar con otro maestro como Al Jourgensen y sus Ministry, “With Sympathy”, años antes de conocer a Depeche Mode o U2) a la producción y grabaron “Avalanche”, “Well Of Misery”, “Cabin Fever!”, “In The Ghetto” y “The Moon Is In The Gutter”, además de la versión final de “From Her To Eternity”, estaba claro que el EP se había convertido de manera natural y orgánica en un álbum gracias a unas sesiones de grabación que poco o nada tenían que ver con las vividas en The Birthday Party, la nueva banda había asumido a Cave como líder natural y los músicos se sometían a su visión; si The Birthday Party era una democracia, The Bads Seeds era una dictadura aceptada con docilidad, algo que se puede observar desde el mismo título del disco en el que los Bad Seeds no son el acompañamiento sino introducidos por el propio Nick Cave que les otorga el don de la existencia y les presenta al mundo bajo su manto, existen gracias a él; Nick Cave featuring The Bad Seeds.
Es la versión de “Avalanche” la que impresiona al mismísimo Leonard Cohen (que sólo mostrará su admiración en contadas ocasiones, siendo Jeff Buckley y su “Hallelujah” otra de esas interpretaciones que le dejarán sin habla) que admite que Cave la ha llevado aún más lejos de lo que él pudo o supo en 1971 a pesar de que admite que ambos usan lenguajes diferentes. Cave viene del punk, en las sesiones corre el speed y la heroína, Cave está fascinado por los retratos en blanco y negro, no hay matices, sólo contrastes, Cave se convierte en ser humano desgarrado, no hay ni rastro de la fina ironía de Cohen sino mala leche y resentimiento; “y cuando llegue a la cima, no será porque tú me hayas llevado. Tus leyes no me obligan a postrarme, grotesco y humillado.Yo mismo soy en sí una cima gracias a esta horrible giba que me hace lucir jorobado” El jorobado de Cave es un ser que, aparentemente, no tiene nada que perder y el envoltorio estético de los Bad Seeds con Harvey golpeando con fiereza la batería mientras Blixa azota su guitarra y la convierte en una herramienta a la que rasgar, tensar y destensar sus cuerdas, golpearlas con su púa o cualquier elemento que se encuentre en el estudio mientras Barry Adamson lleva todo el peso de la canción le dotan de un mayor dramatismo hasta que la canción parece romperse al final, en mitad de una tormenta.
Un gañido, un rugido, un lamento, un piano vodevilesco y “Cabin Fever!” nos muestra al mejor y más inspirado Cave; “La mano libre del capitán es una cuchilla de carnicero con la que retoca su propia barba y raciona la cecina, talla su pata de la más pura caoba, ¿o era ébano?”, completamente enardecido mientras los Bad Seeds nos hacen sentir que vamos en un barco repleto de bravucones marineros hasta las cejas de alcohol y los instrumentos se han convertido en aparejo. Es innegable admitir la influencia de Tom Waits en el pantanoso blues que es “Well Of Misery” pero también es muy cínico afirmarlo ahora que han pasado más de treinta años desde este debut sin entender la valentía en el contexto de un músico en el que seguramente no había más peso del de Pomona (California) que de sus otras cientos de influencias.
El disonante piano en “From Her To Eternity” construye toda la tensión de una canción en la cual los efectos juegan un importante papel –como en el resto del álbum- para construir un vehículo en el cual la histérica voz de Cave sobrevuele narrando la historia de esa chica que deja todo, se escapa por la ventana y deja atrás su propia pesadilla para entrar en la de la vida de Cave y lo cierto es que, entre desgarrados gritos, el chamán en el que hace ya rato que se se ha convertido el cantante -entrando en una especie de trance gracias a la repetición hipnótica de sus versos- consigue hacernos creer que, tanto él como ella, son dos ‘outsiders’ que abandonan sus respectivas vidas para descarrilar juntos porque si hay algo más romántico que iniciar una historia y es hacerlo afrontando su final desde su mismo comienzo.
“In The Ghetto” nos proporciona cierto descanso tras el desquiciado corte que es “From Her To Eternity” y es verdad que ese espíritu consumido por la heroína que era Nick Cave a mediados de los ochenta, obsesionado con el blues más negro, rinde homenaje a su idolatrado Presley con contención y lejos del histrionismo de su propia actuación, logrando que la versión de Davis suene respetuosa y fiel a la original. “The Moon Is In The Gutter” (“La luna en la cuneta”), que compartió acetato en el single de “In The Ghetto”, resuena todo lo deprimente que parece con Cave autoproclamado ‘rey del blues’ mientras, con su languidísima interpretación, parece volver a su cama después de una etílica noche de excesos en la que la luna está en la cuneta (imagen bastante amarga del satélite que ha sido empleado, casi siempre, para describir románticas escenas en el mundo de la música y que aquí, si posee algo de esa sensibilidad es por su encanto bohemio y no porque parezca estar averiada como un viejo Buick o, directamente, abandonada en esa cuneta, sinónimo de todo lo que se deja atrás porque no nos sirve o interesa) y seguramente así sea; reflejada en un charco mientras el cantante vuelve tambaleante en una canción que posee ese espíritu de la madrugada y levemente ensoñador gracias a la guitarra de Blixa.
“Achtung!” -nos exhorta Cave mientras “Saint Huck” parece ir arrancando poco a poco, como si fuese un enorme barco de vapor al que le cuesta arrancar y la batería de Harvey fuesen sus palas (magnífico en todo el disco) que comienza a dar cuerpo a la canción. En ella, Cave (según mi libre interpretación, basada en sus versos), narra la tentación del pecado a un hombre humilde pero santo, al no haber todavía cometido crímen alguno; “Nacido en el río, en ese río siempre cambiante, de sus nunca cambiantes y pantanosas aguas. Huck está de pie como un santo en la cubierta; si quieres atrapar a un santo deberás cebar el anzuelo” ¿Y cuál es el anzuelo para atrapar a una persona de bien? Las luces de la urbe al fondo, resplandecientes en mitad de la noche y en las pupilas de Huck que las contempla desde la cubierta de un barco que se aproxima a esa encarnación de la tentación. Huck pasea por sus calles, silbando su canción favorita y aperece un artista callejero que entona un amargo blues ante el que nuestro protagonista tiene un pálpito y, de pronto, sin que el maestro que ya es Cave nos diga qué ha ocurrido, Huck parece despertarse resacoso habiendo cometido un horrible crímen y en los siguientes versos se descubre que aquel que era santo ha pasado noches en burdeles, trapicheando con dinero y seguramente haya formado parte de algún tipo de ajuste de cuentas. Cave hace un brillante paralelo entre el santo Huck y su virtud y el del propio Elvis Presley (el cual fascina a Cave en su decadencia; un buen chaval de Tupelo que encuentra su fin en un mundo que no le corresponde y el cual, el escritor, entiende que pervierte y aleja de su camino) en una historia en la que la luna, otra vez presente, aquí no está en la cuneta sino que se ha convertido en un “enorme ojo ciclópeo” con el que se es testigo de la caída de Huck, por lo que todo ocurre de noche; “La luna con su enorme ojo ciclópeo contempla cómo se contraen las calles de la ciudad, se retuercen, mutilan y rompen, el santo Huck va a la pata coja. Bueno, ya sabes la historia, te despiertas una mañana y descubres que eres un criminal. Haces aros de humo con tu cigarrillo en un garito y te crujes los nudillos con tus dedos aún calientes. Pese a ello, Huck sigue silbando y la muerte considera que su tiempo se está acabando. Allá va Huck con ese reloj en su cartera, la piel parece encogérsele sobre sus huesos y a nadie le extraña que haya adelgazado tanto comiendo siempre frío. San Huck como San Elvis, ¿recuerdas cuando solías tararear aquella canción en el barco de vapor en el que hacías tus negocios? ¡La vida no es más que un sueño! Y tú decidiste cambiar el gran viejo río por esta letrina, tu turno en el burdel, el ir y venir de los billetes, el dinero del sexo, los coches, los polvos a dos dólares y no tuviste suerte, no…” Cave, vuelve a entrar en ese estado de trance en el cual se cree el personaje, se mete en la historia de lleno e incluso alecciona y sermonea al protagonista. Más expresivo que nunca, no sólo nos transmitirá toda la desesperación sino que interpretará el sonido de las sirenas y sentiremos las paladas del barco de vapor abrirse paso en las negras aguas del río que transforma, como a la luna, en un personaje más. La ciudad representa la tentación llena de pecados que lleva a la perdición a San Huck. Tan fascinante como brillante.
“Wings Off Flies” (“Deshojando moscas”) palidece tras el relato del santo Huck, un sucísimo blues en el que Cave arranca las alas a las moscas como el que deshoja una margarita; “me quiere, no me quiere”, cuando el tiempo pasa y él sigue dudando si ella le quiere o no, un tiempo brillantemente descrito con “los insectos suicidándose contra el cristal de la ventana” en el que Cave, mientras espera, parece haber descubierto la “receta del cielo” y reconoce ser culpable del “pecado de la misantropia” para despedirse del álbum con la larguísima “A Box For Black Paul” en la que buscará quien haga un ataúd para Paul “El Negro”, alguien que meta su cuerpo en él y gente que le suba y le meta en la fosa pero parece ser un personaje tan repugnante que nadie quiere, ni siquiera su esposa (de nuevo Cave no nos cuenta qué ha hecho Paul y deja que nuestra imaginación haga el resto).
En el último verso comparece Paul y admite haber sido un hombre malo pero también haber hecho alguna que otra buena acción para equilibrar la balanza. Pero en el blues, en ese blues que tanto fascina a Cave, los personajes no podrían estar más lejos del buen camino y, a menudo (como en esos viejos dramas rurales en los que matar a su pareja era brutalmente visto como algo lógico por una simple presunción), Paul se confiesa para entrar en el cielo y admite haber tenido a “una chica muy dulce, de pelo rojo” a la que amaba y entiende que el cielo no es tal sin su compañía por lo que, de manera siniestra, ahora es él el que pide un ataúd también para ella.
“From Her To Eternity” no fue solamente un brillante debut y la construcción de su propio mito sino el mejor puente imaginable entre The Birthday Party y la descarnada carrera de Nick Cave. Un álbum del que hay que empaparse y situarse en el contexto de aquellos años, analizar las letras, entender las influencias de su autor y prestar atención a la interpretación de estas “malas semillas” para que nunca te abandone. Un álbum de culto y pretensión de clásico desde el mismo día de su publicación, el mundo ya conocía a Cave y éste nos llevaría a la eternidad de la mano de ella con su obsesiva y latente interpretación…
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