Crecí con Leonard Cohen porque en mi adolescencia los ídolos tenían veintisiete años y se descerrajaban tiros en la cabeza, porque me sentía increíblemente absurdo entre todo aquel existencialismo alternativo perteneciendo a una generación –conocida como la famosa Generación X- que sería clave para entender el cambio social en el que ahora estamos enfrascados y desgraciadamente sentaría las bases de una sociedad de jóvenes hipercualificados, valga el tópico, que ahora piden un cambio y no se dan cuenta de que están igual de atrapados que nosotros hace veinte años en un sistema que va a demoler y fagocitar crudas todas sus ilusiones. Así que, cuando llegaba a mi casa, no faltaban libros y discos, tenía la inmensa suerte de vivir en un entono culturalmente rico en el cual saciaba todo lo que un sistema educativo caduco, que me aburría mortalmente hasta la náusea, era incapaz y podrá sonar muy cursi pero aquello alimentaba mi alma.
Leonard Cohen estaba desahuciado en los noventa porque ya nadie esperaba más de él; había regresado por todo lo alto con “I’m Your Man” (1988) y su secuela “The Future” (1992) pero igual que había cegado a mis padres y su generación, había desaparecido para perderse en un centro espiritual Zen en Mount Baldy, California, se había convertido en una leyenda de la cual -como Salinger- nos llegaban noticias con cuentagotas; un Leonard Cohen rapado y vestido con hábitos, haciendo voto de pobreza y silencio, recluído sin ningún instrumento musical y sin que su maestro le permitiese componer o escribir (llegando a esconder un teclado bajo un altar, según contaba la prensa de la época), con la única visita esporádica de la que había sido su última pareja, la actriz Rebecca de Mornay y quiero presuponer que también sus hijos, Lorca y Adam. Los años pasaban y me refugié en aquellos discos creyendo que Cohen no grabaría nunca nada más a pesar de que, según había declarado en alguna entrevista, no había parado de componer en su retiro a escondidas de su maestro, Yoshi.
Sin embargo, los problemas económicos y la estafa de su agente le trajo de vuelta a los escenarios para encontrarnos con un Cohen mucho más mayor pero aún más elegante, de mirada igual de lúcida aunque más cansada y se produjo el milagro; “Ten New Songs” (2001), “Dear Heather” (2004), “Old Ideas” (2012) y “Popular Problems” (2014) y muchos cumplimos nuestro sueño de verle sobre un escenario (me siento afortunado de haber intercambiado unas palabras con su hijo, Adam Cohen, y haberles dado la mano a él y su padre, a Leonard, en concreto, en los bises de su último concierto en Madrid y es algo que nunca olvidaré) pero Cohen; el escritor, el poeta, el cantautor, el mujeriego, “el silencioso” (como fue ordenado) no lo hacía por nosotros sino que estaba preparando su gran viaje y lo que estaba haciendo era simplemente ponerlo todo en orden, una manera romántica de dejar este mundo, de decir adiós y dejar la casa ordenada, como a él le gusta aclarar mientras acaricia las cuentas de su kombolói.
Un ejemplo de elegancia (muy similar al de un Bowie que planificó su muerte como un reloj suizo, inetgrándola dentro de su propia carrera y tratándola con el mayor de los respetos mientras grababa sus últimas canciones y preparaba el lanzamiento de “Blackstar”) porque Cohen no ha dejado de honrar y dar las gracias a todos aquellos que han estado en su vida y han dejado huella, como cuando con todo el Teatro Campoamor de Oviedo repleto, en plena ceremonia del premio Príncipe de Asturias de las Letras, le dedicó su discurso al maestro español de flamenco que le dió algunas clases de guitarra en la lejana Montreal antes de quitarse la vida, recordó su guitarra española de la Familia Conde y no pudo olvidarse tampoco de Federico García Lorca o, muchos años después, la bonita carta de despedida a su antigua amante y musa, Marianne Ihlen, que el entorno de esta decidió hacer pública con el permiso de Cohen y aseguran arrancó una sonrisa de la mujer en su lecho de muerte mientras levantaba la mano para tocar a aquel hombre del que se enamoró en la isla griega de Hidra a orillas del Egeo; “Marianne, hemos llegado a este momento en el que somos tan viejos que nuestros cuerpos se caen a pedazos; pienso que te seguiré muy pronto. Que sepas que estoy tan cerca de ti que si extiendes tu mano, creo que podrás tocar la mía…”
Marianne Ihlen no lo sabía pero estaba predestinada a conocer a Leonard Cohen y así se lo hizo saber su abuela cuando le auguró que conocería a un hombre que hablaría con lengua de oro. Ella creía que se trataba de su antigua pareja, el novelista Axel Jensen, hasta que conoció a un morenísimo Cohen que dedicaría su tiempo en la isla a escribir, hacerle el amor y terminaría convirtiéndola en inmortal a través de una de sus canciones más célebres, “So Long Marianne”, que todavía sigue siendo uno de los puntos álgidos de sus conciertos para, muchos años más tarde, admitir en uno de los versos de “Tower Of Song”, no sin cierta sorna, haber nacido con el don de una voz de oro, arrancando siempre acalorados aplausos cada vez que lo canta en directo porque es cierto…
Pero, si bien Cohen está saldando cuentas, no lo está haciendo con obras menores, “Ten New Songs” era un gran retorno y tan sólo “Dear Heather” se mostraba más tibio, nada que temer porque nos esperaban los notables “Old Ideas” y “Popular Problems” que dejaba el listón tan alto al canadiense que muchos nos preguntábamos si el nuevo álbum, este que nos ocupa, estaría a la altura ahora justo que grises nubarrones sobrevuelan sus cielos y ya no le debe nada a nadie. Da la sensación de que en “You Want It Darker” ha querido rodearse de su círculo más íntimo; Patrick Leonard está de nuevo a la producción pero también se ha unido tras los mandos el propio hijo de Cohen, Adam, quien seguramente haya dotado al disco de ese toque minimalista y más íntimo y, de nuevo, Sharon Robinson en los coros.
“You Want It Darker”, aunque oscuro –oscurísimo-, sin embargo, no carece de humor e ironía desde su mismo título en el que Cohen parece respondernos de manera indirecta y me recuerda a aquella anécdota de cuando pasaba largas noches meditando en el centro Zen y acudió desconsolado a su maestro Yoshi, quejándose de las críticas que aseguraban que sus canciones y forma de cantar eran tristes o melancólicas. Yoshi le aconsejó; “canta aún más triste” y aquí tenemos “You Want It Darker” que nos devuelve al Cohen más oscuro, sí, pero también a aquel de “I’m Your Man” y “The Future” en muchos de sus pasajes porque este álbum parece estar hecho de cientos de piezas de todos sus discos anteriores.
Ascensión a los cielos y una base programada mientras un contrabajo se desliza, negrísimo como la noche en su mezcla con un órgano, en la inicial “You Want it Darker” en la que la voz de Cohen nos baja a la tierra con la pesada densidad de toda su profundidad, puede que sea un octogenario pero su garganta sigue siendo de oro con cada octava que baja. Una canción que hereda algunas de las tonalidades de aquel debut de Adam Cohen en 1998, con ese fortísimo eco de la magnífica narrativa de Jim Morrison en aquel “An American Prayer” (“There's a lover in the story but the story's still the same”) en el que un bajo negroide devoraba la estructura sólo que aquí Cohen es un héroe cansado y tras el canto judío “Hineni, hineni” (“Heme aquí”) con más tinte maorí que hebreo en sus formas, cierra con un sobrio “I'm ready, my Lord” (“estoy listo, mi Señor”) capaz de quebrar el alma de cualquiera, pero también nos devuelve al escritor más tremendo en sus imágenes; “A million candles burning for the help that never came. You want it darker…” (“Un millón de velas prendiendo por la ayuda que nunca llegó, lo querías más oscuro…”)
“Treaty” suena más ligera a pesar de ese “I'm so sorry for that ghost I made you be. Only one of us was real and that was me” que parece dirigido a una antigua amante, con un piano que recuerda al famosísimo “Hymn To Freedom” de Oscar Peterson (en este punto, me gustaría que el lector tomase nota de que todo esto lo está leyendo aquí antes de que este texto aparezca esquilmado, como ya ha ocurrido en más ocasiones, en otras webs o reseñas en prensa) y unos arreglos (con los que cerrará el disco en “String Reprise/Treaty”) que nos llevarán de regreso a 1988 y su famoso “Take This Waltz” o la aceptación de su estado en “On The Level” en el que, sin embargo, parece justificar sus pecados de juventud cuando canta, apoyándose en Robinson (con un tempo más abierto y suelto que nos recordará a “Democracy”); “Now I'm living in this temple. Where they tell you what to doI'm old and I've had to settle. On a different point of viewI was fighting with temptation but I didn't want to win. A man like me don't like to see temptation caving in”. No será la única vez en la que Cohen ajuste cuentas consigo mismo, como en “Leaving the Table”, en esa imagen en la que se retira con todo ya arreglado y admite no necesitar ya amante alguno porque hace mucho que la bestia se ha domesticado y pide que apaguen la luz; “I don't need a lover, no, no. The wretched beast is tame. I don't need a lover, so blow out the flame”
Una de las grandes canciones de “You Want It Darker” es “If I Didn't Have Your Love” con una guitarra sensacional y uno de los mejores y más directos textos del álbum, dedicado al amor, aquello sin lo que Cohen no es nadie; “If the sun would lose its light And we lived in an endless night And there was nothing left that you could feel If the sea were sand alone And the flowers made of stone And no one that you hurt could ever heal Well that's how broken I would be What my life would seem to me If I didn't have your love to make it real” pero será en “Traveling Light” la que Cohen será más Cohen que nunca con ese envoltorio tan propio suyo; un violín, un bouzouki y unos coros que nos llevarán al sabor de “Dance Me To The End Of Love” o esos ecos a “St. James Infirmary Blues” en “It Seemed the Better Way” en la que Cohen aprieta más la garganta para decirnos adiós con esa delicadeza que es “Steer Your Way” y un fraseo más cercano a “Everybody Knows”; “Steer your way past the ruins of the Altar and the Mall. Steer your way through the fables of Creation and The Fall. Steer your way past the Palaces that rise above the rot. Year by year, month by month, day by day. Thought by thought…”
Leonard Cohen se empeña en recordarnos a todos su condición mortal y no podría estar más equivocado porque con cada paso suyo no hace más que acercarse a la inmortalidad a través de sus canciones. Tan genial que asusta, tan conmovedor que te hará llorar, tan bello e inspirador que te acompañará el resto de tu vida y te recordará aquello de que las personas tan sólo desaparecen cuando la última que les recuerda abandona este mundo; si es así, Cohen ascenderá a los cielos y será abrazado pero vivirá eternamente dentro de nosotros, semejante colección de canciones lo justifican…
© 2016 James Tonic