Crítica: Opeth "Sorceress"

Creo firmemente que deberíamos dejar de referirnos a Opeth como una banda de metal o, por lo menos, una que lo practicó para permitirles entrar en un concepto mucho más amplio y, por supuesto, más ambicioso que es el que tienen ellos en mente y, más que ninguno, Mikael Åkerfeldt que es el de una banda cuya única frontera sean las propias limitaciones de su genio y talento porque comienzo a estar francamente cansado de la inevitable avalancha de reacciones que cada uno de los lanzamientos de los suecos trae consigo junto a un mar de, más que cuestionables, críticas de un público que quizá, sólo quizá, debería aprender a escribir antes de lanzarse a despellejar sin piedad a unos músicos de su talla; más que nada porque la historia de lo ocurrido con Opeth es tan antigua en el mundo de la música que se repetirá ‘ad infinitum’ y tan sólo viene a corroborar lo que, parafraseándole, decía Henry; ”esas y otras cosas demuestran que la vida gira sobre un eje podrido…”. Y es que sigo pensando que lo peor que pudo hacer Opeth no fue algo tan infantil como abandonar el uso de guturales sino sacarse un espejo del bolsillo y mostrarle su propio reflejo a esos seguidores con su logo tatuado en la muñeca, el tobillo, la nuca y hasta la rabadilla.

¿Por qué digo esto? ¿Qué es eso del reflejo? Muy sencillo, Opeth son fundamentalmente una banda de rock progresivo (siento si alguien no lo ve así a estas alturas) con un enorme crisol de influencias que ha estado presente (en mayor o menor medida de ingredientes) desde la primera de sus canciones hasta la última y que tuvieron la fortuna (o como lo queramos ver ahora) de grabar discos de death metal (auténticamente maravillosos todos, estamos de acuerdo…) en los que había que estar muy sordo para no apreciar una evolución con cada paso; la salvaje y primitiva belleza de “Orchid” poco tiene que ver con “Morningrise” (¡y sólo había pasado un año!) pero más radical fue el cambio entre “My Arms, Your Hearse” –uno de mis favoritos- y el magnífico “Still Life”, tanto que cuando llegó el que muchos consideran su obra maestra (aunque ya sabemos todos que Opeth tienen varias cimas), “Blackwater Park”, pocos veían el cambio que se avecinaba con “Deliverance” y “Damnation”, ese siamés separado al nacer. “Ghost Reveries” es otra de esas grandes cimas (si no hemos pasado ya cuatro o cinco) y muchos se sintieron defraudados por el bello “Watershed” que no genera precisamente pocas obsesiones entre sus seguidores, siendo disco de cabecera de muchos de nosotros. Y, por fin, cuando llegó “Heritage” todos se rasgaron las vestiduras y me pregunto; ¿dónde habían estado los últimos quince años? Es cierto que “Heritage” supuso un punto de inflexión pero, si prestamos atención a su discografía, veremos que no lo fue tanto y que tan sólo era en lo formal porque la llegada a “Heritage” y “Pale Communion” llevaba años masticándose de manera natural en el estómago de Åkerfeldt, ese chaval fascinado por King Crimson, por el death metal europeo, el rock clásico y sí también por ABBA, a partes iguales...

¿Y qué mostró Åkerfeldt a sus seguidores en ese espejo? Pues les mostró lo que no les gusta y es su propio reflejo; el de unos reaccionarios cortos de miras que eran incapaces de haber crecido con esa música que tanto amaban, fundamentalistas del riff y del gutural que no permitirían que su banda (porque era suya por el mero hecho de gastarse unos cuantos cuartos en sus discos, todo muy razonable) abandonase la senda del metal; ese subgénero tan mal entendido y con un estereotipo tan erróneo y cultivado desde dentro en el cual los fans son buena gente, noble, culta, abierta de miras, docta en varios géneros, artes y disciplinas, lectores empedernidos, buenos amigos, amantes de la cerveza como imagen de la llanura más bonachona y, lo más importante, poseedores del gusto universal de la música por el cual el metalero siempre escuchará buena música y todo lo demás, lo que se salga de sus férreos parámetros, será aceptado con una falsa condescendencia; en definitiva, para que todos nos entendamos, el metalero es el "cuñado" de la música que se puede permitir el lujo de mostrar toda su sapiencia en ciento cuarenta caracteres y pueden sobrarle cien si quiere, por Odín, por Thor, aunque sea de Salamanca, Albacete o Asturias…

Intentaré destetar rápido a todo aquel que se acerque a esta humilde crítica y le haya sobrado la generosa introducción; “Sorceress” no es metal, ni tampoco stoner (por favor, no seamos ridículos; que a cualquier imbécil al que ahora le pongas una montaña, un desierto, un cactus o un fuzz ya se piensa que está ante la enésima reencarnación de Kyuss o Fu Manchu, que no…) y tampoco es doom como lamentablemente he tenido que leer ahora que parece estar en pleno ‘revival’ tras la desbandada del metal al prog que hemos sufrido en los últimos años y que sólo nos trae una caterva de ignorantes que han dado el salto de Powewolf, Running Wild o Sabaton (nada en contra de esas bandas, faltaría más…) a Genesis, King Crimson, Rush o Yes sin lavarse siquiera las manos. Tampoco hay guturales en él, ni rastro de su material más duro ni nada que se parezca a la que podríamos denominar como “época clásica de Opeth” y no, no es un álbum de metal por mucho que algunos se empeñen en afirmar lo contrario. Pero, en cambio, a todos aquellos que se atrevan a internarse en “Sorceress” se encontrarán con una continuación natural de “Heritage” y con un disco que, sin necesidad de entrar en la comparación con “Pale Communion” (al que sigo considerando levemente superior que el que nos ocupa), se sostiene por sí mismo, en definitiva; otro álbum notable a sumar a su carrera pero no uno que abra otro camino.

Grabado en los estudios Rockfield (publicado a través de su propio sello; Moderbolaget, bajo el amparo de Nuclear Blast) y con Tom Dalgety (quien ha trabajado con Pixies, Therapy?, Grave Pleasures, Siouxie, Killing Joke pero también con Ghost, algo fundamental ya que también se dejará ver su sonido en el álbum) aunque hay que ser muy inocente para no adivinar que Mikael también ha estado tras los mandos. Me agrada el cambio de productor, el esfuerzo de Opeth por salirse de su zona confort y entiendo cuando Martin Axenrot aseguraba que era más oscuro que los anteriores (no porque lo sea aunque tenga sus sombras) sino porque “Sorceress” es más directo; precisamente la batería de Axe resuena con mayor pegada y protagonismo en la mezcla mientras, por ejemplo, el teclado de Joakim no inunda todo el disco como un colchón sobre el que descanse el sonido de la banda (algo que ocurría mucho en “Pale Communion”), por lo tanto hay más presencia de las guitarras y seguramente ese sea el motivo de confusión por el que muchos seguidores creen ver en “Sorceress” el retorno de la banda al metal, aunque sea metal progresivo, como muchos desean ver donde no hay nada de eso. Pero sí es un disco más directo, más orgánico que dicen muchos (en el sentido de que sentimos a la banda casi en directo y hay espacio para que respiren todos los instrumentos de manera natural) lo cual le da una sensación de inmediatez que “Pale Communion” no tenía en algunos momentos pero sí “Heritage” y es que ellos mismos se esforzaron por ello…

“Persephone” nos introduce en “Sorceress”, no exagero ni me desvío un ápice si digo que podría haber sido obra del maestro Joaquín Rodrigo por su sabor clásico pero difiere con la famosísima pieza de aquel por el toque melancólico y levemente oscuro que nos mete de lleno en el álbum. Pero “Sorceress”, el tema que todos pudimos escuchar como adelanto, comienza como una continuación de “Heritage” o “Pale Communion” y sí, el teclado de Joakim en los primeros compases con toda su influencia del prog de los setenta (no sesenta; setenta, por favor) y ese sentimiento de fusión que a mí, personalmente, tantísimo me gustó en “Heritage”. Pronto será la guitarra la que rompa el tono con un pesadísimo riff en el que muchos quisieron ver el regreso de los Opeth más duros y otros hasta un giro de timón hacía el stoner o el doom; nada de eso, es simplemente hard progresivo con un buen riff y las voces de Mikael, Fredrik y Joakim jugando en primer plano. Una canción estupenda que alcanza el clima justo cuando vuelven los teclados de Joakim y acaban tendiendo el puente a “The Wilde Flowers” que, ya sin ninguna duda, podría haber formado parte de “Heritage” y a nadie le sorprendería si la escuchamos a continuación de “The Devil’s Orchard” solo que en aquella no estallaban con un abrasivo solo de Åkesson y aquí sí. Es cierto que la letra no es de lo mejor que ha firmado Mikael (por favor, la infantilísima rima repetida hasta la saciedad de ‘higher’ con ‘pyre’ no es digna de él) y el interludio de un minuto, metido a calzador, no ayuda tampoco a que la canción crezca si no es porque el ‘in crescendo' de Axenrot hace que merezca la pena ese orgamo final en el que la banda parece abandonarse.

Como tampoco me convenció “Will O The Wisp” en la que si algo funciona es el tono evocador de Mikael y su letra sobre el paso de la vida y el, a veces fútil, rastro que dejamos tras nosotros. No me convenció porque me parecía una mezcla de “Harvest” y “Trains” de Porcupine Tree con el incómodo arreglo de Joakim Svalberg que me recordaba por completo a Jethro Tull pero, escuchada un millar de veces, uno termina encontrándole el gusto a esos cinco minutos de otoñal melodía y si algo disfruto es el increíble gusto de Åkesson con la guitarra y ese tono suyo ya tan característico pero no, no es de lo mejor de “Sorceress” y quizá sea la más autocomplaciente del conjunto. Como agradecemos el cambio con “Chrysalis” y ese tono tan propio de los Deep Purple en los que parecía que Jon Lord (magnífico Joakim, realmente magnífico...) y Ritchie Blackmore eran capaces de prender fuego a sus instrumentos, el claro ejemplo de la banda en la que se han terminado convirtiendo Opeth, por lo menos, de momento en esta última encarnación…

Pero si en “Chrysalis” cito a Lord y Blackmore, en “Sorceress 2” (que no es más que un interludio musical para diferenciar ambas caras del álbum/ vinilo) será a los Genesis de Peter Gabriel (por los que siento debilidad) y ese toque de pastoral en el que Åkerfeldt incluso se permite el capricho de imitar el tono aflautado del Gabriel más jovencito en “Foxtrot” y entre la guitarra acústica y, de nuevo, Joakim logran sonar como la banda inglesa e incluso como los Zeppelin del tercer álbum aunque sea por unos segundos. Que las primeras notas de la acústica en “The Seventh Sojourn” suenen a “Pink Moon” de Nick Drake tampoco es una casualidad pero sí una sorpresa cuando nos encontramos con la canción más arriesgada de todo “Sorceress” con Axenrot arrancándose con una percusión completamente alejada de lo que es una banda de rock o progresivo para seducirnos con todo su encanto oriental, algo que ayudarán las guitarras con sus arabescos y el toque místico de la pieza que, otra vez más, nos llevará en los últimos diez minutos a la influencia marroquí de Plant en “No Quarter” o aquel que firmó a medias con Page en 1998.

Mi favorita de todo “Sorceress” después de la sorpresa inicial de los dos primeros minutos de “The Seventh Sojourn” (que, por desgracia, se torna demasiado repetitiva y descubrimos que no nos lleva a ningún sitio excepto al siguiente corte) es “Strange Brew” en la que sí aprecio un paso de gigante, en la que sí arriesgan mucho más en sus casi nueve minutos, en la que la sección rítmica de Méndez, Axenrot (con Svalberg secundándoles al teclado) parece volverse completamente loca para llevarnos a la auténtica cota de “Sorceress” que es cuando Mikael eleva el tono, su garganta se rasga y su alarido se mezcla repleto de pasión con el desgarrado ‘bending’ de Åkesson (minuto 3:38) para, acto seguido, arrancarse con un fraseado completamente ‘bluesy’, nada más que por los últimos minutos de “Strange Brew” merece la pena la compra de este “Sorceress” y no, no estoy exagerando pero sí por supuesto obviando ese otro pasaje completamente innecesario de la canción que, como en “The Wilde Flowers”, se siente forzado y, también como en aquella, tras la última tormenta vuelven a calmarse incomprensiblemente, evitando que la canción acabe en plena euforia, mal…

Pena es que malgasten un cartucho con “A Fleeting Glance” y ese comienzo tan ‘oldie’ para que la canción continúe por los mismos derroteros; por todos es sabido que Mikael ama a los Beatles pero también que a “Your Mother Should Know” tampoco le hacía falta alguna un solo de Åkesson y, menos aún, regresar en el tiempo a la faceta más sosa de “Heritage”, como otra pena es la casi imperceptible introducción a Piano de Joakim (que, por fin, abandona el órgano y el mellotron) en “Era” sonando como Katatonia o ese final con “Persephone (Slight Return)” que tampoco añade demasiado ni a su primera parte ni al álbum excepto como coda.

“Sorceress” servirá para poner en bandeja de plata la cabeza de Åkerfeldt y compañía a ese sector más crítico que, seamos honestos, atacaran sin piedad a la banda independientemente de lo que ya hagan pero pone una piedra más en el camino de Opeth porque estoy convencido de que “Sorceress” es una transición a algún sitio y, aunque no sé si será en el siguiente álbum o dentro de unos años, ya quisieran muchas otras bandas más reconocidas una transición con el talento de Mikael Åkerfeldt que sigue buscando la alquimia entre los discos de los sesenta y setenta que más ama y la banda que una vez grabó grandes títulos de death y eso, amigos míos, a poco que uno tenga apertura de miras y disfrute de su genio, nunca puede ser malo…


© 2016 Jim Tonic