Estoy convencido de que llegará un momento en el que el aficionado escuche música sin importarle la nacionalidad de la banda pero, por ahora, es inevitable que prestemos atención a artistas que, al descubrir que su procedencia es España, no levantemos una ceja o pinchemos sus canciones con un ánimo más crítico que con el resto. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que nuestro país no se caracteriza por una buena exportación. Podemos llevarnos las manos a la cabeza y mencionar a decenas de bandas que trabajan duro, cientos de chavales que se lo toman con ilusión en el local de ensayo, sellos emergentes o ya consolidados y paradisíacos estudios en plena sierra andaluza o, por el contrario, pequeños cuartos e instalaciones en cualquier polígono industrial de la capital que España no exporta; es algo que se ve en los mejores festivales europeos y ante lo que no hay duda alguna, como tampoco hay una distribución lo suficientemente sólida y si una banda puede presumir de que sus discos lleguen a la vecina Francia (no hablemos ya de cruzar el charco) o siquiera Europa central es porque ha firmado con Century Media o tiene algún acuerdo con Season Of Mist y, con todo y con ello, la atención que le presterán será siempre inferior a otros productos como Thy Catafalque, Esben And the Witch o Inquisition, por nombrar algunos de los más recientes lanzamientos de diferentes géneros que obviamente lejos del mainstream más puro son promocionados con insistencia sin que ello signifique que tengan más o menos calidad que nuestros artistas.
Con todo esto sólo vengo a subrayar la sensación de injusticia que uno siente cuando escucha a FirmamƎnt (como pasaba con Toundra hace unos años, cuando todavía eran uno de los mejores secretos del panorama nacional) y escucha a una banda que suena increíblemente sólida y que poco o nada tiene que envidiar a otras europeas con mayor repercusión. Es cierto que nuestro país parece querer darle la vuelta a la tortilla desde hace unos años y bien con los mencionados Toundra u Obsidian Kingdom, entre otros, estamos demostrando que hay vida más allá de las listas; que es posible componer música con un mínimo de buen gusto e inteligencia y llenar las salas pero también que todavía queda mucho camino por recorrer y el peor enemigo no es la mala suerte de haber nacido en el lugar equivocado sino nosotros mismos, ese público que prefiere escuchar a The Ocean o Intronaut (nada en contra de ambas bandas, siendo la última santo de nuestra devoción desde hace muchos años) a dedicarle unos minutos a nuestros vecinos de puerta con puerta.
En el caso de FirmamƎnt, seré sincero, fue el vídeo de “East” el que me descubrió a una banda que me recordó brevemente a Mastodon o Kylesa y que, sin embargo, a pesar de los riffs más brutos, son capaces de construir grandes momentos de belleza y jugar con nuestras sentimientos y esos “in crescendos” pero también otros de calma en los que, durante unos segundos, creemos estar escuchando a una versión menos pesada de Godspeed You! Black Emperor para estallar al instante por Intronaut. No estoy exagerando, en FirmamƎnt hay ingredientes de todas esas bandas o, por lo menos, es lo que logran Alberto García y Txus Rosa cuando nos hacen cabalgar a lomos de sus guitarras y Jorge Santana y Sergio González, la sección rítmica, no nos dan tregua alguna en el tema más corto (casi nueve minutos) de un álbum en el que las cancions han sido bautizadas como los cuatro puntos cardinales, ninguna baja de ese minutaje y, como ellos mismos indican, son “cuatro canciones grabadas en directo sin cortes en audio y vídeo a nueve cámaras”, Gylve Fenris Nagell (Fenriz para los amigos) sonríe desde la fría noruega, no podría estar más orgulloso de una declaración así…
Siento haber comenzado por el segundo corte pero es el que más me entusiasma sin desmerecer a ese gravísimo sonido con el que abren en “North” y con el que parece que van a devorarnos. Una solidísima canción en la que serán capaces de mantener la tensión a lo largo de sus catorce minutos y, lo mejor de todo, mantener también el interés del oyente con sus multiples cambios que aquí se traducen en estados de ánimo. Si en “East” sentía predilección por las guitarras, será en “North” en donde Jorge Santana y Sergio González nos dejen sin aliento y ametrallen sin piedad pero también sirvan de colchón a esas guitarras que resuenan, si cabe, aún más épicas e incluso se permiten el lujo de solear con sentimiento (10:18) y ese toque tan bluesy que, de no ser por el bajo de Sergio, nos haría creer que incluso hemos llegado a pinchar otro disco. Una última sorpresa nos aguarda al final de “North” y es que la calma no es tanta y vuelven a cortarnos la respiración con mucho groove y ese sonido más cercano al djent que a los de Atlanta que sí identificábamos en “East”.
Postmetal o postrock, da igual, Simon Reynolds estaría también orgulloso de los primeros segundos de “West” y cómo, poco a poco, la canción va progresando hasta que, tras oleadas, el bajo cobra aún más protagonismo y, sin abandonar el enorme groove que antes mencionábamos, por momentos se siente más funky en su fraseo mientras las guitarras no abandonan ni por un segundo todo el dramatismo del disco y si lo hacen es para desbocarse, sin exagerar, en el riff más épico de todo el álbum. Pero quizá lo mejor de la canción sean sus últimos tres minutos y cómo estos cuatro músicos parecen deconstruirla después de haberla convertido en toda una montaña rusa.
Y para concluir, “South”, en la que a pesar de su título ellos parecen encontrar el recogimiento en un arpegio que articula la canción más intimista del álbum y al que parece que van sumándose el resto de músicos. Lo genial de “South” es que en ningún momento abandonará ese toque de recogimiento (a pesar de contener en sus últimos dos minutos un riff auténticamente monstruoso, propio de Ahab) que transmite toda la canción y que, por momentos, nos recuerda a Pink Floyd a pesar de tener varias partes bien definidas con las que parece que no sólo muestran todo su repertorio de recursos sino que sintetiza cada uno de los matices del álbum.
Cuatro piezas enormes en las que los madrileños nos sorprenden y dejan la puerta abierta a una continuación o la promesa de una carrera de la que nos sentimos afortunados de ser testigos desde su nacimiento. Sencillamente grande.
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